Cuando los países más pobres ya están sufriendo sus peores consecuencias, algunos siguen calificando el cambio climático de ciencia basura. Detrás de muchos de los artículos que niegan el calentamiento global se esconde una campaña financiada por la petrolera Exxon, que ha logrado retrasar una década la ineludible acción para frenar la degradación ecológica
La mayoría de los países ricos, al estar situados en latitudes templadas, sufrirán menos los efectos ecológicos del cambio climático, al menos en las primeras etapas. También tendrán más dinero con el que proteger a sus ciudadanos de las inundaciones, las sequías y las temperaturas extremas. Por tanto, reclamar a los habitantes de los países más desarrollados que actúen para prevenir el cambio climático significa pedirles que renuncien a sus coches de alto rendimiento, sus vuelos a Toscana, Tailandia o Florida en beneficio de otros.
Además, como dijo el primer ministro británico Tony Blair, «existe un desfase temporal entre el impacto medioambiental y las consecuencias electorales». Cuando llegue el momento de pagar las consecuencias de decisiones que él ha tomado, llevará ya varios años fuera del cargo. Pero el problema no es sólo que los ciudadanos de los países ricos no se comprometan. A su resistencia contribuye también una campaña de disuasión activa, que advertí por primera vez después de leer una serie de artículos realmente idiotas en la prensa británica. Como sugieren los siguientes ejemplos, para algunos periódicos la ausencia total de conocimientos científicos no impide publicar un texto.
«Bush tiene razón. El Tratado de Kioto es una estúpida pérdida de tiempo. El efecto invernadero seguramente no existe. No existen pruebas de que exista», afirmaba Peter Hitchens en The Mail on Sunday. Melanie Phillips tiene la suficiente seguridad en sus conocimientos de física atmosférica para afirmar que «… la teoría de que el calentamiento global es culpa de la humanidad es un inmenso fraude basado en unos modelos de ordenador deficientes, mala ciencia y una ideología antioccidental…».
Al principio pensé que todo esto era un caso de idiotez local, y no cabe duda de que ése es también un factor, aunque secundario. Pero después de investigar otra serie de afirmaciones empecé a comprender que su origen no estaba en los periódicos. A diferencia de casi todos los que niegan en los medios el cambio climático, David Bellamy es, o era, un científico, profesor de Botánica en la Universidad de Durham (Reino Unido). Era además ecologista y un famoso y estupendo presentador de televisión. A poco tiempo de comenzar este siglo decidió que no había ningún cambio climático. Esto es lo que escribió en un artículo en The Daily Mail en 2004 titulado ‘¿Calentamiento global? ¡Un montón de tonterías!’: «El vínculo entre la quema de combustibles fósiles y el calentamiento global es un mito».
En abril de 2005 leí una carta suya en el semanario New Scientist: «Al respecto de las informaciones [de su publicación] sobre el cambio climático y el deshielo en el Himalaya, hay que destacar que, en otras partes del mundo, los glaciares no están retrocediendo sino creciendo (…) Es más, si examinan todas las pruebas que no suelen mencionar los kiotoístas, 555 de los 625 glaciares que son objeto de observación por parte del Servicio de Vigilancia Mundial de Glaciares en Zúrich, Suiza, han crecido desde 1980″. Esta afirmación me pareció asombrosa. Así que llamé al Servicio de Vigilancia Mundial de Glaciares y les leí la carta de Bellamy. «Eso son sandeces», me dijeron. De hecho, los últimos estudios muestran sin lugar a dudas que casi todos los glaciares del mundo están retrocediendo. De modo que envié un correo electrónico a Bellamy para preguntarle cuál era su fuente. Después de varias peticiones, me explicó que había encontrado los datos en una web llamada www.iceagenow.com. Y allí estaba todo el material que citaba en su carta, incluidas las cifras -o algo parecido a ellas- que mencionaba: «Desde 1980, ha habido un avance de más del 55% de los 625 glaciares de montaña observados por el Servicio de Vigilancia Mundial de Glaciares en Zúrich». La fuente, que Bellamy mencionaba en el correo electrónico que me envió, era, al parecer, «el último número de 21st Century Science and Technology«.
