El pitido del descontento con la política, forjado en la desconfianza y el pesimismo, se escucha con fuerza en la España pandémica. Así lo indican los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el Eurobarómetro y el Pew Research Center. Además de una consistente percepción de la política como problema, durante la crisis sanitaria se consolida como nuevo foco de preocupación la inestabilidad.
Más del 70% de los españoles desconfían de los políticos, el Congreso, los sindicatos y el Gobierno. El Eurobarómetro muestra además que el descrédito es mayor que en el conjunto de la UE. La desconfianza en los partidos alcanza el 90% en España, frente al 75% en la UE. En el caso del Congreso, desconfía un 76% (60% en la UE). Más de la mitad de los encuestados españoles, más que en cualquier otro de los 17 países avanzados analizados por el Pew Research Center, creen que el sistema político necesita una «reforma completa». El 65% no están satisfechos con el funcionamiento de la democracia.
A tenor de los estudios y los análisis recabados para este artículo, el descontento está más relacionado con la percepción de una «mala» o «muy mala» situación en el país, especialmente económica, que no se corresponde con la percepción de los ciudadanos de su propia situación. El analista sobre relaciones internacionales Hernán Sáenz, coautor del estudioProtestas en el mundo, ve a la derecha en mejor disposición que la izquierda para aprovechar este humor social «agrio».
La política (inestable) como problema
Cuando llegó el covid-19 el humor social ya venía agriado por la recesión, la corrupción y los bloqueos políticos. La llamada «desafección», que incluye desconfianza hacia las instituciones y percepción de la política como problema, aparecía consolidada como un fenómeno definitorio de la sociedad española.
Un análisis de encuestas de la Fundación BBVA alertaba en 2016 de que la confianza en las instituciones democráticas perdida durante la recesión apenas se había recuperado con la mejora de los indicadores. Entre 2008 y 2016 la confianza en «los políticos» y en «el Parlamento» había caído 30 puntos porcentuales.
Las cosas no han mejorado con la pandemia. A punto de cumplirse dos años desde el estallido de una crisis sanitaria histórica, con el futuro preñado de incertidumbre y la extrema derecha condicionado un tablero político marcado por las dificultades para el acuerdo, las tripas de las encuestas del CIS muestran signos inquietantes.
En el último barómetro, un 41,2% de los encuestados respondían que cinco tipo de problemas relacionados con el papel de «la política» y «los políticos» estaban entre los tres principales problemas del país. Y ello a pesar de la pandemia y sus consecuencias, que agravan viejos problemas y crean otros nuevos.
Si la política vista como problema no es un fenómeno nuevo, sí es rupturista la fuerza adquirida por la preocupación por «la falta de acuerdos, unidad y capacidad de colaboración» y por la «inestabilidad política», todo ello agrupado en una única categoría por el CIS. Antes de la pandemia, el 0,3% de los españoles daban respuestas a las preguntas sobre el primer, segundo o tercer problema que podían etiquetarse en esa categoría de «inestabilidad». Hoy es el 9,6%. Durante la crisis sanitaria la consideración de la inestabilidad como problema se ha situado siete meses por encima del 10%, uno de ellos, diciembre de 2020, incluso sobre el 15% (15,4).
Desconfianza en la política
La Encuesta sobre tendencias sociales, publicada por el CIS en diciembre de 2021, amplía y profundiza en el retrato de la desafección. Algunos datos. El 29,2% de los encuestados expresan la «mínima confianza» en los partidos políticos. Si 1 es «mínima confianza» y 10 es «máxima confianza», el porcentaje de los que están entre el 1 y el 5 es del 81,3%. En el caso del Congreso, el porcentaje entre 1 y 5 –en el terreno de la desconfianza, podríamos decir– es del 72% (22,2% en «mínima confianza»).
¿Qué confianza merecen otros agentes de la democracia? Veamos:
– Sindicatos: el 76,1% se sitúa en la mitad baja de la escala de confianza, es decir, entre el 1 y el 5 (30,4% en «mínima confianza»).
– Gobierno: 71% entre 1 y 5 (31,3% en «mínima confianza»).
– Medios de comunicación: 68,3% entre 1 y 5 (17,6% en «mínima confianza»).
– Justicia: 59,8% entre 1 y 5 (15,8% en «mínima confianza»).
