Vicenç Navarro ha publicado recientemente un artículo titulado «Por qué las izquierdas catalanas siempre han conjugado la lucha por la justicia social con la lucha por la identidad catalana» [1]. Coincidiendo con muchas de sus consideraciones de fondo, unas breves observaciones: 1. La izquierda catalana, como la vasca o la del resto de Sefarad, no […]
Vicenç Navarro ha publicado recientemente un artículo titulado «Por qué las izquierdas catalanas siempre han conjugado la lucha por la justicia social con la lucha por la identidad catalana» [1]. Coincidiendo con muchas de sus consideraciones de fondo, unas breves observaciones:
1. La izquierda catalana, como la vasca o la del resto de Sefarad, no ha hablado nunca o apenas lo ha hecho de identidades catalanas, vascas, gallegas, aragonesas o españolas. No era el punto esencial. No estaba ni en sus genes ni en sus memes.
1.1. En la propia amplia y prolija bibliografía de Vicenç Navarro -durante muchos años «Vicente» sin que el mundo se hundiera con ello, como yo soy «Salvadó», no Salvador, sin que pase res de res- hay claras pruebas de esa más que razonable falta de referencia (e insistencia monotemática) identitaria.
2. Una crítica frecuente que sectores de las izquierdas españolas hacen a las izquierdas catalanas, señala VN, «es que están contaminadas con el nacionalismo catalán». Tampoco la expresión «izquierda española» es muy nuestra. Es más bien terminología del nacionalismo catalán: Mas da ejemplo de ello con frecuencia, como muchos otros independentista que dicen ser de izquierda. Pero, sea como fuere, admitiendo mi posible desenfoque, muchos sectores de las izquierdas «españolas» no han hecho normalmente esa crítica porque, de hecho, no existía tal contaminación. No hemos sido nacionalistas, no nos han contaminado, no hemos buscado alianzas de clase con CiU y sus diversas prolongaciones o ayudas.
2.1. Si VN se refiere con «izquierdas españolas» al «psocialismo español», su ubicación política hasta fecha recientes, tengo poco que indicarle: él tiene mucho mejor conocimiento que yo del tema. Pero eso, en general, ha contado poco -era un dato a tener en cuenta- en la izquierda transformadora, catalana o no catalana.
3. La terminología y narrativa que se utiliza para hacer esa crítica varía, prosigue Navarro, pero en el fondo esa es la acusación nuclear. «No se dan cuenta de que en Catalunya la lucha por la justicia social ha estado siempre entrelazada con la lucha por el reconocimiento de Catalunya como nación». Añade: «siempre fue esa izquierda catalana la que lideró el movimiento de reconocimiento de la identidad catalana que incluía la demanda de autodeterminación». Se olvida VN, o no lo indica en este escrito, de un detalle muy importante: la izquierda catalana transformadora, como la del resto del Sefarad, que no hablaba en términos de «identidad» porque está suele ser muy plural (tanto en Cataluña, como en Euskadi como en el resto de Sefarad: existen identidades, no una identidad) defendió ese derecho, como pocas otras fuerzas, no por temas de identidad como decía sino por lucha contra opresiones, por defensa de los derechos culturales y lingüísticos de los pueblos, de todos los pueblos, al tiempo que abonaba, tendía puentes y luchaba por la unidad fraternal de todos los pueblos. Era su razón de ser, el ABC de sus principios y postulados. Lo mismo que Salvador Espriu, Miquel Martí i Pol y tantos otros.
4. Se está realizando precisamente estos días, en el castillo de Montjuïc, apunta VN, una exhibición sobre la Barcelona del periodo de posguerra 1939-1945, presentada por el Archivo Municipal de Barcelona. En su siempre documentada opinión, es «una de las exposiciones más didácticas y bien hechas de las pocas exhibiciones históricas que se hacen hoy en Catalunya y en España».
Debe ser así si el profesor Navarro lo señala. Más allá de eso. Dejo lo de Catalunya y España, que es, de nuevo, una forma nacionalista de hablar (y muy inadecuada por cierto: incluye en «España» a naciones-nacionalidades como Euskadi, Galicia u otras que, en buena lógica, deberían diferenciarse como se hace con Cataluña). Su ubicación en el castillo de Montjuïc, comenta VN, «de triste memoria en el imaginario colectivo de los barceloneses (es donde el President Companys de la Generalitat de Catalunya fue asesinado por los autodefinidos como nacionales), le da una especial relevancia». Tiene razón VN al señalar el insulto que significa hablar de «nacionales» para hablar de los fascistas españoles (sin excluir en el grupo a los catalanes) amigos de la Italia fascista., la que bombardeó por aire y mar Cataluña, y la Alemania nazi (como después del Imperio de los Imperios). Añado, por mi parte, que al lado de la tumba del presidente mártir está el «Memorial dels Immolats a Catalunya», el recuerdo ciudadano a los fusilados -cenetistas, comunistas, republicanos, catalanistas, gentes trabajadoras en su mayor parte- en el Camp de la Bota de Barcelona entre 1939 y 1953. Entre ellos, mi abuelo materno.
