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El llamado de Rufián: una apuesta necesaria por la unidad

Fuentes: Rebelión

Las recientes declaraciones del diputado de Esquerra Republicana (ERC), Gabriel Rufián, pidiendo la conformación de un frente popular del siglo XXI entre las izquierdas soberanistas y confederales, han agitado el panorama político con la fuerza de un vendaval. No es una idea novedosa, pero su resonancia en el actual contexto, marcado por la amenaza del auge de la ultraderecha y la fragmentación progresista, le confiere una urgencia innegable. Esta propuesta, que cuenta con el significativo respaldo de una figura histórica y con tanto peso interno como Joan Tardà, no es un simple eslogan electoral; es un diagnóstico lúcido de la encrucijada en la que se encuentra la izquierda en todo el Estado español.

Rufián, con su estilo directo y provocador, ha puesto el dedo en la llaga: la dispersión y las rencillas entre fuerzas que deberían ser aliadas naturales son el caldo de cultivo perfecto para el avance del neofascismo. Su tesis es contundente: solo una alianza sólida, que trascienda las diferencias territoriales para centrarse en los grandes ejes de justicia social, derechos y democracia, puede erigirse como dique de contención. Es una visión pragmática que prioriza la defensa de lo común frente a lo que nos divide, sin que ello signifique abandonar las aspiraciones de cada proyecto.

La efervescencia que este llamamiento ha generado en las bases de la izquierda en todo el Estado español es el termómetro que mide su pertinencia. Hay un anhelo palpable en la militancia de base para construir un proyecto ilusionante y con vocación de mayorías. Es una reacción visceral frente a la política de trinchera y frente a la desesperanza que genera ver cómo las disputas domésticas absorben toda la energía de los dirigentes.

Precisamente, este es el principal escollo que este incipiente frente popular debe salvar. Mientras las bases vibran con la idea, los líderes de estos espacios políticos parecen aún inmersos en la gestión de lo inmediato, en las complejas negociaciones de sus respectivos ámbitos autonómicos y municipales. La desconexión entre la calle y las direcciones podría diluir la potencia de la propuesta en un mar de cálculos cortoplacistas y tacticismos electoralistas.

No obstante, el entusiasta acogimiento de la Organización  Confederal «La Izquierda» es una señal positiva. Demuestra que la idea no es un monólogo de E.R.C.

Ahora bien, de la expectativa a la concreción media un abismo que solo se salva con voluntad política y coraje. El «gran revulsivo» inicial debe ahora traducirse en pasos tangibles: mesas de trabajo, un programa mínimo que entusiasme, y una estrategia clara que demuestre que esto va en serio. El mayor riesgo es que el proyecto se perciba como una mera declaración de intenciones, un fuego de artificio que se apaga tan rápido como se enciende.

La historia, con el precedente del Frente Popular de 1936, nos recuerda el poder transformador de la unidad de las izquierdas frente a la amenaza reaccionaria. Rufián y Tardà a su manera, están intentando rescatar ese espíritu para el siglo XXI. Su éxito o fracaso no solo definirá el futuro de sus formaciones, sino que puede ser determinante para el tipo de Estado que será España en los próximos años. La pelota, ahora, está en el tejado de los dirigentes.

Lois Pérez Leira.  Portavoz de La Izquierda.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.