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Texto leído en el IX Congreso de la UJC por el presidente de la Asociación Hermanos Saíz

El futuro somos nosotros mismos

Fuentes: Rebelión

Los amplios debates que han precedido esta sesión final del Congreso han estado signados por la urgencia de entender que la supervivencia de la Revolución está determinada, necesariamente, por nuestra capacidad para producir mayor cantidad de bienes con eficiencia. El Che Guevara, en uno de sus discursos memorables, en la Universidad de Montevideo, Uruguay, en […]

Los amplios debates que han precedido esta sesión final del Congreso han estado signados por la urgencia de entender que la supervivencia de la Revolución está determinada, necesariamente, por nuestra capacidad para producir mayor cantidad de bienes con eficiencia.

El Che Guevara, en uno de sus discursos memorables, en la Universidad de Montevideo, Uruguay, en 1961, advertía que «toda conquista de tipo social que no se base en un aumento de la producción, tarde o temprano va a fracasar», y exponía sus ideas sobre el hecho de que «el desarrollo económico es nada más que el medio para lograr el fin, que es la dignificación» del hombre.

En ese camino por dignificar al ser humano, que emprendió la Revolución Cubana desde sus días fundacionales, y que irremediablemente hoy, en una coyuntura internacional mucho más adversa, pasa por la independencia económica y la suficiencia en varios órdenes de la producción nacional, sigue siendo tan importante como el sustento económico, la difusión de ideas, la creación de conciencia, imprescindibles para defender la Patria.

La guerra mayor que se nos hace, también ahora, es de pensamiento. De hecho, por estos días ha sido visible el modo en que se ha arreciado la campaña anticubana en los grandes medios noticiosos internacionales, alentados por los enemigos de la Revolución en el exterior, y por la minúscula contrarrevolución interna tradicional a la que se ha sumado una contrarrevolución de nuevo tipo, más joven biológicamente, que utiliza las llamadas nuevas tecnologías para difamar e intentar la subversión.

Es una guerra a muerte contra la Revolución y lo que ella significa, y no hay escrúpulos para utilizar y tratar de convertir en símbolos, no importa si un preso común de pésima conducta social, empujado al suicidio por nuestros enemigos o damas mercenarias alentadas y financiadas por potencias extranjeras. Se recurre a la tergiversación, a la manipulación, a la mentira.

Hace unas semanas, el escritor uruguayo Eduardo Galeano describió con una metáfora la dimensión de la campaña mediática a la que se enfrenta nuestro país. «Contra Cuba -dice Galeano- se aplica una lupa inmensa que magnifica todo lo que allí ocurre cada vez que conviene a los intereses enemigos, (…) mientras la lupa se distrae y no alcanza ver otras cosas importantes que los medios de comunicación no hacen por informar».

Ante esa realidad que impone la agenda hegemónica mundial, y con recursos inferiores de los que disponen nuestros enemigos, no podemos perder un minuto. Debemos ser más ágiles para responder a esos ataques. Generalmente estamos a la defensiva. Nuestra acción es reactiva. Lamentablemente pocas veces prevemos por dónde nos atacará el enemigo, les restamos importancia a sus agresiones, olvidando la ferocidad de los ataques y la dimensión internacional que tiene nuestra resistencia.

A la vez que persisten los centros hegemónicos que modelan matrices de opinión y configuran una realidad mediática a veces muy distante de la «realidad real», también se viene sucediendo un crecimiento vertiginoso de nuevas maneras de difundir la información, sustentadas en novedosos soportes de comunicación que van imponiendo modelos comunicativos no tradicionales, desconcentrados y ajenos a los centros de poder del imperialismo. No podemos seguir interpretando la realidad, intentando participar en ella o modelarla con herramientas viejas. No podemos temerle a la tecnología ni permanecer ajenos a sus posibilidades, aún en un país con muchas carencias.

Revolucionarias en su concepción misma, las páginas web, los blogs y los teléfonos móviles fueron utilizados eficazmente en Seattle en 1999, para la movilización de más de 50 000 personas que protestaban contra la Cumbre del Grupo de los Siete, el cual reunía a los jefes de Estados o Gobierno de las potencias imperialistas más poderosas del mundo. Ahora esa contrarrevolución anticubana, aparentemente de nuevo tipo, pagada por la derecha más reaccionaria, trata de utilizar esos medios contra nosotros, aprovechando nuestros problemas económicos y las consecuencias del bloqueo, para aplicar una lógica alternativa, a un sistema social que en sí mismo, es alternativo al mundo globalizado y unipolar en el cual vivimos. Es un imperativo aprovechar las brechas que permiten estas nuevas tecnologías, tomando en cuenta que esos adelantos, en sí mismos, no son enemigos. Hay que cuestionarse si estamos utilizando, en todas sus posibilidades, los recursos que tenemos a la mano.

La utilización de la web y otras publicaciones alternativas, para lanzar al mundo, hace apenas dos semanas, un llamamiento de la UNEAC y la Asociación Hermanos Saíz, fijando la posición de principios de los escritores y artistas cubanos comprometidos con la Revolución, ha permitido, si no detener, al menos contrarrestar la gigantesca campaña mediática que se ha orquestado contra este país y que pretendía confundir a artistas e intelectuales del mundo. Han reaccionado los amigos de Cuba y seguro lo seguirán haciendo. Esa no puede ser una acción aislada, tenemos todos que poner a funcionar plenamente el Capítulo Cubano En Defensa de la Humanidad, nacido por inspiración de Fidel, en una coyuntura parecida a la actual, en el año 2003.

