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El sí de cada no

El cielo del sistema

Fuentes: Diagonal

Comentaba en un ensayo Graham Greene cómo, con la pérdida del sentido religioso, el universo novelístico inglés perdió a su vez una dimensión. «Hasta en uno de los más materialistas de nuestros novelistas -en Trollope- percibimos la existencia de otro mundo en el que las acciones de los personajes cobran relieve», dice y añade: «Los […]

Comentaba en un ensayo Graham Greene cómo, con la pérdida del sentido religioso, el universo novelístico inglés perdió a su vez una dimensión. «Hasta en uno de los más materialistas de nuestros novelistas -en Trollope- percibimos la existencia de otro mundo en el que las acciones de los personajes cobran relieve», dice y añade: «Los personajes de Dickens poseían una importancia inmortal, y las casas donde amaban, las caballerizas en donde se condenaban, cobraban peso específico en virtud de la presencia de esas gentes». Después, viene a sugerir, los personajes quedaron abandonados a sí mismos, hormigas o luciérnagas, pequeños y efímeros, apenas un poco de materia y un poco de subjetividad pues para nadie eran importantes, los cabellos de sus cabezas no estaban contados.

Hoy parece que son los personajes de ficción, o los personajes públicos que terminan por ficcionar su propia vida, quienes, desde las series, reportajes, redes, festivales, contemplan las vidas diarias de las gentes reales, nuestras vidas, otorgándoles otra dimensión. Así cabría entender en parte de la visión de Lenore en Indies, hipsters y gafapastas. No sólo una voluntad de diferenciarse, de apartarse mediante el gusto, sino también una necesidad de significar. «Su insignificancia en el mundo de los sentidos sólo es comparable a su enorme importancia en otro mundo», decía Greene de los personajes de Trollope. Y no habiendo, o eso pensamos, otro mundo, y cuando ni los cabellos ni tampoco la salud, el futuro, el alimento, el techo cotidiano y cada sueño resultan relevantes para el cielo del sistema, se acude a la cultura en busca de ese más allá que garantizaría nuestro peso específico. Pero no lo garantiza ni evita su desmoronamiento.

«Personalmente, diría que las veces en que más me he divertido es cuando he logrado romper ese grueso film transparente que nos separa de algún tipo de vida comunitaria», ha escrito Lenore. Hace falta cierta fortaleza para vivir fuera, sin capa aislante; creíamos que la cultura nos la daría, esperábamos llegar a lo común con los recursos que tomábamos de aquellos códigos. Olvidamos que no teníamos que llegar. Que ya estábamos ahí y que, tal como el significado del lenguaje no depende de la voluntad sino del uso, la fuerza no dependía de nuestros recursos, de nuestros códigos, sino de lo que hiciéramos con ellos.

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