El único aprobado –más del 50% situándose entre el 6 y el 10– se lo lleva la Constitución, sobre la sólo un 37,4% sitúan su confianza entre el 1 y el 5.
En todas las categorías, en las siete, hay más encuestados que aseguran que han perdido confianza en los últimos cinco años. Esto afecta a partidos, sindicatos, Gobierno, Congreso, medios, justicia y Constitución. También hay más encuestados convencidos de que dentro de cinco años tendrán menos confianza de los que piensan que tendrán más, impresión que afectaba a todas las categorías salvo a la justicia. Se trata de una visión negativa de las instituciones democráticas que hace al mismo tiempo sentir que antes la situación era mejor y prever que será peor en el futuro. Nostalgia y pesimismo.
Hace menos de un año el Eurobarómetro mostró que los españoles presentaban mayor desconfianza en las instituciones que el conjunto de la UE. Sólo el 7% de los españoles muestra confianza en los partidos, frente a un 90% que desconfía, mientras en la UE estos porcentajes son del 21% y el 75%.
Este mayor recelo afecta también a la Administración en su conjunto, la justicia, las autoridades locales y regionales, el Gobierno y el Congreso. En el caso del Congreso, sede de la soberanía, sólo un 16% expresa confianza, frente a un 76% que desconfía (36%-60% en la UE). España sólo confía más que la media comunitaria en la propia UE y en el personal sanitario.
Insatisfacción con la marcha de la democracia
El centro de estudios Pew Research Center, uno de los más prestigiosos del mundo, ha publicado entre octubre y diciembre del año pasado datos que terminan de perfilar a España como a un país comparativamente descontento y pesimista.
El 86%, 83% y 53% de los españoles son partidarios de «reformas significativas» de la política, la economía y la sanidad, respectivamente, frente a unas medias de los 17 países analizados del 56%, 51% y 45%. El Pew Research Center toma esto como un indicador de insatisfacción. Sobre todo, por un dato: un 54% de los encuestados en España, más que en cualquier otro país de los estudiados, creen que el sistema político debe ser «completamente reformado». No reformado parcialmente, sino del todo.
Más datos. El 65% de los españoles no están satisfechos con el funcionamiento de la democracia, sólo mejor que en Grecia. La media está en el 41%. España queda con Estados Unidos, Francia, Grecia, Italia y Japón en el grupo de seis que concitan al mismo tiempo dos rasgos: satisfacción con la democracia baja y demanda de reforma alta.
Varios datos apuntan a que el descontento es mayor –como a priori parece lógico– entre los opuestos al Gobierno. Por ejemplo, el deseo de «reforma significativa» es mayor entre los que creen que la respuesta del Gobierno a la pandemia fue negativa (78% frente a 92%). En la misma línea apuntan los datos del CIS. Vox y el PP son los dos partidos cuyos votantes expresan en mayor porcentaje una «mínima confianza» no sólo en el Gobierno, sino también en el Congreso –llamativo 41% de los votantes de Vox–, los partidos y los sindicatos. En los medios, los que más expresan «mínima confianza» son los de Vox (35,9%), seguidos de los de Unidas Podemos (18,5%).
Las causas del descontento
Este carrusel de datos que desvelan descontento y desconfianza aparece en paralelo a múltiples evidencias de una pobreza/desigualdad estructural empeorada por la pandemia. Los dos últimos informes al respecto han sido esta semana: de Oxfam Intermón y Cáritas. En España hay 11 millones de personas en exclusión y 3,3 en situación de privación material severa. En 12 años ha crecido la distancia entre el 10% que más ingresa y el 10% que menos. La brecha de pobreza por origen familiar se ha ampliado un 30%. Cáritas, en último informe, lanza esta advertencia: «Se han agudizado las tendencias hacia el aislamiento y el conflicto social latente, cuando no explícito. En la medida en que esta situación afecta a la cohesión social, el reto de prevenir el deterioro de las relaciones sociales es crucial».
Se abre paso una pregunta: ¿está relacionado el auge de la desigualdad con los datos de descontento? Fernando Jiménez, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Murcia, afirma que la relación existe, pero «no es directa». Eso significa que los ciudadanos, a la hora de formar ese humor político, valoran más su impresión sobre cómo va el país que su propia situación. Es decir, prevalece la «perspectiva sociotrópica» sobre la «egotrópica», en palabras de Jiménez. Es una explicación útil para entender el descontento con la política en España, donde la gente no ve que su economía vaya mal, pero sí la del país. En el último barómetro los que ven la situación «muy mala» o «mala» suman un 64,6%, mientras los que califican así la suya propia son un 22,5%.
