«Los organismos vivos pueden usar una limitada cantidad de energía -mucha o poca es igualmente fatal a la existencia orgánica. Los organismos, sociedades, personas, así como las ciudades son delicados sistemas que regulan la energía y la ponen al servicio de la vida.» Lewis Mumford Cruzando el puente de Williamsburg entre Brooklyn y Manhattan en […]
«Los organismos vivos pueden usar una limitada cantidad de energía -mucha o poca es igualmente fatal a la existencia orgánica. Los organismos, sociedades, personas, así como las ciudades son delicados sistemas que regulan la energía y la ponen al servicio de la vida.» Lewis Mumford
Cruzando el puente de Williamsburg entre Brooklyn y Manhattan en la Ciudad de Nueva York observaba las estructuras abandonadas a un lado del Rio Este, al otro inmensos edificios de apartamentos construidos hace muchas décadas y de fondo, a la distancia, un mar de calles con edificaciones imponentes. Un escenario donde millones de seres humanos circulan a diario. Desde niño las grandes ciudades me causan una especie de temor, a perderme en ese mar de gente, ruidos y distancias; no las entendía y me preguntaba por que la gente vive así pudiendo vivir en un pueblo que demoraba menos de una hora en recorrer a pie, como el mío. Las respuestas a las preguntas que nos hacemos las encontramos solamente en andar de la vida.
Ciudades que impresionan por su actividad, como Nueva York o Buenos Aires, guardan sus misterios, sus secretos, que conviven en silencio -su historia, su arquitectura, su infraestructura con su presente de opulencia por un lado y de supervivencia y a veces miseria por otro. Por su importancia en la historia de la humanidad, la ciudad ha sido foco de mucha narrativa y de análisis científicos. Algunos escritores incluso inventaron ciudades, por ejemplo, el uruguayo Juan Carlos Onetti creó su ciudad, Santa María. Otros como el historiador y filósofo Lewis Mumford en su obra «The City in History» (La ciudad en la historia) analiza y visualiza el balance de la cultura y la tecnología necesario en la ciudad. Independiente de la percepción, experiencia y opinión que tengamos de las grandes ciudades es inevitable ver que hoy estos grandes centros urbanos enfrentan un futuro incierto.
La ciudad emerge a partir del neolítico, cuando la agricultura incrementó la densidad de los asentamientos. La primera ciudad se cree como tal fue Uruk en Mesopotamia, donde más tarde también existió Babilonia que en la historia se describe como ciudad rica e ideal. A las ciudades del Medievo europeo e islámico, sin embargo, se las ha definido como grises o lúgubres, estas tenían límites marcados que no pasaban de un poco más de medio kilómetro de largo y eran muy manejables. Más tarde el renacimiento crearía una nueva arquitectura urbana, emergen ciudades como Florencia. La revolución Industrial construyó otro tipo de ciudades para otra realidad económica y social y también otros problemas aparecieron como observara Patrick Geddes, un biólogo y sociólogo escocés que vivió durante la última mitad del siglo 19 y el primer tercio del 20, y que fuera el primer pensador sobre el tema y el primer planificador ecológico de pueblos. Su gran seguidor fue justamente Lewis Mumford.
Interesantemente, las ciudades no solamente concentran gente y actividades sino también poder; la mitad de la población del mundo vive en zonas urbanas, aunque estas ocupen menos del tres por ciento de la tierra, y consume la mayor parte de la energía del planeta. El crecimiento espectacular de muchas grandes ciudades se debe al aumento de la población del mundo pero también al masivo movimiento de gente desde las zonas rurales a las zonas urbanas -algo particularmente importante en Occidente y en Asia. Por ejemplo en Estados Unidos en 1850 solo el 12 por ciento de la población vivía en ciudades, pero para 1910 ese porcentaje ya había aumentado al 40 por ciento. Hoy más del 80 por ciento de los estadounidenses viven en ciudades o en sus suburbios.
