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Debate del estado de la nación 2006

El paraíso de lo posible, no de lo necesario

Fuentes: Rebelión

El debate del estado de la nación, celebrado los pasados 30 y 3 El debate del estado de la nación, celebrado los pasados 30 y 31 de mayo, han servido para escenificar en el Congreso de los Diputados la correlación de fuerzas política en España al acabar el segundo año del Gobierno Zapatero. La oposición […]

El debate del estado de la nación, celebrado los pasados 30 y 3

El debate del estado de la nación, celebrado los pasados 30 y 31 de mayo, han servido para escenificar en el Congreso de los Diputados la correlación de fuerzas política en España al acabar el segundo año del Gobierno Zapatero. La oposición de derechas, a pesar de su durísima campaña de movilización extraparlamentaria y de bloqueo interno en el aparato del estado, no ha sido capaz de imponer su veto al proceso de cambio político y social. Rajoy ha tenido un «martes negro» y su liderazgo es cuestionado desde sus propias filas. El Gobierno, apoyándose en una situación económica de crecimiento, insostenible a medio plazo, consolida su agenda de reformas democráticas, pero «cepillando» cualquier intento de superar el actual marco constitucional, y empieza a poner en práctica unas políticas socio-liberales más activas. La firma de cinco resoluciones con CiU frente a las tres con IU-ICV y una sola con ERC muestran la voluntad de profundizar un giro a la derecha que implica un cambio de alianzas en la mayoría parlamentaria para los temas pendientes más importantes en los próximos dos años. Zapatero vive su momento de gloria cuando inicia su reto más difícil, el proceso de paz en el País vasco.

La trampa «norcoreana» de Zapatero a la España raquitica de Rajoy

La dinámica misma del debate fue una trampa para el dirigente del Partido Popular, que cayó en ella de pleno. El discurso inicial de Zapatero fue bastante aburrido, con un tono plano, casi «norcoreano», en el que fue pasando revista a la gestión de cada uno de los ministerios con una avalancha de cifras y estadísticas que se presuponían «la imagen de la España real»: un país moderno, con un fuerte proceso de cambio social, que necesita adecuar sus estructuras al fuerte crecimiento económico, integrar a la nueva pluralidad de sus ciudadanos, encauzar el fenómeno emigratorio y culminar la reforma autonómica y descentralizadora con una reforma constitucional muy limitada, casi cosmética. «Lo que podemos hacer que España sea en el futuro» corresponde esencialmente a una gestión modernizante, que encauce el cambio social de una manera ilustrada, gracias a un gobierno que se encuentra por delante de su propia sociedad.

Rajoy comenzó su réplica a esta imagen idílica reconociendo la buena marcha de la economía -y la insostenibilidad del modelo heredado de su propio partido- para a continuación repetir el eje de movilización de la derecha: Zapatero rompe a España con sus alianzas y concesiones a los nacionalistas; Zapatero disuelve a España en una oleada de inmigrantes ilegales; Zapatero corrompe a España al poner limites a la enseñanza privada de la Iglesia católica; Zapatero ha hecho desaparecer a España del mapamundi con su política exterior «ecumenista» y «populista revolucionaria». Todo ello solo genera incertidumbre y discordia entre los españoles, que quieren un gobierno que sepa gobernar España.

Cuando se sentó tras su primera intervención, Rajoy recibió un aplauso sincero y entusiasta del grupo popular. Había hecho el discurso que la derecha quería oir, con eficacia y contundencia. El discurso que repiten todos los días machaconamente, de manera más burda e incluso soez, los medios de comunicación encabezados por la cadena de radio COPE, TV-Madrid y los periódicos El Mundo, La Razón o ABC.

Fue una falsa ilusión. A continuación Zapatero destrozó en dos réplicas todos los argumentos de Rajoy, «profeta del desastre y un desastre como profeta». Respondió al discurso de la nostalgia con el recuerdo de la invasión del islote marroquí de Perejil y la foto de las Azores de Aznar con Bush, Blair y Durao Barroso, sin ahorrarse una mención a Abu Graib, recordó las cifras de la inmigración ilegal bajo el Gobierno Aznar y su conexión con la economía sumergida y la corrupción. Remató con la posición totalmente contradictoria del Partido Popular ante la reforma autonómica, que exige los techos máximos de autogobierno allí donde gobierna, denuncia la «ruptura de España» donde no lo hace, para a continuación exigir gobernar con las mismas fuerzas nacionalistas, como CiU, a las que acaba de acusar. «La España real no le cabe en su idea de España», concluyó Zapatero.

A Rajoy y al PP no le quedó ya otra cosa que escudarse en el reparto acordado de los tiempos de debate para justificar su incapacidad de respuesta y montar una bronca que escondiese su silencio. Esa misma tarde, los comentaristas y la prensa de la derecha se le echaron encima, acusándole de haberse derrotado el mismo al pactar con Zapatero la exclusión del proceso de paz en el País Vasco del debate. La derecha no se merecía un dirigente que pacta cuando se esta rompiendo España.

Mayorías parlamentarias a izquierda y derecha

El resto del debate fue un ejercicio prácticamente diplomático de Zapatero con las distintas fuerzas políticas con las que se alía según las ocasiones y los temas. CiU se ofreció para lo que fuese, consciente de que su mejor carta para las elecciones catalanes de noviembre frente al tripartito catalanista y de izquierdas es el pacto de enero Más-Zapatero. Zapatero en más de una ocasión insinuó la probable victoria electoral de CiU, «llamada a gestionar el Estatut». ERC tuvo no solo el lógico ataque de cuernos, sino que supo explicitar su rechazo al «cepillado» del Estatut para justificar el NO, rechazando la teoría del mal menor, y denunciando no solo la falta de solución democrática de la cuestión nacional, sino las propias limitaciones de la descentralización administrativa. IU-ICV defendió con vigor un «giro a la izquierda» frente al giro a la derecha en curso del gobierno Zapatero, y la necesidad de concretar un mínimo de reivindicaciones ecologistas. Para todos tuvo buenas palabras Zapatero, convertido en el único referente real, árbitro y polo de articulación frente a la derecha.

