Hubo aproximadamente 2500 casos de refugiados españoles durante y después de la guerra civil. Eran menos que en otros países de América Latina pero formaron una comunidad gravitante. Y supieron tejer lazos de solidaridad, incluso con los migrantes por razones económicas.
Desde que las noticias ya presagiaban la caída de la República, las asociaciones de colectividades españolas y aquellas que habían sido creadas para el envío de ayuda comenzaron a organizar acciones y canales para la recepción y solidaridad con los emigrados.
La solidaridad después de la guerra
El esfuerzo antes dedicado a la militancia pro republicana, viró a la ayuda hacia los exiliados. Se crea, por ejemplo, la Central Gallega de Ayuda a los Refugiados, en el seno de la Federación de Sociedades Gallegas.
En noviembre de 1939, siete meses después de finalizada la guerra civil, y a un mes del estallido de la Segunda Guerra mundial, se editó el primer número de la revista Timón, dirigida por el anarquista Diego Abad de Santillán que había regresado a Argentina ese año luego de participar de la guerra y de diversas actividades antifascistas.
Allí se planteaba que las sociedades españolas establecidas en América tenían dos deberes: amparar a los refugiados y trabajar por el futuro de España. La lucha por los valores que defendía la República debía continuar en suelo americano, porque esa era la forma de enfrentar al autoritarismo y alcanzar la libertad a escala mundial.
Así como Crítica había sido un activo impulsor de la ayuda a la República al poco tiempo de iniciada la guerra civil, el diario también adquirió un rol central cuando ésta finalizó y comenzaron a tejerse las redes de ayuda y recepción de refugiados republicanos.
Se ocupó al mismo tiempo de informar sobre las atrocidades cometidas por el franquismo, la situación de los españoles en los campos de concentración franceses y las políticas migratorias del gobierno argentino, en las que advertía un maltrato evidente a los emigrados que provenían del campo republicano, y condescendencia en la relación con los grupos franquistas.
Entre otras campañas, el diario abrió una suscripción popular a favor de la Comisión de Apoyo a los Intelectuales Españoles, encabezándola con un aporte propio de importancia. También colaboró con la Comisión Argentina para la Ayuda a los Niños Españoles, que procuraba la recepción en Argentina de huérfanos de guerra, finalmente no concretada.
Otras iniciativas se ocuparon de difundir información en torno a la situación de los exiliados y de organizar vías de traslado y recepción.
A acciones individuales como la de Natalio Botana, se sumaron las de las diversas organizaciones, que realizaban campañas para propiciar la llegada de emigrados y solicitaban al gobierno argentino medidas que aseguraran la apertura, como la integrada por personalidades de la política, como Marcelo T. de Alvear, Alfredo L. Palacios y Carlos Saavedra Lamas, o de las ciencias, como el médico Mariano Castex.
La derecha los quería lejos
La política migratoria restrictiva del gobierno argentino impidió que se pudieran concretar sus propósitos. Durante la contienda, la diplomacia argentina había defendido el Derecho de Asilo, pero desde 1938 el Poder Ejecutivo había comenzado a imponer restricciones al ingreso de extranjeros, principalmente de judíos y de republicanos gallegos.
Los periódicos de extrema derecha, como La Fronda, Crisol, Clarinada o El Pueblo, hicieron sus respectivas campañas de estigmatización de los refugiados “rojos”, tachándolos de “comunistas” como si tal filiación fuera un crimen, e incluso acusándolos de ser delincuentes comunes.
También echaban sospechas morales sobre ellos, en particular hacia las mujeres. El objetivo era presionar al gobierno argentino para que mantuviera y acentuara las restricciones para el ingreso.
En la perspectiva del gobierno conservador, nada mejor que mantener alejados a quienes podían ser portadores de ideas revolucionarias, antes de correr el albur de sus futuras acciones en el país.
Eran años álgidos en cuanto a huelgas y avance de las corrientes más a la izquierda en el movimiento obrero. Los gobiernos de la llamada “Concordancia” no querían tomar riesgos que juzgaban innecesarios. Además, las simpatías de buena parte de sus partidarios tendían hacia el franquismo.
En 1938, ya con Ortiz en la presidencia, se incrementaron las exigencias, al imponer un complejo trámite para obtener el preexistente permiso de libre desembarco, elevando los requisitos a cubrir.
Poco después el Ministerio de Relaciones Exteriores daba instrucciones a los consulados de no otorgar visas a quienes no pudieran demostrar haber sido agricultores en los cuatro años anteriores.
Así como a los que no hubieran residido en el país en que solicitaban la visa por un mínimo de cuatro años, lo que restringía aún más la posibilidad de cumplimentar lo que ya era un cúmulo de obstáculos.
Más allá de los vascos, que fueron bien acogidos por su filiación católica y en general no socialista sino nacionalista, las autorizaciones para entrar fueron limitadas
Primaron las excepciones para individuos o familias, por mediación de contactos en el país o también algún “acomodo” en el margen de las normas. Hubo numerosos casos de ingresos por completo ilegales.
