“Tenerlo todo y querer aún más, preservar el propio bienestar a costa de denegárselo a otros: esta es la máxima de las sociedades desarrolladas, aunque se intente disimular en el ámbito público” (Stephan Lessenich Sociólogo alemán)
Inspirados en la leyenda de Prometeo, los humanos no dejan de buscar cómo controlar el fuego, que fue un regalo de los dioses. Emulando al dios griego, una y otra vez, los humanos tratamos de introducirnos en el taller de Hefesto y Atenea en el monte Olimpo para robar el fuego y controlar la energía, ahora con el sueño de volverla limpia e, incluso, inagotable.
El mensaje es claro y atractivo. El hidrógeno -el elemento químico más abundante presente en la naturaleza- puede ser utilizado como combustible. Tiene varias ventajas sobre los de origen fósil e incluso sobre la energía de las baterías de litio: es más potente; es más respetuoso con la naturaleza que los combustibles convencionales -el único residuo que produce es vapor de agua- y es más eficaz que la electricidad -un vehículo de hidrógeno se recarga en cinco minutos-, sostienen los especialistas.
El hidrógeno se obtiene en distintos procesos con impactos diferentes, y cada uno de ellos tiene asignado un color. El hidrógeno rosa es producto de la energía nuclear. El azul es producto de la industrialización del gas con captura de carbono. Y el verde es el resultado de la electrólisis: un proceso que separa el hidrógeno del agua a partir de energía eléctrica generada por el viento o por la radiación del sol.
El hidrógeno verde, libre de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), es en este momento a nivel planetario la nueva estrella de la economía “verde”. El hidrógeno verde aparece ahora, según la propaganda que lo promociona, como “el combustible del futuro”. El nos va a ayudar a resolver los problemas derivados de la carbonización de la atmósfera. En ese marco se está haciendo una campaña poderosa tanto en el Norte como en el Sur global que pretende que las sociedades asuman de manera entusiasta esta propuesta.
Como advierte el Pacto Ecosocial Intercultural del Sur, conformado por un grupo de referentes y organizaciones ambientales y sociales de toda Latinoamérica, “el hidrógeno verde es una falsa solución”. Tan es así que comienza a aparecer las costuras de esta prometedora propaganda. En Argentina, por ejemplo, una proyecto de gran envergadura que iba a llevar adelante la empresa australiana Fortescue en Río Negro, parece haber caído en desgracia a pesar de que el gobierno provincial le cedió un gran área de tierras fiscales y adecuó en lo posible -y más- la legislación en favor de la multinacional y en contra de los derechos de las comunidades de la provincia.
Preguntémonos porqué, si tiene, aparentemente tantos beneficios, hay algunos elementos que no cuadran con el discurso que lo promociona. Como punto de partida, reconozcamos que el hidrógeno verde está pensado en clave de atender las demandas energéticas de sociedades que dicen alejarse de la carbonización de la atmósfera sin utilizar combustibles fósiles, pero que no plantean un cambio estructural.
Aquí aparece el problema. Para obtener el hidrógeno verde se requieren actividades extractivas y productivas de gran escala. Son distintas fases: hay que desalinizar el agua; hay un proceso de electrólisis (que consume energía); hay que almacenar el hidrógeno verde y hay que transportar este combustible. Eso va a darse en regiones del Sur global, sea en Nuestra América: en Chile y Argentina o en África. En Sudáfrica y en Namibia hay proyectos gigantescos para abastecer una demanda de energía de los países del Norte global, con lo que, utilizando estos recursos energéticos, se sostendrá el bienestar de esos países, sacrificando el de otros, sean seres humanos y naturaleza.
Esto va a generar problemas muy serios en nuestras tierras. Va aumentar el estrés ecológico en regiones históricamente afectadas por el extractivismo minero, hidrocarburífero y otros, y va a afectar regiones aún no dañadas.
Aparentemente es simple la obtención del hidrógeno porque se estaría usando un recurso abundante, supuestamente interminable, el agua. Sobre todo el agua de mar, aunque también hay proyectos con agua dulce en regiones que están afectadas por el estrés hídrico. El agua de mar tiene que ser desalinizada para limpiarle de aquellas sales que afectan la generación del hidrógeno verde. Luego viene el proceso de electrólisis del agua para obtener el hidrógeno. Eso se hace en gran escala.