Se trata, según averigüé, de una publicación que pertenece al millonario estadounidense Lyndon LaRouche, un hombre que ha dicho que la familia real británica dirige una red internacional de narcotráfico, que Henry Kissinger es un agente comunista, que el Gobierno de Reino Unido está controlado por banqueros judíos y que la ciencia moderna es una conspiración contra el potencial humano. En 1989 fue condenado a 15 años de cárcel por conspiración, fraude postal y delitos fiscales.
La revista quincenal 21st Century Science and Technology, con sede en Washington, no ofrecía ninguna fuente para esas cifras; pero se podían encontrar esos mismos datos en todo Internet. Aparecieron por primera vez en la Red a través del Proyecto de Política Científica y Ambiental que dirige un científico especializado en medio ambiente, el doctor Fred Singer. Después de publicarse en su web (www.sepp.org) los reprodujeron otros grupos, como el Instituto para la Empresa Competitiva, el Centro Nacional de Investigación de Políticas y la Coalición para el Avance de la Ciencia Responsable. Incluso habían llegado a The Washington Post. ¿Pero de dónde procedían? Singer citaba una fuente parcial: «un ensayo publicado en Science en 1989″.
Hice un repaso manual y electrónico de todos los números de 1989 de esa publicación. No sólo no había nada parecido a las cifras en cuestión, sino que, en todo el año, no se publicó en la revista ni un solo artículo sobre el avance o la retirada de los glaciares. Convencido de que los datos eran absurdos, lo dejé estar. Sin embargo, cuando publiqué estas conclusiones en The Guardian, uno de mis lectores escribió a Singer: «¿Cómo responde a las afirmaciones de George Monbiot, que, en The Guardian del martes, afirmaba que usted cita un ensayo inexistente en un número sin especificar de Science de 1989 como única base para asegurar que la mayoría de los glaciares del mundo están avanzando?». Su respuesta fue interesante e inesperada: «Monbiot está confundido o (…) miente (…) No sé nada de un ensayo de 1989 en Science. El lector volvió a escribir: «Estimado profesor: (…) He hecho una búsqueda en [su web] www.sepp.org (…) y he encontrado dos páginas que afirman exactamente lo que le atribuye Monbiot (…) ¿Podría ser más concreto, por favor, sobre este artículo de 1989 en Science?«.
Esta vez, el científico respondió en tonos menos agresivos. La afirmación, dijo, la había incluido en su página una antigua miembro de SEPP, Candace Crandall. «Parece que es incorrecta y ya se ha modificado», aseguró. Se le olvidó decir que Crandall era su mujer. Casi un año después comprobé su web y encontré este párrafo: «El Servicio de Vigilancia Mundial de Glaciares en Zúrich, en un ensayo publicado en Science en 1989, subrayaba que, entre 1926 y 1960, más del 70% de los 625 glaciares de montaña existentes en EE UU, la Unión Soviética, Islandia, Suiza, Austria e Italia estaba retrocediendo. Sin embargo, desde 1980, el 55% de estos glaciares está avanzando».
No lo habían cambiado. Además, en la página de SEPP y en las demás que habían publicado las cifras sobre los glaciares, encontré casi todas las afirmaciones, por ridículas o engañosas que fueran, que habían hecho posteriormente en la prensa David Bellamy, Peter Hitchens, Melanie Phillips, el novelista Michael Crichton y la mayoría de los demás personajes destacados que niegan la idea del cambio climático causado por el hombre. Da la impresión de que los grupos que he mencionado han recopilado y difundido los datos que utilizaban los escritores. Y tienen otra cosa en común: todos ellos están financiados por Exxon.
LA MANO INVISIBLE DE EXXON
ExxonMobil es la compañía más lucrativa del mundo. En otoño de 2005 declaró unos beneficios trimestrales de casi 10.000 millones de dólares (8.000 millones de euros), las mayores ganancias empresariales que se conocen. Casi todo ese dinero procede del petróleo, y es la empresa que más tiene que perder con los esfuerzos para hacer frente al cambio climático.
