Suele recordar la escritora y articulista Susana Fortes, cuando se enfrenta a un auditorio poco avezado, que es casi imposible no haber visto jamás una fotografía de Robert Capa, aunque se desconozca que las instantáneas pertenecen a este reportero gráfico. La historia del siglo XX, sus héroes, mitos y guerras están en alguna medida forjados […]
Suele recordar la escritora y articulista Susana Fortes, cuando se enfrenta a un auditorio poco avezado, que es casi imposible no haber visto jamás una fotografía de Robert Capa, aunque se desconozca que las instantáneas pertenecen a este reportero gráfico. La historia del siglo XX, sus héroes, mitos y guerras están en alguna medida forjados con las imágenes de Capa. El fotógrafo de guerra, junto a otros grandes corresponsales, forjaron la leyenda de los reporteros nómadas, apátridas, que en la década de los 30-40 del siglo pasado mostraron al mundo la cara oculta de los conflictos. Estos profesionales intrépidos tenían una legión de seguidores, que esperaban ávidos sus reportajes en periódicos y revistas.
La novela «Esperando a Robert Capa», presentada por Susana Fortes en las Jornadas por la III República organizadas por la Federación de Pensionistas y Jubilados de CCOO del País Valencià, se sitúa en el contexto de la guerra civil española, donde trabajaron insignes fotoperiodistas y los mejores corresponsales de guerra del mundo. Se desplazaron al estado español mandados por sus periódicos y revistas, pero también porque en el ambiente de la época reinaba una certeza: no se trataba sólo de un conflicto entre españoles, sino la primera batalla de la segunda guerra mundial. De ahí su compromiso y la persecución, en no pocos casos, de un ideal romántico (el historiador Paul Preston da cuenta de ello en el ensayo «Idealistas bajo las balas»).
Jay Allen, Ernest Hemingway, Mario Neves, Herbert Matthews, Augustin Souchy, Saint-Exupery, Mijail Koltsov, John Dos Passos, John Thompson Whitaker…. Enviaban sus crónicas sobre el Madrid o el Alcázar de Toledo asediados, la masacre de Badajoz o la escabechina de Guernica. Vía telefónica. En unas condiciones de severa precariedad material, sometidos a la censura, los bombardeos y los francotiradores. El mítico Hotel Florida y el Gran Vía forman parte de la legendaria postal. Según Paul Preston, «hubo muchos corresponsales que se convirtieron a la causa republicana, pero informaban de manera veraz».
«Esperando a Robert Capa» recrea la relación sentimental, profesional y humana entre Robert Capa (21 años) y su compañera Gerda Taro (24), también reportera de guerra. La novela comienza en el París del periodo de entreguerras, de los cafés, el glamour y la bohemia, pero en la segunda parte vira a un escenario radicalmente distinto: el Madrid de los bombardeos y la conflagración. El libro finaliza con la muerte de Gerda Taro en la batalla de Brunete.
Endre Ernö Friedmann (nombre real de Robert Capa) era de nacionalidad húngara. Nació en Budapest, en 1913, en el seno de una familia judía. A los 16 años le detiene la policía del régimen fascista del almirante Miklós Horthy, durante una protesta estudiantil (Capa participó en manifestaciones y colaboró con el partido comunista húngaro). Sufre una paliza y termina con sus huesos en la cárcel. Al abandonar la prisión, su madre -diseñadora de moda- le entregó dos camisas, unos bombachos y unas botas de doble suela; le introdujo en un tren, y desde entonces Endre Ernö Friedmann (después Robert Capa) nunca tendría domicilio fijo. «Será un nómada, siempre de hotel en hotel, de país en país, y verá la vida como una apuesta de riesgo fuerte», explica Susana Fortes. Capa fue, de hecho, el único reportero gráfico que cubrió en primera línea el Desembarco de Normandía. Las imágenes aparecieron «ligeramente desenfocadas» (como el libro de sus textos y fotografías sobre la segunda guerra mundial).
Capa se desenvolvió, cámara en ristre, también en la guerra chino-japonesa (1937-45); episodios en Londres, África e Italia de la segunda guerra mundial; la liberación de París. La guerra árabe-israelí de 1948 y la segunda guerra de Indochina, donde perdió la vida (Thai Binh, en 1954).