Comenta a continuación VN: «Es curioso (y criticable), por cierto, que el excelente video que se presenta en la entrada a la exposición se refiera a las fuerzas militares que ocuparon Barcelona como los nacionales (tal como las fuerzas golpistas se definieron a sí mismas) en lugar de los fascistas, que es la definición correcta que desde el punto de vista científico debería utilizarse». Soy consciente, señala, de que en España (para él, no Cataluña, el resto de Sefarad) este término raramente se utiliza, «sustituyéndose por el de franquista, reduciendo el régimen que el golpe de Estado estableció a una dictadura caudillista.»
Y de nuevo aquí, yerra o cuanto menos yerra parcialmente. En el resto de Sefarad se ha usado y se usa crecientemente el término «fascismo» para hablar de la dictadura franquista (Ángel Viñas es un ejemplo reconocido y admirado por todos) al igual que en Cataluña (el último libro del histariador Ferran Gallego, El evangelio fascista, es un ejemplo que debe destacarse). Pero no es frecuente, en cambio, el uso del término entre colectivos e intelectuales nacionalistas que suele designar con esa expresión, si acaso y cuando es el caso, al fascismo del resto de España, jamás o casi nunca para hablar del de casa nostra. Joan Antoni [Juan Antonio durante años] Samaranch, por ejemplo, no fue un fascista sino un franquista reformado y «muy consecuente», dicen, y, en el fondo, añaden, un hombre de importancia para el país -¡nos consiguió los Juegos Olímpicos!- que fue despedido com cal, casi con honores de Estado en tiempo de un gobierno que decía ser de izquierdas y nacional. De hecho, querían dedicarle hace poco una avenida en la ciudad de los prodigios, la millor botiga del món. Cambó, sin ir más lejos, ya la tiene, una avenida céntrica lleva su nombre. Al lado de la catedral, a 300 metros de la escultura dedicada al esclavista Antonio López.
La exposición tiene un defecto, señala VN: presenta sólo una parte de la verdad. Le falta la otra parte. La que falta: «La mal llamada Guerra Civil fue una lucha del nacionalismo españolista contra la nación catalana y su identidad y cultura, el cual impuso con sangre y fuego su visión exclusivista de España, reprimiendo brutalmente la otra visión de España, que fue perseguida, denunciándola como anti-España y separatista». Remarco: otra visión, otra concepción no uniformista ni opresiva de España. De acuerd, hay que insistir en ello. E insisto: «una lucha del nacionalismo españolista contra la nación catalana y su identidad y cultura» es una forma nacionalista de hablar. Josep Benet está en sus orígenes. ¿Cambo y los que como él apoyaron el golpe militar, Josep (entonces José) Plà por ejemplo, luchó contra la nación catalana y su identidad y cultura?
La Guerra Civil, señala VN con razón pero con prioridad más que discutible, «fue también otro conflicto, que no aparece en la exposición y que disminuye su valor. El enemigo del fascismo no era solo lo que llamaban el separatismo, sino también los rojos». ¿No sería mejor haber escrito que el enemigo esencial del fascismo, incluidos los fascistas catalanes, fueron los rojos, los roji-negros, los republicanos, los demócratas en general?
Algo similar puede decirse de expresiones como «La represión se centró no solo contra la cultura nacional catalana, sino también contra la cultura obrera y contra la clase trabajadora», que parece presuponer que la cultura obrera no fue o no es parte de la cultura nacional catalana (Nous Horitzons, es un contraejemplo destacado) o parece dar a entender que la represión contra la clase trabajadora estuviera en segundo plano. Basta recordar los torturados por Creix en la comisaría de Laietana y las distinciones que él hacía entre comunistas y «los otros» para darse cuenta de la inexactitud. De ahí VN infiere, «que los que lideraron la resistencia antifranquista, como el PSUC, siempre tuvieron muy claro que la defensa del mundo del trabajo era, en Catalunya, lo mismo que la lucha para recuperar la identidad catalana». No, no era lo mismo, aunque, ciertamente, como él señala, la cultura e identidad catalanas (que de nuevo presupone uniforme y no diversa) «y el mundo obrero tenían el mismo enemigo: el fascismo y su versión nacional-católica», con enormes apoyos éstos en la iglesia católica-catalana que fue capaz de facilitar grandes ideólogos del rancio nacional-catolicismo español. ¿Recordamos los nombres?
Y esto, va concluyendo VN, «es lo que falta en la exposición, resultado del sesgo nacionalista de la institución que la patrocina. Y es una lástima que ello haya ocurrido, pues gran parte de la represión que se muestra en la exposición ocurrió también en miles y miles de otros centros urbanos españoles».
