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Más allá del cuerpo

El feminismo como proyecto emancipador

Fuentes: Mujeres en red

¿De qué manera las distintas olas del feminismo han ido evolucionado a la par -o en respuesta- a las fases del capitalismo? ¿En qué medida cierta crítica feminista sigue siendo anti-sistémica, o mantiene, como sugiere Nancy Fraser, una «amistad peligrosa» con el sistema actual? ¿De qué manera la falta de contundencia de las respuestas emancipadoras […]

¿De qué manera las distintas olas del feminismo han ido evolucionado a la par -o en respuesta- a las fases del capitalismo? ¿En qué medida cierta crítica feminista sigue siendo anti-sistémica, o mantiene, como sugiere Nancy Fraser, una «amistad peligrosa» con el sistema actual? ¿De qué manera la falta de contundencia de las respuestas emancipadoras está creando condiciones para la «actualización» o resurgimiento de viejos conservadurismos?

Ahora que la crisis económica y las políticas de austeridad han golpeado al Norte, emerge una moda de varios tipos de activismo entre los que se hace visible una suerte de feminismo «pop» -en Hollywood, en la industria musical, etc.-. ¿Es esto sospechoso? Aunque es importante que se visibilicen por todos los medios las formas de opresión y discriminación hacia las mujeres, urge analizar la compleja relación entre feminismo y capitalismo, en particular, dada la asombrosa capacidad del sistema capitalista de reinventarse en momentos de crisis, adaptando los imaginarios culturales que lo sostienen. ¿De qué manera las distintas olas del feminismo han ido evolucionado a la par -o en respuesta- a las fases del capitalismo? ¿En qué medida cierta crítica feminista sigue siendo anti-sistémica, o mantiene, como sugiere Nancy Fraser, una «amistad peligrosa» con el sistema actual? ¿De qué manera la falta de contundencia de las respuestas emancipadoras está creando condiciones para la «actualización» o resurgimiento de viejos conservadurismos?

A veces toma tiempo entender cómo ha cambiado una sociedad, así, si resulta relativamente fácil identificar el machismo de ciertos discursos arcaicos -que creíamos superados, pero siguen resurgiendo en pleno siglo XXI-, es mucho más complejo entender las nuevas formas de machismo consolidadas en esta nueva etapa del capitalismo global. No sólo sus discursos son más ambiguos sino que, en parte, surgieron en reacción al movimiento feminista de los años 60, incorporando algunas de sus reivindicaciones. En particular, se ha generado todo un imaginario que profundiza la mercantilización del cuerpo y de la vida, amparado en un discurso de «libertades individuales» que, paradójicamente, se introyecta y se traduce en prácticas de auto-disciplinamiento. Lo que lleva a preguntarnos si hoy en día tiene sentido seguir reivindicando un feminismo desde el cuerpo y cuáles serían algunos de los retos para un feminismo que busca construir una sociedad justa e igualitaria.

Una reacción al capitalismo

La discriminación y violencia hacia las mujeres tiene, lamentablemente, un largo recorrido, por eso la historia está repleta de mujeres luchadoras y emancipadas, pero lo que se conoce en Occidente como «feminismo» surge de alguna manera con el capitalismo moderno, alrededor del siglo XIX. Con la Revolución Industrial, cambia la estructura social: se generaliza el trabajo asalariado, profundizando la división entre el trabajo productivo remunerado y el trabajo reproductivo, asumido principalmente por mujeres y relegado a segundo plano. Se consolidan los Estados-nación, y con ellos una noción de ciudadanía de la cual las mujeres quedan excluidas: esposas e hijos, y todos sus bienes incluyendo remuneraciones laborales, pasaban a ser, en los hechos, «propiedad» de los maridos. Es así como la primera ola feminista occidental lucha principalmente por el derecho al voto y a la propiedad, pero también a la educación, al divorcio y a derechos laborales.

