Tahrir (El Cairo), la Puerta del Sol (Madrid), Habima (Tel Aviv), Taksim (Estambul), Zuccotti Park (Chicago), Causeway Bay (Hong Kong)… La indignación a partir de 2010 convirtió las plazas en sujetos de la política, o quizá de la llamada postpolítica, que aspira a superar la lucha de clases y la tradicional fractura entre derecha e […]
Tahrir (El Cairo), la Puerta del Sol (Madrid), Habima (Tel Aviv), Taksim (Estambul), Zuccotti Park (Chicago), Causeway Bay (Hong Kong)… La indignación a partir de 2010 convirtió las plazas en sujetos de la política, o quizá de la llamada postpolítica, que aspira a superar la lucha de clases y la tradicional fractura entre derecha e izquierda por los nuevos lenguajes. En este escenario el antropólogo Manuel Delgado sitúa el «ciudadanismo», que con sus novedades y actualizaciones remite en el fondo al viejo republicanismo que, entre otros, restauraron el politólogo irlandés Philip Pettit y la filósofa belga Chantal Mouffe. Así comienza Delgado el libro «Ciudadanismo. Reforma ética y estética del capitalismo», publicado por Catarata en septiembre de 2016. Sin embargo lleva madurando la idea durante años en artículos y conferencias. El ciudadanismo es la bandera de conservadores y socialdemócratas que ponderan el Tercer Sector, el trabajo de las ONG y el Capital Social. Y lo es, también, de la sociedad civil adscrita a las escuelas postmarxistas, que en las calles y plazas reivindican la autogestión, la participación y protestan indignadas en los márgenes de la política formal.
Ciertamente la «indignación» incorporó a la política a miles de personas que se enfrentaban a los abusos del poder, concede el profesor de Antropología Social en la Universitat de Barcelona, que ha presentado el libro «Ciudadanismo» en el Museu Valencià de la Il.lustració i la Modernitat (MUVIM) de Valencia. Pero reconocer la evidencia no impide al autor de «Ciudad líquida, ciudad interrumpida» o «Disoluciones urbanas» analizar el movimiento y someterlo a crítica. De entrada, la movilización popular ponía en el centro los valores abstractos de la democracia y la confianza en un individuo libre, agente autónomo y racional con plena capacidad para los cambios. El 20 de mayo de 2011, con un movimiento 15-M apenas iniciado, Manuel Delgado intervino en la Plaça de Catalunya de Barcelona, con un discurso sobre «el peligro ciudadanista». Señalados los riesgos de que el 15-M cayera en esta deriva, definió el ciudadanismo como «la ideología que ha venido a administrar y atemperar los restos del izquierdismo de clase media, pero también de buena parte de lo que ha sobrevivido del movimiento obrero».
Tal vez lo sustantivo del ciudadanismo sea la aspiración a una reforma ética del capitalismo (no se impugna el sistema, sino sus «excesos») y a la movilización de la multitud para la denuncia de situaciones injustas, a partir de un activismo difuso y espontáneo que pone el acento en lo lúdico y la expresión artística. Además, «prescindiendo de la lucha de clases como criterio clasificatorio», apuntó Manuel Delgado en la plaza. En todo ello observaba «revitalizaciones del viejo humanismo subjetivista», en las que se renunciaba a las estructuras «fuertes» y las doctrinas claras. El ciudadanismo también se caracteriza por los sujetos interconectados en la red y cuya herramienta fundamental es la asamblea. El antropólogo y director del Grup de Recerca sobre Exclusió i Control Socials (GRECS) recordó hace seis años en la Plaça de Catalunya algunas de las experiencias vividas en Barcelona. Movilizaciones «tan potentes como efímeras» entre las que figuran las de oposición a la guerra de Irak (2003) o las de los estudiantes contra el Plan Bolonia (2009). Delgado concluyó con la siguiente pregunta: «¿Qué hacer cuando la emoción colectiva se vaya amortiguando y los medios dejen de considerarnos ‘interesantes’?»
En un artículo publicado en el blog «Seres Urbanos» del periódico El País (agosto de 2016), Delgado se refirió a los «nuevos municipalismos», que tras las elecciones de 2015 llegaron al poder en numerosas ciudades. En algunas, como Madrid y Barcelona, mostraron una mayor preocupación por el bienestar social, el aumento de la transparencia en las cuentas públicas y un mayor peso de los órganos de participación ciudadana. Pero en ningún caso, afirma el antropólogo, está cambiando la distribución del poder y la riqueza: «Continúan en las manos de siempre, mandan el mercado y los que no se presentan a las elecciones». Los cambios se limitan al intento de recuperar algunos aspectos del llamado Estado del Bienestar, una renovación cultural y otros modos de hacer y decir.
