La activista sueca ha inspirado a multitud de movimientos por el clima en todo el mundo. Distintos colectivos señalan que su actividad se ve amenazada por la creciente represión de sus acciones de protesta para señalar la inacción política.
Greta Thunberg entró en pánico siendo una niña. A los ocho años empezó a leer sobre el cambio climático causado por la acción humana y la inacción frente a él le aterró. Luego su miedo se transformó en acción. El IPCC se creó en 1988 para informar al mundo sobre el estado del clima, pero no fue hasta 2018, cuando la activista se plantó con 15 años delante al Parlamento de Suecia con un cartel que decía «Huelga escolar por el clima», cuando prácticamente todo el mundo se enteró de la emergencia climática.
Su figura ha despertado mucha atención mediática en los últimos años. A menudo, se ha hablado más de ella que de su repetido mensaje «escuchar a la ciencia», pero su ímpetu ha sido semilla para movimientos activistas protagonizados por jóvenes de todas las latitudes. Algunos muy precoces, como Francisco Vera, el colombiano que con tan solo 9 años impulsó el movimiento Guardianes por la Vida y que ahora, cuatro años después, ha sido nombrado el primer defensor medioambiental en Latinoamérica por Unicef.
«La imagen de aquella chica frente al Parlamento supuso un empujón mediático. Luego, en diciembre de 2019, hicimos en Madrid la primera Marcha por el Clima con ella», cuenta Tomás Castillo, que fue miembro de Juventud Por El Clima, la versión española de la iniciativa Fridays for Future de Thunberg. «Greta me parece una persona maravillosa y su importancia es indiscutible, ha conseguido sacar a la calle a muchísimas personas y poner la crisis climática en las noticias», añade Sara Santana, miembro de End Fossil Barcelona.
«Una sociedad que se desprende de los problemas o pretende mirarlos a través de una pantalla no va a ningún lado. Necesitamos una sociedad activa, consciente y, si se quiere, disruptiva. En este sentido, Greta hizo un aporte enorme», declaraba a Climática Celeste Saulo, la nueva secretaria general de la Organización Meteorológica Mundial.
Durante seis años, la activista no ha fallado a su cita de manifestarse por el clima los viernes. El mes pasado anunció que llegaba su última huelga escolar, ya que ha acabado su educación secundaria. Lo que no quiere decir que deje de reclamar más acción climática frente a lo que considera «bla bla bla», es decir, excusas que retrasan las políticas necesarias para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global.
«En 2021 vivimos un verano muy caluroso en España y hubo inundaciones en Alemania por lluvias extremas. Ahí empecé a ser consciente de la importancia del cambio climático, que salía entonces en las noticias porque nos afectaba a nosotros, a los europeos», explica Sara Santana. Esta castellonense de 21 años estudia Periodismo en Barcelona y es portavoz de End Fossil Barcelona. El colectivo utiliza la ocupación para conseguir su objetivo de reclamar una educación pública de calidad sin intervención de las empresas de combustibles fósiles. El año pasado consiguieron llamar la atención sobre una cátedra de Repsol que no se ha renovado en la Universitat de Barcelona.
Miedo a la Ley Mordaza
«Tenemos todo el derecho del mundo a luchar por nuestro futuro», defiende Santana. Sin embargo, los movimientos de activismo por el clima ven con preocupación las posibles consecuencias a la que se enfrentan por sus acciones. Greta Thunberg ha sido retenida en varias ocasiones por manifestarse en Alemania y Noruega. En España, 15 personas fueron arrestadas en una protesta pacífica en las escalinatas del Congreso de los Diputados, donde arrojaron un líquido que simulaba sangre, y se enfrentan a posibles penas de cárcel. Entre ellos se encuentran el filósofo Jorge Riechmann, la doctora en astrofísica Elena González Egea o el director del Observatorio de la Sostenibilidad, Fernando Prieto. «Nos hemos asesorado y sabemos que, con la modificación de la Ley Mordaza, los activistas nos enfrentamos a penas de hasta tres años de cárcel por desórdenes públicos si llevamos a cabo acciones en la calle», indica Santana.
