El pasado 9 de noviembre el diario Granma publicó una escueta nota informativa (ubicada en la parte inferior de la portada), en la que comunicaba la decisión de «liberar como director del periódico Granma al compañero Pelayo Terry Cuervo», «atendiendo a errores cometidos en el cumplimiento de sus responsabilidades». Nada más. Cinco líneas, 45 palabras, […]
El pasado 9 de noviembre el diario Granma publicó una escueta nota informativa (ubicada en la parte inferior de la portada), en la que comunicaba la decisión de «liberar como director del periódico Granma al compañero Pelayo Terry Cuervo», «atendiendo a errores cometidos en el cumplimiento de sus responsabilidades». Nada más.
Cinco líneas, 45 palabras, 307 caracteres con los que se cerraba un ciclo de cuatro años de trabajo, se anunciaba el futuro inmediato de la máxima responsabilidad del diario de mayor circulación en el país y se daba una muestra más de las deficiencias que tienen en el manejo de la información socialmente relevante quienes trazan y dirigen la política informativa de los medios oficiales en Cuba (que dicho sea de paso, no son ni los periodistas, ni los directivos de los medios, sino el Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba).
Este trabajo no apunta a develar los motivos por los que fue destituido Pelayo Terry. Personalmente no los conozco, ni estoy en condiciones actualmente de averiguarlos de manera fiable. Más allá del hecho puntual, lo que me interesa es reflexionar sobre lo erróneo de este patrón recurrente de mal manejo de la información en la prensa oficial y en los efectos negativos que tiene tanto para la sociedad, como para la credibilidad de los propios medios de comunicación.
Las justificaciones posibles
Lo primero que cabría preguntarse ante la parquedad en torno a una noticia de importancia es: ¿por qué? Y la primera respuesta que cualquiera podría darnos es: porque siempre ha sido así. Y la verdad es que esta nota (des)informativa no tiene nada de diferente a otras en las que se han anunciado destituciones de ministros y sucesos en proceso de investigación sobre los cuales nunca se vuelve a hablar. O sea, que esta ha sido una práctica habitual, al punto de que el cubano ha ido desarrollando una especie de «sexto sentido» para leer entre líneas e ir aprendiendo los distintos significados y hechos que pueden ocultarse detrás de palabras y frases como «liberación», «sustitución», «larga y penosa enfermedad», por solo citar algunos ejemplos. No obstante, el hecho de que una práctica sea habitual no quiere decir que sea correcta.
Si insistimos preguntando el por qué, podría emerger la clásica repuesta de «línea dura», hermética, de que «son cuestiones internas que a la gente no le importa». Algo realmente fuera de lugar cuando estamos hablando de la dirección de un medio que, aunque rectorado por el Partido, se debe a los intereses populares según mandato constitucional (artículo 53) y, por tanto, es legítimo el interés por conocer las razones que hacen que sea removido quien durante cuatro años se encargó de dirigir el principal medio de comunicación del país. Además, dicho medio constituye para muchas personas una fuente importante de noticias y criterios. Sobre todo, el interés se hace aún mayor porque no se encuentra en las páginas de Granma, ni en cuanto a temas ni en cuanto a opiniones, nada diferente a lo que aparece en el resto de los medios del país que pudiera explicar «los errores cometidos», ya fueran por osadías o por deficiencias. De hecho, si revisamos los múltiples comentarios a esta «Nota Informativa» que aparecen en la versión digital del diario, veremos que casi todos coinciden en preguntarse: ¿cuáles fueron los errores? Vale aclarar que ni siquiera dentro del gremio se tiene certeza absoluta de cuál es la naturaleza de «los errores cometidos».
Otra respuesta que puede emerger ante el insistente por qué es la también clásica pseudo-compasiva «para proteger al hombre». Aquí lo primero que habría que aclarar es que la asunción de responsabilidades públicas trae implícita una cuota de publicidad relacionada con la rendición de cuentas sobre las funciones que se deben desempeñar. Y, en segundo lugar, que el análisis verídico y responsable de hechos no tiene por qué convertirse en un linchamiento mediático, ni en un ataque personal.
