Desde los años 70, Ricardo Almenar se ha dedicado a estudiar el cambio climático y los problemas que giran en torno a la sostenibilidad. Su último libro, «El fin de la expansión» (Ed. Icaria), traza una contraposición entre el «mundo océano» (dilapidador y expansivo) y el «mundo isla» (que atiende al consumo racional de recursos […]
Desde los años 70, Ricardo Almenar se ha dedicado a estudiar el cambio climático y los problemas que giran en torno a la sostenibilidad. Su último libro, «El fin de la expansión» (Ed. Icaria), traza una contraposición entre el «mundo océano» (dilapidador y expansivo) y el «mundo isla» (que atiende al consumo racional de recursos escasos). Autor o coautor de una decena de libros, este biólogo y experto en desarrollo sostenible considera que vivimos en «una huida hacia delante; no sólo no se adoptan medidas, sino que caminamos en sentido contrario a la sostenibilidad; con las nuevas tecnologías, la explotación de hidrocarburos en roca y los aumentos en la producción de carbón, nos dirigimos al colapso».
El «fracking» (extracción de gas o petróleo en roca) y sus efectos (contaminación de acuíferos y pequeñas sacudidas sísmicas) centran los últimos debates ambientales. Llamas la atención sobre el impacto en los acuíferos…
Hay que tener claros algunos conceptos. Cuando se contamina un acuífero, la situación es irreversible. La única solución consiste en extraer el agua, descontaminarla y volver a introducirla en el subsuelo. Además, la contaminación de los acuíferos no podemos constatarla a menos que estos se analicen periódicamente. Tampoco existen, como sí sucede en las aguas marinas, microorganismos que permitan amortiguar los efectos perniciosos de la contaminación. Los acuíferos, en definitiva, resultan esenciales: buena parte de los municipios españoles consumen agua procedente de los mismos. Y hay otra cuestión significativa respecto al «fracking»: para extraer el gas de la roca hace falta agua; en los lugares con escasos recursos hídricos, son necesarios usos adicionales.
El nuevo «Dorado». La extracción de petróleo y gas no convencional. ¿Qué diferencias observas entre Estados Unidos y la Unión Europea?
En Estados Unidos hay una gran obsesión por el «fracking», y con poca oposición en términos generales. En este punto hay una cuestión esencial de la que se habla poco. En Estados Unidos, el propietario del terreno lo es también del subsuelo; por el contrario, en Europa el subsuelo es de titularidad pública. Por eso, en Estados Unidos, al propietario de un monte, bosque, pastizal o terreno de cultivo le interesa que una compañía privada extraiga el gas o el petróleo, pues se produce un reparto de beneficios. En Europa, dado que se requiere una concesión administrativa (por la condición pública del subsuelo), el proceso resulta mucho más lento. En el estado español nos hallamos, en términos generales, en la primera fase del «fracking», la de exploración. Y hay que tener cuidado. Aun cuando no haya una relación directa, si en la etapa exploratoria se detectan hidrocarburos, la presión se hace muy fuerte para que la extracción se implemente.
¿Cuál consideras que es el fondo del problema?
La humanidad se enfrenta actualmente con dos grandes retos. En primer lugar, los recursos no renovables (petróleo, gas y carbón) están agotándose. Estamos quemándolos a gran velocidad y liberando a la atmósfera CO2 y metano, con los consiguientes efectos de cambio climático. Pues bien, lo que nos proponen países y empresas es una gran huida hacia delante. La búsqueda de nuevos yacimientos y el uso de nuevas tecnologías para explotarlos. Hacer lo de siempre, pero con tecnología más moderna. Esto es el «fracking». Pero no sólo. Lo mismo ocurre cuando se habla del «secuestro del carbono», es decir, la inyección de los desechos en el subsuelo, como alternativa a su liberación a la atmósfera. En este caso, hay que buscar los suelos adecuados y realizar grandes inversiones en tecnología, lo que complica mucho el proceso. Tampoco es esta la solución.
¿Todo se limita a un asunto de impacto ambiental?