Amigo de «tragos» y de vida, el fotógrafo Henri Cartier-Bresson decía de Capa que era intuitivo, con capacidad de anticipación; para ver la fotografía en el aire y captarla. No era un teórico ni un intelectual. Capa introduce en París a Gerda Taro en el arte de la fotografía, «mientras ella le enseña a espabilarse», apunta Susana Fortes. Porque había que llegar a fin de mes, y en París existía una gran competencia entre fotógrafos. Es Gerda Taro quien se inventa el pseudónimo de «Robert Capa» (denominación corta y fácil de pronunciar, que le agradó mucho a Endre Ërno Friedmann); y de ahí surge un nuevo personaje, en el que se metió por completo: el de un intrépido fotógrafo norteamericano, audaz y triunfador. El pseudónimo se utilizó como rúbrica para las fotos de ambos, pero fue Endre Ernö Friedmann quien alcanzó renombre.
Gerda era una alemana de origen polaco y familia judía, muy disciplinada y con un cerebro portentoso. Forma parte de la primera generación de mujeres profesionales, de hecho, quiere ver su rúbrica en las fotografías que toma. Defiende con coraje su trabajo. Según Susana Fortes, «este empeño lleva a que la pareja tenga roces». Inmersos en la guerra civil española -en la guerra, territorio de hombres- esta mujer de escasa estatura exhibía una valentía enorme. Y se convirtió en una especie de «musa» para los corresponsales extranjeros y los brigadistas, que porfiaban por invitarla a cenar. Era, sin duda, el centro de atención. En la novela, Susana Fortes penetra en el territorio de las emociones: «Capa, que era más vulnerable, no llevaba bien la independencia de Gerda Taro». Pero se complementaban: «él tenía un carácter más anarquista y bohemio, apreciaba la buena vida; ella, por el contrario, era más organizada y disciplinada, de carácter germano; y procedía de las juventudes del partido comunista». Formaban parte de una generación de hombres y mujeres que empezaban a ser más libres.
Hubo una fotografía polémica -la muerte de un miliciano anarquista de Alcoy (Federico Borrell García), caído hacia atrás con los brazos en cruz- que se convirtió en emblema de la resistencia antifascista. Fue un episodio poco claro. «Capa siempre odió esa fotografía, con la que perdió la inocencia», apunta Susana Fortes. La imagen del «republicano abatido» que combate por el cerro Muriano (Córdoba), se publicó por primera vez en la revista «Vu» (23 de septiembre de 1936), y alcanzó fama mundial después de aparecer en «Life». Una imagen de impacto, escabrosa, en la que parece que al miliciano se le salen los sesos de la cabeza. Los lectores llamaron en tropel a las centralitas de periódicos y revistas, apunta la autora de «Esperando a Capa».
Una especie de fatalidad terminó con las vidas de los tres amigos: Franc Capa, Gerda Taro y David Seymour. El azar no fue benévolo con Gerda. Montaba en el estribo de un coche (del general Walter, miembro de las Brigadas Internacionales) por el frente de Brunete. Allí hizo sus mejores fotografías. Cayó del convoy presa del pánico que causaron los aviones enemigos. Un tanque, republicano, le arrolló y finiquitó su vida. Fue en el verano de 1937. Las enfermeras contaron que cuando despertaba, en estado muy grave, preguntaba por la cámara, recuerda Susana Fortes. Al día siguiente de la muerte tenía previsto viajar a París para reunirse con Capa. El destino quiso que Endre Ernö Friedmann sobreviviera a la guerra civil y fotografiara la liberación de París. Pero en 1954, la revista «Life» le encargó que cubriera el conflicto de Indochina, a lo que se negó. Al final accedió a desplazarse, sustituyendo a un compañero, Howard Sochurek. Capa pisó una mina y voló por los aires.
En cuanto a David Seymour, cofundador de Mágnum y fotoperiodista en la guerra civil española, murió de un disparo perpetrado por un francotirador egipcio. Ya se había firmado la paz después de la guerra de Suez. Corría el año 1956. Unos años antes, en 1947, Capa creó -con Henry Cartier-Bresson, George Rodger, Bill Vandiver y el mismo Seymour- la gran agencia Magnum, primera cooperativa de fotógrafos independientes del mundo.
«Es la historia trágica de los corresponsales de guerra», resume Susana Fortes. Unos reporteros que en el conflicto español (1936-39) tomaron partido hasta mancharse. Armados con una pluma o una cámara (en el caso de Capa, la «Leika» con la que tomaba fotos para la revista «Life»). Además de 70.000 negativos, el reportero ha legado algunas frases que compendian su afinada intuición: «Si tus fotografías no son lo suficientemente buenas, es porque no estás lo suficientemente cerca»; o «una causa sin imágenes no es sólo una causa ignorada, sino una causa perdida».