Todo este proceso demanda gran cantidad de energía, lo que se pretende utilizar son energía eólica y solar, que a su vez tiene graves impactos ambientales por la demanda de madera de bala para los rotores que utilizan el viento o por las enormes extensiones para instalar dichos molinos de viento o las granjas de paneles solares, tanto como lo minerales que se emplean en ambos casos. Luego viene un problema serio, hay que almacenar este hidrógeno y hay que transportarlo. Para hacerlo se requieren infraestructuras gigantes y muy costosas; puertos para cargar el hidrógeno, puertos para recibir el hidrógeno, con enormes costos en el transporte, pues siempre se pierde una gran cantidad de combustible.
Aceptemos, es indispensable descarbonizar la atmósfera. Pero una transición hacia energías limpias no puede convertirse en una excusa para seguir reproduciendo las relaciones de subordinación de nuestros países a las economías del Norte global. Con esta transición energética corporativa se está abriendo la puerta a una suerte de colonialismo verde. Nuestros países van a seguir siendo territorio de sacrificio, verdaderos países campamento de donde se extraen los recursos para seguir sosteniendo el bienestar de unos pocos grupos de la población mundial sobre todo del Norte global. Pero, no nos olvidemos que, también, en nuestros países, las élites dominantes viven dentro de lo que se conoce como el modo de vida imperial, que se la difunde como alcanzable para todos los habitantes: otra falsa promesa de la modernidad capitalista.
La transición energética corporativa pretende cambiar el uso de los combustibles fósiles por otros energéticos sin afectar las estructuras de producción y consumo del capitalismo global. A la postre, estamos viendo que esta transición energética corporativa no está resolviendo ni siquiera el tema de disminuir el consumo de los combustibles fósiles, que sigue aumentando. La oferta energética se incrementa también con otras fuentes de energía, para sostener una demanda promovida por la acumulación y la codicia del capital.
La salida de esta encrucijada exige una estrategia integral -social, económica, cultural y en especial política-, que incorpore una transición energética justa y popular. Requerimos agendas que tengan medidas de corto, mediano y largo plazo. Pero sobre todo necesitamos un horizonte diferente al actual. Tenemos que transitar en clave de pluriverso, en un mundo y hacia un mundo donde quepan muchos mundos, como dicen los zapatistas. Un mundo de vida digna para seres humanos y seres no humanos.
Este es el punto de partida. ¿Cómo caminar hacia allá en el ámbito energético?, pues dando paso a la revisión de los patrones de producción y de consumo de la energía, así como a los sistemas de transporte, transmisión y distribución. Hay que reducir el consumo de los combustibles fósiles dejando enterrados los hidrocarburos como el petróleo, el carbón y el gas que tanto contribuyen al deterioro de las condiciones de vida de la población mundial acelerando el colapso ecológico.
Tenemos que incorporar otros valores y otras visiones. Precisamos otra economía para otra civilización; así, en concreto, tenemos que liberarnos de la religión del crecimiento económico permanente para construir otro tipo de sociedades. Eso lo vamos a lograr con esquemas asentados en la justicia social y la justicia ecológica, radicalizando siempre la democracia. No se trata sólo de garantizar la intangibilidad de la naturaleza, porque eso sería una suerte de ejercicio de jardinería. Recuperando relaciones de armonía y equilibro con la naturaleza, simultáneamente tenemos que construir sociedades justas y libres, que se sustenten tanto en los derechos humanos como en los derechos de la naturaleza.-
Nota: este artículo -publicado en la Revista Amauta –Vocero de los Socialistas. Mariateguista, septiembre 2024, Lima, Perú- fue escrito a partir de la entrevista que le hicieran al autor en Canal Abierto de Argentina, publicada el 20 de septiembre del presente año, disponible en https://canalabierto.com.ar/2024/09/20/alberto-acosta-el-hidrogeno-verde-es-otra-falsa-solucion/
Alberto Acosta. Economista ecuatoriano. Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008), candidato a la Presidencia de la República por la Unidad Plurinacional de las Izquierdas (2012-2013). Compañero de luchas de los movimientos sociales dentro y fuera de su país. Autor de varios libros.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.