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El caso Jünger

Fuentes: Rebelión

El caso Jünger es interesante porque presenta una mitología moderna muy curiosa. Si entendemos el mito como un modelo ejemplar, entonces Ernst Jünger lo fue para muchas generaciones y desde un espectro político-ideológico extraordinariamente amplio. No sólo para los extremos (que para algunos se tocan) sino también para el centro. El neofascismo se entusiasmó con […]

El caso Jünger es interesante porque presenta una mitología moderna muy curiosa. Si entendemos el mito como un modelo ejemplar, entonces Ernst Jünger lo fue para muchas generaciones y desde un espectro político-ideológico extraordinariamente amplio. No sólo para los extremos (que para algunos se tocan) sino también para el centro. El neofascismo se entusiasmó con Jünger (como podimos comprobar en muchas de sus publicaciones, como «Punto y coma») pero también lo hizo un sector de intelectuales heterodoxos procedentes de la izquierda radical (como podimos también comprobar en antiguos números de revistas ya desaparecidas como «Archipiélago» o «Ajoblanco»). Lo sorprendente es que también estadistas de la socialdemocracia como Mitterand o Felipe Gónzalez visitaron a Jünger en su mansión de la Selva Negra con la única intención de conocerle y conversar con él.

¿Por qué diablos nos sedujo Jünger? Esta es, por supuesto, la pregunta del millón.

En primer lugar, lo hizo por su legendaria y romántica figura de superviviente, de hombre que había recorrido un siglo después de mil batallas. Su talante aventurero, que le hace escaparse de adolescente de su casa burguesa y enrolarse en la Legión Extranjera, experiencia que describirá en su novela «Juegos africanos». Luego su participación en la Primera Guerra Mundial, donde escribió desde las trincheras sus impresionantes «Tempestades de acero». Experiencia que le supuso varias balas en su propio cuerpo, llegándole a considerar al borde de la muerte. Posteriormente sus experimentación con drogas alucinógenas, al lado de Albert Hoffman, el inventor de la LSD. Siempre buscando ampliar las puertas de la percepción, lo que le llevó a escribir tanto uno de los mejores estudios teóricos sobre las drogas (Acercamientos) como a un relato breve pero denso y muy sugerente: (Visita a Godenhom).

Su carácter indomable, su libertad interior le hizo ser respetado al mismo tiempo por Bertolt Brech y por Hitler, que paraban respectivamente a «las huestes comunistas y nazis que lo querían colgar». Sospechoso de haber colaborado en un atentado contra Hitler lo movilizaron como oficial al frente ruso pensando que les esperaba una muerte segura. Cosa que no sucedió.

Un hombre inquieto, entusiasta, lleno de energía pero capaz de mantener su serenidad en las situaciones más difíciles. Una especie de samurai europeo, un ronin «sin señor al que someterse». Un emboscado, como se definía, que resistía la uniformidad del mundo burgués, la lógica de la mercantilización.

¿Quién fue realmente Jünger? No cabe duda que Jünger formó parte en su juventud de la revolución conservadora alemana, aristocrática, nacionalista y guerrera. Que no fue un oportunista y que se mantuvo al margen del nazismo, con todos los peligros que comportaba, aunque manteniendo una posición política ambigua bajo el lema de la lealtad a su patria. Que a la larga se convirtió en un escéptico que mantuvo un espíritu muy crítico con el mundo en que vivía. ¿Desde que posición? Yo diría que desde una serenidad aristocrática, nietzscheana, que despreciaba lo plebeyo, que no soportaba a las masas y que sentía nostalgia por un pasado de caballero heroico que seguramente nunca existió y que queda reflejado en su novela Abejas de Cristal y en su ensayo La emboscadura. Como diría Jacques Rancière, tuvo odio a la democracia, al poder de cualquiera. Al igual que Nietzsche, por cierto.

¿Qué queda de aprovechable de Jünger, una vez «muerto el mito»? Muchas cosas, por supuesto. Sus parábolas políticas, como «Heliópolis»,»Los acantilados de mármol» o «Eumeswill», que vale la pena revisar. Quizás una lectura bien crítica de sus libros teóricos, como «El trabajador». Sus reflexiones sobre lo que llamaba «la era de los titanes» o la discusión que mantuvo con su amigo Martín Heidegger sobre el nihilismo son todavía interesantes. Sus novelas, como justamente le reconoció el Premio Goethe, tienen valor propio. Igualmente libros muy potentes de aforismos (como «La tijera» y «la emboscadura»).

Pero lo que yo salvaría incondicionalmente de Jünger son sus diarios. Radiaciones y Pasados los setenta, los diarios que fue escribiendo y se fueron publicando a lo largo de su vida. Reconozco mi debilidad por esta escritura sobre uno mismo, mucho más sincera y directa que las memorias autobiográficas, que siempre pasan un filtro que los hacen menos sinceros. Los diarios de Jünger me parecen extraordinarios y son un testimonio humano e histórico impagable. También hay que reconocer el valor que continúa teniendo hoy el testimonio reflejado en las inteligentes entrevistas de los italianos Antonio Gnoli y Franco Volpi (Los titanes venideros) o el francés Julien Hervier (Conversaciones con Ernst Jünger), ambas dirigidas a un viejo Jünger que, desde una perspectiva serena sobre su propia biografía nos ofrece un valioso recorrido de todo el siglo XX.

Me gustaría invitar a estas lecturas porque son un material inestimable para cualquiera que quiera pensar el mundo en que vivimos. Lectura crítica, por supuesto, como en cualquier otro caso. Formarse un criterio es, muchas veces, leer y dialogar con aquellos que, estando ideológicamente en nuestras antípodas, nos hacen pensar desde una experiencia vital enormemente rica. Porque uno de los peores síntomas de la banalidad de nuestra época es que no existen adultos, es decir personas capaces de interpelarnos desde sus propias experiencias. Vivimos en un mundo donde ya no hay experiencia, decía Walter Benjamín. Hay que recuperarla, y Ernst Jünger es un maestro para mostrar el camino.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.