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El mundo, patas arriba. Entrevista a Eduardo Galeano.

Fuentes: Revista Pueblos

Eduardo Galeano: «América Latina cuenta con grandes reservas de dignidad». Escribe, según sus propias palabras, para revelar la historia escondida, la que ha sido tergiversada, porque como es sabido, generalmente las historias oficiales de los pueblos las redactan según sus conveniencias los ganadores. Su pasión es la de narrar en forma breve realidades sociales que […]

Eduardo Galeano: «América Latina cuenta con grandes reservas de dignidad». Escribe, según sus propias palabras, para revelar la historia escondida, la que ha sido tergiversada, porque como es sabido, generalmente las historias oficiales de los pueblos las redactan según sus conveniencias los ganadores. Su pasión es la de narrar en forma breve realidades sociales que pintan de cuerpo entero la idiosincrasia latinoamericana, pero, al mismo tiempo, tiene una capacidad para ver en forma descarnada, real y analítica el devenir del mundo y sus fenómenos sociológicos. No hay más que echar una ojeada a su libro Patas arriba. La Escuela del mundo al revés, para comprobar esta premisa.

Es autor de esa obra controvertida y ya clásica que es Las venas abiertas de América Latina, escrita en 1970. Éste es un libro concebido como una novela que cuenta con pasión, lucidez y amplias referencias históricas cómo una región tan beneficiada por la naturaleza ha sido no solamente esquilmada primero en la colonia por los españoles y luego por las potencias de Occidente durante su vida republicana sino que, además, no ha podido encontrar aún su destino y con él una mejor suerte.

Su autor es un periodista y escritor nacido en 1940 en Montevideo, Uruguay, que responde al nombre de Eduardo Hughes, pero desde que hacía dibujos para los periódicos de su país en plena juventud decidió adoptar el apellido materno por la difícil pronunciación española del de su progenitor. Por consiguiente, desde que comenzó a escribir firma como Eduardo Galeano.

Durante su ya vasta trayectoria de escritor, Galeano se ha dedicado sistemáticamente a borrar las fronteras entre las vertientes del periodismo y la literatura. En sus más de doce libros confluyen la narración y el ensayo, la crónica y la poesía, el humor y el sarcasmo; así como en sus notas de prensa sobresalen los párrafos contundentes salpicados de ejemplos de entereza y dignidad de ciudadanos del común, que son, en su concepto, los verdaderos héroes del mundo de hoy.


Entre identidades elegidas y heredadas

¿Cómo entiende usted la identidad cultural?

Es muy difícil hablar de identidad de forma breve, creo que se ha universalizado este concepto en los últimos años, lo que me parece muy limitado. Diría que reduce la identidad a un asunto de museo y yo creo que sobre todo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos, o sea, creo en una identidad en movimiento, creo en una identidad viva y creo más en las identidades elegidas que en las entidades heredadas en una región del mundo como es América Latina que tiene una amplia experiencia en la materia. Para citar dos ejemplos entre miles, señalaría los siguientes casos de identidad elegida: un antropólogo alemán llamado Kurth Hunker que llega a Brasil a principios del siglo XX para estudiar a los guaraníes. Es un hombre joven, recién egresado de una universidad alemana y al entrar en contacto con los guaraníes descubre que él es guaraní y asume esta revelación, pasa a llamarse Kurth Imuendayú, que quiere decir en la lengua de esta etnia «el que elige su casa». Muchos años después muere siendo un indígena guaraní luego de haberse estudiado así mismo.

El otro caso que se puede citar como ejemplo es el de Rafael Barrett, uno de los escritores paraguayos de todos los tiempos y una figura emblemática de la cultura paraguaya, probablemente la mayor de todas, el paraguayo más paraguayo de todos. Rafael Barrett era hijo de padre inglés y de madre española, educado en Francia, llega a Paraguay cuando es hombre hecho y derecho, anarquista fervoroso, pasa en este país seis años de su vida, la mayor parte de este tiempo preso por actividades subversivas, después lo mandan al exilio, nunca más puede volver y él como repito, era el más paraguayo de todos porque descubrió que era paraguayo. Pisó esa tierra y esa tierra le dijo a través de las plantas: «tú me perteneces, tú eres mi hijo, así hayas nacido en otro lado». La identidad, entonces, no tiene que ver con las partidas de nacimiento, tiene que ver, fundamentalmente, con los lugares, las personas, los valores que uno elige.