Pero lo más importante es que este silencio no protege a nadie. Por el contrario, da pie a las más variadas versiones, tanto de quienes conocen y respetan a Pelayo y consideran injusta la medida, como de quienes han dado riendas sueltas a la imaginación endilgándole al hombre «errores» que de seguro son mucho peores que aquellos por los que fue destituido. A estas alturas, el rango de las especulaciones se mueve entre criterios más o menos afortunados que van desde la publicación de un error tipográfico que dio pie a una rebuscada malinterpretación, atraso en la publicación de un discurso, la «permisión» de «elogios» a Yuliesky Gourriel por su actuación en la Serie Mundial, o el cometer malos manejos en la administración. ¿Esa es la protección que se quiere? Por favor.
Hace cuatro años, cuando con otra escueta nota oficial -aunque no tanto como la de ahora- anunciaron la designación de Pelayo como director del Granma, destacaron su trayectoria como periodista y directivo; sin embargo, ahora solo se mencionan imprecisamente «los errores cometidos», que al parecer pesan más que todo lo que pudo hacer durante su período al frente del periódico.
Comparativamente, en términos de extensión y terminología, esta es una nota muy similar a aquella con la que destituyeron al general Rogelio Acevedo de la presidencia del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba; por lo que, en virtud de ese «sexto sentido» ya mencionado que nos han hecho desarrollar, alguien -sobre todo alguien que dependa solamente de la información que brinda la prensa oficial- pudiera preguntarse si los «errores cometidos» por ambos son de la misma naturaleza e incluso magnitud. ¿Es justo para Pelayo?
Quedaría incluso una última explicación, mucho menos clara, relacionada con aquel argumento tan recurrente de que «ahora no es el momento», de que «hay cosas que aún no se pueden decir»; pero es que este no ha sido un caso excepcional, por tanto, tampoco resultaría un argumento convincente, ya que al parecer nunca es «el momento adecuado» y nuestra prensa a veces parece estar regida por una descontextualización de aquella frase martiana que justificaba que «hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas».
Las posibles verdades
A mi juicio, en este caso tres podrían ser las respuestas reales al porqué la falta de información respecto a la destitución del director de Granma. Una, que los supuestos errores de Pelayo no sean tales o al menos no de la magnitud para justificar una medida de esa índole (por lo que dar detalles de ellos solo traería consigo la reprobación popular y sobre todo dentro del gremio, donde Pelayo gozaba de simpatía en términos generales). Por cierto, tanto los comentarios publicados en Granma, como en el perfil de Facebook de Pelayo, casi todos dan muestra de solidaridad y respeto hacia él.
Otra respuesta válida -en el caso de que los errores cometidos justificaran la destitución- es que sigue primando el síndrome de la «plaza sitiada», la idea de «no darle armas al enemigo», de pensar que los fallos de los dirigentes serán asumidos como fallas irreversibles e inherentes al sistema, cuando en realidad la publicidad y aclaración de estas situaciones estarían dando cuenta de la capacidad de vigilancia y autocorrección del propio sistema.
Y la otra respuesta, es que han sido tantos los años de secretismo, verticalismo y ausencia de control ciudadano en torno a los temas de alta política, que quienes se encargan de estos asuntos ya no saben hacerlo de otra forma y tampoco creen que sea necesario. Siguen inmersos en la insostenible idea de que la información y la verdad se pueden retener y aislar eternamente, desconociendo los nuevos escenarios tecnológicos y sociales en los que estas prácticas resultan mucho más difíciles. Sobre todo cuando la gente ya tiene acceso a múltiples fuentes de verdades -y también de mentiras- dispuestas a informar o desinformar de inmediato sobre cada vacío informativo que nuestra prensa deja. A mi juicio, detrás de este nuevo episodio de secretismo y mal manejo de la información hay un poco de las tres posibilidades anteriores.
Más allá de Pelayo
Sin embargo, lo pernicioso de estas prácticas trasciende más allá de los posibles daños que acarrean a la persona aludida directamente. Casi todas las tradiciones investigativas que han estudiado las funciones sociales de los medios comunicación coinciden en señalar el papel fundamental que estos desempeñan en las sociedades modernas en la interpretación de los acontecimientos relevantes, garantizar la eficiencia en la adecuada asimilación de las noticias e impedir la estimulación excesiva, la ansiedad y la apatía (Alsina, 2001; García Luis, 2013; McQuail, 2000; Wright, 1960).