Hoy tenemos ciudades históricas que fueron construidas más con las manos como Venecia, La Habana o Barcelona y otras ciudades construidas con máquinas como Dubai, Miami o Shanghai. Tenemos también 22 mega ciudades con poblaciones de más de 10 millones de habitantes; hace 40 años solo teníamos tres mega ciudades. Entre las mega ciudades están, por ejemplo, Londres, Paris, Ciudad de México, Los Angeles, Nueva York, Shanghai, Beijing entre otras. Son justamente las megas ciudades y las grandes ciudades las que enfrentan las mayores dificultades ahora y a futuro por ser, muchas de ellas, insostenibles por razones a veces visibles -la contaminación del aire, y a veces no tan visibles como la fatiga vinculada al agotamiento de recursos y espacios.
Casi todas las ciudades grandes y todas las mega ciudades hoy, más que nunca antes en la historia, son ruidosas, congestionadas a pesar de que algunas tienen formidables autopistas y moderno transporte público, derrochadoras de recursos, devoradoras de agua, alimentos, combustible y energía y productoras de montañas de basura, polvo contaminante, esmog, ozono, monóxido de carbono, dióxido de azufre y más. La OECD (Organización para la Cooperación al Desarrollo Económicos) estima que las ciudades hoy usan la mayor parte del flujo energético que se produce en el mundo -dominan el 82 por ciento del consumo mundial de gas natural, el 76 por ciento de carbón y el 63 por ciento del consumo de petróleo. Las 25 ciudades más grandes producen más de la mitad de la riqueza del mundo.
El escritor canadiense Andrew Nikiforuk en su libro «Energy of the Slaves» (La energía de los esclavos) nos muestra varios ejemplos de lo que él llama el metabolismo patológico de las mega ciudades, describiendo a Londres en Inglaterra (la madre de la mega ciudades) y citando al urbanista Herbert Girardet que nos informa que Londres con 15 millones de habitantes en su área metropolitana, convierte recursos y energía venidos mayormente desde fuera de Londres en 15 millones de toneladas de desperdicios sólidos y vierte 66 millones de toneladas de Carbono, al tiempo que consume 22 millones de toneladas de petróleo cada año. Londres monopoliza las tres cuartas partes de la energía de la isla de Gran Bretaña aunque sus habitantes ocupan solamente 1580 kilómetros cuadrados. Para alimentar a Londres se necesita cultivar alimentos, criar animales comestibles y proveer maderas en 196.800 kilómetros cuadrados, vale decir las tres cuartas partes de toda Gran Bretaña.
Un impacto conocido y gigantesco de ciudades grandes y mega ciudades es la polución del aire; en París esta se extiende por más de 100 kilómetros fuera del área metropolitana. Según el Clear Air Institute (Instituto de Aire Limpio) en América Latina, Ciudad de México, Santiago de Chile, San Salvador y Montevideo, tienen excesiva polución que causa serios problemas de salud a sus habitantes. El otro conocido impacto es con respecto al agua; en grandes y mega ciudades en promedio un tercio de sus habitantes vive en barrios pobres con pequeña o ninguna seguridad de suministro de agua. Con el fin del petróleo barato viene el aumento del costo de la energía por lo tanto se hace más difícil tratar el agua y obtener agua limpia. Ciudad de México con 21 millones de habitantes está cerca de secar sus acuíferos que ya están contaminados. El rio Riachuelo en Buenos Aires, donde viven 12 millones de personas y casi cuatro millones de ellas viven de su cuenca de drenaje, tiene 50 veces más metales pesados de lo permitido. Shanghai, con 23 millones de habitantes, tiene ríos contaminados con agua salada. Bangkok la gran ciudad de Tailandia, la llamada «Venecia del Oriente,» tiene contaminación de ruido y polución que superan todos los límites y el agua contaminada de sus canales se ha vuelto fétida. Como consecuencia del cambio climático, ha aumentado el nivel del mar afectando ciudades como Mumbai en la India ubicada en costas planas y con 25 millones de habitantes -afectados ya por las fuertes lluvias que hacen colapsar su sistema de aguas servidas. Un aumento del nivel del mar significa que eventualmente partes enteras de la ciudad quedaran sumergidas envenenando sus acuíferos.