¿En consecuencia, se elige la identidad?

Depende del caso, hay que tener una noción de identidad muy flexible que además no nos impida olvidar que somos diversos y que somos universalidad porque la condición humana es una y muchas y eso es lindísimo que ocurra. Lo mejor que el mundo tiene está en la cantidad de mundos que el mundo contiene. Por suerte somos diferentes, por suerte somos diversos, pero también hay valores comunes al género humano que se han ido transmitiendo de diferentes maneras, de generación en generación.

Pero hay mucho chauvinismo de rechazo a ese argumento, porque hay sociedades que se encierran en su propia cultura y en su propio mundo…

Claro, lo que pasa es que eso también ocurre como una actitud defensiva, en muchos casos fanática y ciega, a la globalización que impone una suerte de «uniformización» de la cultura a escala mundial. A veces se dan esas reacciones que suelen ser de fanatismo religioso o de aislamiento cultural que en ciertas oportunidades se explican, no digo que se justifiquen, pero se explican como respuestas a esta especie de «uniformización» obligatoria en la época de la gran hamburguesa planetaria.

Frente a la globalización ¿podemos anteponer el concepto de la localización?

Yo diría que hay que ser muy flexibles, tolerantes y muy cuidadosos con estos temas. El problema es que para recuperar la universalidad de la condición humana que es lo mejor que tenemos es necesario celebrar al mismo tiempo la diversidad. Esta sería la síntesis de lo que yo creo que es la identidad, en un mundo que a mí me parece que anda muy mal porque te condena a morir de hambre o de aburrimiento. Un mundo «uniformizado» es un mundo aburridísimo. Yo creo que la condición humana es muy divertida, muy diversa, muy celebradora de la vida, es un abanico de todos los colores, es un arco iris infinito.

Un pensador y político colombiano asesinado, Álvaro Gómez Hurtado, en su libro La revolución en América, dice que cuando se descubrió nuestro continente ya llevaba cinco mil años de atraso en la historia. Al fin y al cabo la cultura americana es relativamente nueva. ¿Cree usted que ya hay en Latinoamérica una identidad cultural?

Hay muchas, por suerte, que de algún modo definen un espacio cultural común, pero son muchas y muy diversas. América Latina es una región del mundo donde se encuentra todo lo que busques. Qué suerte que seamos así, como ese disparate que alguien alguna vez me discutía desde las altas cumbres de la ciencia preguntándome qué tiene en común un negro de Haití con un gaucho de la pampa. ¡Pero claro que tienen algo en común! No lo saben, pero seguro que tienen algo en común. ¿Por qué? Porque unos y otros han sido condenados a la amnesia de una historia oficial enferma de racismo, de machismo, de elitismo y de militarismo; están mutilados en el conocimiento de lo que fuimos, en la memoria compartida, y mutilados también en el conocimiento de la realidad, pero en la medida en que eso se abra, en que luchemos para abrirlo, para ser lo que podemos ser, que es una cosa infinitamente amplia y espléndida, vamos a descubrir que hay muchísimos más puntos de contacto de los que suponemos que hay y te diría que empezando por los más obvios que pasan por la obligación de sentido común de defendernos juntos. Es un escándalo que los países latinoamericanos no hayan logrado unirse siquiera para hacer frente juntos a la deuda externa. Cosas que parecen de cajón, se negocian por separado, con lo cual, por separado se ahorcan.


La realidad latinoamericana

En su libro Las venas abiertas de América Latina se detalla pormenorizadamente toda la explotación de las tierras de este continente, pero ese texto usted lo escribió en 1970. ¿Treinta años después Latinoamérica no está en un proceso de involución?

