Antonio Turiel (León, 1970) es un doctor en Física Teórica experto en océanos que lleva años navegando por las aguas de la política energética y la economía. Investigador en el Instituto de Ciencias del Mar (CSIC) en Barcelona, su nombre suele asociarse al del colapsismo, pensamiento que preconiza un más o menos cercano umbral en que la humanidad no podrá seguir satisfaciendo sus necesidades de manera universal al haberse alcanzado los límites planetarios.
La idea, germinada en Francia en la última década, ha tenido enfoques tachados de apocalípticos, como los del exministro galo Yves Cochet, quien llega a decir que el medio de locomoción del futuro es el caballo. Si embargo, Turiel dice no identificarse como colapsista (y menos como un ‘fatalista’), sino más como un defensor del decrecimiento económico, como garantía para vivir en cierta armonía con las limitaciones de la Tierra y garantizar nuestro bienestar.
Convirtió a su libro Petrocalipsis (Alfabeto, 2020) en un bestseller en el mundo del ecologismo y de las alternativas económicas, no exento de debate. Le siguieron El otoño de la civilización (Escritos Contextatarios, 2022) y Sin Energía (Alfabeto, 2022), en lo que es una puesta al día de sus análisis, tras la crisis de suministros, los chips y la guerra de Ucrania.
Pasó el primer invierno de la guerra, proyectando una sombra casi apocalíptica sobre una Europa dependiente del gas ruso y ante la oportunidad de dar un salto importante hacia las energías renovables.
PREGUNTA: ¿Al final, no ha pasado nada, o han pasado muchas cosas en este año?
R: Recordemos que en Europa hemos tenido una temperatura
de hasta 15 grados por encima de la media. Con menos demanda de energía, menos
demanda de gas y ‘menos problemas’. La otra cuestión es el fuerte parón de la
industria. Esto ha permitido cumplir los objetivos que se marcó la Unión
Europea en disminución del consumo del gas. Recordemos un 15%. Al final ‘nos
falta’ energía.
Estamos en una situación en la que hay muchos países en el mundo en los que
están faltando combustibles, que están faltando alimentos, en los que hay una
inestabilidad creciente y hay situaciones que son bastante inauditas, cosas que
no se habían visto nunca antes. Es decir, claramente se observa una deriva
climática peligrosa, se observa que hay un problema de falta de agua recurrente
en España, temperaturas crecientes, problemas con las cosechas… los problemas
no se han solucionado, simplemente se han postergado un poco.
P: Habla usted de decrecimiento y no tanto de colapso. ¿Hay tiempo para que no sea algo traumático?
R: Hay tiempo para hacerlo por las buenas, de eso no hay ninguna duda. No vamos necesariamente a una catástrofe. Incluso también por la componente climática. No es verdad que no se pueda hacer nada, no es verdad que todo esté perdido. Hay tiempo para hacer cosas y hay muchas medidas que se pueden tomar tanto para gestionar el problema, los recursos, como para gestionar la crisis climática. De lo que ya no hay tiempo es para perder el tiempo.
P: ¿Es a lo que el presidente francés, Emmanuel Macron, se refería el año pasado como ‘el fin de la abundancia’?
R: Cuando Macron hace este discurso lo hace desde la
visión económica clásica. El fin de la abundancia, es ‘no vamos a poder
mantener un estado de bienestar como se ha podido mantener hasta ahora’, que se
basa esencialmente en un crecimiento de las ganancias para que luego haya una
cierta repartición en medio de protección social a la gente. Se puede
interpretar con la visión que tiene Macron (vamos a tener que apretarnos el
cinturón y va a haber una disminución de las prestaciones del Estado de
Bienestar) o se puede interpretar que hay que reformular la manera en la cual
uno concibe los fines de la sociedad y cómo se reparte las ganancias, cómo se
reparte la riqueza para conseguir un sistema más justo, que es complejo.
