Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Esta semana, la ciudad israelí de Be’er Sheva (Beer el-Sabe) celebrará un festival de vino y cerveza en la antigua Gran Mezquita de la ciudad. Los planes de la municipalidad han provocado la indignación de los ciudadanos palestinos del país, incluido un cuestionamiento legal por el grupo de derechos de minorías Adalah, así como una carpa de protesta y condena de los dirigentes comunitarios y políticos.
El episodio es un microcosmos de la historia oculta de Israel, un país en el cual las ciudades y el campo están sembrados de recuerdos de la continua limpieza étnica en el centro del establecimiento de un Estado «judío y democrático».
La población palestina de Be’er Sheva fue expulsada en 1948 y la orden operativa de la conquista de la ciudad incluía la «demolición de la mayor parte de la ciudad». Algunos residentes terminaron en campos de refugiados en la Franja de Gaza.
La mezquita se construyó en 1906 y utilizó para el culto hasta la Nakba. Después se usó inicialmente como prisión y luego como tribunal, antes de que se abriera como museo. Un letrero visto durante este verano en el Museo del Néguev dice: «los servicios higiénicos se encuentran en el edificio anteriormente utilizado como mezquita». Una transformación semejante tiene precedentes: la mezquita de la aldea palestina Al-Khalisa, limpiada étnicamente, ahora es el museo de Qiryat Shemona.
Los ciudadanos palestinos intentan desde hace tiempo que se restaure la Gran Mezquita de Be’er Sheva como lugar de plegaria y culto. El año pasado, casi una década después que los demandantes fueron al Tribunal Supremo, los jueces dictaminaron que el edificio se utilice como museo islámico. Incluso esto fue mejor que la posición de la municipalidad de Be’er Sheva que proponía abrir un «Museo de las Culturas de los Hijos de Abraham», y que se ha opuesto al uso de la mezquita como lugar de oración sobre la base de que «creará violencia y trastornará el orden público».
El caso se mencionó en el último informe de Libertad Religiosa del Departamento de Estado de EE.UU. sobre Israel, que señaló la «discriminación gubernamental y legal contra los no judíos y contra las corrientes no ortodoxas del judaísmo».
La historia de la mezquita de Be’er Sheva me recordó una conversación reciente con una periodista de The Jerusalem Post, Lahav Harkov. Respondiendo a sus twits sobre una visita a una bodega de vino en el norte de Israel, recordé a Harkov que el kibutz en cuestión se encuentra en el terreno de Saliha, una aldea palestina sometida a la limpieza étnica (donde las fuerzas israelíes mataron entre 60 y 90 aldeanos reunidos en una casa).
Harkov twitteó posteriormente que «fue una guerra» y que «en los dos lados ocurrieron tragedias», y agregó que «hay sitios turísticos en campos de batalla en todo el mundo. No es algo tan importante, en mi modesta opinión». De un modo revelador, la periodista agregó: «Además, soy una sionista impertérrita y pienso que Israel pertenece legal e históricamente a los judíos».
La simple mención de la historia de 1948 provocó una serie de justificaciones que resultaron en una franca defensa del privilegio étnico-religioso. Como escribió hace poco Gideon Levy en Ha’aretz sobre Tel Aviv, una ciudad «cuya fama de claridad y apertura tiene reputación mundial, está construida en parte sobre aldeas [palestinas] arruinadas, y no está dispuesta a reconocerlo».
Este rechazo proviene en parte del grado de limpieza étnica que tuvo lugar en la Nakba. Unos 90.000 inmigrantes fueron instalados en casas palestinas en Jaffa, en el centro de Haifa y Acre, y en 1954, más de un tercio de la población judía de Israel vivía en propiedades de personas ausentes. El 95% de las nuevas colonias judías establecidas entre 1948 y 1953 se encontraban en propiedades de personas ausentes. En 1951, el «Comité de denominación» del Fondo Nacional Judío, había asignado 200 nuevos nombres como parte del proceso para eliminar a los palestinos del mapa en más de un sentido.
Pero no se trata solo de «historia antigua». En muchos casos, los palestinos expulsados de sus casas y aldeas viven solo a unos kilómetros en campos de refugiados al otro lado de la frontera, y se les prohíbe volver únicamente porque no son judíos. Algunos incluso son ciudadanos del Estado, pero a pesar de ello siguen privados de su propiedad por el régimen sistemáticamente discriminatorio.
Además, el recuerdo de 1948 -y sus actuales consecuencias- va a la par con la resistencia a los actuales actos de limpieza étnica, sea en Cisjordania o en la región de la propia Be’er Sheva, donde decenas de miles de personas se enfrentan a la expulsión forzosa en nombre del «desarrollo» del Néguev. Mientras los apólogos de Israel instan a la gente «a superar» los eventos de la historia (por motivos obvios), es aún más difícil hacerlo cuando siguen demoliendo casas de palestinos en 2012.
Ben White es periodista, escritor y activista, especializado en Palestina/Israel. Es graduado de la Universidad de Cambridge.
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2012/09/20129475526951177.html
rCR