Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra este industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las […]
Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra este industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las páginas de Rebelión.org).
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Estábamos en el apartado 1.8. Las noticias en todo caso se agolpan. ¿Quiere apuntar la más importante desde nuestra última conversación?
Bueno, si no le parece mal, a mí me gustaría mencionar preferentemente a la que, quizás, pasado un tiempo, digamos que unos cuantos años, pudiéramos considerarla como tal, porque efectivamente se hubieran confirmado las expectativas que en estos momentos se suscitan. Me refiero a la publicación, el pasado día 2 del presente mes, enero de 2015, del trabajo de Nakajima y colaboradores, en el que se presentan los resultados de su estudio experimental sobre el potente efecto anticancerígeno de un inhibidor de la adenosina desaminasa, llamado EHNA, un efecto antitumoral, que lo tiene sobre las líneas de cultivo de células humanas de mesotelioma pleural maligno, determinando su apoptosis, esto es, su «suicidio celular».
Y ese descubrimiento que nos acaba de describir, ¿para quién representa una esperanza?
Representa una esperanza de curación para aquellos futuros pacientes del mesotelioma, que sin duda habrá, a la vista, por un lado, del dilatado tiempo de latencia de dicha patología maligna, y por otro, de que el amianto instalado sigue estando presente en el medio ambiente, pudiendo llegar a originarla, y porque, además, el amianto sigue sin estar prohibido en muchos países.
Tiene razón, no me he olvidado de ello. Otra más antes de entrar en materia. Copio uno de sus correos (¡los guardo todos!): «El «huevo» se titulará: «VECINDADES PELIGROSAS. Amianto y riesgo residencial», y a más de uno le podrá inquietar. Ya estoy en ello, pero todavía falta bastante para la «soba final» de la que hablaba Ortega». No le sabía orteguiano. Un maestro mío, Manuel Sacristán Luzón, también lo era de joven (y acaso también de adulto, a su forma, nada trivial ni servil). Vuelvo a la pregunta: ¿de qué irá ese huevo al que hace referencia? No le pido un tratado, unas líneas para despertar nuestra inquietud.
Si, por citar a Ortega, soy orteguiano, ¿qué pasará, si cito a Maquiavelo?… Bromas aparte, y respondiendo ya a su pregunta, diré que el propio título de esa pequeña monografía, ya resulta suficientemente explícito sobre su contenido, pero que si vamos a lo substancial, a mí me gustaría destacar algo, que considero algo así como «la moraleja» del relato, y que no es otra, que la de poner el dedo en la llaga, al señalar el enorme contraste que existe entre el cúmulo de evidencias de todo tipo, también las científicamente contrastadas, como es el caso de los estudios epidemiológicos, acerca de los efectos letales de la contaminación por amianto, en razón de vecindad, esto es, meramente por haber residido en una proximidad más o menos relativa (a veces, muy amplia), respecto de un foco industrial de difusión (cantera, mina, fábrica de amianto-cemento, astillero, muelle, etc.), y, por otra parte, la irrisoria proporción en la que tales tipos de fuentes de contaminación han sido objeto del escrutinio científico, por lo que respecta precisamente a esa modalidad de extensión de sus efectos nocivos.
Hay, a mi modo de ver, un gran déficit, en ese sentido, en el esfuerzo científico que sería preciso aplicar, y para lo cual, evidentemente, los poderes públicos, en tanto que representantes electos de la sociedad que los configuró, debieran de hacer posible, aportando iniciativa y, sobre todo, respaldo presupuestario, y aceptando las iniciativas que en tal sentido la comunidad científica respectiva les pueda formular.
Después de la cita de Séneca, habla usted del instrumento principal, después de la corrupción de la ciencia. El nombre del instrumento: think tanks. ¿Qué tipo de tanques son estos tanques? ¿Existen en España en el ámbito que estamos comentando?
Se trata de instituciones privadas, con apariencia de neutralidad y de rigor científico, pero que en realidad responden a unas motivaciones de interés parcial, y que directa o indirectamente están financiadas o actúan mediante contrato reservado, al servicio de aquellos a quienes sus «incensarios» indefectiblemente favorecen.
En España, y en relación con el amianto, que es aquello sobre lo que me atrevo a opinar con un poco más de familiaridad, a ciencia cierta no sabría si afirmarlo o negarlo; simplemente, con nuestra proclividad a dar por supuesto que lo foráneo es sistemáticamente marchamo de calidad científica, lo que sí he podido constatar es cómo, en sede judicial, reiteradamente se ha mencionado, como supuesta autoridad científica, al canadiense «Instituto del Crisotilo», antes llamado «del Asbesto». Algo, con menos credibilidad, que el timo del portaviones nepalí.
¿Y qué timo es ese?
Esa expresión es una forma de significar que algo resulta ser absolutamente inverosímil.
