Traducido por Eva Calleja
Sin iniciativas para restaurar la salud del suelo, podríamos perder nuestra habilidad de cultivar alimentos suficientes para alimentar a la población del planeta.
El desierto de Sarigua, al oeste de la ciudad de Panamá, después del pastoreo excesivo por el ganado y la pérdida de la capa superficial del suelo por la erosión. Fotografía: Tomas Munita / AP
El mundo cultiva el 95% de sus alimentos en la capa más superficial del suelo, lo que hace del mantillo uno de los componentes más importantes de nuestro sistema alimentario. Sin embargo, gracias a las prácticas agrícolas convencionales, casi la mitad del suelo más productivo ha desaparecido en el mundo en los últimos 150 años, amenazando los rendimientos de las cosechas y contribuyendo a la contaminación por nutrientes, a la aparición de zonas muertas y a la erosión. Solo en EEUU, el suelo de las tierras cultivables se está erosionando 10 veces más rápido de lo que puede regenerarse.
Según María-Elena Semedo, de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, si continuamos degradando el suelo al ritmo al que lo estamos haciendo ahora, el mundo podría quedarse sin tierra fértil en unos 60 años. Sin tierra fértil, la habilidad de la tierra para filtrar agua, absorber carbono y alimentar a la gente se desmorona. No solo eso, sino que los alimentos que cultivemos probablemente tendrán una menor cantidad de nutrientes vitales.
La combinación moderna de labranza intensiva, falta de cultivos de cubierta, fertilizantes sintéticos y pesticidas, está dejando a la tierra sin los nutrientes, minerales y microbios que sustentan una vida sana de las plantas. No obstante, hay algunos agricultores que están intentando ir contra esta tendencia para salvar sus tierras y sus medios de subsistencia.
«No queremos volver a ver nuestro suelo a no ser que lo andemos buscando,» dice Keith Berns, un agricultor de Nebraska que no ha tocado un arado en tres décadas.
Él y su hermano, Brian, comenzaron con la práctica de la siembra directa en su granja de 2.100 acres, donde cultivan maíz y soja, cuando se dieron cuenta de que así podrían incrementar el carbono, los nutrientes y el agua disponible en el suelo. Su granja se encuentra en una zona del país bastante árida y mantener la humedad de la tierra es su principal prioridad. Con un aumento del 1% de carbono, un acre de tierra puede retener unos 40.000 galones adicionales de agua.
Una vez que dejaron de labrar, la familia Berns vio como la materia orgánica del suelo aumentaba, lo que puede tener el beneficio añadido de hacer que los alimentos cultivados en ese suelo sean más nutritivos.
La materia orgánica, una parte del suelo que contiene plantas y tejidos animales en descomposición, sirve como reserva de nutrientes que alimentan a los microbios que proporcionan nitrógeno para el crecimiento de las plantas y que secuestran carbono. Cuanta más materia orgánica, más microrganismos puede albergar el suelo.
«En un puñado de tierra hay más organismos que gente hay en la tierra,» dice Rob Myers, un científico del suelo de la Universidad de Missouri Con un aumento de materia orgánica, los Bernses cultivaron más alimentos usando menos agua y menos fertilizantes.
En los años 90 comenzaron a plantar cultivos de cubierta entre cosechas. El centeno y el trigo sarraceno, entre otros cultivos de cubierta, proporcionan más materia orgánica al suelo, alimentando así a microorganismos como bacterias y hongos. Estos cultivos también fijan el nitrógeno en el suelo y reducen la erosión.
En medio de la preocupación por la pérdida de tierra fértil, la siembra directa y los cultivos de cubierta se están haciendo cada vez más populares, según el Censo de Agricultura de EEUU de 2017. El cuarenta por ciento de las tierras de cultivo de EEUU se gestionan en granjas de siembra directa, frente al 32% de 2012.
Aunque su uso todavía no está muy implantado, los cultivos de cubierta se están popularizando entre los agricultores, especialmente en el cinturón del maíz del país. A nivel nacional, los agricultores plantaron cultivos de cubierta en 15 millones de acres, un 50% más que hace cinco años.
Los hermanos Berns vieron este cambio de primera mano. Cuando al principio decidieron plantar cultivos de cubierta tuvieron dificultades para encontrar semillas. Viendo que había una carencia en el mercado, en 2009 montaron su propia empresa de semillas de cultivos de cubierta, una mezcla que los agricultores conocen ahora como coctel de cultivos para sembrar en otoño. Durante el primer año vendieron semillas suficientes para cubrir 2.000 acres. El año pasado vendieron las suficientes para cubrir 850.000.
La sensación de urgencia por el problema que plantea la escasez de tierra fértil está creciendo a la vez se predice que el planeta podría alcanzar los 9 mil millones de habitantes para 2050. Sin un sistema de cultivo sano, los agricultores no serán capaces de alimentar a la creciente población mundial, dice Dave Montgomery, un geólogo de la Universidad de Washington y autor del libro Cultivando una Revolución: Devolviendo la Vida al Suelo (Growing a Revolution: Bringing Our Soil Back to Life)
Para ver lo que le sucede a las civilizaciones que perdieron el suelo fértil que necesitaban para cultivar alimentos, no nos tenemos que ir más allá de Siria o Libia. Los registros romanos de tributos muestran que en esas áreas se cultivaba gran cantidad de trigo, pero a medida que los agricultores siguieron arando sus campos, expusieron a la intemperie a los valiosos microbios y el mantillo erosionó. Hoy en día esas zonas tienen muy poco suelo en el que cultivar.
«En sociedades que pierden su tierra fértil, sus descendientes son quienes pagan el precio,» dice Montgomery. «La naturaleza necesita mucho tiempo para crear suelo.» Algunos cálculos dicen que se pueden necesitar 500 años para que se desarrolle un mantillo sano y menos de un siglo para que se degrade.
El mundo también se está enfrentando a una crisis de nutrición. Un estudio de 2004 publicado en la Revista del Colegio Americano de Nutrición (American College of Nutrition) comparó los nutrientes en cosechas de 1950 con los de las cosechas de 1999 y encontró descensos en proteínas, calcio, fosforo, hierro, vitamina B12 y vitamina C.
La práctica de cultivar una o dos variedades, como maíz y soja, aceleró la degradación del suelo, según Montgomery. Las políticas del gobierno animaron a los agricultores estadounidenses a especializarse, lo que resultó en monocultivos que necesitan cada vez más agua, fertilizantes y pesticidas.
Las prácticas, sin embargo, están cambiando, dice Montgomery y Myers. «Creo que estamos viendo un gran movimiento, pero que justo está empezando a crecer», dice Montgomery.
Mejorar la salud del suelo paga dividendos, pero las inversiones en suelo fértil puede necesitar años para mostrar resultados. Este es el reto al que se enfrentan los agricultores que funcionan con márgenes ajustados, según Montgomery, que dice que el gobierno debería hacer más para incentivar las mejores prácticas.
Bern sugiere que los agricultores hagan esos cambios despacio, usándolos en una parcela cada vez. En los estados del Atlántico medio como Meryland y Virginia, los gobiernos locales han incentivado a los agricultores, a través de subvenciones, para que planten cultivos de cubierta, lo que ha aumentado el ritmo de adopción de esas prácticas en estos últimos 20 años.
Nos jugamos mucho. Si los agricultores de los EEUU y de todo el mundo siguen sin darle un mayor valor a lo que alimenta sus cosechas, podríamos estar enfrentándonos a una catástrofe inimaginable, según Myers: «Tenemos que tener esa tierra fértil, es fundamental para nuestra supervivencia».
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la traducción.