La Cuba revolucionaria que hoy conocemos es el producto social resultante de las operaciones político-aritméticas que han intervenido en el proceso durante más de cincuenta años. En continua evolución, por la inexorable ley de la dialéctica, su valor acumulado es el que es en este minuto, diferente ya en algo al minuto siguiente. Desde que […]
La Cuba revolucionaria que hoy conocemos es el producto social resultante de las operaciones político-aritméticas que han intervenido en el proceso durante más de cincuenta años. En continua evolución, por la inexorable ley de la dialéctica, su valor acumulado es el que es en este minuto, diferente ya en algo al minuto siguiente.
Desde que unos pocos patriotas concienciados iniciaran la guerra contra el régimen del tirano Batista, otros muchos cubanos, hombres y mujeres, se fueron incorporando a la pelea hasta conseguir derrocar al dictador e implantar un modelo propio de sociedad humanista que, aún hoy, continúa avanzando hacia el objetivo comunista, gracias, a su vez, a otros muchos cubanos, hombres y mujeres, que han mantenido ardiendo el pebetero revolucionario todos y cada uno de los días y noches del último medio siglo.
Fuera de la isla, fueron, somos, seremos y serán también muchas las personas que apoyaron, apoyamos, apoyaremos y apoyarán las decisiones tomadas mayoritariamente por los ocasionales miembros del Consejo de Estado de Cuba en la confianza de que son las más acertadas en cada momento. Un respaldo que, a menudo, supone un gran coste personal para cada uno de nosotros, verdaderos brigadistas internacionales en la batalla de ideas, entregados en cuerpo y alma a contrarrestar en nuestros respectivos países la manipulación informativa del Imperio y de sus Estados cómplices.
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Sin embargo, nuestra postura solidaria no hay que interpretarla como una patente de corso otorgada acríticamente con la fe proverbial de los carboneros, porque no lo es. En demasiadas ocasiones hemos visto en la Historia Universal giros inesperados que han echado por tierra más de un paradigma.
La importancia de las formas es fundamental para quienes pretendemos volcar la actual relación de fuerzas entre la oscuridad y la luz. Desde la constancia de que desde el exterior nadie es quien para pedir explicaciones (la palabra «injerencia» no debiera figurar en el vocabulario de la izquierda), hay casos que requieren una argumentación compartida con los usufructuarios y los aliados de la Revolución, pues todos viajamos a bordo de la misma embarcación, que bien podría llamarse Granma.
La reciente reestructuración del organigrama de la Dirección del Gobierno de la República de Cuba, con sus ajustes, ceses y nombramientos, no pasa de ser una crisis ministerial, lógica y normal en cualquier Estado del planeta. Pero, sin subestimar «la inteligencia humana» ni «la vanidad de los hombres», el problema surge cuando el referente político e intelectual durante cinco décadas -el máximo líder revolucionario- acusa urbi et orbi a algunos de los «liberados» de no haberse sacrificado una sola vez por la causa y de haber sucumbido a «la miel del poder», amaneciendo súbitamente ambiciosos, hasta el punto de haber llegado a protagonizar «un papel indigno».
Entre los recuerdos de mi niñez y adolescencia se encuentra la pintoresca figura del «motorista de El Pardo», un probo agente de Tráfico que, convertido en correo del zar, amargaba el futuro inmediato de los hasta entonces ministros entregándoles en mano el documento firmado por el general Franco en el que se les anunciaba su fulminante despido, agradeciéndoles, eso sí, los servicios prestados. Indefectiblemente, la mala nueva cogía a todos con el pie cambiado. Salvando las profundas diferencias cualitativas, a Lage y Pérez Roque les ha llegado el correo por duplicado, a través de una aséptica nota oficial, y de otra oficiosa, mucho más contundente.
Habrá quien esgrima la media verdad de que Fidel, en calidad de observador cualificado y de analista político con conocimiento de causa, hace uso únicamente de su derecho a la libertad de expresión, no determinando políticamente las decisiones del Consejo de Estado, que ejerce su función sin atender a presiones externas. Pero, aunque las reflexiones de Fidel no reviertan directamente en los acuerdos de Gobierno, nadie duda de que sí son vinculantes dentro y fuera de Cuba, tanto ética como políticamente.
Y es precisamente una cuestión de ética la que nos ocupa. Los comunistas no partidarios, que no estamos sujetos a más disciplina que la que emana de nuestras conciencias, no acostumbramos a comulgar con ruedas de molino. Conocemos bien a los compañeros Felipe Pérez Roque y Carlos Lage (no tanto a los demás «liberados»), y nos consta su honradez y compromiso. La integridad de ambos ha sido cuestionada por el anciano y reflexivo Fidel. No tenemos derecho a pedirle una explicación, pero él sí tiene el deber de proporcionárnosla.
Iñaki Errazkin es periodista y escritor, autor de Y en eso se fue Fidel
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