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El hechicero de la tribu… con permiso de Atilio Borón

Fuentes: Rebelión

«No, la sociedad no tiene una conciencia crítica predeterminada. Si en nuestra Cuba socialista algún grupo pudiera reclamar ese papel, es el Partido; pero no lo hace. Porque el Partido sabe demasiado bien que su fuerza rectora le viene de tener las raíces enclavadas en los redaños de la clase obrera y de todos los […]

«No, la sociedad no tiene una conciencia crítica predeterminada. Si en nuestra Cuba socialista algún grupo pudiera reclamar ese papel, es el Partido; pero no lo hace. Porque el Partido sabe demasiado bien que su fuerza rectora le viene de tener las raíces enclavadas en los redaños de la clase obrera y de todos los sectores del pueblo y que para convertirse en guía político e ideológico debe respetar las actitudes críticas de aquéllos y recibirlas como su acervo más importante.

«Libre de las pretensiones de convertirse en el reservorio crítico de la sociedad, enriquecidos por su modestia histórica, nuestros escritores y artistas podrán acercarse más a ser «testigos de la verdad».

«Nada más y nada menos que eso les pediríamos que fuesen. Al proponérselo, quedarán libres de caer en ese ‘discurso artístico-literario de tono apologético, y moralizante, carente de búsquedas y de problematización, basado en fórmulas rudimentarias de dudosa eficacia movilizativa’.»

Carlos Rafael Rodríguez. Discurso en el VI Congreso de la UNEAC, enero de 1988.

Acabo de leer el cuasi «manifiesto-llamamiento» de una intelectual cubana -especie de exhortación a sus congéneres gremiales- a convertirse y realizar la función de «conciencia crítica» de la sociedad cubana…He quedado patidifuso, como diría Roa… ¿Acaso ya eso de «la conciencia crítica del intelectual» no había quedado en el basurero teórico de la Historia?

Presumir de conciencia crítica de la sociedad es auto asignarse la función divina de una élite que, por una supuesta sabiduría negada a las «masas», estaría en condiciones de ejercer nada más y nada menos que el privilegio de sustentar y ejercer (etimológicamente, privilegio: una ley privada) lo que diferencia al hombre del resto animal: su conciencia. Y nada menos que la conciencia social en el ejercicio del criterio. «Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras«. A lo que puede llegar la conciencia egocentrista del hechicero de la tribu poseedor del secreto de los eclipses, los vientos y las mareas…

En primer lugar todos somos intelectuales, pero bien, admitamos que existen ciertas diferencias no sólo aportadas por el ADN hereditario, las primeras condiciones de vida, las capacidades y las oportunidades, que dicen que es la suerte.

Pero los más en casi todas las sociedades, por muchas y diversas razones, -pero sobre todo por la nada nimia razón de que algunos tienen que dedicarse a producir directamente los bienes y atender los servicios que necesita la sociedad- no tienen la oportunidad de acumular conocimientos especializados y, entonces, se dedican a crear precisamente todo aquello que le permiten a otros convertirse en «intelectuales» especializados: es decir, se produce una división social del trabajo en que, ora unos realizan más o menos pesadas tareas asalariadas, algunas más o menos «embrutecedoras», ora otros, -en las sociedades con decisiva existencia de la propiedad privada-, se benefician de aquellos, ora otros gozan del privilegio del intenso placer que proporciona el estudio, la lectura y el conocimiento. No dejemos de mencionar aquí a los políticos, esa otra función intelectual y otras muchas subespecies que no vienen al caso.

El intelectual argumenta que el político es un servidor del pueblo, del elector. ¿Y el intelectual que es? ¿Una conciencia crítica? Estudiar y aprender exige un gran esfuerzo, gasto de energías y mucho sacrificio. Que para muchos estudiosos no es tal sacrificio: hay alguna diferencia entre sudar en el surco y sudar leyendo y pensando o buscando en el ordenador… Pero no se trata de minimizar el trabajo intelectual, que incluso a veces, mal realizado, atenta contra la salud. Pero se trata de llamarlo a la humildad que es propia de los verdaderos sabios que en el mundo han sido: el intelectual es también un servidor público incluso mucho más obligado que cualquier otro ya que custodia y tiene que hacer arder, la llama que entregó Prometeo a la humanidad. Pero conciencia crítica es una frase y una función muy infeliz en quien se diga poseedor de algún conocimiento.

El intelectual, el científico, debe contribuir a que cada vez más ciudadanos tengan la oportunidad de pensar, crear y disfrutar del conocimiento. A superar cada vez más la trampa del trabajo manual no creador de satisfacciones espirituales superiores. Pero no erigiéndose en juez repartidor de los premios y castigos de la sabiduría, en conciencia crítica, que supone una inmaculada concepción y estar más allá o más acá del común. No es ese el intelectual del horizonte socialista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.