A esta irracionalidad de crecimiento deformado en las zonas urbanas se suma la locura capitalista del crecimiento eterno al que sucumbe incluso China; según cálculos de sus autoridades y promotores en los próximos 25 años se construirán 50 mil rascacielos en ese país, la mitad de lo que se planea construir en todo el mundo -mas allá de que se haga esto realidad dado el creciente costo de la energía. China cuenta ya con 120 ciudades con más de un millón de habitantes que consumen 55 millones de toneladas de carbón cada año, ciudades pobladas por las más de 400 millones de personas que han abandonado el campo en busca de oportunidades.
La explosión de las megas ciudades ha creado una clase de asesores y académicos promotores activos del crecimiento de estas urbes con la idea de que de esta forma se crea riqueza; hay una complicidad que le sirve a los especuladores del sector inmobiliario y financiero, que aunque desprestigiado continúa promoviendo el crecimiento en base al crédito. Hay una ideología dominante en favor del crecimiento eterno que se propaga gracias a la falsimedia que funciona más que como agencias de información como agencias de propaganda de un sistema que está claramente colapsando. Por ejemplo la revista Economist, y su pomposa «Intelligence Unit» (Unidad de Inteligencia) ha dado un reporte tan dudoso como fantasioso sobre las ciudades más habitables del mundo, que son por supuesto todas localizadas en el Primer Mundo, diciendo lo que muchos quieren escuchar, que hay ciudades paraísos y otras que están muy lejos de serlo, como Moscú, San Petersburgo y Caracas.
La existencia de las megas ciudades está ligada a la economía del mundo y el fracaso del modelo económico dominante no puede estar lejano de su propio fracaso resultante de la realidad de la imposibilidad del crecimiento continuo e infinito, como plantea Richard Heinberg, escritor y educador medioambientalista norteamericano, en su libro «The End of Growth» (El fin del crecimiento). El agotamiento comprobable de importantes recursos, como el combustible fósil y los minerales, la falta de energía y de agua; la proliferación de impactos negativos al medio ambiente consecuencia de la extracción y uso de los recursos naturales, el cambio climático que ha transformado ya regiones a través de habituales sequías o de inundaciones, y los trastornos financieros consecuencia de la incapacidad de nuestros sistemas monetario y bancario, y de la imposición de acarrear enormes deudas privadas y públicas pues gran parte del crecimiento económico del mundo occidental se ha debido a la generación de deudas de todo tipo en las últimas décadas, nos habla de este colapso. La solución a estos graves problemas no puede venir de manos de la tecnología, las comunicaciones o el internet. Se trata de problemas básicos y materiales que requieren soluciones también fundamentales y materiales, un plan racional que considere la realidad y no la fantasía y que tome en cuenta el tamaño del peligro de un colapso con potencialidad de terminar con la existencia humana.
Una barrera importante que bloquea el entendimiento general sobre la severidad de los problemas que enfrentamos es sin duda la falta de ética reinante y la generalizada corrupción de las élites que manejan el poder y de sus administradores políticos en los países más agresores del mundo. Se ha impuesto un sistema irracional de crecimiento ilimitado de la economía que favorece la formación y establecimiento de centros urbanos enormes, cuanto más grandes parecería que mejor, de mega ciudades insostenibles. Si bien la realidad siempre encuentra la forma de traernos a la mesa, y el crecimiento eterno y sin límites es una fantasía con sus días claramente contados, el problema ha de ser el trauma que este despertar a esta realidad ha de traernos. Trauma debido al alto nivel de dependencia que hemos alcanzado. Y sin embargo aunque sea difícil adaptarse a una vida más elemental, más sobria y balanceada, no debemos descartar la posibilidad en algunos lugares del mundo de que el sentido común se imponga y desarrollemos el potencial necesario para enfrentar las dificultades que nos esperan a nivel personal, de grupos humanos e incluso de países.
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