Una obviedad, que parece olvidarse, que VN destaca con coraje político que debe reconocerse, que reconozco desde luego. «Solo al final de la exposición aparecen, en la pared que señala la salida, una serie de fotografías que simbólicamente muestran el esplendor, la excelencia y el lujo de la sociedad del Liceo (lugar y punto de referencia de la burguesía), rodeado por la miseria y la pobreza de los barrios obreros que lo rodean». Por primera y última vez, señala, «se habla del conflicto de clase». Qué lástima que no estuviera al principio, critica con razón, en lugar de al final, mostrando la tan clara relación entre la opresión nacional y la opresión social en Barcelona y en Catalunya. ¡La generosidad de VN es, sin duda, enorme y admirable en este punto!
Lo anterior ayudaría mucho a entender por qué incluso hoy el Estado español, «gran responsable de que el gasto público social sea de los más bajos de los existentes en la UE-15, y que sea también el Estado que continúa negando la plurinacionalidad de España», sea un Estado impopular en Catalunya y crecientemente en toda España. ¿Y crecientemente en toda España? ¿La ciudadanía de Catalunya hemos sido la vanguardia en este nudo? Ayudaría a ello lo señalado y la rapiña de las clases dominantes españolas (incluyendo por supuesto las catalanas) Tal impopularidad, remarca con razón VN, es hacia el Estado español, y no como maliciosamente acentúan las derechas -es decir, hablo yo ahora, las derechas nacionalistas como CiU- y algunas voces de izquierda -como, por ejemplo, vuelvo a hablar yo, ERC una fuerza que cada día tiene menos de izquierda y mucho, mucho, mucho, de nacionalista y punto- hacia España.
Las clases populares, señala VN, y da casi vergüenza decirlo y leerlo y, muy en particular, «la clase trabajadora de todos los pueblos y naciones de España», también fueron víctimas del Estado fascista, del que, debido a lo inmodélica que fue la Transición, el Estado actual continúa teniendo algunas características heredadas. De hecho, no es que también fueran. No, no fue eso. Fueron en primer lugar.
Una situación optimista, concluye el profesor de la UPF, «es la creciente alianza basada en una hermandad y causa común entre los movimientos sociales y partidos políticos que protestan y rechazan al Estado español a los dos lados del Ebro». Dejo, por no cansar, lo de los dos lados del Ebro que también es una forma nacionalista de hablar. Sal de la tierra de la izquierda lo apuntado por Navarro. Uno de los momentos más emotivos, comenta, «en las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo fue cuando el contingente procedente de Catalunya, con banderas catalanas incluyendo independentistas, llegó al punto de encuentro».
No sé si el profesor de la UPF llego a estar finalmente y no puedo acudir a ese encuentro o se lo han explicado mal pero, en realidad, y como es de sentido común de izquierdas, hubo protestas por la confusión entre banderas catalanas y banderas independentistas, críticas más que razonables que algunos dirigentes sindicales nacionalistas no eran capaces o no querían entender. Para ellos, la estelada es ya la bandera catalana. Destaco, el punto es importante, las protestas no tuvieron su origen entre ciudadanos-trabajadores de otros territorios de Sefarad sino entre los propios manifestantes catalanes que no querían manifestarse tras una bandera que representa una opinión, a un sector social, no a la clase obrera catalana. Detrás de una bandera que nunca ha sido la suya.
En aquel momento, concluye VN, «los otros contingentes de otras partes de España les aplaudieron». No fue así. Aplaudieron la presencia solidaria de ciudadanos catalanes (o vascos o andaluces o extremeños), no la bandera independentista, la que representa la ruptura del demos general. Ahí, en esa confluencia, señala VN con razón, «se estaban estableciendo las semillas para una nueva España con un nuevo Estado, el que las fuerzas republicanas habían soñado antes de ser derrotadas».
No es sorprendente, por lo tanto, en opinión más que compartible, que la bandera republicana, junto con las banderas de los distintos pueblos de España, la catalana, no la independentista, entre ellas, «fueran las más presentes en tales marchas». Presencia, por cierto, que no suele ser signo destacado (ni incluso signo) en los encuentros y concentraciones nacionalistas catalanes. La republicana, dicen algunos, es también una bandera «española». No es suya. ¿Por qué las fuerzas nacionalistas y/o soberanistas catalanas de izquierda, incluyendo el Procés Constituent, el partido o agrupación actual de Vicenç Navarro, no han celebrado este 14 de abril? ¿No es de recibo? ¿Es una celebración «española»? ¿Y por qué hay que celebrar entonces el 11 de septiembre? ¿Porque es nuestro, porque es un signo identitario? ¿Esta es la lógica del asunto?
La cuestión de fondo: ¿nos importa, nos debe importar a los trabajadores catalanes, de origen o de adopción, con identidad acentuada o en estado templado tendente a frío, que las cinco comunidades europeas con mayor paro sean Andalucía, Ceuta, Melilla, Canarias y Extremadura, y que a éstas se unan, entre las diez primeras, Murcia y Castilla-La Mancha? ¿O esto no es cosa de «catalanes» sino de «españoles»? ¿Es o no es una cosa nostra?
Nota:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=183458
Salvador López Arnal es nieto del obrero cenetista asesinado en el Camp de Bota de Barcelona en mayo de 1939 -delito: «rebelión»- José Arnal Cerezuela.
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