En todo caso, lo que está claro es que nos tenemos que adaptar a una situación
inevitable de descenso de la disponibilidad de energía y de materiales. Y esto
requiere una actuación. Esto no se puede dejar que se regule por sí solo, se
requiere una actuación política y un pensar cómo lo vamos a hacer.
P: Su tesis es que el modelo de transición energética, sustuiyendo directamente consumo fósil por consumo renovable no da de sí sin decrecer. ¿No habrá tecnologías (baterías, por ejemplo) que lo hagan viable?
R: El modelo utilización de energía que tenemos es uno
que está muy orientado al uso fósil. ¿Qué características tiene energía fósil?
Primero, que es fácil de transportar. Después, son energéticamente densos
(consigues mucha energía con relativamente poca cantidad). Esto favorece un
modelo de producción y de consumo centralizado. Grandes centros de
producción-transformación, grandes factorías… y luego se distribuye a todo el
mundo.
Las renovables, por el contrario, son por su propia naturaleza distribuidas,
pueden llegar (y producirse) en más partes. Y en todas partes llegan con poca
intensidad, pero la tienes en todos los sitios. Es una energía con una
capacidad de acceso mucho más democrática. Los modelos a los que se están
tendiendo son modelos fuertemente centralizados, son lo que se está buscando es
crear grandes sistemas de captación, grandes sistemas de concentración para
convertirlo en algo que rápidamente nos lo permita transportarlo a los centros
de producción y consumo. Como las características de las energías renovables
son muy diferentes, se producen ineficiencias y además en el proceso de
captación masiva y transporte masivo se requieren enormes cantidades de
materiales que tampoco son fáciles de obtener y que además implican también
pérdidas.
Y todo esto, al final, es fruto de esta obsesión de mantener el modelo fósil.
Tenemos un modelo económico que se basa en la concentración del capital y
lógicamente lo que busca es la maximización del beneficio. Y con las renovables
lo que podríamos tener es modelos más distribuidos, en los que la producción
fuera más local, para satisfacer las necesidades reales y que no busque siempre
esta concentración y ese crecimiento.
P: El tema de las necesidades… ¿puede ser subjetivo, quién dice lo que es ‘necesario’?
R: La cuestión es, ¿cuál es nuestro objetivo? ¿Consumir energía o darle a la población aquello que necesita satisfacer sus necesidades? Obviamente es lo último desde el punto de vista sistema económico. Sin embargo, parece que lo importante es producir por producir y ahí está el conflicto. Realmente, si nos preocupáramos en satisfacer las necesidades reales de la población, nos daríamos cuenta de que no necesitamos consumir ni tanta energía ni tantos materiales, y se podría hacer de una manera viable. Las orientaciones de los políticos son ‘vamos a seguir haciendo esto hasta el infinito’. Los impactos se acumulan y hay limitaciones sobre lo que puedes hacer. Hay que empezar a pensar en términos de lo que la gente realmente necesita y no lo que el sistema económico necesita.
P: Lo de cambiar el sistema económico a muchos les sonará a ‘comunismo’ o ‘racionamiento’…
R: La solución a los problemas que tenemos no es un
sistema comunista. La gran diferencia que tiene con el capitalismo está en la
propiedad de los bienes de producción y que el mercado, en vez de ser libre, es
un mercado regulado. Pero el fracaso viene de la necesidad del crecimiento. Y
los sistemas comunistas, tal y como los hemos visto, están orientados al
productivismo y al crecimiento, con lo cual chocan exactamente contra los
mismos límites planetarios. Yo veo perfectamente lógico que digas que podemos
plantear un sistema comunista que no sea crecentista. Pero creo que puedes
igualmente plantear un sistema económico con propiedad privada y libre mercado
que no sea crecentista y sería igualmente viable. Por supuesto que desde un
punto de vista social, uno puede legítimamente preferir un sistema u otro.