El capitalismo de ese período es uno de libre mercado, donde los Estados intervienen y redistribuyen muy poco, dando lugar a una de las fases de mayor explotación laboral y desigualdad social del capitalismo moderno en Europa y Norteamérica. Bajo estas condiciones, la lucha obrera, el marxismo y el anarquismo prosperan, y surge un feminismo anti-capitalista ligado a estas revoluciones. Feministas como Alexandra Kollontai, Rosa Luxemburgo, Emma Goldman, desarrollan un discurso mucho más radical en cuanto a derechos laborales, autonomía, derechos sexuales y reproductivos, etc. Relacionan la opresión de las mujeres con el modo de producción capitalista, que se sostiene en el trabajo reproductivo no remunerado, necesario para asegurar un excedente de mano de obra que permite reducir las condiciones del trabajo obrero, ya que siempre habrá gente desempleada dispuesta a trabajar por menos. Clara Zetkin denunciaba además que, por sus condiciones de exclusión, las mujeres eran contratadas en condiciones de mayor explotación, generando reacciones adversas de los obreros hacia ellas, por lo que creía fundamental unir fuerzas en una causa común. Trascendiendo la idea de «guerra de los sexos», este feminismo reivindicaba que, así como la opresión de las mujeres sólo terminará con el fin del capitalismo, el Socialismo sólo será posible con la liberación de la mujeres.

Después de los avances logrados por esta primera ola, viene una época de retroceso tanto en Occidente como en los países comunistas, que Kate Millett [1] calificó de contra-revolución conservadora. Con la guerra, las mujeres habían copado las industrias, cuando los hombres vuelven a sus puestos de trabajo, los estados capitalistas promueven grandes despliegues mediáticos para que las mujeres retornen al hogar, reforzando el imaginario patriarcal del jefe de hogar con sueldo único y el ama de casa dependiente. Esto, ligado a la creciente cultura del consumo: la promoción de electrodomésticos y todo tipo de artículos para «hacer la vida del ama de casa más fácil y agradable», la creciente industria de la belleza y del entretenimiento, con todo el glamour de Hollywood. Es en este contexto que surgen los movimientos contra-culturales y emancipadores de los años 60 y 70, y con éstos la segunda ola del feminismo.

El Nuevo Espíritu del Capitalismo

Después del colapso del mercado financiero en 1929, se forjó un capitalismo de Estado más intervencionista, re-distributivo y con vastos programas sociales para luchar contra la Gran Depresión, que se termina de consolidar en la posguerra. Las condiciones de vida en Occidente mejoran notablemente, sin embargo, este capitalismo empieza a ser percibido como paternalista y rígido, el trabajo industrial como repetitivo, poco creativo y deshumanizante, y los roles sociales claramente demarcados como restrictivos. De estas críticas surge la Nueva Izquierda y los movimientos del 68 en Europa y Norteamérica, a los que se suma la segunda ola feminista. Este feminismo entiende al capitalismo como «patriarcal» por promover relaciones de poder desiguales entre hombres y mujeres, que se manifiestan en la violencia y explotación doméstica, introduciendo el concepto de que lo personal también es político. La crítica va dirigida tanto contra el machismo como contra el capitalismo y su exacerbado consumismo, abogando por la autonomía, la liberación sexual y condiciones de equidad en todos los ámbitos. Lo curioso es que, sin proponérselo, de alguna manera estos movimientos marcaron ciertas pautas recuperadas en la configuración neoliberal del capitalismo.

Si bien la crítica social de la generación del 68 no logró derrocar al sistema, su «crítica artística» abogando por mayor libertad, creatividad, flexibilidad y autonomía, influyó en consolidar un «nuevo espíritu del capitalismo» [2]. De estos movimientos radicales incluso surgieron varios de los sectores que se convertirían en dinamizadores del nuevo capitalismo, como las tecnologías digitales y las industrias creativas [3]. Cuando el capitalismo de Estado entra en un período de estancamiento en los años 70, los promotores del neoliberalismo empiezan a movilizar su agenda, abogando por la desregulación de los mercados y el desmantelamiento del Estado de Bienestar. Esta agenda encuentra puntos en común con la crítica artística, dando origen a una nueva subjetividad neoliberal: individualista, «creativa», emprendedora y competitiva, en el tránsito hacia un capitalismo más atractivo y flexible. La crítica feminista, como apunta Nancy Fraser, sin querer también influenció a este nuevo espíritu, legitimando un imaginario que facilitaría la feminización y flexibilización de la mano de obra, atentando contra las aspiraciones feministas de igualdad.

