De qué color es el mar. La pregunta no es nueva ni tampoco trivial, mucho menos la respuesta. Todo va a depender de la perspectiva, de la realidad particular de cada actor que convive, sobrevive o lucra con su inmensidad. Para el científico, va a ser una función de múltiples factores, como la estacionalidad, toda […]
De qué color es el mar. La pregunta no es nueva ni tampoco trivial, mucho menos la respuesta. Todo va a depender de la perspectiva, de la realidad particular de cada actor que convive, sobrevive o lucra con su inmensidad.
Para el científico, va a ser una función de múltiples factores, como la estacionalidad, toda vez que nuestras ricas zonas de surgencia favorecen una prolífera producción primaria durante la primavera, gracias a la fecunda acción de las algas que tiñen de verde las aguas con sus pigmentos fotosintéticos.
Para una ballena es amarillo pálido, la última visión que encuentra en el rostro del verdugo que brutalmente la embiste.
Para el oficial de la armada es rojo, como la sangre de los ilustres próceres que desinteresadamente entregaron su vida por la nación, o como aquella de quienes fueron bestialmente torturados y asesinados hasta diluirse entre sus aguas. Mientras que para aquel de mayor rango probablemente se muestra como una combinación de colores, blanco, azul y rojo al igual que la bandera.
Para el próspero empresario industrial pesquero es dorado, igual que los lingotes fruto de la explotación irracional e irresponsable de la riqueza de nuestros océanos.
Para los dueños de las celulosas es gris, del mismo tono que las porquerías que vierten en la costa o negro, como su conciencia.
Para nuestros hermanos bolivianos no importa, desde que se los arrebatamos. Tampoco importa el color para el gobierno, ya que es un mar democrático que representa el sentir de todos los chilenos y que vela por el bienestar de cada uno de los habitantes.
Naranjo para el empresario salmonero, muy naranjo. Mientras que para el buzo que trabaja para enriquecerlo se encuentra en penumbras, como su muerte. Sólo para los niños es azul, ajenos a tanta barbaridad; aunque para aquellos pobres y marginales es aún más oscuro, como el hambre.
Verde para el empresario portuario, como los dólares. Azabache para los petroleros, de igual matiz que el producto del que despoja a los fondos marinos. Para los indígenas de la costa es de colores infinitos como su territorio. Invisible para un pez, como para nosotros es el aire.
Mientras que para los pescadores artesanales al igual que para un naufrago el mar ya no tiene color, sólo sabor, salado como el sudor y las lágrimas.
Por Juan José Valenzuela. Biólogo Marino de Oceana.