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[Crónicas sabatinas] Más acá y por debajo del nacionalismo-secesionismo excluyente

El incorrecto (e incluso sorprendente) teorema de inconsistencia e incompletud de Ada Colau y sus «comunes»

Fuentes: Rebelión

Para la generosa y admirable pandilla de los ocho Frente a este repliegue tribal y tecnocrático, una cultura resistencialista encaminada a defender derechos costosamente conquistados y hacer propuestas emancipatorias, tiene que alentar un conocimiento integrado y socialmente motivado: la función del saber, la prioritaria, es mejorar la vida de las personas, todo lo demás es […]

Para la generosa y admirable pandilla de los ocho

Frente a este repliegue tribal y tecnocrático, una cultura resistencialista encaminada a defender derechos costosamente conquistados y hacer propuestas emancipatorias, tiene que alentar un conocimiento integrado y socialmente motivado: la función del saber, la prioritaria, es mejorar la vida de las personas, todo lo demás es instrumental. Establecer la prevalencia normativa de la dignidad de las personas, de la inaceptabilidad de la desigualdad creciente, es una condición de sostenibilidad social, créanlo o no los devotos de la escolástica de Wall Street. La resistencia tiene que cifrarse hoy en enfrentarse al gran expolio, el que nos arrebata no sólo los recursos necesarios sino el sustento mismo de la dignidad, sin la cual la ciudadanía es un cascarón vacío. Desde ahí hay que construir las nuevas utopías. Partiendo, contra lo que expresan las prácticas de las elites depredadoras, de que no hay signo más elocuente de la deshumanización que la insensibilidad ante el dolor ajeno. El maltrato y la complicidad con la injusticia es también una forma de suicidio moral. Y un indicador de la gravedad de la regresión civilizacional.

 Martín Alonso (2016)

De sus observaciones y comentarios críticos: una cita como máximo, dos si son breves; uniformidad temática a ser posible (y que lo sea casi siempre); posiciones claras y explícitas sobre el asunto (o los asuntos) de la nota y, sobre todo (valen aquí quince signos de exclamación) mucha, muchísima menor extensión: tres páginas como máximo de los máximos (y en el peor o mejor de los casos, sólo, por ejemplo, cuando la ciudadanía popular esté a punto de tomar el palacio de la Generalitat en invierno o en otoño).

Tomo nota de todo ello. Y gracias, muchas gracias.

Mientras el conseller del territorio del gobierno de la Generalitat de Catalunya, Josep Rull, apuesta por las marinas de lujo para reactivar los puertos catalanes siguiendo la senda de su maestro Xavier Trias que ya dirigió con mano de hierro la reconversión del Port Vell de Barcelona; mientras la coordinadora del PDC, doña Marta Pascal, asegura que formar parte del Estado -del español por supuesto- no es rentable para los catalanes «desde una perspectiva social» (el mejor chiste del año hasta el momento); mientras Pere Macias, ex conseller de los gobiernos Pujol, militante del PDC en la actualidad y fichaje (acaso para convencer a las bases convergentes, una idea muy borgiana-borjana) del consistorio barcelonés para la conexión del tranvía, declara con admirable claridad que el enemigo público de la ciudad es el coche (Manuel Sacristán lo señaló hace más de 35 años y algunos dijeron con «prejuicio y orgullo» que había vuelvo a enloquecer), mientras ocurre todo eso se acerca un nuevo 11S-I: independència, independència, independència. ¡Temblad malditos, temblad!

Pues bien, la alcaldesa de Barcelona ha hecho unas declaraciones la semana pasada en torno al tema y el día. Si no han sido bien recogidas (cosa poco probable porque hay diversas confirmaciones de lo dicho y de los razonamientos anexos), esta nota no tiene ningún interés y está equivocada de la A a la Z. Si la información es correcta, prosigo. Estas son las reflexiones de Colau:

«La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha hecho un llamamiento a la «participación masiva» en la manifestación independentista del 11 de septiembre, convocada por la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural. Según Colau, llenar las calles de Barcelona es «tan o más necesario que otros años», no sólo porque es el Día Nacional, sino porque hay «motivos políticos para salir, movilizarse y protestar». «Estamos en una situación de bloqueo acumulado respecto al Estado español, con un Gobierno del PP en funciones, que requiere que siga habiendo esta movilización masiva», ha esgrimido este domingo, antes de visitar las Fiestas de Gràcia. A pesar de esta llamada a la participación, Colau aún no ha decidido si asistirá o no a la marcha, tal y como le han pedido las entidades convocantes: «La decisión final sobre la participación del gobierno municipal en las diferentes iniciativas que pueda haber la tomaremos a finales de este mes».

Sigue con otras consideraciones relacionadas con el PSOE y la formación de un nuevo gobierno. No vienen al caso.

