Portavoces del Gobierno norteamericano declaran que siguen «atentamente» los acontecimientos en Cuba. El presidente de los EEUU afirma que tomará nota de los que se oponen a sus deseos sobre el futuro inmediato del país antillano. Los corruptos dirigentes de la contra extremista, con residencia perma- nente en Miami Vice, llaman al ejército revolucionario cubano […]
Portavoces del Gobierno norteamericano declaran que siguen «atentamente» los acontecimientos en Cuba. El presidente de los EEUU afirma que tomará nota de los que se oponen a sus deseos sobre el futuro inmediato del país antillano. Los corruptos dirigentes de la contra extremista, con residencia perma- nente en Miami Vice, llaman al ejército revolucionario cubano a dar un golpe de estado por el bien de la nación, mientras celebran con fuegos artificiales la «crónica de una muerte anunciada». Una cantidad significativa de medios de información y periodistas se adentran en el espacio virtual de la política-ficción anunciando «lo que vendrá» sin que haya sucedido y sin que nada indique que vaya a suceder.
Una vieja y entrañable amiga cubana deja todo el escenario al desnudo con una pregunta que más parece una respuesta: «¿vivimos en el mismo planeta?».
En realidad el que parece seguir «atentamente» las reacciones de los EEUU es el Gobierno cubano. George W. Bush debería más bien tomar nota de los que están a favor de sus deseos sobre Cuba para ahorrar papel y gastos de personal. Nadie sabe exactamente si las proclamas de la contra radical al ejército cubano se dirigen al que comanda Raúl Castro o a uno del espacio sideral. Y los grandes medios parecen obedecer más a un reflejo condicionado denominado científicamente síndrome del perro de Pavlov que a las reglas, supuestamente objetivas, de su oficio.
Después de cuarenta y siete años intentándolo todo, con una cosecha de fracasos digna del récord Guiness, los enemigos de la revolución se enfrentan a la hora de la verdad sin ninguna imaginación, cargados de resentimientos y detallados planes de transición, pero olvidando que la ley de la física indica que para que algo se caiga hay que empujarlo y no se observa en el horizonte un punto de apoyo interno sólido.
La transmisión ordenada y clara de poderes, la tranquilidad social, la activación de los mecanismos de defensa y vigilancia para estar en guardia denotan que quien sí tiene un claro plan de tránsito y continuidad es la revolución cubana y que el tiempo juega a favor de su permanencia en el poder. Pero, al margen de estas observaciones del momento, hay que destacar que la esencia y el trasfondo de esta situación es que la revolución dirigida por Fidel constituye desde sus inicios un proyecto de independencia y soberanía nacional acompañado de un modelo de distribución equitativa de los bienes sociales frente a la dominación norteamericana sobre la nación antillana, que entrañaba la injusticia social como siste- ma, y este dilema es mucho más antiguo que el propio Fidel.
La continuidad de la revolución garantizaría la independencia de Cuba (algo tan escaso en el mundo de hoy) y permitiría abordar a la nación cubana, cuando consideren que sea el momento, los cambios que estimen necesarios dentro de un ambiente de orden, consenso nacional y soberanía, pero en cualquier caso el destino de la revolución cubana y por lo tanto de Cuba lo decidirán los algo más de doce millones de cubanos que viven en su país y no el escaso millón que reside fuera.
Cuba vive un momento trascendente de su historia, sus habitantes son muy conscientes de ello. Se juegan su independencia, su permanencia como nación, sus conceptos de justicia social que tanto aprecian y forman parte de su cultura, y haciendo abstracción de los descontentos, críticas o distanciamientos, se unen frente al peligro, la amenaza y el chantaje. Rechazan el caos social o el enfrentamiento civil que les quieren imponer sus poderosos y voraces vecinos del norte de la mano de una minoría cubano-americana extremista y anexionista que pretende convertir de nuevo a Cuba en su patio trasero y de paso borrar del continente americano el ejemplo y la realidad de que se puede construir un modelo de justicia y distribución social cuyo centro sean las personas y no el mercado sin rostro ni alma.
Los próximos meses serán tensos, pues, vistas las posiciones a los enemigos de la revolución, no les quedan muchas salidas, y todas se basan en provocar artificialmente un incidente que permita una intervención militar norte-americana ya sea directa o «humanitaria», como gustan llamarlas ahora, con todos los peligros que entraña una opción semejante.-
José Miguel Arrugaeta es historiador