En algunas cosas sí, en otras no. Es muy difícil hacer un balance treinta años después. No se pueden reducir las cosas a un simple balance, la realidad por suerte es más rica y más asombrosa de lo que cualquier esquema puede presumir que es. Ella es una señora con mucha capacidad de sorpresa y muy inabarcable, pero en líneas generales diría que en algunas cosas se ha retrocedido, sí, y en otras se ha avanzado. Se ha retrocedido… te pondré ejemplos un poquito deshilvanados. Recuerdo que cuando escribí Las venas, a finales de 1970 había una cierta unanimidad universal en torno a algunas cosas elementales: la pobreza era resultado de la injusticia, lo proclamaba la izquierda, el centro lo admitía, la derecha no lo discutía. Había pobreza porque había injusticia, un reparto injusto de los panes y de los peces. Treinta años después ya quedan muy poquitos que digan que la pobreza es resultado de la injusticia. No digamos en la derecha o en el centro pero hasta en la izquierda ha prosperado esta suerte de certeza de fin del siglo XX y comienzos del siglo XXI de que la pobreza es el castigo que la ineficiencia merece y por lo tanto no es el resultado de la injusticia, es un acto de justicia. Se jode el que no trabaja o el que no sabe defenderse y el que no sabe competir y el que no es eficiente ni rentable. En ese sentido me parece que hay un retroceso, sí, se ha involucionado en la concepción de ciertas cosas que en aquella época eran de cajón, que nadie las discutía porque parecían que eran evidentísimas y ahora todo eso ha cambiado, este mundo es mucho menos solidario de lo que era el mundo del año 70, se han roto mucho los vínculos de solidaridad entre las personas, entre los pueblos, en gran medida porque como que hay una dispersión de esfuerzos, esta cosa unánime hoy por hoy de arréglate como puedas, de cada cual a lo suyo. Las venas abiertas es un reflejo de su época, de su momento.

Ahora vamos a las cosas que me parecen positivas. Creo que treinta años después las mujeres están mucho más despabiladas, es un hecho el ascenso de los movimientos que han logrado conquistas importantes en el reconocimiento de los derechos de la mujer, no en el papel, no en las leyes o en las constituciones sino en los hechos, se ha avanzado mucho, por lo menos en la toma de conciencia de que la humanidad no solamente está formada por la mitad de la humanidad. En otro plano que se ha avanzado en forma notable es en el de la conciencia ecológica. Ahora este tema está de moda y todos, hasta los asesinos del planeta son verdes, pero eso indica que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.

¿Si se pusiese en el trabajo de reeditar una nueva versión de Las venas abiertas de América Latina qué le agregaría, qué le quitaría?

No, los libros nacen en un momento y en un lugar y en cierto modo pertenecen a ese momento y a ese lugar, a veces tienen la suerte de proyectarse más allá como pasó con Las venas, que sigue funcionando bastante bien porque continúa encontrándose con lectores en distintas lenguas, en distintos lugares del mundo. Es un libro del cual no me arrepiento ni de una coma, de él estoy muy orgulloso. Pero de ahí a repetirlo como si fuera cadena perpetua, no. Publiqué hace más de dos años otro libro que se parece en cierto modo y que se llama Patas arriba. La escuela del mundo al revés, que es una especie de Las venas pero con un lenguaje enteramente diferente, porque treinta años después yo soy otro. Eso sí, sigo siendo leal a las ideas que creo y a la gente que quiero.

La historia, generalmente, la escriben los que ganan, ¿de ahí tal vez la acogida de sus libros, que contienen la otra cara de la historia?

No, hay mucha gente que trae la otra historia, pasada y presente. La tarea mía es la de revelar la realidad que viene enmascarada. Yo sé que la realidad es neblinosa, contradictoria, difícil de descifrar, misteriosa, pero también es verdad que hay máscaras interesadas que nada tienen de inocentes y que son impuestas por un sistema que oculta, tergiversa, disfraza, miente. Entonces el gran desafío para quien escribe, creo, en mi caso por lo menos, es la revelación de esa historia escondida, lo que fue, lo que es, pero también a partir de una necesidad de celebración. Yo creo que aquella definición tan linda de Carpentier de lo real maravilloso de América es cierta porque si bien tiene lo real maravilloso también tiene lo real horroroso, pero ambos conceptos son hermanos siameses, tienen las espaldas pegadas. Así se barajan los naipes de la vida.

Usted que escribe sobre la otra historia, ¿cuál es su concepto de héroe en el mundo contemporáneo?