Es decir, para entendernos, alguien que ha manifestado en diversas ocasiones no ser nacionalista ni independentista (cada vez con menos frecuencia eso sí) hace un llamamiento público a asistir masivamente a una manifestación secesionista (marcadamente neoliberal además en sus lemas y finalidades, incluso en su estilo) arguyendo razones muy similares a las esgrimidas por ella misma -y por otros dirigentes de la «izquierda catalana soberanista»- cuando votaron SÍ-SÍ en la jornada de agitación nacionalista del 9N de 2014: como los del PP son muy burros, muy de derechas, muy zafios y muy españoles, yo voto porque Cataluña tenga un estado propio e independiente. Las luchas de otros ciudadanos españoles no van con nosotros; estamos hechos de otra «pasta nacional» muy pero que muy alejada. Viene a ser, más o menos, como derivar la cardinalidad transfinita de los números primos del hecho de que Marx tuviera un yerno llamado Paul Lafargue y una hija maravillosa a la que llamaban Tussy. ¿Dónde se ubica la validez y consistencia de este tipo de «argumentaciones»? ¿Hay que repetir una y otra veces falacias de esa dimensión?

Por si hubiera alguna duda sobre este nudo y tomando pie, precisamente, en un artículo reciente de un regidor del consistorio barcelonés, Josep Maria Montaner («El derecho a la vivienda: recuperando el tiempo perdido»). La ley Ómnibus del gobierno de Artur Mas, recuerda Montaner, recortó la Ley de Derecho a la Vivienda de Cataluña de 2007, «en conceptos como la expropiación del uso de las viviendas vacías…». No hace falta seguir. ¿Se imaginan que alguien hubiera razonado en los siguientes términos? Dado que el gobierno Mas es muy de derechas, muy neoliberal, muy «la voz de los Amos» y muy-muy rancio en temas sociales, nosotros apostamos por independizarnos de la Generalitat de Catalunya. ¡Viva la secesión! ¿No es lo mismo o, cuanto menos, no es algo muy parecido?

¿Cómo es posible entonces que la alcaldesa de una ciudad donde no hay ni de lejos una opción secesionista mayoritaria, la cabeza de lista de una candidatura que muchos votamos, entre otras razones, por defender una opción no secesionista, la misma dirigente que ha apoyado en dos ocasiones (20D15 y 26J16) una candidatura en absoluto independentista asociada a Unidos Podemos que es una fuerza federal, haga un llamamiento para asistir a una manifestación que desde años tiene el sesgo que tiene, una manifestación organizada por fuerzas que, además, en dos o tres de convocatorias engañaron a sabiendas a la ciudadanía hablando del «dret a decidir» que en absoluto implicaba (así nos vendieron su moto) la secesión y la ruptura del demos común?

Aún más: ¿cómo es posible que la alcaldesa barcelonesa tenga dudas sobre su asistencia personal a esta manifestación (tanto da, desde luego, si envía, como ocurrió en 2015, a uno de los políticos importantes e independentistas de su gobierno donde hay unos cuantos)? ¿Qué tipo de indecisión es la suya?

Una arista más, la última para no agotar ni de entrada ni de salida: ¿qué duda hay de que las fuerzas que convocan el próximo 11S, la ANC y OC, están estrechamente vinculadas a las fuerzas nacionalistas de PDC (ex CDC) y ERC, y al mismo gobierno de «Junts pel sí», el mismo gobierno que sigue apoyando los acuerdos con escuelas concertadas opusdeístas que segregan a los niños y jóvenes por sexo?

¿Dónde se ubica la mínima consistencia política exigible a cualquier representante de la ciudadanía popular? ¿Qué verdades se nos escapan, una y otra vez y de manera incorregible, en el sistema político ideado y abonado desde instancias próximas a «Barcelona en comú» por intelectuales-políticos profesionales que decían ser hace ya algunas décadas (¡que veinte años no es nada!) internacionalistas y federalistas? ¿Qué tipo de cosmovisión real mantienen y abonan estos supuestos comuneros (¡que más quisiéramos!) que en un disparate lingüístico se llaman y hacen llamar comunes o comuns?

Un escándalo, un verdadero escándalo, una estafa para ser más preciso, que muchos y muchas no estamos dispuestos a soportar más. Nunca más, nunca más. Palabra de honor y dignidad federalistas.

Que la vida iba en serio, escribió el autor de «Canción del aniversario» en uno de sus mejores poemas, uno empieza a saberlo muy tarde. Es entonces cuando algunas verdades desagradables asoman. Esta por ejemplo: rascas un poco, miras sin acritud pero sin autoengaños (hay muchas relaciones de amistad en estas coordenadas), y ves ante ti, digan lo que digan en las fiestas de guardar o en «momentos oportunos» ante un público confiado al que dicen representar, nacionalistas, partidarios exacerbados de las identidades nacionales (lo que nunca había ocurrido en la izquierda), soberanistas excluyentes, independentistas-secesionistas, antiespañoles (no sólo antiespañolistas) que en lugar de sentirse próximos al poeta asesinado (tan querido por cierto en Barcelona), a Machado, a Hernández, a Rosalía de Castro, a Blas de Otero, a Espriu, a Morente, a Juan Ramón Jiménez, se alejan años luz de esa tradición humanista, socialista en muchos casos, luchadora y crítica que tanto nos hermanó y puede hermanarnos. Deberían leer «Rojos de ultramar» de Jordi Soler… Pero ni con esas.

¿Por qué aseguraría Pablo Iglesias a principios de mes de que toda identidad exigía un relato adecuado y recomendaba de paso «Victus» -¡una novela histórica que, por supuesto, novela la historia!- de Albert Sánchez Piñol? ¿Ustedes lo entienden? A mi me cuesta mucho. Veo inconsistencias e imcompletudes al acecho.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.