La tarea del día en toda Cuba en el año 1961 era la alfabetización. El curso escolar quedó suspendido y todo joven, con voluntad y con un nivel primario vencido se fue a cumplir su deber e integrarse a las Brigadas Conrado Benítez. Todo se iniciaba con la solicitud que pedía la firma de los […]
La tarea del día en toda Cuba en el año 1961 era la alfabetización. El curso escolar quedó suspendido y todo joven, con voluntad y con un nivel primario vencido se fue a cumplir su deber e integrarse a las Brigadas Conrado Benítez.
Todo se iniciaba con la solicitud que pedía la firma de los padres para ser aceptada. Como la familia no siempre estaba de acuerdo se utilizaron muchos recursos para convencerlos, y si ello no resultaba, hasta se falsificaba.
Luego la impaciencia por esperar la respuesta en un ansiado listado. Para disponer alguna muda de ropa, el libro de cabecera, los enseres mínimos y el papel para escribir cartas.
El inicio no podía ser mejor: un curso de varios días en la playa de Varadero. Ahí donde el mar pierde la tonalidad entre lo verde y el azul cuando los rayos del sol le penetran, la arena parece cristal y la brisa adormece.
Las mansiones abandonadas por los dueños burgueses servían de improvisados alojamientos a los jóvenes alfabetizadores, quienes por primera vez conocieron de espacios sobrantes y lujos en las paredes.
Esa fue la impresión que tuvo Magalys al llegar a la residencia ubicada muy cerca del hotel Kawama, de sólo abrir la puerta y pararse en el portal, llegaba el olor a salitre y el sosiego emanado del mar.
Toda su infancia transcurrió en Morón, un poblado al norte de Ciego de Ávila, alejado unos kilómetros del mar pero que los pobres no tenían ni siquiera el dinero para tomar algún transporte y disfrutar de un día en la playa.
Ese período en Varadero sirvió para aprender el método para alfabetizar, entregar el uniforme, la cartilla, el manual y el farol chino que mucho alumbró.
Un solo recuerdo no se le borra de aquel lugar. Acostumbrada a la estrechez de un baño improvisado en el patio de la casa, fue a bañarse recién llegada para eliminar el sudor de un largo viaje.
Entró rápido a la ducha, disfrutó del agua cayendo sobre su cuerpo, pero al salir de la bañera, se asusta con una imagen en las paredes. Preguntó en alta voz para que alguien escuchara:
–¿Quién está dentro del baño?
Al instante se reconoce. Un gran espejo vestía toda la pared y se quedó con la duda: ¿Por qué los ricos se miran tanto así mismos?
* Nuria Barbosa León es periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba
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