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Entrevista a Martha Noya, Directora Ejecutiva del Centro Juana Azurduy de Bolivia

«El concepto de feminismo se tergiversa y se entiende como el machismo en las mujeres»

Fuentes: Rebelión

Si el 12 de julio de 1780 nacía Juana Azurduy de Padilla, mujer mestiza que lideró, junto a su marido, un ejército de indígenas en Bolivia, el 10 de septiembre de 1989 abrió sus puertas el Centro que lleva su nombre en Sucre. Martha Noya lo dirige desde su fundación y está plenamente convencida de […]

Si el 12 de julio de 1780 nacía Juana Azurduy de Padilla, mujer mestiza que lideró, junto a su marido, un ejército de indígenas en Bolivia, el 10 de septiembre de 1989 abrió sus puertas el Centro que lleva su nombre en Sucre. Martha Noya lo dirige desde su fundación y está plenamente convencida de que el espíritu libertador de la guerrillera les ha guiado para luchar durante 24 años por la equidad de género. Es abogada y desde muy joven ha estado involucrada en los movimientos políticos de izquierda del país. Pertenece a una generación de mujeres que luchó sin descanso contra la dictadura militar y por la instauración de la democracia.

– ¿Qué elementos les identifica con la figura de Juana Azurduy para que el centro lleve su nombre?

Juana Azurduy fue una mujer rebelde, líder de la guerrilla contra la colonia española. Transgresora y contestataria al sistema, con un espíritu profundo de deseos de libertad del esclavismo al que sometían a los indígenas. Una mujer de estas características es un referente para imitar, imprimiendo a las mujeres el valor necesario para luchar ahora contra el patriarcado. Las mujeres vivimos en una opresión que es producto de un patriarcado que se volvió aún más abusivo cuando llegó la colonia. Lamentablemente esto persiste. Sobre todo en un país latinoamericano y subdesarrollado como éste, donde la manera de presentarse el machismo y el patriarcado es sumamente burda y torpe.

– 24 años atrás, ¿en qué contexto surge el Centro Juana Azurduy?

En la década de los 80, Bolivia era un país de alta conflictividad política. Las mujeres nos habíamos organizado en la Federación Democrática de Mujeres, desde distintos partidos de izquierda, para luchar por la democracia y en contra de la dictadura. La democracia en Bolivia en gran parte es mérito de las mujeres, los hombres que lideraban los movimientos contra la dictadura salieron al exilio. Una vez lograda la democracia, vuelven los hombres exilados para tomar el poder y las mujeres son totalmente excluidas de los ámbitos públicos. Fue entonces cuando la Federación comienza un proceso básico de reflexión para identificar los elementos visibles que sostienen las relaciones de género inequitativas. La creación de la Institución es parte de este proceso.

– En el trabajo por la búsqueda de la equidad de género, ¿son muchos los obstáculos que se presentan?

Sí, permanentemente chocamos con barreras. Por ejemplo, cuando vamos a trabajar las cartas orgánicas y planteamos que necesariamente tiene que existir un cincuenta por ciento de mujeres que ocupen espacios de poder o que se disponga de un porcentaje del presupuesto municipal para las mujeres, toda la negociación se complica. El discurso de las autoridades es en apariencia coherente con los derechos de las mujeres, pero cuando hay que poner dinero o limitar el ejercicio masculino, empieza el conflicto.

– El concepto de feminismo genera conflicto y división de opiniones pero, ¿está bien interpretado o entendido?

El discurso patriarcal, tan impregnado en el discurso público, asocia el feminismo como lo contrario al machismo, o su versión femenina. Se entiende el feminismo como el machismo en las mujeres. Esto es una gran tergiversación del concepto y sentido político del feminismo. La estrategia que adoptaron muchas instituciones hace años fue dejar de hablar de feminismo y hablar de «enfoque de género», como si éste no se hubiera basado en la teoría feminista. A la categoría de género se le quita el contenido político y sobre todo el sentido cuestionador de las relaciones de poder, que es lo que sí hace el feminismo. Creo que nuestra Institución, por un tiempo, cae en esta trampita. A mediados de la década del 2000, nos damos cuenta y empezamos a revertirla, recuperando el discurso original, hablando de feminismo sin ningún complejo ni restricción. Esto nos ha colocado en situación de crítica en la ciudad, lo cual no ha limitado nuestro accionar.

– En la visión indígena, ¿cómo valoras su postura en relación al enfoque de género y el feminismo?

En el discurso gubernamental y de las organizaciones sociales indígenas originarias campesinas, se observa un rechazo a teorías extranjeras, entre ellas al feminismo. Pero, contradictoriamente, se ha creado una instancia de gobierno denominada Unidad de Despatriarcalización, dependiente del Ministerio de Cultura, que desarrolla las políticas en contra del patriarcado. Confrontar el feminismo y la despatriarcalización es una falsa dicotomía: «no somos feministas pero vamos a trabajar por la despatriarcalización». La idea del patriarcado ha sido recuperada por el feminismo como conceptualización del andocentrismo y la organización social basada y dirigida por lo masculino. Pese a esta contradicción, que desde el Estado se promueva un discurso y políticas dirigidas a la despatriarcalización es un avance importante. Es una situación que las organizaciones de mujeres debemos aprovechar para avanzar en la estrategia despatriarcalizadora de nuestra sociedad.

– Además desde esta perspectiva ¿existe una confrontación entre los derechos individuales y colectivos?

Se ha generado un discurso distorsionado sobre los derechos individuales y colectivos, poniéndolos en contraposición. Desde el feminismo y el movimiento de mujeres creemos que no es posible que las mujeres ejerzan sus derechos colectivos si no se garantiza el ejercicio de sus derechos individuales. Los movimientos indígenas colocan a las mujeres en esa falsa contradicción generando en ellas un sentimiento de «traición» a sus derechos como grupo cultural si defienden sus derechos individuales. No se pueden defender los derechos de la comunidad destruyendo los de las mujeres.

– ¿Qué piensas de los avances en la nueva Ley sobre violencia de género aprobada este año en Bolivia?

Ha habido cambios muy favorables. Si bien, personalmente, soy partidaria de que un agresor debe ser encarcelado, las mujeres en Bolivia no están preparadas para esto, optando por no denunciar ante el temor de que sus parejas las abandonen. Las mujeres no tienen la cultura de la denuncia y de la sanción. El problema es que tienen una cultura de alta tolerancia a la violencia. Por otro lado, al ser un delito entra en la normativa penal que supone un proceso muy complejo y largo. Las mujeres no quieren pasar por un «calvario» judicial. Creo que el concepto sobre el que se ha construido la ley está bien, pero el procedimiento nos hace enfrentarnos con serios problemas de aplicación. Corremos el peligro que, en vez de avanzar en la protección del Estado a las víctimas de violencia, limite su acceso a la justicia.

– ¿Cuáles son los factores clave para lograr una verdadera transformación?

Lograr una sociedad despatriarcalizada con justicia social y de género es un proceso muy complejo y de avances lentos. Provocar transformaciones culturales en una sociedad diversa, producto de procesos históricos colonizadores que instalaron pensamientos patriarcales y machistas abusivos en toda la sociedad y sus diferentes expresiones culturales y organizativas, será producto de una lucha incesante de las propias mujeres, tanto de forma individual como colectiva.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.