La web Exxonsecrets.org, con datos hallados en los documentos oficiales de la empresa, enumera 124 organizaciones que han recibido contribuciones de la empresa o colaboran estrechamente con otros que las han recibido. Su postura ante el cambio climático es siempre la misma: la base científica es contradictoria, los científicos están divididos, los ecologistas son unos charlatanes, mentirosos o lunáticos, y, si los gobiernos tomaran medidas para prevenir el calentamiento global, pondrían en peligro la economía mundial sin un motivo sólido. Cuando estos grupos ven conclusiones que no les gustan, dicen que son «ciencia basura». Las que les seducen son «ciencia responsable».
Entre las entidades financiadas por Exxon se encuentran varios sitios web y grupos de presión muy conocidos, como TechCentralStation, el Instituto Cato y la Fundación Heritage. Algunas poseen nombres que hacen que parezcan organizaciones cívicas de base o instituciones académicas: el Centro para el Estudio del Dióxido de Carbono y el Cambio Global, la Coalición Nacional de las Zonas Húmedas, el Instituto Nacional de Política Ambiental, el Consejo Americano para la Ciencia y la Salud. Una o dos de ellas, como el Congreso para la Igualdad Racial y el Centro de Derecho y Económicas de la Universidad George Mason, son verdaderos movimientos ciudadanos o instituciones académicas, pero la postura que adoptan respecto al cambio climático es muy parecida a la de los demás grupos subvencionados.
Aunque todas estas organizaciones tienen su sede en EE UU, los textos que publican se leen y reproducen en todo el mundo y a sus miembros se les entrevista y se les cita en todas partes. Al subvencionar un gran número de organizaciones, Exxon ayuda a crear la impresión de que las dudas sobre el cambio climático están extendidas. Para las personas que no saben que las conclusiones científicas no son de fiar si no han aparecido en publicaciones sujetas al escrutinio de los especialistas, los nombres de estas instituciones contribuyen a popularizar la idea de que hay científicos serios que no están de acuerdo con el consenso.
Esto no quiere decir que todo el trabajo científico que defienden estos grupos sea mentira. En general, no recurren a la invención, sino a la selección. Encuentran un estudio en contra y lo promueven sin descanso. Y siguen haciéndolo mucho después de que otras investigaciones lo contradigan. Pero no se detienen ahí. El presidente del Proyecto de Política Científica y Ambiental que dirige Fred Singer es un hombre llamado Frederick Seitz, un físico que en los 60 presidió la Academia Nacional de Ciencias de EE UU. En 1998 escribió un documento, conocido como la Petición de Oregón, que cita casi todos los periodistas partidarios de que el cambio climático es un mito. Éste es un extracto:
«Instamos al Gobierno de EE UU a rechazar el acuerdo sobre el calentamiento global redactado en Kioto, Japón, en diciembre de 1997, y cualquier otra propuesta semejante. Los límites propuestos para los gases invernadero perjudicarían el medio ambiente, entorpecerían el progreso de la ciencia y la tecnología y dañarían la salud y el bienestar de la humanidad. No existen pruebas convincentes de que la emisión humana de dióxido, metano y otros gases invernadero esté causando o vaya a causar en un futuro próximo ningún calentamiento catastrófico de la atmósfera terrestre, con el consiguiente trastorno del clima de la Tierra. Además, existen sólidas pruebas científicas de que el aumento del dióxido de carbono atmosférico produce muchos efectos beneficiosos en los entornos naturales, tanto vegetales como animales».
Cualquiera que tuviera un título universitario podía firmarla. Iba acompañada de una carta escrita por Seitz, encabezada con el título «Examen científico de las pruebas sobre el calentamiento global». El principal autor del «examen» que acompañaba a la carta de Seitz es un cristiano fundamentalista, Arthur Robinson, que no ha trabajado nunca como científico especialista en el clima. El documento estaba publicado conjuntamente por la organización de Robinson (Instituto de Ciencia y Medicina de Oregón) y un organismo llamado Instituto George C. Marshall, que ha recibido 630.000 dólares (unos 500.000 euros) de ExxonMobil desde 1998. Los otros tres autores eran el hijo de Arthur Robinson, de 22 años, y dos empleados del Instituto George C. Marshall, cuyo presidente del consejo de administración era Frederick Seitz. El documento sostenía que:
«Cuanto más uso se haga del carbón, el petróleo y el gas natural para alimentar y sacar de la pobreza a gran número de personas en todo el mundo, más CO2 se liberará en la atmósfera. Ello contribuirá a mantener y mejorar la salud, la longevidad, la prosperidad y la productividad de toda la gente (…) Vivimos en un entorno de plantas y animales cada vez más exuberante como consecuencia del aumento de CO2. Nuestros hijos disfrutarán de una Tierra con mucha más vida vegetal y animal que la que poseemos hoy. Es un regalo maravilloso e inesperado de la Revolución Industrial».