En Francia, se acaba de disolver el colectivo Soulèvements de la Terre, considerado terrorista. Sus miembros llevaban a cabo ocupaciones y sabotaje en infraestructuras que consideran nocivas para el medio ambiente. «Está claro que hay que hacer acciones que se vean y que salgan en los medios para conseguir cambios. La prohibición de estos grupos, como acabamos de ver en Francia, es lamentable porque resta libertad de expresión a la ciudadanía en un momento en el que vemos carteles como el de Vox, donde se echa a la basura la lucha del ecologismo y de otros movimientos sociales», sostiene Tomás Castillo.
Por otro lado, parte de la sociedad no entiende las reivindicaciones de los militantes de estas organizaciones. Sophia Kianni, activista climática iraní-estadounidense y portavoz internacional de Extinction Rebellion, advertía hace unos días, en una entrevista a EFE Verde, del rechazo que genera el sentimiento de culpa que se produce cuando se traslada la responsabilidad de la crisis climática a los individuos y no a las empresas o Estados. «Un sentimiento muy poderoso que hace que la gente se cierre en banda y no quiera formar parte de la conversación». Las acciones más mediáticas que ha realizado Letzte Generation, como cientos de cortes de carretera en Alemania o arrojar sopa a una pintura de van Gogh detrás de un vidrio en Italia, también han despertado fuertes críticas.
«Nosotros promovemos manifestaciones pacíficas que llegan a mucha gente, pero queremos mostrar nuestra solidaridad a todos los colectivos que hacen acciones de desobediencia civil por el clima. Tienen derecho a protestar, la poca ambición climática de nuestros políticos es incompatible con cumplir con los acuerdos que han firmado para frenar las emisiones. Necesitamos medidas más valientes», señala Sofía Fernández, activista de Futuro por el Clima de Madrid.
Humanizar el cambio climático
Las cifras de la emergencia climática y del cambio global que amenaza la vida en la Tierra no hacen más que empeorar. Durante el último año, la temperatura media de Europa estuvo 2,3 °C por encima de la media preindustrial. Y –aunque los datos de un año significan que sea un cambio definitivo– cada día parece más inalcanzable el Acuerdo de París, en el que la sociedad global se fijó el objetivo no superar un aumento de 1,5 °C en la temperatura global. Estas cifras, sin embargo, calan poco entre parte de la sociedad. Quizás por eso, como ya supo hacer Greta Thunberg en multitud de sus discursos, los activistas climáticos apelan a las emociones cuando se les da la oportunidad.
«Abran sus corazones. Las decisiones que se tomen aquí determinarán si las y los niños tendrán comida y agua», exhortó la keniana Elizabeth Wathuti a los mandatarios mundiales durante su discurso en la COP26, que se celebró en Glasglow en 2021. «No podemos comer carbón, no podemos beber petróleo. Como dice una de mis amigas, el dinero será inútil en un planeta muerto», ha manifestado en la misma línea la ugandesa Vanessa Nakate. En estos países tienen muy presente el legado de la bióloga Wangari Maathai, cuya lucha contra la deforestación la llevó primero a la cárcel y luego al Parlamento en Kenia. Fue la primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz.
«La responsabilidad no puede caer en nosotros, en lo que nosotros haremos cuando se nos dé la oportunidad. Los que ya tenéis los recursos y los espacios, por favor, cambiar las cosas. Luchar por cambiarlas. Nos lo debéis a nosotros, a los jóvenes, pero también a los niños y niñas que aún no pueden entender qué está pasando, y a las próximas generaciones», dijo Sara Santana durante las jornadas El futur es ara. «Estas palabras me salieron del corazón porque la crisis climática me afecta emocionalmente. Al final, para mí esto va sobre en qué mundo vivirá mi hermana o mis hijos, si los puedo tener», afirma la portavoz de End Fossil. «No tenemos más tiempo para seguir escuchando debates estériles sobre cuál es la solución perfecta. Esta década debe ser la del cambio», incide Santana.
«Me parece importante destacar que hay defensores de la Tierra asesinados y poblaciones indígenas que sufren la peor represión», resalta Sofía Fernández. La física y activista de Juventud por el Clima anima a participar de los movimientos activistas para el bien común. «Cualquier persona puede hacer lo que hace Greta. Todas podemos manifestarnos por el clima y juntarnos con otras personas, es importante que lo hagamos». Seguramente, a la Greta Thunberg ya adulta le sigue aterrando la avaricia humana que antepone el actual modelo socioeconómico a la empatía. Pero está claro que está sola.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/legado-de-greta-thunberg/