Aunque el neoliberalismo trajo -a su modo y según su interés- flexibilidad y autonomía, a la vez se propuso desmantelar el Estado de Bienestar, implantando políticas de austeridad que sólo han profundizado las desigualdades, incluyendo las de género. Este nuevo capitalismo global, basado en una economía más financiera y especulativa, se constituyó sobre una flexibilización laboral: debilitando sindicatos y contratos colectivos, desplazando gran parte de la producción industrial hacia los países del Sur, donde los salarios y regulaciones son mucho menos exigentes. Esto, acompañado de una feminización de la mano de obra, sobre todo de la menos calificada y con peores condiciones laborales, como en la industria textil. Pero también en los países del Norte, donde el salario único ya no da abasto y las mujeres deben trabajar, la oferta laboral se vuelca a los servicios y se precariza. Es decir, la explotación a las mujeres en el mercado se profundiza, mientras globalmente siguen asumiendo la mayor parte del trabajo doméstico. Después de varias décadas podemos constatar, como David Harvey [4] tan claramente lo explica, que el neoliberalismo ha consistido en una «acumulación por desposesión», es decir, una extracción de las riquezas naturales, colectivas y de las clases populares hacia las clases más pudientes. Incluso economistas más conservadores, como Thomas Piketty [5], hacen un minucioso análisis de cómo las desigualdades entre ricos y pobres se han profundizado en las últimas décadas, con tendencia a agravarse, pues las fortunas son cada vez más heredadas y no construidas, reduciendo las posibilidades de movilidad social y desmantelando el imaginario derechista de que esfuerzo y trabajo equivalen a fortuna.

Pero detrás de este sistema que genera desigualdad, hay un gran aparato cultural alimentando los imaginarios que lo sostienen. Este nuevo espíritu, como veíamos, parte principalmente del individualismo y la competitividad, del ‘emprendedor’ que ya no necesita seguridad laboral, sino que construye su propia fortuna, todo bajo la consigna de las libertades. Desaparecen las seguridades -laboral, socio-familiar, financiera- que ofrecía el capitalismo de Estado, y surge la denominada sociedad del riesgo [6]. El mismo discurso emprendedor parte del «arriésgalo todo, no importa si es tu dinero o el de otros». En esta nueva economía casino, el sector financiero se vuelca a las inversiones de riesgo, desatando crisis financieras -que luego paga la ciudadanía-, florecen los negocios ilícitos, como el tráfico de drogas, armas y personas, particularmente en las zonas donde el estado neoliberal abandona a las poblaciones, y con éstos aumenta la violencia [7]. Todo esto ligado a la exacerbación del consumo y la opulencia, la industria del ultra-lujo crece como nunca mientras Hollywood, la TV, el Rap gangsta o marcas como Nike hacen la apología del gánster y del renegado. Es la cultura del «todo vale», del cinismo, del reality show -del que muchos deben ser excluidos para que uno gane-, donde lo que importa es conseguir mucho dinero, a costa de quien sea y lo que sea.

Una de las principales batallas que ganó el Neoliberalismo fue separar lo social y cultural de lo económico [8]. Estados y organismos internacionales conceden ciertos reconocimientos a las «minorías», incluso les adjudican fondos y pequeños espacios de poder para incidir en el plano de lo social/cultural, dejando todo el manejo económico en manos de «expertos», empresarios e inversionistas. A la par, este momento de reconfiguración deja a los movimientos en una suerte de vacío de referentes, y el feminismo entra en lo que Fraser denomina el tránsito de la redistribución al reconocimiento. Es decir, se vuelca a reivindicaciones identitarias y culturales, enfocándose en temas como la violencia, el pago igualitario y los derechos sexuales y reproductivos, pero alejándose de las críticas económicas y estructurales. En este intento de reacomodar asimetrías de poder dentro del sistema sin cuestionar al sistema, se fragua, en palabras de Fraser, una «amistad peligrosa» entre el feminismo y el neoliberalismo. Esto termina de consolidarse con la denominada tercera ola feminista, asociada a las identity politics -políticas de identidad-, que si bien juegan un rol importante en integrar a minorías étnicas y LGBTI, privilegian este enfoque culturalista. Esto no quiere decir que el feminismo dejó de jugar un rol importante, pues se dieron muchos avances en esos ámbitos. Se trata más bien de ampliar el enfoque y mirar por qué incluso en los países del Norte, donde muchas de las reivindicaciones puntuales fueron en gran medida garantizadas, hoy vemos retrocesos en las condiciones de vida de las mujeres, particularmente de clase obrera y migrantes. Sin embargo, lo cultural, que siempre fue parte de las reivindicaciones, no deja de ser crucial, es más, en el tránsito al Neoliberalismo surgieron fuertes cambios culturales que modificaron la cara del machismo, o más bien la ampliaron en varias dimensiones.