En las sociedades modernas, densamente pobladas y donde la amplitud y complejidad de los temas de interés público hacen imposible que estos puedan ser conocidos por todos de primera mano, las personas crean una dependencia mayor hacia la información que brindan los medios de comunicación, pues a través de ellos pueden conocer las distintas aristas del fenómeno, entender en qué medida las soluciones adoptadas se ajustan o desvían de los estándares colectivamente aceptados y, sobre todo, cómo repercute directa o indirectamente en sus vidas.
Al respecto los investigadores Sandra J. Ball-Rokeach y Melvin DeFleur han señalado que uno de los efectos cognitivos que se genera producto de la falta de información respecto a un suceso de interés es la creación de ambigüedad:
«La ambigüedad puede ocurrir producto de la falta de información suficiente de la gente para entender el significado de un evento o producto de la falta de información adecuada para determinar cuál de las múltiples interpretaciones posibles de un evento es la correcta. (…) Cuando la información inicial recabada y trasmitida por los medios es incompleta, la sensación de ambigüedad se crea en los miembros de la audiencia que saben que un evento ha ocurrido, pero que no saben su significado o las maneras de interpretarlo.» (Ball-Rokeach y Defleur, 1976, p. 9)
Y está probado desde la Psicología y las Ciencias de la Comunicación que esta ausencia de información respecto a un asunto de interés es psicológicamente incómoda para las personas y que buscarán resolverla de algún modo. Una de las vías la mencionan estos investigadores: «En muchos casos, la ambigüedad resultante de reportes mediáticos incompletos o conflictivos es resuelta por informaciones más completas entregadas por los medios a sus audiencias.» (Ball-Rokeach y Defleur, 1976, p. 9)
En el caso cubano ya sabemos que dicha información complementaria o aclaratoria no aparecerá en ninguno de los otros medios oficiales, ya que todos están regidos por la misma política informativa. Si el Granma, que es el Órgano Oficial de quienes dictan dicha política informativa, no da explicaciones, pues será poco probable que algún otro medio lo haga. Entonces, necesariamente, aquellas personas con acceso a otras fuentes, sobre todo aquellas con acceso a Internet, buscarán las respuestas fuera del sistema de medios oficiales cubanos. En algunos casos podrán encontrarse con trabajos serios y responsables, pero mayormente darán de bruces con las especulaciones e interpretaciones parcializadas de un amplio sector mediático cuya finalidad principal es desacreditar al sistema sociopolítico cubano.
Por otro lado, una parte importante de quienes no tienen acceso a Internet, o de quienes la usan con fines fundamentalmente lúdicos, acudirán a una segunda vía que no es declarada por Ball-Rokeach y DeFleur en su artículo, pero que sí fue identificada con temprana sagacidad por Jorge Mañach como una de las adicciones esféricas de los cubanos: la «bola». La «bola», la especulación, el rumor, el invento, el «oí decir», el «a fulano le dijeron y él me dijo» al que pocos podemos escapar, sin importar cuál sea nuestro nivel académico, sexo o edad.
Y como señaló el intelectual cubano de manera magistral hace ya casi un siglo:
«El hecho inicuo cuya publicidad se secuestra y que llega a nosotros envuelto en el clandestinaje de una confidencia, nos parece doblemente injusto, suscitando en nuestro ánimo una irritación que por no tener desahogo inmediato crea un resentimiento, es decir, un rencor. Inmediatamente apetecemos la venganza, y la encontramos, no solamente en la repetición a otros del hecho secreto, sino en el aliño truculento de esa noticia y el aditamento de intervenciones que ya tienen, francamente y casi sin que nosotros mismos lo advirtamos, la categoría de bola». (Mañach, 2006, p.70)
Y pudiéramos hacer un extenso inventario de los rumores que ya se han establecido como verdades indiscutidas en el acervo colectivo de los cubanos, precisamente porque los medios de comunicación o la historia oficial no han sabido, no han querido o no han podido, hacerles frente.