Un mecanismo frecuente era que familiares residentes en el país, “llamaran” a sus parientes que se hallaban en condición de refugiados. Por último, no se pudo negar el ingreso a aquellos españoles que habían residido en el país antes de la guerra.
Por fuera de las esferas oficiales y los medios conservadores, la que había sido solidaridad con la República en guerra se convirtió en voluntad de acogida y ayuda a los vencidos.
Y sin embargo llegaron…
Como ya dijimos, finalmente unos 2500 refugiados españoles llegaron al país y se establecieron en forma temporaria o permanente. Cifra pequeña si se los compara con los más de 20.000 que llegaron a México, y menor que los 4.000 que arribaron a República Dominicana o los 3.500 que se establecieron en Chile.
Entre ellos tuvieron fuerte representación los de buena formación intelectual, que habían sido miembros de la elite política, académica o literaria en la España de los años 30. Era por tanto una emigración muy distinta a la de motivación sobre todo económica, que había llegado al país desde la segunda mitad del siglo XIX y formó la enorme colectividad española de Argentina.
Entre los factores que influyeron para que eligieran Argentina estuvo el que tuvieran familiares en el país, y la posesión de avales laborales e institucionales que favorecieran su inserción. También tuvo gravitación la buena imagen que tenía Argentina, como país acogedor, de elevada formación cultural y con posibilidades de progreso.
Fue la elevada preparación intelectual de muchos de ellos, junto al relieve político de algunos, que eran antiguos altos funcionarios, legisladores o diplomáticos de la República, la que confirió a los exiliados, pese a su corto número, un lugar de privilegio en el campo intelectual y literario del país.
Como suele ocurrir en los destierros, vinieron con la perspectiva de un pronto regreso, edificada sobre la creencia de que, definida la segunda guerra mundial en contra de los fascismos, los días de Franco en el gobierno de España estarían contados.
A juicio del historiador Leonardo Senkman, la comunidad de exiliados tuvo puntos en común que le permitieron conformar una identidad: “La guerra civil española operó de acontecimiento unificador del exilio de 1939 y punto de partida para la construcción de una identidad común republicana, en la cual expatriación, antifranquismo y deseo de retorno se convirtieron en articuladores esenciales. Pero, además, no hay que olvidar que esta común construcción identitaria exiliada tiene su anclaje en la memoria de la lealtad a la Segunda República.”
La existencia de esos puntos en común no convertía al conjunto de exiliados en un grupo homogéneo. El haber luchado o no en el campo de batalla, la mayor o menor implicación en el movimiento antifranquista del país, y las diferencias e incluso antagonismos políticos y sociales dieron lugar a “barreras simbólicas”, que incluso fueron causa de profundas fracturas en la colectividad exiliada.
La generalidad de las organizaciones constituidas en torno a la solidaridad con la República y con el esfuerzo de guerra siguió actuando. Ahora sus empeños estaban puestos en la denuncia de los crímenes e injusticias que el llamado “Nuevo Estado” cometía en España, y en el auxilio a los exiliados españoles.
Se articularon verdaderas redes solidarias para proporcionar diversas ayudas, entre las que se contaba en lugar destacado la referente a conseguir trabajo y medios de subsistencia a los que venían de la durísima realidad de la guerra y luego debían enfrentarse a la inseguridad sobre el propio sustento y el de sus familias.
Cuando los refugiados españoles empezaron a llegar a la Argentina, desde mediados de 1939, se encontraron con una sociedad que, pese a la hostilidad del gobierno, estaba bien predispuesta hacia su causa e incluso movilizada para defenderla.
Los nuevos exiliados, los antiguos emigrados
También contaron con el auxilio de españoles ya establecidos en el país, muchos de los cuales intervinieron para proporcionar empleo a sus compatriotas recientemente arribados. Quienes eran dueños o ejecutivos de empresas, ayudaron a muchos a conseguir trabajo, formándose redes de solidaridad al interior del colectivo de exiliados o entre éste y la emigración anterior.
No debe entonces pensarse el universo de los emigrados anteriores a la guerra, entre los que predominaban las motivaciones económicas, como un conjunto incomunicado con los expatriados por causa de la guerra.
Como se afirma en un trabajo sobre el tema, como también expresan Aránzazu Díaz y Reganón Labajo: “Si bien es clara la diferencia de motivaciones entre uno y otras, el exilio republicano que se dirigió a Argentina a partir de 1936 se sirvió y se ocultó bajo las mismas estrategias y redes que antaño habían sido utilizadas por los migrantes económicos y por los traslados causados por las relaciones culturales e institucionales entre ambos países.”
Fuera por afinidad política, por lazos familiares o amistosos preexistentes o por sentimientos de humanidad, resultaron numerosos los emigrados de años y décadas anteriores a 1936 que jugaron un rol activo para mejorar la suerte de los vencidos de 1939.
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