Estaba impreso en el tipo de letra y el formato de Proceedings of the National Academy of Sciences, la revista de la organización que en otro tiempo -lo cual acababa de recordar a sus lectores- había presidido Frederick Seitz. Poco después de que se publicara la petición, la Academia Nacional de Ciencias declaró: «La petición se envió por correo junto con un editorial de The Wall Street Journal y un manuscrito en un formato prácticamente idéntico al de los artículos científicos publicados en Proceedings of the National Academy of Sciences. El Consejo de la Academia quiere dejar claro que la petición no tiene nada que ver con la Academia Nacional de Ciencias».
Pero era demasiado tarde. Seitz, el instituto de Oregón y el Instituto George C. Marshall ya habían distribuido decenas de miles de copias, y la petición circulaba por Internet. La firmaron alrededor de 17.000 licenciados, en su mayoría personas sin experiencia en el campo de la ciencia del clima. Los científicos que sí son especialistas en este terreno -David Bellamy, Melanie Phillips y el resto- han dicho repetidamente que se trata de una petición. Las webs subvencionadas por Exxon dicen que es prueba de que no existe un consenso de los científicos sobre el cambio climático.
TRAS LA CORTINA DE HUMO
Los científicos del clima y los ecologistas son ya muy conscientes de todo esto. Pero lo más interesante que he descubierto en mis investigaciones es que la campaña empresarial para negar que el hombre esté cambiando el clima no la inició Exxon, ni tampoco ninguna otra empresa relacionada de forma directa con los combustibles fósiles. La creó la tabaquera Philip Morris.
En diciembre de 1992, la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos (EPA, en sus siglas en inglés) publicó un informe de 500 páginas titulado ‘Consecuencias para la respiración y la salud del tabaquismo en el fumador pasivo’. Sus conclusiones eran que: «… El contacto con el humo ambiental del tabaco (HAT) en EE UU tiene un impacto grave e importante en la salud pública (…) En los adultos, HAT es un carcinógeno para el pulmón humano, responsable de unas 3.000 muertes anuales por cáncer de pulmón entre los estadounidenses no fumadores (…) En los niños, la exposición al humo del tabaco suele estar vinculada a un riesgo mayor de contraer infecciones de las vías respiratorias inferiores, como bronquitis y neumonía (…) Entre 150.000 y 300.000 casos anuales entre recién nacidos y bebés de hasta 18 meses son atribuibles al HAT».
Dos meses después, Philip Morris, la mayor tabaquera del mundo, había elaborado una estrategia para responder al informe sobre el tabaquismo pasivo. En febrero de 1993, Ellen Merlo, vicepresidenta de asuntos corporativos, envió una carta a William Campbell, presidente y director, en la que explicaba lo que había decidido: «Nuestro objetivo fundamental es desacreditar el informe de la EPA (…) Al mismo tiempo, nuestro objetivo es impedir que las ciudades y los Estados, así como las empresas, lleven a cabo prohibiciones relacionadas con el tabaquismo pasivo».