Al final, delante de una situación de disminución de la disponibilidad de
recursos, de carestía y escasez de energía y de recursos (carestía es que se
hace más caro; escasez es que no hay lo suficiente, que es hacia donde vamos a
ir), se tiene que decidir cómo se van a asignar esos recursos. La decisión que
uno tome, sea del tipo que sea –incluso no hacer nada y dejar que el mercado
regule– es una decisión siempre política. Es una decisión que tú haces conforme
con tus ideas de cómo se debe repartir. [Si lo hace sólo el mercado], será un
sistema de racionamiento por renta. Es decir, quien tiene más renta no sufre la
escasez. Esta es una manera posible de razonar. Seguramente socialmente es la
más injusta porque no es muy equitativa. Hay otras maneras de racionar y uno
puede decir que va a priorizar ciertos colectivos porque son vulnerables,
porque son estratégicos o por la razón que sea.
P: En sus libros leemos que una sociedad decrecida no perdería un ápice de calidad de vida, incluso más al contrario. Casi bastaría con no desperdiciar tanto. Pero para muchos economistas esto de decrecer suena a destrucción de empleo, de riqueza, de un modelo de vida… ¿Por qué cree que se equivocan?
R: Tenemos que plantear es si nosotros estamos
haciendo el mejor uso posible de esta energía. Lo que creo que es importante es
ver cuáles son las necesidades de las personas (y no los territorios).
Entonces, cuando uno mira lo que nosotros realmente necesitamos, realmente
necesitamos en el día a día, nos damos cuenta de que a lo mejor nuestras
necesidades de energía y de materiales en el fondo son como una décima parte de
lo que está consumiendo, per cápita, la población española. La mayoría de la
energía y los materiales están destinados al sustento de un sistema de
acumulación de riqueza del capital [la mayoría de la energía se emplea en mover
combustibles fósiles de un lugar a otro, sostiene en sus libros].
A mí, como soy físico, la gente me viene y me habla de si la solución está en
la fusión, si la solución está en nuevas tecnologías de almacenamiento, nuevas
posibles fuentes de energía a explotar… y todo el esfuerzo y el enfoque se pone
en la cuestión técnica, como si la solución al problema fuera cómo vamos a
encontrar una forma de energía que reemplace a las fósiles de tal manera que
todo pueda seguir siendo exactamente igual. El cambio que se tiene que hacer es
fundamentalmente social y cultural.
P: ¿Sin sacrificar bienestar? ¿Cómo se imagina esa transición?
R: Una situación de transición ideal es una en la que
hay una comprensión profunda de los problemas que tenemos con los límites
planetarios. Esto va mucho más allá que dejar de medir el PIB, que a veces se
dice, porque nosotros podríamos no medirlo, pero los grandes agentes económicos
lo medirían igual.
Que los objetivos de la sociedad sean básicamente satisfacer las necesidades,
reducir las desigualdades, dar un empleo digno a todo el mundo. La educación,
la sanidad, la alimentación adecuada, agua potable, etcétera. No a aumentar un
porcentaje creciente o un interés aplicado al capital. Ahora, actualmente, en
nuestro sistema económico, si no hay crecimiento económico, se genera paro, se
genera inestabilidad económica, se generan desigualdades. Necesitamos que
nuestro sistema económico no necesite el crecimiento, entonces hay que
organizarse de otra manera y esto implica cambios en el sistema financiero. Crees
que tienes más riqueza, pero es una riqueza que a lo mejor no se puede generar,
simplemente porque no es posible porque los recursos son los que son.
[Decrecer] no lo veo como destrucción, sino evolución. Se puede mantener el
bienestar. Aunque yo quiera mantener este sistema económico tal y como es ahora
mismo, va a fracasar, porque por una parte tenemos la desestabilización
climática y ambiental, por otro lado tenemos la escasez de los recursos. Yo
pienso que el decrecimiento nos habla más de hábitos saludables [con nosotros y
la Tierra]. Solamente cuando comprendamos que tenemos que vivir en los límites
del planeta tendremos hábitos saludables de vida. Al final es lo que estamos
hablando.