Una investigación de licenciatura realizada hace poco en la Universidad de Camagüey (Anazco, 2014) demostró empíricamente (a partir de la observación de casos concretos), cómo la intervención oportuna de los medios de comunicación podía evitar la propagación de rumores. En tanto, cuando estos se mantenían al margen o esquivaban los climas de opinión que se formaban en la población ante determinados sucesos o sospechas, era cuando más proliferaban y se extendían las «explicaciones» alternativas. Por supuesto, que esta última fue la tendencia que más primó en el estudio, aun cuando eran temas que perfectamente podían haber sido abordados por los medios, evitando las consecuencias nocivas que generaban rumores relacionados con la escasez de productos, la eliminación de la dualidad monetaria y otros.
No obstante, tanto en el caso de que la audiencia acuda a otros medios o a los rumores como fuente de información, la consecuencia negativa constante es que los medios cubanos (y quienes los dirigen), pierden la oportunidad de dar su versión de los hechos, de fijar rutas de interpretación, de evitar malentendidos e inquietudes en la población, de «dar primero» como se dice popularmente. O sea, que pierden ese recurso tan valioso dentro del periodismo y la política que es la credibilidad. Pero sobre todo, continúan cediendo cada vez más sectores de audiencia que, poco a poco, van aprendiendo dónde deben buscar la información y dónde no, pues sea esta del tipo que sea, al menos resultará mejor que nada. Como dicen en las ciencias físicas: la naturaleza aborrece el vacío.
Pero lo peor es que una vez más se pone en evidencia que la práctica cotidiana contradice al discurso oficial relacionado con la prensa y el periodismo. Mientras desde la más alta dirección del Partido insisten en terminar con el «secretismo», desde el propio Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba -cuya política informativa es trazada precisamente por esa alta dirección del Partido y su Departamento Ideológico- se evidencia y reproduce cotidianamente la ausencia de información y los enfoques incompletos, que en el fondo, no representan otra cosa que la falta de confianza hacia esa «cultura política y compromiso de los cubanos con la Revolución» que constantemente se machaca desde el discurso, contribuyendo así a reproducir la apatía, la desmotivación, la falta de espíritu crítico y de debate que tanto laceran hoy a una parte considerable de la esfera pública cubana.
Y lo que resulta verdaderamente frustrante es que estos no son errores producto del desconocimiento, sino de actitudes políticas. Cuba posee un capital intelectual valiosísimo y numerosos investigadores que conocen al dedillo las consecuencias de estos malos manejos. Los archivos de las universidades cubanas están abarrotados de tesis que analizan estas situaciones; los periodistas lo plantean una y otra vez en los congresos del gremio. Recientemente acaban de concluir dos eventos (el Taller de Gestión de Medios y el Encuentro Internacional de Investigadores de la Comunicación), donde se presentaron ponencias relacionadas con estos temas. Incluso, participan en todos estos eventos quienes se encargan de diseñar y controlar la política informativa de los medios. Sin embargo, en la práctica, la esencia del problema no cambia, más allá de algún destello pasajero de tipo experimental. Resulta difícil, entonces, pensar en esa sociedad más democrática, participativa, transparente e inclusiva a la que estamos aspirando en tanto esos valores no lleguen, se reflejen e incentiven desde nuestros medios de comunicación.
Referencias:
Alsina, M. R. (2001). Teorías de la Comunicación. Ámbitos, Métodos y Perspectivas. Barcelona: Universitat Autónoma de Barcelona.
Anazco, F. (2014). Eso que anda… Un estudio sobre la influencia del rumor en la construcción de la agenda mediática camagüeyana. (Tesis de Licenciatura), Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz, Camagüey, Cuba.
Ball-Rokeach, S., & DeFleur, M. L. (1976). A Dependency Model of Mass-Media Effects. Communication Research, 3(1), 3-21. doi: 10.1177/009365027600300101.
García Luis, J. (2013). Revolución, Socialismo, Periodismo. La prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI. La Habana: Editorial Pablo de la Torriente.
Fuente: http://cubaposible.com/caso-pelayo-informacion-prensa-cubana/