Para mí los grandes héroes no son los que están inmortalizados en el bronce o en el mármol sino que son las gentes anónimas, desconocidos que practican el heroísmo de la vida cotidiana y que son capaces de no sacrificar sus ideas, sus convicciones, sus principios, en función de sus conveniencias. Un gran héroe es un hombre que se levanta a las seis de la mañana, que trabaja doce, catorce, quince horas y que sin embargo sigue siendo leal a ciertos principios, a ciertos valores, y que no se ha dejado convencer de que sólo se vive para trabajar e intenta trabajar para vivir, es decir, que no ha perdido de vista que el fin de la vida humana no es convertirse en hormiga.

Hay una anécdota que sucedió en Bogotá una tarde de fútbol que refleja la actitud de un jugador que considero heroica porque asumió una postura honesta al hacer lo que en su concepto debía hacer, lo que era digno hacer en lugar de lo que convenía hacer. Esa es la actitud de un héroe para mí. En este caso la historia no es de un héroe anónimo sino que tiene nombre propio. Para relatarla escribí, hace algún tiempo, un texto muy corto que está inédito y que se puede transcribir. Dice:

«Aquella no era una tarde de un domingo cualquiera del año 67, era una tarde de clásico, el club Santa Fe definía el campeonato contra el Millonarios y toda la ciudad de Bogotá estaba en las tribunas del estadio. Fuera del estadio no había nadie que no fuera paralítico o ciego. Ya el partido estaba terminando en empate cuando en el minuto 88 un delantero del Santa Fe, Ómar Lorenzo Devanni cayó en el área y el árbitro pitó penal. Devanni se levantó perplejo, aquello era un error, nadie lo había tocado, él había caído porque había tropezado. Los jugadores del Santa Fe llevaron a Devanni en andas hasta el tiro penal. Entre los tres palos, palos de horca, el arquero aguardaba la ejecución, el estadio rugía, se venía abajo y entonces Devanni colocó la pelota sobre el punto blanco, tomó impulso y con toda su fuerza disparó muy afuera, bien lejos del arco».

En una de sus intervenciones en Bogotá a mediados de 2000 usted habló del «dolor agregado». No se podría relacionar ese concepto suyo con lo que está viviendo el mundo, con lo que llaman globalización. ¿Cuál es su idea frente a esta corriente mundial?

¿El dolor agregado qué es? Simplemente es el dolor evitable porque la condición humana es al mismo tiempo luces y sombras. Estamos condenados al dolor y al amor, pero hay dolores que no provienen ni de la pasión humana ni de la muerte, que son los dolores que son agregados por un sistema enemigo de la gente y de la naturaleza que tiene que ver con el funcionamiento desigual del mundo. Yo creo, en concreto, que este proceso de imposición de valores universales centrados en la mercancía y en la rentabilidad implica un envenenamiento del agua, de la tierra, del aire, pero también del alma.


«Deseducación» de los medios

En su opinión, ¿cuál debe ser la responsabilidad de la educación en la concreción de una respuesta de prevención al dolor?

Del dolor agregado, porque el otro hay que aprender a asumirlo dado que la vida no es un camino de rosas y además porque hay cosas que ni el capitalismo, ni el socialismo, ni la anarquía, ni nadie va a poder resolver puesto que hay fuentes de angustia y de sufrimiento en la vida humana contra las cuales no hay nada. Pero el problema del valor agregado es otra cosa, ocurre cuando un sistema incorpora dolor al dolor, y claro, la educación cumple un papel importantísimo, sin embargo la gran dificultad radica en que hoy por hoy la educación deseduca porque está en manos de los grandes medios de comunicación que lamentablemente están, a su vez, al servicio de la incomunicación humana. Tenemos ahora quinientos, mil, un millón de posibilidades de elegir entre lo mismo y lo mismo, y los medios dominantes de comunicación son transmisores del sistema de valores que genera el dolor agregado, o sea factores de violencia, la cultura de la muerte, valores de consumo que nos están repitiendo tú eres lo que tienes, tú eres lo que compras, todo en nombre de una presunta objetividad.

¿Como escritor y periodista qué concepto le merece la revolución tecnológica en el campo de las comunicaciones, considera que el Internet está cambiando no solamente las costumbres de la sociedad sino también su cultura?