¿Qué relación existe entre esos tanques y los lobbys? ¿No son, en el fondo, uno y lo mismo?
Podríamos decir que el lobby trata de ocultar su parcialidad, a través del instrumento del think tanks. De estos últimos, suelen haber muchos más, de suerte que a cada lobby han de corresponderle varios, quizás muchos en ciertos casos al menos, entre otras cosas porque se trata de herramientas propagandísticas que terminan por desgastarse (acaba «viéndoseles el plumero»). El lobby actúa preferentemente cabildeando, entre bambalinas -aunque a veces, descaradamente-, en los aledaños del poder político e institucional, mientras que los think tanks tratan de influir en la opinión pública, en los formadores de esa opinión, en los medios de comunicación, etc.
Habla usted en primer lugar del «Manhattan Institute for Policy Research» y de Paul M. Singer. ¿Qué actividades realiza ese Instituto de Manhattan?
Se trata de uno de tantos think tanks. Su pomposo nombre es típico de ese tipo de «chiringuitos». En mi libro se da cumplida cuenta de sus «hazañas», tanto en lo relativo al amianto, como en lo que se refiere a otras actuaciones suyas, igualmente incalificables. Paul M. Singer es su propietario y director. Hay que leérselo, todo lo que de él digo, en toda la extensión que merece y requiere la cuestión, para llegar a hacerse idea de la bajeza, sin parangón posible, que constituye toda su trayectoria vital.
Por cierto, ese tal Singer, ¿ayudó a la huida de Fujimori de Perú? ¿Cómo, por qué?
Sí, lo hizo; lo hizo, poniendo a su disposición el medio de huida preciso, que previamente le había arrebatado, y lo hizo, evidentemente, por una motivación económica: cobrándolo, a aquel precio leonino que le permitía su condición de tabla de salvación, en una situación de perentoria desesperación del fugitivo auxiliado.
¿Y qué tiene que ver este abogado del que hablamos con la leche de los bebés?
Es a lo que aludió el ex Secretario General Adjunto de la ONU, Winston Yubman, refiriéndose a los efectos perversos de las actuaciones de este siniestro personaje. Transcribo literalmente de mi libro, citando, a mi vez, a un texto de Greg Palast: «El modus operandi de Singer es encontrar alguna deuda olvidada de una nación muy pobre (el Perú y el Congo están en su menú). Él espera que los contribuyentes estadounidenses y europeos condonen las deudas de los países pobres. Entonces Singer se hace con todos los papeles de esas deudas, por una fracción de su valor nominal, y detiene el comercio, congela los fondos y las economías en su conjunto son tomadas como rehenes.
Singer entonces exige que los países que prestan la ayuda paguen monstruosos rescates para permitir que el comercio se reinicie. En Newsnight, de la BBC TV, nos enteramos de que Singer exigió US$ 400 millones de dólares del Congo, por una deuda que compró por menos de US$ 10 millones. Si no obtiene su ganancia del 4000%, puede, de hecho, hacer morir de hambre a la nación. No lo digo en sentido figurado, me refiero a hacer morir de hambre, quitándole la comida. En la República del Congo, el año pasado, una cuarta parte de todas las muertes de niños menores de cinco años, fueron causadas por la desnutrición.»
Bush II, según leo en su libro, acusó a los trabajadores del amianto que habían demandado a sus empresas de mentirosos. ¿Cuándo fue eso?
Lo hizo en un programa televisivo, y como «punta de lanza» de su estrategia para reducir drásticamente las indemnizaciones compensatorias por los daños que el amianto causa.
Le copio: directivos de cuatro empresas aseguradoras británicas que obtienen suculentos bonus en la medida que consiguen reducir el monto anual de las compensaciones satisfechas a las víctimas del amianto. Sin piedad. ¿Habla en serio? ¿No exagera, no es demasiado desconfiado?
No interpreto; meramente constato. Por lo tanto, no cabe hablar de desconfianza en demasía, ni de exageración. Blanco sobre negro, así ha quedado reseñado. La sensación que se obtiene (y esto ya sí que es una interpretación mía), es que así lo consigan, sin tapujos, porque es algo a lo que consideran de lo más «natural» y «lógico».
¿Cómo explica usted ese afán desmesurado de ganancia a costa de lo que sea? ¿Está en sus genes, en la naturaleza de todos? ¿Es la civilización del capital?
Los optimistas dirán que es el sistema (y, por lo tanto, quizás remediable), y los pesimistas, que es la propia condición humana, en su amplia variedad, la que, precisamente por ella, ha de abarcar también a sujetos de esa condición, y entonces el remedio ha de ser puramente punitivo y ejemplarizante, para que el mero cálculo egoísta les haga desistir de sus comportamientos amorales. Algunos dirán: «la confianza es buena, pero el control es mejor»… ¿le suena eso?