De similar dimensión, y no menos compleja, es la batalla que tenemos que seguir librando desde la cultura y las ideas hacia el interior de nuestra gente. Una gigantesca maniobra de recolonización cultural se intenta desde los países capitalistas desarrollados hacia nuestros pueblos del sur.

Se nos ha tratado de presentar la felicidad, asociada a la tenencia de objetos y al consumismo desenfrenado, el culto a «lo de afuera», al mercado, a las marcas, a la moda, como sinónimos de calidad de vida. También a veces en nuestros medios masivos, ingenuamente o presionados por la ausencia o imposibilidad de producir espacios de factura nacional que cubran la totalidad de la programación, nos convertimos en reproductores del modelo de vida yanqui, y descuidamos, atentos solo a los contenidos políticos directamente más reaccionarios o contrarrevolucionarios, aquellos donde se expresan la frivolidad, lo banal, lo superfluo, creyendo que no dañan a nadie, y desconociendo el papel orientador y educativo que ejercen esos medios sobre la audiencia.

Ningún otro país tiene las potencialidades de este para enfrentar esos fenómenos. Tenemos excelentes profesionales en todas las áreas: en la comunicación, en el diseño, en la informática. En la era de la imagen y las tecnologías mediáticas, hay que ponerse a trabajar sin demora en el diseño de productos comunicativos atractivos, que sean referentes eficaces, competitivos, y que por sí mismos consigan legitimar una estética nacional que se convierta en referencia a partir de promover, desde la sugerencia y el buen gusto, lo más genuino de nuestros valores. No podemos perder tiempo; tenemos que pensar y actuar con creatividad, sin chapucerías, e integrarnos las instituciones, la vanguardia intelectual, y los medios de comunicación con el fin de establecer jerarquías sustentadas en la calidad.

Frente a la globalización que pretende borrar nuestras identidades y anularnos como naciones, la cultura, vista de manera integral, es afirmación, es sustento, es crecimiento espiritual.

La cuadragésimo novena Serie Nacional de Béisbol, convertida en verdadera fiesta nacional, de la que nadie pudo sustraerse, demostró cuánto se puede lograr cuando con intencionalidad estimulamos el culto a lo nuestro, a los símbolos nacionales. Habría ahora que no dejar morir esa fiebre beisbolera y seguir alentando ese respeto y ese cariño por los equipos que han representado a cada uno de nuestros territorios e individualmente por los peloteros. Esos tienen que ser nuestros verdaderos ídolos, y no los que los medios foráneos, en todos los órdenes, nos fabrican e imponen.

La cultura artística, antídoto probado frente a la idea de que la satisfacción personal solo se alcanza asociada al consumo, puede hacer aportes invaluables, y de hecho lo viene haciendo, a la calidad de vida de nuestro pueblo. Basta recordar el profundo agradecimiento que recibieron quienes integraron las Brigadas Artísticas que tras el paso de los huracanes por el territorio nacional partieron a ofrecer su arte en las comunidades más afectadas. Esas experiencias, que se pueden aplicar con muy pocos recursos, tenemos que extenderlas, hacerlas cotidianas.

En momentos de tremendas tensiones, no podemos escatimar esfuerzos, ni subestimar el valor del trabajo persona a persona. Ahora más que nunca es necesario fortalecer el debate, el intercambio de criterios, la discusión franca, desprejuiciada, donde escuchemos y expongamos argumentos. Valdría la pena preguntarnos: ¿Cuántos de nosotros salimos a conversar con nuestros coetáneos? ¿Cuántos de nosotros no subestimamos a los grupos informales, jóvenes como nosotros, educados como compañeros de grupo, en las mismas aulas en que estudiamos? ¿Cuántas veces no descalificamos a los que no piensan ciento por ciento como nosotros?

Un día como hoy, hace exactamente 48 años, en la clausura del Congreso de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, momento en que se anunciaba el nacimiento de la Unión de Jóvenes Comunistas, Fidel decía a la juventud reunida en el Estadio Latinoamericano: «Quien aleje a los jóvenes de sí, con sus métodos despóticos, con su desprecio y con su falta de generosidad hacia los demás jóvenes no puede ser un joven comunista. El joven comunista tiene que ganarse a los demás jóvenes, conquistarlos para su causa; ganarlos con su ejemplo; atraerlos a las filas de la Revolución, (…) el deber de cada revolucionario es ganar, es sumar, y no perder, no restar. Acercar a la Revolución y no alejar de la Revolución».

Nuestra tarea prioritaria, no importa el sector en que nos desempeñemos, tiene que ser la unidad. Única garantía posible para resistir los desafíos que se nos imponen. Hay que salir, sin prejuicio alguno, a dialogar, a convencer a los jóvenes como nosotros, sin considerar de antemano que son nuestros enemigos; hay que ponerlos a participar en la construcción de una obra que será menos imperfecta en la medida en que se edifique de manera más colectiva. Ahora me viene a la mente aquella bellísima imagen de Cintio Vitier, de que Cuba tendría que ser necesariamente «un parlamento en una trinchera».

Desde el exterior, hay quienes no entienden que la Revolución es la mayor riqueza que recibimos de nuestros padres. Frente a quienes, desde el bando de los enemigos de Cuba, quieren dibujar una nación dividida, donde, supuestamente, es insalvable el abismo entre la generación histórica que construyó la Revolución y las generaciones más jóvenes, y dudan de nuestras capacidades y deseos para seguirla edificando en las décadas por venir, solo se le puede responder con más participación, con más compromiso, con más unidad, conscientes de que el futuro se construye hoy. El futuro somos nosotros mismos.