De «chica de casa» a «chica cosmo»

Con el surgimiento de la subjetividad neoliberal emerge lo que Rosalind Gill [9] denomina la subjetividad «postfeminista». Hay una ruptura con el modelo sexista clásico del ama de casa abnegada para construir un nuevo ideal femenino que Gill describe como una mujer joven, atractiva, heterosexual, que juega con su poder sexual y siempre está sexualmente activa. Alimentados por la gigantesca industria de la belleza, los medios de comunicación nos bombardean con nuevos ideales estéticos de looks altamente elaborados -pero «auténticos»- y cuerpos perfectamente moldeados bajo el bisturí y el photoshop. Estos estándares imposibles resultan extremadamente rentables, pues las mujeres nunca llegan a estar totalmente satisfechas con su figura y siguen consumiendo cremas, píldoras de dieta, cirugías, etc. Esto ha significado para muchas mujeres una suerte de triple jornada en la que siguen asumiendo la mayor parte del trabajo doméstico, tratan de construir una carrera profesional y además invierten gran cantidad de tiempo y recursos en cultivar su apariencia física. Un elemento clave de esta nueva subjetividad, señala Gill, es la noción de autonomía y elección propia. Nosotras «elegimos» la dieta, la cirugía, etc; nos venden la idea de que nuestra liberación pasa por estas elecciones.

Y es que la mujer postfeminista es construida como una emprendedora autónoma, calculadora y racional, encargada de auto-monitorearse, auto-disciplinarse y construir su propia imagen ideal: un perfecto sistema de auto-control biopolítico. Proliferan los programas televisivos de makeover -transformación-, que van desde cambiar de ropero hasta cirugías extremas, así como revistas y programas que nos guían en el camino de la reconstrucción, partiendo siempre del lema: algo está mal pero puedes corregirlo. Incluso campañas alternativas como las de Dove y #ImNoAngel, que pretenden ampliar los cánones de belleza –ampliando de paso su clientela-, no cuestionan que la mujer sea valorada principalmente por su físico; usan el discurso de empoderamiento para vender su marca. Y es que en esta época en que la publicidad ya no promociona productos, sino estilos de vida y deseos, los deseos de liberación feminista se han convertido en una estrategia más para vender.

No se trata de juzgarnos entre nosotras por usar tacones o hacer dieta, sino de hacer visibles los mecanismos sociales y culturales por los cuales nos sentimos constantemente presionadas a actuar o a vernos de determinadas maneras, cargando cualquier culpa sobre nuestros hombros, pues estamos sometidas a un doble estigma: si rechazamos ciertos patrones, como decidir no depilarnos, somos objeto de burla o bullying, y si nos esmeramos demasiado nos tildan de postizas, porque además los nuevos estándares abogan por lo «auténtico». Ya en el giro del milenio, la nueva heroína adolescente -véase la Cenicienta moderna de Hilary Duff- es una joven guapa y delgada, que además no se cuida y come hamburguesas: es auténtica y natural, mientras su villana es una mujer atractiva pero hyper-producida -entiéndase falsa- de la que se burlan por anoréxica: «los laxantes no son comida» [10]. El estigma hacia la cirugía plástica es aún mayor, como se evidenció cuando irrumpió el escándalo de los implantes mamarios PIP, que, comercializados entre mujeres de estratos bajos a un precio más accesible, empezaron a romperse fácilmente y resultaron ser de silicona industrial no apta para uso quirúrgico. En un primer momento la opinión pública no dudó en responsabilizar a las mujeres -por vanidosas-, minimizando la gravedad del problema sanitario. Muchas de las más de 300 mil afectadas en el mundo siguen peleando, años después, por que se les cubra el retiro de los implantes.

Por supuesto que décadas de lucha feminista también permitieron a muchas mujeres crecer bajo parámetros distintos, con seguridad y autoestima, reflejados en los logros de las mujeres en todo tipo de ámbito. Pero existe una preocupación, analizada en varios estudios recientes, por el impacto cada vez mayor en jóvenes y adolescentes de los estándares de belleza. Las encuestas muestran índices altos y crecientes de inconformidad con la apariencia física, de desórdenes alimenticios, depresión, etc. Este «complejo moda-belleza», como detalla Mona Chollet, termina excluyéndonos de áreas de decisión. Incluso para cultivar una imagen de mujer inteligente es necesario una buena apariencia física, es así que las mujeres en altos cargos políticos o profesionales son constantemente juzgadas por su físico, relegando sus ideas o logros. Tras décadas de acceder a ámbitos profesionales, académicos y políticos, de demostrar que nuestra inteligencia y capacidades valen, parecería que estamos volviendo a pasar de sujetos a objetos.