Los nuevos ayuntamientos se alimentaron en buena parte de los cuadros y activistas de los movimientos sociales, pero al menos en Barcelona se produjo también otro fenómeno: «el restablecimiento más o menos disimulado de viejos gobiernos; mandan ahora, de la mano de Ada Colau, los mismos partidos que dirigieron la ciudad entre 1977 y 2011». La capital catalana contó con alcaldes del PSC durante más de tres décadas, que se estrenaron con Narcís Serra (1979) e incluyeron el largo periodo de Pasqual Maragall (1982-1997), hasta que en 2011 Xavier Trías (CIU) rompió la cadena de mandatos del PSC. Delgado anota además el apoyo de Iniciativa per Catalunya a los gobiernos socialistas. ¿Cómo caracterizar ideológicamente a los «nuevos municipalismos»? «Son sus representantes quienes más insisten en desmarcarse de lo que fue el proyecto transformador de la izquierda revolucionaria», apunta el profesor de Antropología. «Dan la impresión de no estar adheridos a ideología concreta alguna». O sí, al ciudadanismo.
En un libro de 2011 Manuel Delgado definía los valores ideológicos del espacio público. No sólo se trata del «vacío» que dejan las edificaciones y avenidas, dispuestas a rellenarse según los intereses urbanísticos de políticos y constructores. Además, el espacio público es el lugar en el que se materializa la democracia, la ciudadanía, la convivencia, el civismo y el consenso. La ideología del ciudadanismo. En otro libro, «La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del modelo Barcelona» (2007), caracteriza la evolución de la ciudad con dos sustantivos rotundos: «fraude» y «fracaso». Barcelona, «atractiva y seductora en la pasarela de ciudades-fashion». Políticos y urbanistas desplegaron el llamado «modelo Barcelona», que consistió en la promoción comercial, turística e inmobiliaria de la ciudad. En el fondo, sólo hay «poder y dinero». Sin embargo, por debajo del consenso, el civismo y la concordia planificada, asoma -afirma Delgado- la desigualdad, la exclusión y la violencia. «Nos han robado la ciudad», lamenta en el acto organizado por la Institución Alfons el Magnànim de la Diputación de Valencia. «Barcelona es hoy más cara que nunca, también hay una gran ‘burbuja’ de pisos que se compran para luego ponerlos en alquiler».
Explica que el «maragallismo» promovió el «Modelo Barcelona», basado en el civismo, la generación de sentimientos de adhesión y los referentes morales como manera de revestir la reapropiación capitalista. «Los mismos que sostuvieron el maragallismo -PSC e Iniciativa Per Catalunya- son los que han apoyado a Ada Colau». Se trata de entender la ciudad como un mecanismo de producción permanente de plusvalía, ya que las operaciones especulativas y de gentrificación en Barcelona comenzaron, contra lo que en ocasiones se piensa, mucho antes del proyecto olímpico. En la presentación organizada en el MUVIM, el autor de «Ciudadanismo» menciona a Jordi Borja, geógrafo urbanista que además de diputado autonómico por el PSUC, desempeñó el cargo de teniente alcalde en el Ayuntamiento de Barcelona entre 1983 y 1995. En una reseña del libro de Jordi Borja «Revolución urbana y derechos ciudadanos» (2013), Manuel Delgado insiste en cómo «el idealismo de la ciudadanía exalta una visión casi mística del espacio público, central en este libro de Jordi Borja y en toda su última etapa». La reseña publicada en marzo de 2014 en el suplemento «Babelia» de El País lleva por título «Ciudadanismo».
Las reflexiones de Manuel Delgado pueden seguirse en el blog «El cor de les aparences». En el acto celebrado en Valencia señala algunos de los límites del concepto «ciudadano», que resulta excluyente para buena parte de la población (según el INE, la población extranjera residente en España alcanzaba en enero de 2016 los 4,4 millones de personas). Ante el auditorio, micrófono en mano, los comentarios del antropólogo resultan mucho más directos y provocadores. «La idea de ‘masa’, muy valorada por la izquierda tradicional, fue sustituida en las plazas por la subjetividad». También se pretendía cambiar la sociedad mediante lo lúdico, se defendía el multiculturalismo e ideas como «empoderamiento», «inteligencia colectiva», «clases creativas» o «arte performativo».
El nuevo lenguaje prefería referirse al «riesgo de exclusión» antes que a la «explotación». Otras veces, comenta Manuel Delgado, «se vivía como en una plaza medieval y en una ‘burbuja’, una especie de ‘New Age’ político». Sobre la llamada democracia participativa, introduce un punto de vista crítico: «Se trata realmente de la participación de los dominados en su propia dominación». Por otro lado, lamenta que se haya pretendido sustituir la noción de militancia por otras como «el veganismo, los huertos urbanos y reformas estrictamente morales». Y así, «la izquierda que un día fue revolucionaria hoy se ubica en pequeños refugios, frente a una postmodernidad que todo lo absorbe». El proletariado que luchaba contra la opresión de clases, es actualmente el 99%, la multitud, las mayorías o la gente. Dice que sus referentes son muy antiguos. Uno de ellos Espartaco, y los comunistas alemanes, «que también eran espartaquistas».
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