Para ello había contratado a una empresa de relaciones públicas llamada APCO, y enviaba adjunto el consejo que le habían dado. Philip Morris, afirmaba APCO [en documentos que publicó, obligada por una sentencia judicial], necesitaba crear la impresión de un movimiento «de base» que hubieran formado de manera espontánea unos ciudadanos preocupados y deseosos de luchar contra «el exceso de normas». Tenía que presentar el peligro del humo de tabaco como un «temor infundado» similar a otros como los relacionados con pesticidas o teléfonos móviles. APCO propuso establecer: «Una coalición nacional cuyo fin sea educar a los medios, los funcionarios públicos y la población sobre los peligros de la ciencia basura. La coalición abordará la credibilidad de los estudios científicos del Gobierno, las técnicas de evaluación de riesgos y el mal uso del dinero de los impuestos (…) Tras la formación de la coalición, varios dirigentes clave realizarán una campaña en los medios, que incluya reuniones con consejos editoriales, artículos de opinión e información a cargos electos en determinados Estados».
APCO debía fundar la coalición, redactar su declaración de intenciones y «elaborar y colocar artículos de opinión en mercados clave». Para eso eran necesarios 150.000 dólares en honorarios y 75.000 en costes. En mayo de 1993, como demuestra otro memorándum de APCO a Philip Morris, el falso grupo cívico tenía un nombre: Coalición para el Avance de la Ciencia Responsable (en inglés, TASSC). Era importante, afirmaban cartas posteriores, «garantizar que TASSC tenga un grupo variado de patrocinadores», «vincular la cuestión del tabaco a otros productos más políticamente correctos» y relacionar los estudios científicos que presentan una mala imagen del tabaco con «cuestiones más amplias sobre la investigación dependiente del Gobierno y las normas», como el calentamiento global, el tratamiento de residuos nucleares y la biotecnología.
La compañía de relaciones públicas confiaba en que la cobertura de los medios permitiría a TASSC «establecer una imagen de coalición nacional de base». Por si acaso los medios hacían preguntas hostiles, APCO hizo circular una hoja de respuestas redactadas por Philip Morris. La primera pregunta era: «¿No es cierto que Philip Morris creó TASSC para que le sirviera de fachada?».
La respuesta debía ser: «No, en absoluto. Como gran empresa que es, PM pertenece a numerosas organizaciones empresariales, políticas y legislativas de ámbito nacional, regional y estatal. PM ha contribuido a formar TASSC del mismo modo que a otros grupos y organizaciones en todo el país».
Se puede ver claramente que hay similitudes entre el lenguaje y los métodos empleados por Philip Morris y los de las organizaciones financiadas por Exxon. Los dos grupos utilizaban los mismos términos, que, al parecer, inventaron los asesores de Philip Morris. La expresión ciencia basura se refería a los estudios revisados por especialistas que demostraban que el tabaco estaba relacionado con el cáncer y otras enfermedades. Ciencia responsable significaba estudios patrocinados por la industria del tabaco que sugerían que la relación no estaba clara. Ambos grupos de presión eran conscientes de que la mejor posibilidad de evitar la regulación era discrepar del consenso científico. Como decía un memorándum de la empresa tabaquera Brown and Williamson: «La duda es nuestro producto, porque es la mejor forma de competir con el cuerpo de datos que existe en la mente del público en general».
‘CIENCIA BASURA’ EN LA RED
Pero la conexión va mucho más allá. TASSC, la «coalición» creada por Philip Morris, fue la primera y más importante de las organizaciones subvencionadas por empresas en negar que hubiera cambio climático. Es la institución que más daño ha hecho a la campaña para detenerlo. Lo que no sabíamos hasta ahora es que no la crearon varias empresas del sector de los combustibles sólidos, sino una empresa tabaquera.
TASSC hizo lo que sugerían sus fundadores de APCO y buscó dinero en otras fuentes. Entre 2000 y 2002 recibió 30.000 dólares de Exxon. La página web sufragada por la coalición, JunkScience.com (Ciencia basura) ha sido el principal punto de distribución para toda clase de negación del cambio climático que ha llegado hasta la prensa de calidad. Aunque Singer fue el primero que hizo públicas las cifras sobre los glaciares en la Red, esta web las popularizó. El hombre que la dirige se llama Steve Milloy. En 1992 fue contratado por APCO y mientras trabajaba allí creó JunkScience. En marzo de 1997 fue nombrado director ejecutivo de TASSC y en 1998, según explicó en un memorándum a los miembros del consejo de administración, la coalición empezó a subvencionar su página web. Tanto él como la coalición siguieron recibiendo dinero de Philip Morris.