El retorno del cuerpo

Con los parámetros estéticos y la cultura de hypersexualización surge lo que Joan Jacobs Brumberg llama el «proyecto del cuerpo» de las mujeres, amplificado por la cultura visual de la época selfie y las redes sociales. Analizando diarios de niñas, Jacobs constató que mientras hace un siglo había muy poca mención al cuerpo, en décadas recientes se ha ido convirtiendo en el foco central de atención, desde muy temprana edad. Históricamente, el pensamiento cartesiano que separó a la mente del cuerpo, colocando a la inteligencia racional eurocéntrica por encima de otros saberes, sirvió como una de las bases ideológicas del racismo, la colonia y la esclavitud: justificó la comercialización y propiedad de cuerpos ajenos. Así mismo, tratar a las mujeres de emocionales y poco inteligentes justificaba la tutela o propiedad de sus maridos sobre ellas. Reducir a las mujeres a un cuerpo no es un gesto inocente, las coloca en esta sub-categoría y promueve su objetización y mercantilización: es bajo este imaginario que hoy florecen las redes globales altamente feminizadas de tráfico laboral y sexual.

Natasha Walker [11] nos brinda un extenso e interesante análisis de cómo salimos de una jaula de la castidad para entrar a una jaula de represión de sentimientos. La revolución sexual llamaba a romper con los roles sociales y estéticos establecidos, a aceptar nuestros cuerpos, explorar nuestra sexualidad y vivir emociones fuertes, a través de relaciones entre iguales. Algo muy lejano al actual imaginario de consumo desenfrenado de relaciones sexuales desechables y sin involucramiento emocional, digno de la cultura del fast-food. Este nuevo imaginario, según Walker, es reforzado por la cultura omnipresente del porno, cuyo consumo es cada vez mas generalizado, sobre todo en Internet. La crítica feminista al porno, sin embargo, decayó en las ultimas décadas por recelo a contradecir a la liberación sexual, olvidando que ésta no criticaba al sexo explícito, sino a la representación artificial y estereotipada de la mujer-objeto-hypersexual y del sexo centrado en el rendimiento y no en la emoción o el placer -particularmente femenino-. Si bien surgió un porno alternativo que rompe con los estereotipos, éste no deja de ser marginal, y gran cantidad de jóvenes «se educan» sexualmente con porno tradicional. Walker explora además cómo se está naturalizando la idea de comercializar nuestro cuerpo o sexualidad, en torno a una narrativa que romantiza a la propia prostitución. Proliferan historias como las de estudiantes que subastan su virginidad online, páginas web de encuentro para que jóvenes atractivas y educadas encuentren un sugar daddy, crowdfunding para chicas que venden sus fotos y videos eróticos; es decir, se normaliza la idea de que «tu cuerpo es el camino más rápido hacia cualquiera de tus sueños». Lejos del estereotipo de la mujer oprimida y forzada a venderse, muchas de estas iniciativas están dirigidas a jóvenes de estratos medios con estudios superiores, lo que alimenta el imaginario de que, mientras hayan grandes sumas de dinero de por medio, las mujeres han sido astutas en capitalizar «lo que tienen».

Dentro de este imaginario, la autonomía reivindicada por el feminismo queda mutilada, reducida a auto-administrar ese «cuerpo», la liberación sexual se desvía de una conexión con una misma hacia una enajenación del cuerpo [12], cada vez más valorado por su potencial mercantil. En zonas empobrecidas donde florecen negocios ilícitos -como el eje cafetero Colombiano- es donde más prolifera el comercio sexual, las cirugías, la idea del cuerpo como «única salida». Y es que la naturalización de la mercantilización ha contribuido a minimizar realidades más dramáticas, como que el tráfico de mujeres y niñas para la explotación sexual se ha incrementado exponencialmente con la globalización neoliberal, -se estima que afecta a unas 4.5 millones de personas y crece más rápidamente que el tráfico mundial de armas y drogas-. O que en las zonas militarizadas y de conflicto las mujeres continúan siendo sistemáticamente violadas, violentadas y prostituidas a la fuerza. No es de sorprender, además, que potencie a la denominada «cultura de la violación», en la que los hombres se sienten con el derecho de abusar de una mujer simplemente por cómo se viste o actúa, fortalecido por los altos índices de impunidad a nivel global. Mientras se incita a las mujeres a capitalizar sus cuerpos, no se deja de minimizarlas por eso mismo: se las culpabiliza al ser violadas y sigue imperando el slut-shaming -denigrarlas de putas-. ¿Cómo, entonces, desafiar estos imaginarios de objetización y posicionarnos como sujetos?