Me suena. Habla usted también de otra cínica batalla legal en Inglaterra. ¿Qué batalla es esa?
Es la misma que ha sido determinante para la resolución, en contra de los demandantes, del famoso proceso de Turín, rematado en Roma, a donde acudí a respaldar, con mi humilde presencia, la lucha de las víctimas de Casale Monferrato: la forma en la que se hace el cómputo temporal para estimar la prescripción.
Volviéndome a auto-citarme: «Otra cínica batalla legal, en curso de desarrollo en el Reino Unido, es aquella en la que se pretende que la fecha a considerar para establecer un límite a la responsabilidad legal (como ocurre con cualquier delito, falta o infracción), sea la de exposición, y no la de manifestación de la afectación, cuando es sabido que, sobre todo en el mesotelioma, son décadas las que han de transcurrir habitualmente, para que la enfermedad se manifieste.»
Afirma usted que la frontera entre los tanques aludidos y las asociaciones patronales es confusa. ¿Por qué? ¿Nos puede dar algún ejemplo?
Lo es, en la justa medida en la que una asociación patronal se arroga ese papel. ¿Cómo clasificar, por ejemplo, al «Comité français d’etude sur les effets biologiques de l’amiant (COFREBA)», con disfraz de neutral cónclave de «expertos»? Dos médicos de empresa, empleados en dos empresas que fabricaban productos que incluían al asbesto en su composición («Amisol» y «Valéo»), crean, con el soporte financiero de sus empleadores, la «Association pour l’étude des dangers biologiques de l’amiante» (Asociación para el estudio de los peligros del asbesto), título, por lo visto, demasiado claro y expresivo, por lo que fue cambiado por el más críptico «COFREBA», antes mencionado.
Se refiere usted también a los negacionistas del cambio climático. ¿Y qué tienen que ver estos colectivos irracionalistas con lo que estamos comentando?
Ahí, mi querido amigo, hay mucho más que «colectivos irracionalistas». Hay, para empezar, numerosos think tanks, con generosa remuneración de suculentas minutas, pagadas por la industria petrolífera, por la automovilística, y en general, por todas aquellas a las que los combustibles fósiles (gas, petróleo, carbón mineral), sirven de materia prima en sus respectivos negocios. Es exactamente el mismo esquema operativo de la industria del tabaco, y de la del amianto, tanto de su minería, como de su utilización industrial. De hecho, a la industria del automóvil la veremos doblemente implicada, tanto en lo uno, como en lo otro. Todo esto está perfectamente documentado y cuantificadas las correspondientes cifras dinerarias invertidas en la ofensiva mediática, que busca demorar indefinidamente, de forma suicida y homicida, la adopción de medidas paliativas.
La industria, señala usted, parte del supuesto de que la gente es incapaz de distinguir entre la buena y la mala ciencia. Un libro del admirado Martin Gardner llevaba ese título. ¿Cree usted que tienen razón? ¿Sabemos o no sabemos distinguir entre la buena y la mala ciencia?
La lectura de «La nueva era», de mi admirado Martin Gardner, puede ser muy aleccionadora, al respecto. No es la única obra en castellano, que viene a abundar en lo mismo. Puedo relatarle también, por ejemplo, que he podido ver ante mis asombrados ojos, cómo, entre compañeros de trabajo y vecinos, se ha roto definitivamente una estrecha amistad, «de toda la vida», simplemente porque una adivina, consultada por uno de los protagonistas, sin ningún género de prueba objetiva, imputaba un robo al hasta entonces amigo íntimo del consultante. Obviamente, el acto previo, la consulta, ya define la catadura intelectual de quien se deja enredar en tales engañabobos. Hay de todo en la viña del Señor…
Parece ser que sí. Pfizer, la temible corporación farmacéutica, también está implicada en el tema del amianto. ¿Por qué?
En 1968 adquirió a la empresa «Quingley Co.», dedicada a la fabricación de productos de aislamiento, incluyendo a los elaborados con amianto. A causa de ello, «Pfizer» quedó subrogada de todas las responsabilidades derivadas de las patologías generadas por dicha circunstancia.
Pasamos al apartado 1.9. «Desde el principio: la alargada sombra de un bárbaro ayer». Lo abre con una cita hobbesiana: «El hombre es lobo para el hombre». ¿Lo es? Por lo demás, según creo haber leído en Frans de Waal, los lobos no son terribles entre ellos.
Es sólo una metáfora peyorativa. En realidad, sólo tiene sentido atribuir responsabilidad moral, a quien tiene capacidad de raciocinio, que le permite anticipar las consecuencias de sus acciones u omisiones. Los lobos no la tienen (o, en todo caso, hipotéticamente la tendrían muy atenuada), y los hombres, en cambio, sí. En ese sentido, podemos decir que algunos de nuestros semejantes, somos peor que lobos.
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