Hay quien piensa que la rebelión de los catalanes se conduce de arriba abajo. No creo que sea así. Con mayor o menor visibilidad, entre los distintos actores políticos y sociales catalanistas se encuentran representadas las diferentes clases sociales en Cataluña, al menos parcialmente. Como vienen clasificándose -práctica en excesivo reduccionista a mi modo de […]
Hay quien piensa que la rebelión de los catalanes se conduce de arriba abajo. No creo que sea así. Con mayor o menor visibilidad, entre los distintos actores políticos y sociales catalanistas se encuentran representadas las diferentes clases sociales en Cataluña, al menos parcialmente.
Como vienen clasificándose -práctica en excesivo reduccionista a mi modo de ver-, la confluencia de corrientes políticas y sociales catalanistas actuantes se dividen en dos grupos contundentes, uno más homogéneo y otro más heterogéneo. Por un lado, los nacionalistas, representantes de los intereses de la oligarquía zonal, la alta burguesía industrial y financiera catalana, y, por otro lado, los independentistas -soberanistas-, representantes de las clases medias y populares.
El primero agrupa a las clases altas y arrastra a una parte de la población más conservadora y tradicionalista de las clases medias, urbanas y rurales. En la agenda de sus representantes políticos, más allá de insinuaciones apócrifas durante los últimos 40 años, no se encuentra un interés secesionista efectivo, real, sino, más bien, un interés subrepticio por ganar espacio de gestión y de dominio económico e institucional sobre Cataluña y sobre los catalanes. Podemos decir que su relación política dentro del espacio estatal ha participado de un juego histórico de tensiones, de cooperación y de competencia entre oligarquías nacionales, la aristocracia terrateniente y financiera, la burguesía industrial… en una carrera por la acumulación y la autodefensa de sus respectivas parcelas de control institucional.
Por el contrario, el movimiento independentista, como cualquier otro movimiento político dentro del espectro «socialista», representa los intereses de las clases medias y populares de Cataluña -otra cosa es que éstas se identifiquen con sus propuestas y no con otras de corte federal-.
Desde un punto de vista teórico, la propuesta original del movimiento independentista en Cataluña se aproximaría al modelo confederal, en oposición a los presupuestos nacionalistas tradicionales. En su planteamiento, la relación entre cada una de las partes territoriales goza de libertad y voluntad absoluta soberana- a la hora de definir su participación en los proyectos compartidos por el conjunto pluriterritorial o confederal. Tal grado de independencia sólo se vería limitado por los acuerdos voluntarios asumidos con el resto de las partes.
Por lo tanto, podemos decir que la propuesta confederal se distingue de la federal -defendida ésta por el resto de partidos políticos dentro de la esfera «socialdemócrata»-, en el grado de independencia/subordinación que en una y otra propuesta se asigna a las partes territoriales en su relación con el conjunto.
Hoy en día, el juego de oportunidades que han empujado a estas corrientes antitéticas, nacionalistas e independentistas, agrupadas bajo el membrete de «catalanistas», a formalizar alianzas tácticas entre sí, son tan diversas como antagónicas son sus aspiraciones. Entre estas oportunidades encontramos, por un lado, el conflicto latente entre las oligarquías catalana y nacional, o, dicho de otro modo, entre los nacionalismos, cuyo hilo conductor reconocible es la corrupción que caracteriza a ambas élites. Por otro lado, y a la vez, encontramos las demandas «confederalistas» elevándose con más fuerza cada vez sobre el fondo de la desigualdad y el retroceso de libertades experimentadas, tanto por la sociedad catalana como por la sociedad española en su conjunto, realidades que han incrementado el número de fuerzas sociales y obreras que se han sumado a la diversidad independentista.
Es obvio que se ha abierto un contexto político propicio para que se movilicen partidarios de unos y de otros bajo una misma leyenda independentista. Este contexto ha sido favorecido por el hecho de que los mismos que se rebelan, controlan las instituciones administrativas y políticas, lo que ha llevado a muchos de sus detractores a ver un movimiento político liderado por la oligarquía catalana, que arrastra al conjunto del pueblo catalán a la insubordinación al Estado.
Los líderes políticos nacionalistas catalanes, como los españoles, persiguen fines de clase; sin embargo, afirmar a partir de esto que los trabajadores catalanes (una parte) se movilizan inconscientemente en defensa de los intereses de la burguesía catalana, es muy atrevido, a la vez que ingenuo -y es que la ignorancia es muy atrevida-. Otra cosa es que cuando medimos el peso mediático de la voz cantante, o, dicho de otro modo, la homogeneidad política de unos y de otros, alta burguesía y trabajadores, la balanza parece vencer una vez más a favor de los primeros. Las clases altas, representadas en los partidos llamados nacionalistas, son más homogéneas y actúan como una. De algún modo, para estas clases, los intereses generales, digamos, empiezan y acaban donde empiezan y acaban sus intereses particulares.
Los otros, sin embargo, la clase trabajadora, los heterogéneos, son múltiples, tan diversamente pobres como diversa es la estructura del trabajo -incluyendo el no trabajo-, y sus intereses particulares y generales, de clase, se diluyen, a su vez, en una multiplicidad dispar de imaginarios colectivos.
Históricamente, los nacionalismos han resultado crueles y violentos. En el pasado, las oligarquías no han dudado en arrastrar a pueblos enteros a la destrucción y a la guerra en defensa de los privilegios de sus hijos. Guerras en que las vidas de los hijos e hijas de las clases trabajadoras han servido como monedas con que las familias han costeado la construcción de los emporios económicos que han alimentado luego la acumulación de poder y las sinarquías en el capitalismo histórico. Las clases trabajadoras no deberían caer en tales derivas históricas. Pero el caso catalán no es el caso (o no debería). Los trabajadores y trabajadoras que se movilizan en Cataluña lo hacen por los efectos de la desigualdad y de la pobreza tras la estela de propuestas emancipadoras, y en busca de espacios de participación liberadores y democráticos. Es responsabilidad de las organizaciones de izquierda y de los movimientos sociales encontrar vías de articulación que capaciten a las clases populares para encontrar procesos comunes de acción y resistencia frente a la opresión económica y política que sufren con la imposición de las políticas comerciales neoliberales respaldadas por las clases altas.
Las fuerzas sociales y políticas que históricamente han visto en la redistribución de la riqueza un mecanismo necesario para mejorar las condiciones materiales, y no materiales, de existencia individual y colectiva -eje fundamental en torno al cual se deben mover necesariamente las aspas del progreso social- deberían coincidir en el momento actual. Momento histórico en el que el diálogo por un proyecto compartido de sociedades libres, igualitarias y fraternas debería servir para expulsar del juego político los intereses espurios y mezquinos de la corrupción y su poder mediático, político y social.
Damian H. Cuesta. Sociólogo. Docente e Investigador Universitario
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