El doble discurso de «mi cuerpo es mío»

Los mecanismos sociales y culturales que nos llevan al «proyecto del cuerpo», al auto-control, a hacernos responsables de lo bueno y malo que nos sucede, mientras se camuflan las relaciones de poder desiguales y las causas estructurales de la exclusión, es lo que llamamos ideología. La ideología no funciona con reglas impuestas a la fuerza, sino a través del consenso. Es decir, son ideas que nos seducen, convenciéndonos de que «no hay alternativa» y debemos aceptar ciertas situaciones, por más injustas que sean. Pero estas ideas tienen que ser alimentadas constantemente para subsistir, y es por eso que la batalla de las ideas es tan importante. El reto está en construir discursos y lenguajes distintos, que nos permitan imaginar otros modelos de sociedad posibles y nos movilicen.

«Mi cuerpo es mío», slogan que surgió en la segunda ola del feminismo, se ha mantenido como un hito para denunciar la violencia contra las mujeres y promover la despenalización del aborto. Me parece importante señalar cómo este tipo de slogan, que yo misma utilicé por años, más allá de la importancia de las causas que reivindica, esconde un ambiguo discurso postfeminista, que nos llama a desplegar mayor creatividad y espíritu crítico en busca de nuevos conceptos. La primera ambigüedad está en el énfasis en el cuerpo, reforzando su objetización: poseemos el cuerpo, no lo somos. Este lenguaje falla en cuestionar los imaginarios que nos reducen a un cuerpo o a ser sus administradoras. Ligada a esta idea está la de la mercantilización, a través del lenguaje de la propiedad. El capitalismo se ha esmerado en inventar mecanismos de propiedad -títulos de propiedad, patentes, propiedad intelectual- para mercantilizar lo que antes era no-transferible: la tierra, las ideas, el conocimiento. Es así que acciones como la que se realizó en España, de ir al Registro de la Propiedad a inscribir sus cuerpos, desde un punto de vista capitalista representa el primer paso para poder comerciarlo. Asociar los derechos a la propiedad, algo característico del neoliberalismo, debilita otras posibilidades, como plantear unos intangibles no-apropiables y no-mercantilizables: el aire, el agua, los seres humanos… Y por último, si bien este slogan promueve la autonomía, también apunta a la individualización. Al ser mío, ¿soy la responsable de lo que le suceda a ese cuerpo? ¿Incluso de que no sea violentado? ¿No tendría más sentido esperar que, como sociedad, todas y todos velemos juntos por que ninguna persona nunca sea violentada? El imaginario neoliberal siempre busca desarticular a las sociedades, individualizando sus problemas, haciendo recaer toda responsabilidad en las elecciones de cada persona, mientras invisibiliza los factores externos que condicionan y la estructura económica diseñada para generar desigualdad.

Construir autonomía y un sentido de conexión con una misma sigue siendo fundamental para las mujeres, pero tal vez tiene más sentido pensar en discursos que nos reafirmen como sujetos. Este tipo de slogan tampoco ha sido el más eficaz en promover la despenalización el aborto. En los países donde se ha despenalizado, las feministas supieron posicionarlo como un problema de salud pública y de exclusión social: mientras las mujeres adineradas abortan en toda seguridad, las mujeres humildes mueren por abortar en condiciones de riesgo. El aborto está más relacionado con una decisión respecto a ser madre que al cuerpo y es pertinente abordarlo desde ahí: la maternidad no puede ser una imposición, es una decisión muy seria que requiere un sinnúmero de condiciones emocionales y materiales. Abordarlo desde el cuerpo, en cambio, lo sitúa como una disputa entre individuas y Estados sobre el control de ese objeto-cuerpo, fallando en situarnos como sujetos y en cuestionar el indulto del que gozan los hombres en el asunto. Este tipo de lenguaje anclado en el individualismo y el cuerpo, además, no ha logrado generar consensos en la opinión pública -sin lo cual los políticos difícilmente se las juegan-, sino que ha generado reacciones adversas. Y es que a la par del neoliberalismo hemos visto también resurgir viejas tradiciones y fundamentalismos, síntoma de una revolución fallida.