Teóricamente, Zapatero ha llegado a una disyuntiva:

a) Seguir gobernando sobre el menguante impulso del ciclo de luchas sociales 2002-2004, profundizar los cambios democráticos y estatutarios que ha apoyado la mayoría parlamentaria de izquierdas y romper con el modelo económico neoliberal insostenible del PP de especulación inmobiliaria y endeudamiento familiar, para entrar en una segunda fase de reformas sociales dirigidas a los sectores populares en los que se asienta el voto de la izquierda.

b) Girar a la derecha, buscar una nueva mayoría parlamentaria a partir de los acuerdos de enero con CIU y apoyarse en el los partidos de la derecha nacionalista para consolidar una reforma estatutaria «cepillada» y un proceso pacificador en Euskadi -mas que de paz-, que busque aislar y debilitar a la izquierda abertzale, al mismo tiempo que se mantiene y se profundiza una orientación económica y social liberal, continuadora del modelo insostenible del PP, en beneficio a corto plazo de los poderes económicos del país que articulan la base social de la derecha.

Hasta ahora, y esa ha sido la característica de la situación política de los últimos ocho meses, en la práctica Zapatero ha querido apoyarse en las dos posibles mayorías a la vez, según le convenía: en la mayoría parlamentaria de izquierdas que voto su investidura para el cambio democrático; en el apoyo de la derecha nacionalista para una política económica continuista socio-liberal; en todos a la vez frente a la ofensiva desestabilizadora del PP y de la derecha social.

Este equilibrio no será posible de mantener por mucho más tiempo. No se puede hacer virtud política del equilibrio, que es siempre inestable, porque se acaba defraudando a unos y a otros. En cualquier caso, las elecciones catalanas de noviembre, con el precedente de los resultados del referéndum del 18 de junio sobre el Estatut, marcarán un nuevo ciclo político dependiendo de si es posible reconstruir un gobierno catalanista y de izquierdas o si, por el contrario se produce un gobierno de coalición CiU-PSC.

El cambio de formula de gobierno en Catalunya condicionará sin duda el final de la legislatura, abriendo de hecho un largo proceso electoral hasta las previstas elecciones generales del 2008, con la cita intermedia de las elecciones municipales y autonómicas de primavera del 2007.

Todas las encuestas de opinión siguen recogiendo una ventaja del PSOE frente al PP, de al menos 2 puntos, pero con subidas ocasionales a 6. La diferencia en consideración de Zapatero y Rajoy como dirigentes es bastante mayor a favor del primero. Tanto la falta de movilización social de la izquierda como la confianza depositada en la «gestión en frío» del gobierno del cambio social y político no parecen haber erosionado el apoyo electoral a Zapatero frente a una derecha tramontana y nostálgica.

El mejor de los reinos posibles, mientras dure

Subsumida por el momento cualquier connotación de clase que vaya más allá de esta polarización entre una derecha neo-franquista y una izquierda democrática, el estado español parece instalado virtualmente en el mejor de los reinos posibles de la pequeña-burguesia, arbitrada por el «sentido común» de Zapatero y la esperanza de que las cosas sigan como hasta ahora.

Fracasadas las profecías del desastre de la derecha, no se trata desde la izquierda de caer en el «cuanto peor, mejor». Pero este equilibrio virtuoso es cuanto menos virtual. En el debate del estado de la nación todas las partes mencionaron el carácter insostenible del actual modelo de crecimiento económico, que se manifiesta en el déficit del sector exterior, la inflación y la continua perdida de competitividad y se traducen en deslocalizaciones, accidentes laborales y precariedad para los trabajadores. A pesar del crecimiento de la población gracias a la inmigración, el superavit presupuestario sigue operando un trasvase de recursos hacia los sectores más ricos de la población en detrimento de los servicios públicos, aumentando el déficit social con la Europa del Euro. Prácticamente agotada la agenda de cambios democráticos en los derechos individuales y puesto el techo a los derechos colectivos, sobre todo en la cuestión nacional, no es probable sin embargo que las tensiones sociales se acumulen hasta llegar a expresarse electoralmente en estos dos años que restan.

La gran cuestión pendiente, en definitiva, son las negociaciones en el País Vasco para la paz. Un día después de su derrota en el debate del estado de la nación, el PP decidió que no podía prescindir de Rajoy sin efectos catastróficos en su propio electorado. Y volvió a movilización en todos los frentes contra el proceso de paz, preparando como si se tratase de una segunda vuelta el inminente debate parlamentario sobre este tema al grito de ¡Zapatero, traidor!

El anuncio de Patxi Lopez de que el PSE iniciaría el dialogo con Batasuna y la decisión del hasta ahora «heroico» juez Grande-Marlaska, bajo la presión del fiscal Jesús Santos, de no encarcelar a Otegui y a la dirección de la izquierda abertzale, le permitieron a la derecha reclamar una «razón de estado» que reconocía haber perdido en el debate del estado de la nación, pero solo momentáneamente. En cualquier caso, en este, más que en ningún otro tema, las encuestas muestran el aislamiento del Partido Popular. La segunda vuelta del debate del estado de la nación que será el debate sobre el proceso de la paz en el País Vasco solo augura una derrota aun más sonada de Rajoy y del PP.