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El idealismo catalán

Fuentes: Rebelión

Para entender esto, como tantas otras cosas que no son precisamente poco complejas, es preciso tomar la máxima distancia en tiempos en que todo criterio social, principalmente de corte periodístico, está basado en verdades a medias consecuencia del acuerdo de pequeñas o grandes minorías compuestas al fin y al cabo de particulares… Siempre se ha […]


Para entender esto, como tantas otras cosas que no son precisamente poco complejas, es preciso tomar la máxima distancia en tiempos en que todo criterio social, principalmente de corte periodístico, está basado en verdades a medias consecuencia del acuerdo de pequeñas o grandes minorías compuestas al fin y al cabo de particulares…

Siempre se ha dicho como lugar común, de tejas abajo y en general en caricatura, que el catalán es una persona muy apegada al dinero, que aquilata el céntimo como ninguna otra de la piel de toro. De modo que según esto, sería un ser que vive, como vulgarmente se dice, con los pies en el suelo y por consiguiente poco romántico y menos idealista. Sin embargo, la realidad es que vive con un sentimiento latente que nada tiene de práctico: el anhelo de independencia política de los Països Catalans. Con lo que todo su sentido práctico se diluye paradójicamente en esa idea que desde siempre viene resultando utópica, pero que, como toda idea utópica, tiene una fuerza colosal. Una idea, un deseo que vive latente se diría desde siempre. Una idea, un idealismo forjado con la fuerza de la utopía que se ve siempre no como algo imposible sino como algo que acaricia con las manos pero que está muy condicionado al kairos de los antiguos griegos, es decir al momento oportuno que nunca acaba de llegar. Ese idealismo está concentrado en el espíritu de millones de catalanes y de catalanas, y difícilmente puede y debe obviarse sin tener conciencia de una enorme frustración que acompaña permanentemente al individuo…

Empecemos por decir que el idealismo es un nutriente fundamental para el nervio de la sociedad. El idealismo puede quedar reducido a una mera aspiración personal y no ser por tanto colectiva. El idealismo (independientemente de la teoría filosófica que lo divide en objetivo y subjetivo) en sentido común sitúa como anhelo, como algo deseable para todos, lo que hoy no es posible conseguir ni realizar. Sin embargo, la historia de cada sociedad evoluciona mucho más a golpe de acciones idealistas de individuos más o menos aislados o más o menos concertados con otros, que por conocer al dedillo su historia. Otro tópico, éste, que gravita en torno a la suerte de los pueblos… Porque todos los pueblos conocen su historia, y los que la repiten para su desgracia no es por desconocerla sino por la resistencia al cambio de las clases predominantes o también por fatalismo. Desde luego, en momentos como los que se viven en España el idealismo de millones de personas domina la escena. Pero, por supuesto, no hablo de ese falso idealismo de los que repentinamente sienten un inflamado patriotismo a la contra sumándose a mayorías a su vez más o menos dirigidas. No me refiero a un rampante patriotismo que trata de sofocar el otro y reducir por la fuerza a minorías para sumirlas en la totalidad, que es lo que está sucediendo. No. A este patriotismo reactivo se le llama oportunismo, pragmatismo, sed de más dominio…

El idealismo es la idea que toma cuerpo en quienes van a contra corriente, que combaten el obstrucionismo de los que bloquean sus razonables aspiraciones de autodeterminación y anhelos de autogobierno en unas condiciones sumamente adversas por esa voluntad de dominio. El idealismo pasa por la incomodidad de posicionarse junto a las minorías que a su vez idealizan su vida y sus aspiraciones; minorías débiles no tanto por su número como por su capacidad de respuesta que se enfrentan a las minor ías principales dotadas de todo el poder y de toda la fuerza para imponer su interés y su capricho amparados en una dudosa legalidad; una legalidad derivada de la interpretación interesada de una norma, una norma de las muchas que dentro del mismo contexto ellos mismos, los gobernantes y sus exégetas, han conculcado permanentemente. Una «legalidad» dirigida a impedir manu militari (y para colmo de la indignación) antes de la hipotética declaracion de independencia, conocer por las urnas el deseo cuantitativo de una población acerca de su destino. Minorías (poder político, judicial y periodístico) que arrastran tras de sí a la gran mayoría de la población para legitimarse contra el idealismo de los otros, que es la historia de tantas otras independencias logradas a lo largo de procesos a menudo a sangre y fuego. Independencia que, una vez lograda, abandona el sustrato idealista que le dio vida, para dedicarse a las cosas mundanas…

En definitiva, el idealismo de la independencia bien puede ser en Catalunya el último refugio de los frustrados; de los frustrados, no tanto por la hipotética corrupción de sus dirigentes cercanos que pudieron derivar fondos públicos precisamente para la causa independentista, como por el hastío causado por tanto abuso y tanta depravación de los dirigentes centrales. Es decir, esos individuos pertenecientes a la casta de los dominadores que hacen suyos a todos los territorios que forman parte de una península muy bien delimitada geográficamente, pero que entre ellos sólo tienen en común las vírgenes y el jamón…

Jaime Richart. Antropólogo y jurista

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.