Ni puta ni virgen: feminista y transformadora

Históricamente, con la Conquista se construyeron imaginarios de las culturas colonizadas como primitivas y atrasadas, estigma que se perpetuó con la configuración capitalista del mundo entre países «desarrollados» y «subdesarrollados». Aunque fue la misma lógica del capitalismo global la que permitió a unos países enriquecerse más que -y a costa de- otros, se perpetuó la idea de que son las culturas «atrasadas» de estos pueblos las responsables de su subdesarrollo. Enfatizar en el machismo de estos pueblos siempre vino bien para demostrar su barbarismo. Por supuesto que las causas feministas son tan necesarias en el Sur como en el resto del mundo, el asunto está en que las mujeres sean el sujeto de su propia emancipación y no que el feminismo perpetúe lógicas colonialistas o sirva de punta de lanza de la «modernización» y el neoliberalismo. Gayatri Spivak enunció claramente la lógica colonialista de: «hombres blancos salvando a mujeres de color de los hombres de color» [13]. Hasta hoy, Occidente no ha dejado de utilizar «causas feministas» como excusa para invadir países. Así, Lila Abu-Lughod [14] denuncia el cinismo de Republicanas como Nancy Reagan que, mientras boicoteaban los derechos reproductivos y laborales de las mujeres en su propio país, salían a defender a las oprimidas mujeres afganas y pedir que por favor bombardeen ese país. La ironía es que fue justamente Occidente, encabezado por EEUU, que liquidó a todos los estados laicos de Oriente Medio, financiando y favoreciendo el surgimiento de gobiernos fundamentalistas, como los Talibanes. Pero con el Neoliberalismo, los fundamentalismos no solo crecen en Oriente.

Como plantea Chantal Mouffe [15], con el Neoliberalismo los valores liberales de «libertades individuales» han sido completamente dominantes sobre los valores democráticos, desplazando la igualdad y soberanía popular. Mientras amplios sectores de la población han quedado excluidos de estas «libertades», derechas e izquierdas han mantenido las mismas políticas económicas, negando los problemas estructurales, la exclusión y la conflictividad social que ésta genera, sin plantear una real opción de cambio. Así, y por la debilidad de propuestas desde la izquierda, las extremas derechas han florecido en Occidente, planteando un discurso radical que de alguna manera aborda las inquietudes de la gente. Así mismo, en ausencia de un discurso emancipador novedoso frente a las nuevas formas de machismo -como la hypersexualización- sectores más tradicionales han sabido plantear respuestas que les han dado un nuevo protagonismo. Beatrix Campbell ve una estrecha relación entre el cuerpo cubierto (fundamentalista) y el cuerpo moldeado (liberal), ambas parte del «neopatriarcado neoliberal».

Bajo su lógica de mercantilización y auto-disciplinamiento, Gill sugiere que el neoliberalismo conlleva ya en su esencia un sesgo de género y que la mujer es construida como su sujeto ideal. Añadiría que son las mujeres del Sur, con el adicional estigma de trabajadoras y abnegadas, las más apetecidas. Campañas como The Girl Effect de la Fundación Nike -más allá de «culturizar» los problemas e individualizar las soluciones- pone sobre los hombros de las mujeres del Sur la responsabilidad del cambio modernizador, construyéndola como sujeto neoliberal: emprendedora, convierte cualquier activo en negocio, pero además sacrifica sus beneficios en pro los suyos. La ironía es que Nike ha sido de las primeras en beneficiarse de mano de obra feminizada y explotada del Sur.

Así mismo, con el giro que dan los organismos internacionales al comienzo del milenio de entender al neoliberalismo ya no como el problema, sino como la solución [16], florecen los programas de microcréditos, dirigidos principalmente a mujeres -consideradas más disciplinadas en pagar-. Éstos, bajo una lógica financiera mas no redistributiva, han generado mayor vulnerabilidad: más obligaciones, endeudamiento y hasta suicidios. Y es justamente en los países del Sur donde las mujeres más han sostenido prácticas alternativas, tanto desde sus cosmovisiones distintas y formas de relacionarse con la naturaleza, como desde necesidades concretas que las llevan a tejer redes de solidaridad y otras formas de organizar la economía. La economía feminista, que llama a privilegiar la reproducción y sostenibilidad de la vida frente a la acumulación del capital, ha planteado estas experiencias como parte de la solución [17]. Así, mas allá de articularse a una lucha más global -como vimos en el giro del milenio en torno al proceso de alter-globalización y el Foro Social Mundial-, la crítica feminista tiene la capacidad de aportar soluciones y salidas a la crisis estructural.