Bueno, es un medio no un fin, aunque se enredan mucho los medios y los fines, sobre todo en el mundo de hoy en el que los medios han ocupado el lugar de los fines. Hay una usurpación de los fines por los medios, se supone que los medios están al servicio de los fines pero se han convertido en la actualidad en instrumentos de nuestros instrumentos. Entonces los automóviles nos manejan, los supermercados nos compran, los televisores nos miran y las computadoras nos programan, pero los medios no tienen la culpa, el problema es el uso que se hace de ellos y la inversión de valores que los coloca en el centro del universo. Yo creo que Internet ha abierto espacios de comunicación alternativa muy importantes y es una paradoja al revés, por fin una paradoja linda, una paradoja buena, porque Internet es un sistema mundial de comunicación organizado por el Pentágono al servicio de fines militares, nace al servicio de la cultura de la muerte, de la programación universal de la muerte y, sin embargo, se ha convertido en un centro de resonancia, de voces alternativas que antes resonaban en campanas de palo y hoy en día a través de este sistema encuentran un espacio muchísimo más amplio. Esto permite también articular movimientos inspirados en la lindísima idea de que el planeta tierra puede ser salvado todavía, de que la condición humana no es tan jodida como creemos, de que la solidaridad es todavía posible, todos estos movimientos: ecologistas, feministas, de derechos humanos, de defensa de la diversidad sexual, de la recuperación cultural, de las radios comunitarias, de montones de cosas que existen, han encontrado espacios de comunicación para tejer una red.

¿Qué piensa del síndrome de la «farandulización» de los medios de comunicación?

La frivolización en los medios de comunicación no debe sorprendernos porque. como hacen los científicos clasificando el proceso de la evolución en la era terciaria, cuaternaria, glacial, no se qué, venimos nosotros de la era «Lewinskiana» que es una era que se produjo a finales del siglo XX y que abarcó un año y medio decisivo en la historia de la humanidad que consagró toda su energía de comunicación a la transmisión de esas jornadas épicas en el Salón Oval de la lingüista Mónica Lewinsky con el entonces presidente del planeta. Yo creo que ese es un retrato certero, perfecto, de lo que son los medios de comunicación en el mundo de hoy.

Reservas de dignidad

¿Cómo analiza la situación latinoamericana al comenzar un nuevo milenio, seguimos arrodillados frente a los Estados Unidos?

No, tanto como eso diría que no. Esta es una región del mundo con tremendas reservas de dignidad y uno apuesta por esa dignidad, pero reconozcamos que el panorama se ha vuelto tremendamente complicado. Tenemos una dirigencia política indolente. Las encuestas indican que América Latina es, hoy por hoy, la región del mundo que menos cree en el sistema democrático de gobierno. Una de esas encuestas, publicada por la revista The Economist, reveló la caída vertical de la fe de la opinión pública en la democracia en casi todos los países latinoamericanos: hace medio año, sólo creían en ella seis de cada diez argentinos, bolivianos, venezolanos, peruanos y hondureños, menos de la mitad de los mexicanos, los nicaragüenses y los chilenos, no más de un tercio de los colombianos, los guatemaltecos, los panameños y los paraguayos, menos de un tercio de los brasileños y apenas uno de cada cuatro salvadoreños. Triste panorama, caldo gordo para los demagogos y los mesías de uniforme; mucha gente, y sobre todo mucha gente joven, siente que el verdadero domicilio de los políticos está en la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones.

La maldición de Colombia

Colombia atraviesa desde hace ya algunas décadas circunstancias muy adversas porque no ha podido superar el fenómeno de la violencia. ¿Cuáles serían sus palabras para nuestro país?

Yo no me quiero meter en los asuntos colombianos. De Colombia saben los colombianos, yo no soy quién para decirles qué tienen que hacer o qué deben dejar de hacer. Pero sí quiero decir un par de cositas. Primero, yo conozco este país desde hace muchos años, lo he visitado muchas veces, soy extranjero, sí, pero hasta cierto punto. En otros sentidos no soy tan extranjero ni me siento tan extranjero en Colombia. Puedo decir que tengo la certeza plena de que este pueblo es capaz de la alegría, gozador de la vida, fiestero, cordial, cariñoso, que no merece la violencia. La violencia es su maldición, pero no es su destino. Y otra cosa de la que estoy plenamente seguro es de que este pueblo no necesita que nadie venga a salvarlo desde afuera.

Fernando Arellana dirige el Observatorio Latinoamericano

Revista Pueblos, diciembre 2006