Un documento interno fechado en febrero de 1998 revela que el año anterior TASSC recibió 200.000 dólares de la tabaquera. El presupuesto de Philip Morris para 2001 muestra un pago de 90.000 dólares a Milloy, cuyo nombre puede verse unido a cartas y artículos que pretendían desacreditar los estudios sobre el tabaquismo pasivo en Internet y en las bases de datos académicas. Incluso logró llegar al British Medical Journal, en el cual he encontrado una carta escrita por él en la que aseguraba que los estudios sobre los que la revista había informado «no prueban la hipótesis de que el tabaquismo materno y pasivo aumenta el riesgo de cáncer en los recién nacidos». En la misma dirección figuran inscritas otras dos organizaciones: el Instituto de Educación para la Libre Empresa y el Instituto de Acción para la Libre Empresa, que han recibido respectivamente 10.000 y 50.000 dólares de Exxon. El secretario del primero es un hombre llamado Thomas Borelli, el ejecutivo de Philip Morris que supervisó los pagos a TASSC.
El membrete del papel oficial de TASSC cita un consejo asesor de ocho personas. Tres, según Exxonsecrets.org, trabajan para organizaciones que aceptan dinero de Exxon. Una de ellas es Frederick Seitz, el hombre que redactó la Petición de Oregón y que preside el Proyecto Científico y Ambiental de Fred Singer. También Singer tenía contactos con la industria del tabaco. En marzo de 1993, APCO envió un memorándum a Ellen Merlo, la vicepresidenta de Philip Morris que acababa de encargarle la lucha contra la Agencia de Protección Ambiental:
Con su control del debate sobre el cambio climático, la industria de la negación ha hecho que la acción mundial para afrontarlo se retrase varios años | ||||||
«Como sabe, hemos estado trabajando con los doctores Fred Singer y Dwight Lee, autores de varios artículos sobre la ciencia basura y la calidad del aire interior (CAI), respectivamente. Adjuntamos copias de los artículos sobre ciencia basura y CAI aprobados por los doctores Singer y Lee (…) Por favor, revise los artículos y háganos saber lo más pronto posible si tiene comentarios o preguntas sobre ellos».
No tengo pruebas de que Fred Singer o su organización hayan recibido dinero de Philip Morris. Pero muchos de los demás organismos patrocinados por Exxon y que han tratado de negar el cambio climático sí lo hicieron. Entre ellos, algunos de los think tanks más conocidos del mundo: el Instituto para la Empresa Competitiva, el Instituto Cato, la Fundación Heritage, el Instituto Hudson, el Instituto Fronteras de la Libertad, la Fundación para la Razón y el Instituto Independiente, además del Centro de Derecho y Económicas de la Universidad George Mason.
Aunque han trabajado sobre todo en EE UU, la influencia de los organismos subvencionados por Exxon y Philip Morris que niegan el cambio climático se siente en todo el mundo: Australia, Canadá, India, Rusia y el Reino Unido. Con su control del debate sobre el cambio climático en los medios durante siete u ocho años cruciales en los que tenían que haberse desarrollado conversaciones internacionales urgentes y su forma de sembrar constantemente dudas sobre la base científica han justificado con creces el dinero que se han gastado en ellos sus patrocinadores. En mi opinión, se puede decir que la industria de la negación profesional ha hecho que la acción mundial para afrontar el cambio climático se retrase varios años.
Pero eso no quiere decir que la resistencia política a dicha tarea sea culpa sólo de esta gente. El Gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, no necesita la ayuda de Exxon para sabotear las negociaciones internacionales sobre el clima. Una de las razones por las que estos profesionales de la negación del cambio climático han tenido tanto éxito a la hora de penetrar en los medios de comunicación es que dicen lo que la gente quiere oír.
George Monbiot, periodista británico, acaba de publicar en Reino Unido Heat: How to Stop the Planet Burning (Allen Lane, Londres, 2006), del cual se ha adaptado este artículo. Es autor también de The Age of Consent (HarperPerennial, Londres, 2004) y Captive State (Pan, Londres, 2001).