El Pew Research Center ha detectado que el 87% de los españoles califican de «mala» la situación, el peor resultado de los 17 analizados. Los autores del informe –Richard Wike, Janell Fetterolf, Shannon Schumacher y J.J. Moncus– vinculan el descontento con el pesimismo económico, que en el caso de España aparece como elevado. ¿Cómo de elevado? En julio del año pasado el 71% pronosticaba que a los niños de hoy les irá peor que a sus padres. Y todo ello a pesar de que un 65,6% considera su propia situación como «buena» o «muy buena» (CIS). Algo similar ocurre con la percepción de la «inestabilidad» como problema en los barómetros. Casi un 10% lo ve un problema para el país, pero sólo un 1,7% lo ve un problema para sí mismo. Es obvio que la narración mediática de los acontecimientos tiene un peso decisivo.
Pero también hay deberes políticos pendientes. Jiménez señala que, al igual que en buena parte de Occidente, en España «la Gran Recesión produjo un espectacular incremento de la insatisfacción con las instituciones democráticas». Ahora bien, añade, a diferencia de otros países –entre los que pone como ejemplo a Alemania–, en España la recuperación posterior del crédito se ha quedado corta, en línea con lo ocurrido en EEUU y Reino Unido. A su juicio, las explicaciones deben sobre todo mirar a la percepción ciudadana de la política como un espacio de crispación, polarización y «falta de disposición a resolver problemas». «Si, como en el caso de la pandemia, ves que en una situación difícil no se buscan consensos, sino que se explotan pasiones y diferencias identitarias, se produce un distanciamiento», explica.
La canalización del malestar
¿En qué se puede traducir este descontento? Puede responder con autoridad el analista sobre relaciones internacionales Hernán Sáenz, coautor del estudio Protestas en el mundo, que en más de 200 páginas escudriña datos de 2.809 protestas entre 2006 y 2020 en 101 países. El informe apunta a que, a lo largo de la última década, las expresiones de malestar se han ido enfrentando a una disyuntiva entre búsqueda de solución práctica de los problemas o exacerbación de los discursos de agravio. El estudio indica que la segunda opción ha ido ganando terreno a la primera. Tras una expansión de la protesta en todo el mundo, detonada por la crisis de 2008 y dirigida en principio contra las desigualdades, la concentración de poder y los recortes sociales, progresivamente el ánimo se ha ido agriando y cargando de impulsos excluyentes y de autoafirmación identitaria. Lo que queda ahora es una «segunda ola populista», que arrancaría entre 2013 y 2014 y que presenta demandas «mucho menos manejables y corregibles«.
En conversación con infoLibre, Sáenz afirma que ve en mejor posición a la derecha que a la izquierda para rentabilizar el humor político «agrio» que muestran las encuestas. Y ese beneficio se puede cobrar, añade, tanto en forma de movilización social –»vamos a ver a la derecha en la calle»– como de participación electoral. «Mira lo que está pasando en Francia», indica, en referencia a un escenario político en que la derecha domina la agenda y no hay partidos de izquierda con aspiraciones de victoria. A su juicio, la prueba de que la derecha está jugando en España la baza de la antipolítica para atraerse ese descontento no hay que buscarla sólo en Vox, sino de forma todavía más clara en Isabel Díaz Ayuso, que llega a jugar con la «desconfianza» en las decisiones de las autoridades a nivel estatal, «llegando incluso a desafiarlas» desde una posición institucional.
Rafael Cruz, profesor de Historia de los Movimientos Sociales en la Complutense, cree que el descontento con las instituciones es un aspecto «recurrente» desde la Transición y se muestra partidario de mirarlo con distancia. A su juicio, a pesar de lo mostrado por las encuestas, España presenta comportamientos mayoritarios de respeto por las instituciones, como la aceptación de las órdenes sanitarias y el escaso arraigo del antivacunismo. A ello se suma la canalización institucional –sobre todo a través de Podemos– del movimiento 15M. Cruz no cree que estemos a la vuelta de una traducción subversiva del malestar. Tampoco cree que el agravamiento de la desigualdad a raíz de la pandemia vaya a provocar que el descontento se concrete en ningún tipo de revolución. El asunto, dice, se canalizará en las urnas.