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El paraíso invadido

Fuentes: IPS

El mayor problema es ignorar el problema. En muchos países, Brasil entre ellos, sólo ahora se comienza a reconocer la amenaza de las especies invasoras en las islas, aún consideradas únicamente paraísos naturales y turísticos. Un inventario oficial brasileño de la fauna en islas oceánicas, publicado últimamente, incluyó especies exóticas invasoras sin identificarlas como tal, […]

El mayor problema es ignorar el problema. En muchos países, Brasil entre ellos, sólo ahora se comienza a reconocer la amenaza de las especies invasoras en las islas, aún consideradas únicamente paraísos naturales y turísticos.

Un inventario oficial brasileño de la fauna en islas oceánicas, publicado últimamente, incluyó especies exóticas invasoras sin identificarlas como tal, dijo a modo de ejemplo Silvia Ziller, directora ejecutiva del Instituto Horus y coordinadora del programa sudamericano para ese tema de la internacional The Nature Conservancy.

La conservación de la biodiversidad en las islas es una de las prioridades del Convenio sobre la Diversidad Biológica, cuya octava Conferencia de las Partes (COP-8) terminó hace dos semanas en la meridional ciudad brasileña de Curitiba. Son repositorios de variados recursos biológicos, únicos en muchos casos, pero extremadamente vulnerables.

La invasión de especies foráneas es la principal causa de pérdida de biodiversidad y daños a ecosistemas en muchas islas del mundo, según Alan Saunders, experto de la neozelandesa Universidad de Auckland.

Saunders es director de la Iniciativa Cooperativa de las Islas que, empezando por un programa en el océano Pacífico, busca coordinar esfuerzos y ampliar la conciencia sobre el problema.

Se estima que las especies invasoras responden por más de 55 por ciento de las de pájaros extintas en las islas y gran parte de la desaparición o reducción poblacional de reptiles, mamíferos y plantas.

Las islas, por su área limitada y aislada, presentan gran vulnerabilidad a las especies invasoras, pero a la vez ciertas ventajas para su prevención, erradicación o control, incluso porque en general sus poblaciones se movilizan en defensa de los recursos naturales de que son muy dependientes, destacó Saunders, en sus charlas en Curitiba.

Las más de 100.000 islas existentes en el mundo corresponden a sólo cinco por ciento del territorio terrestre, pero acogen 500 millones de habitantes, casi la mitad de las áreas vitales para aves y cerca de un tercio de los mamíferos, pájaros y anfibios críticamente amenazados.

Pero hay escasa conciencia de los riesgos en América del Sur, donde nuevas acciones contra especies invasoras aún se limitan a una visión económica de corto plazo, respondiendo a pérdidas agrícolas, por ejemplo, lamentó Ziller ante IPS.

Pero están surgiendo programas nacionales y organizaciones no gubernamentales que tratan de crear una red latinoamericana de informaciones sobre el tema, apuntó.

En Argentina, la Universidad del Sur desarrolla un banco de datos sobre esas especies y «produce mucha información», comentó, para advertir a continuación que sin la participación del «gobierno no es posible combatirlas», pues se necesitan regulaciones, análisis de riesgo, control de fronteras, servicios que sólo el Estado puede proveer, observó la experta.

El archipiélago de Galápagos, en Ecuador, es un ejemplo de éxito en el combate al problema antes de daños irreversibles a la biota, reconoció.

El proyecto, financiado por el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés) y ejecutado por instituciones ecuatorianas, se puso en marcha en 2001 y ya logró erradicar las cabras en toda el área programada, que es la isla Santiago y el norte de la isla Isabela, y de la mora silvestre en la isla Santa Cruz.

En este archipiélago hay cerca de 100 especies de plantas introducidas cuyos riesgos se están evaluando y están en marcha planes de erradicación de una docena, informó Anita Sancho, coordinadora del proyecto «Especies Invasoras de las Galápagos».

Un inventario de las plantas introducidas identificó 80 nuevas especies sólo en los tres últimos años. Ante el intenso turismo en las islas, la prevención exige un esfuerzo de control de equipajes de mano, tanto en Galápagos como en los aeropuertos de origen, en Quito y Guayaquil.

El proyecto debe proseguir hasta 2007, pero ya resultaron experiencias como el hecho de que la participación de la ciudadanía es «imprescindible», haciendo necesaria la identificación popular con los objetivos.

Como se trata de un proyecto pionero en el mundo en su amplitud, no hubo referencias para su planificación inicial, dificultando la implementación, destacó Sancho.

Las especies exóticas invasoras «afectan no sólo la biodiversidad, sino que también provocan altos costos sociales, tanto en salud, por la introducción de enfermedades, como en la economía», señaló a IPS. Hay insectos que trajeron el dengue y la malaria a Galápagos y las moras silvestres restaron tierras y forrajeo al ganado, explicó.

En Brasil, las personas no se dan cuenta de que un símbolo de paraíso natural, el archipiélago de Fernando de Noronha, en el nordeste del país, es amenazada por invasores como cabras, ratones, otros roedores, teiú (un saurio), gatos, plantas trepadoras y forrajeras, mencionó Ziller.

Muchas son especies introducidas hace siglos, como los ratones que dejaban los navíos, navegantes que dejaban cabras en las islas para asegurar alimentos en el futuro, apostando exactamente a la capacidad de sobrevivencia y multiplicación.

Pero otras son más nuevas, como la leucena, una leguminosa originaria de América Central usada para alimentar las cabras.

La erradicación o control a veces requiere acciones rechazadas por ambientalistas, como el uso de herbicidas en el caso del archipiélago estadounidense de Hawaii en lucha contra plantas invasoras en sus montañas de difícil acceso, o la liberación de la caza a animales que destruyen siembras o afectan la biodiversidad, recordó Ziller.

Hay también áreas continentales que enfrentan riesgos similares a los de islas oceánicas. Es el caso del brasileño Parque Nacional de Iguazú, en la frontera con Argentina y Paraguay, cercado de soja y tierras totalmente alteradas por el ser humano, y de pequeñas áreas de conservación aisladas y amenazadas por especies exóticas, concluyó.