Se suele hablar de los impactos ambientales y de los intereses económicos. Por eso me gustaría insistir en otro punto: la Ley de Rendimientos Decrecientes en relación con los recursos energéticos. Pongo un ejemplo. Hasta ahora hemos explotado los yacimientos mejores y de más fácil extracción. En primer lugar, el petróleo de Arabia Saudí; después, el del Mar del Norte; mayor dificultad ofrecía el crudo del Golfo de México; el siguiente paso es el «fracking»; en el final del proceso, se hallaría la extracción del petróleo de las arenas bituminosas en Canadá. Es decir, por cada unidad de producto invertida, los rendimientos son cada vez menores. En otras palabras, cada vez hay un mayor equilibrio entre los costes energéticos de extracción, y la energía obtenida. Y esto es porque hablamos de recursos agotables. Otro ejemplo muy claro lo constituye el cultivo de maíz en Estados Unidos para la producción de bioetanol. La relación resulta equilibrada o desfavorable entre la energía producida y la finalmente obtenida.
La gran huída hacia delante, a la que te referías….
En efecto, porque consumimos recursos no renovables pero no se invierte en su renovación, en elementos sustitutivos. Insisto que ahora ni siquiera considero los impactos ambientales. Hablo en términos energéticos. Se extrae y consume petróleo, gas o carbón (e incluyo la energía nuclear) pero luego no existe una compensación ni una reposición, por ejemplo, con una inversión en placas solares que equilibre la energía consumida. La consecuencia de estos procesos es que el cambio climático puede llegar mucho más rápido de lo que pensamos.
¿Cómo describirías el escenario actual, en términos de cambio climático?
El CO2 y el metano son los principales gases de efecto invernadero. Se derivan fundamentalmente de dos procesos: la quema de combustibles fósiles, y otro que se cita menos, la fabricación de cemento (por cada tonelada de cemento producida, se libera a la atmósfera media tonelada de CO2). Pero lo más significativo es que el dióxido de carbono que se produce hoy, permanecerá en la atmósfera entre 50 y 200 años. Y esto no se toma en consideración. Las decisiones que tomemos hoy influirán de manera decisiva en las próximas generaciones.
Pero existen mecanismos de absorción del CO2…
Los mecanismos naturales de absorción son la vegetación y los océanos. La vegetación tiene una capacidad limitada y en cuanto a los océanos, existe una tendencia a una acidificación cada vez mayor. Al final habrá una absorción por la vegetación y los océanos, pero al permanecer el CO2 entre 50 y 200 años en la atmósfera, nos enfrentamos a muchos efectos no deseados. Por ejemplo, se registrará un incremento de las temperaturas en el planeta. También habrá cambios en el régimen de lluvias, en las corrientes marinas y, en fin, del clima en su conjunto. Fíjate que la temperatura del planeta ha aumentado un grado como media desde la Primera Revolución Industrial (1750). Naciones Unidas ha puesto un límite -digamos, razonable o de seguridad – de dos grados respecto a la época preindustrial. Corremos a un ritmo que nos conduce inevitablemente al colapso.
¿Suponen, a tu juicio, una alternativa el Tratado de Kyoto o similares?
El Tratado de Kyoto finalizaba en el año 2012. Sólo la Unión Europea, Noruega y Australia han firmado el Post-Kyoto, es decir, el compromiso de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero hasta 2020. Han acordado una disminución del 20% respecto a las emisiones de 1990. Ahora bien, la UE, Noruega y Australia suman sólo el 15% de las emisiones mundiales. Esto significa que sobre la mayor parte de las emisiones, nada menos que el 85%, no hay un control. Por eso se trata de un acuerdo muy limitado. Pero es que, además, el compromiso del 20% prácticamente se ha logrado ya (entre 1990 y hoy la reducción de emisiones de CO2 en la UE, Noruega y Australia alcanza el 18%). Esto se debe a motivos como el desmantelamiento de la industria pesada en los países de la Europa del este (que eran grandes emisores de CO2), la crisis económica en la periferia europea y las mejoras de la eficiencia energética en países como Alemania u Holanda. Así pues, en términos institucionales, no hay previsto nada a escala mundial en los próximos años.
No hacer nada, en un escenario de colapso…
Lo que se pretende es mantener la tendencia actual. Y de ese modo, es prácticamente imposible cumplir con los límites establecidos por Naciones Unidas. Incluso te diría que, más que no hacer nada, caminamos por el camino directamente contrario al de la sostenibilidad. Por un lado, con la explotación, mediante técnicas de «fracking», de nuevos yacimientos de gas y petróleo en roca. Además, para 2035 está previsto un aumento en un 50% de la producción y consumo de carbón, sobre todo por países como China e india. Se dice que en dos años el carbón podría superara al petróleo como principal fuente de energía. Pero con el «fracking», el petróleo puede a su vez adelantar al carbón. Se trata de una auténtica carrera enloquecida hacia el colapso.