Analizar la evolución del capitalismo nos ayuda a entender dónde estamos y qué retos enfrentamos. Estamos frente a una crisis sistémica y civilizatoria donde el capitalismo encara además los límites de su depredación ambiental, que se manifiesta, entre otros, con el calentamiento global. Ahora que la crisis golpeó al Norte, generando transitoriamente cuestionamientos incluso entre sus defensores, podemos vislumbrar un nuevo momento de adaptación del capitalismo. Es el momento de plantear respuestas radicales que apunten a una verdadera transformación, que no deriven en una nueva «humanización» del sistema. ¿Queremos un feminismo que se limite a dar acceso a ciertas mujeres a los privilegios de un sistema injusto, o uno que cuestione esos mismos privilegios y se articule a una lucha global que busque construir un mundo más justo, con condiciones de vida digna para tod@s? Pero además cabe la pregunta de qué significa ser radical, cuando muchos postulados radicales de los años 70, que en gran medida aún profesamos, conllevan en sí el ambiguo doble discurso postfeminista, e incluso son utilizados para promover agendas contrarias a la causa feminista. Por eso se vuelve tan importante no solo entender las nuevas subjetividades y las ideologías que encubren, sino buscar formas creativas de ponerlas en evidencia y repensarse los discursos feministas emancipadores; discursos que sirvan de «anti-cuerpos» al sistema.

P.-S.

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Notas

[1] Millett, Kate, Sexual Politics, New England Free Press, Boston,1968.

[2] Boltanski, Luc and Chiapello, Eve, The New Spirit of Capitalism. Verso, 2007; Mager, Astrid, «Algorithmic Ideology», en Information, Communication & Society 15.5, 2012.

[3] Streeter, Thomas. «The romantic self and the politics of internet commercialization». en Cultural Studies 17.5 (2003)

[4] Harvey, David. Breve Historia del Neoliberalismo. Madrid: Akal, 2007

[5] Piketty, Thomas. El Capital en el siglo XXI. Cambridge (Mass): El Belknap Press de Harvard University Press, 2014

[6] Giddens, Anthony, The Transformation of Intimacy: Sexuality, Love, and Eroticism in Modern Societies, Stanford UP, London,1993

[7] Comaroff, Jean & Comaroff, John L., «Millennial Capitalism: First Thoughts on a Second Coming», en Public Culture 12.2, 2000

[8] Esto ha operado como un obstáculo adicional para reconocer el estatus económico de las mujeres y de sus dinámicas de trabajo, producción y reproducción, así como de sus agendas reivindicativas y de las políticas correlativas, ubicadas sistemáticamente en el campo de lo social (Véase: León, Magdalena, «Uma visāo feminista sobre a economia e a globalizaçāo», en Açoes das mulheres contra o jogo da OMC, SOF, Sāo Paulo, 2003).

[9] Gill, Rosalind, «Culture and Subjectivity in Neoliberal and Postfeminist Times», en Subjectivity 25, 2008.

[10] Frase de la película Una Cenicienta Moderna, 2004

[11] Walker, Natasha. Muñecas Vivientes: el regreso del sexismo, Turner Publicaciones S.L., Madrid, 2012.

[12] Judith Butler y Athena Athanasiou hablan de una «desposesión» en analogía a la «acumulación por desposesión» de Harvey, en Dispossession: The Performative in the Political, 2013.

[13] Spivak, Gayatri, «Can the Subaltern Speak?», en Nelson, Cary and Grossberg, Lawrence, Marxism and the Interpretation of Culture, University of Illinois Press, Urbana,1988

[14] Abu-Lughod, Lila, «Do Muslim women really need saving?», en American Anthroplogist 104, 2002.

[15] Mouffe, Chantal, En torno a lo politico, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007. Ver también: entrevista a Mouffe en El País

[16] León T., Magdalena, «FSM: Espacio para la construcción de feminismos», en Revista Estudos Feministas 11.2, 2003.

[17] León T., Magdalena, Redefiniciones económicas hacia el buen vivir: un acercamiento feminista,2012. Ver también: Cambiar la economía para cambiar la vida, 2009.

Fuente: http://www.mujeresenred.net/spip.php?article2202