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Entrevista a Fernando Hernández Sánchez, autor del libro "Guerra o Revolución. El Partido Comunista de España en la guerra civil"

«El PCE se convirtió en la guerra en el mejor partido republicano de la historia de España»

Fuentes: Le Monde Diplomatique (edición española)

«El PCE fue, no cabe duda, una de las columnas maestras de la movilización de masas para afrontar el esfuerzo bélico en la era de la ‘guerra total’. Se erigió en un puntal básico del sostenimiento del esfuerzo de guerra republicano, contribuyendo a hacer posible lo que ninguna otra nación europea había llevado a cabo […]

«El PCE fue, no cabe duda, una de las columnas maestras de la movilización de masas para afrontar el esfuerzo bélico en la era de la ‘guerra total’. Se erigió en un puntal básico del sostenimiento del esfuerzo de guerra republicano, contribuyendo a hacer posible lo que ninguna otra nación europea había llevado a cabo con anterioridad: resistir con las armas la imposición del yugo fascista. Mantuvo la lealtad hasta el final al gobierno Negrín, que se propuso llevar a término la contienda salvaguardando la dignidad nacional y las vidas de los combatientes comprometidos».

Ésta es una de las conclusiones que Fernando Hernández Sánchez (Madrid, 1961), doctor en Historia Contemporánea por la UNED, expone en la parte final de Guerra o Revolución. El Partido Comunista de España en la guerra civil (Crítica). Fruto de un trabajo de varios años, con un riguroso examen de la documentación de nueve archivos, la prensa de la época y una bibliografía extensísima citada en sus 979 notas, este libro de 574 páginas, muy bien escrito, pone fin a 70 años de manipulaciones y propaganda y es ya la obra de referencia para el tema que aborda. Autor también de un libro sobre el dirigente comunista Jesús Hernández y coautor junto con Ángel Viñas del imprescindible El desplome de la República, Hernández Sánchez, profesor del IES Sefarad de Fuenlabrada (Madrid), llega puntual a nuestra cita en el Archivo Histórico del Partido Comunista de España.

– Con la proclamación de la II República el PCE recuperó la legalidad, pero era una fuerza marginal. ¿Qué razones explican su crecimiento en el lustro siguiente?

  – Es una historia sorprendente, el paso de una posición ultraperiférica dentro del sistema de fuerzas políticas a una central en un plazo muy breve de tiempo, y eso tiene mucha relación con la dinámica de aquel momento histórico. En el plano de la política comunista hubo dos coyunturas determinantes. Por una parte, la sustitución en 1932 de la vieja dirección que estaba pegada a la ideología radical del «clase contra clase» y del «socialfascismo», que entonces era la línea de la Internacional Comunista, por la nueva dirección de José Díaz, Pasionaria, Hernández, Uribe…Y, por otra, el giro importantísimo que se dio en 1935 con el VII Congreso de la Internacional Comunista y la constitución de los frentes populares. El PCE pasó de ser una fuerza testimonial, que mantenía un discurso ultrarradical y esencialista, a asumir posiciones más pragmáticas y hacerse visible para la clase trabajadora, sobre todo a partir de la reivindicación de los hechos de octubre de 1934 en Asturias.

Un partido no gana espacio político sólo porque se lo merezca, también porque otros se lo ceden. En aquel caso, el Partido Socialista y Largo Caballero en concreto renunciaron a levantar bandera de lo que había ocurrido en Asturias, que fue un ejemplo de resistencia frente a lo que podría haber sido la implantación de un totalitarismo por la vía parlamentaria, como acababa de ocurrir en Alemania o Austria. En cambio, el PCE desarrolló una campaña muy intensa y eficaz de agitación en torno a los presos, sus familiares, los huérfanos… que le empezó a convertir en una fuerza política más visible.

– ¿Cuál fue su papel en la génesis del Frente Popular, creado para las elecciones de febrero de 1936?

– La formación del Frente Popular recogió aquel cambio de línea política de los comunistas a nivel internacional, pero dada la escasa influencia que aún tenía el PCE, el peso específico recaía sobre la alianza de los republicanos y los socialistas. En ese pacto Largo Caballero jugó el papel de aproximar a los comunistas y otras fuerzas de la izquierda para contrapesar el carácter reformista que el ala centrista de su partido y los republicanos burgueses querían imprimir al Frente Popular. Como carecía de fuerza suficiente para aportar contenidos socializantes a su articulado, el compromiso fundamental del PCE en ese pacto fue el de garantizar, mediante su labor de movilización e intensificación de su presencia, que su contenido reformista iba a llegar hasta sus últimas consecuencias.

– Ya en las primeras semanas de la guerra el Partido Comunista, que creó el Quinto Regimiento de Milicias Populares, apostó por la formación de un Ejército Popular con disciplina y unidad de mando, la potenciación de la industria de guerra, la férrea organización de la retaguardia para garantizar la producción y el aprovisionamiento…

– Quizás ésta sea una de las claves de su gran crecimiento en la guerra. El Partido Comunista tuvo la idea acertada, con el precedente de la Primera Guerra Mundial, de que se trataba de una «guerra total», no de un conflicto clásico de ejércitos contra ejércitos, sino que implicaría a toda la sociedad y pondría en tensión a todos los sectores para conseguir el objetivo de la victoria frente a un enemigo que no iba a transigir con ningún tipo de negociación. Por lo tanto, su primera decisión fue recrear un ejército que iba a ser de base popular porque pensaba que las milicias estaban bien para nuclear la primera resistencia, pero eran insuficientes para enfrentarse a un ejército profesional que además tenía las unidades de elite de la época (la legión, los regulares, los mercenarios marroquíes) y posteriormente la ayuda de la Legión Cóndor y de los cuerpos de tropa voluntarios italianos.

El PCE planteó superar cuanto antes la etapa de las milicias y poner en tensión toda la economía del país, con la creación de una industria de guerra que proporcionara el armamento y la fuerza material necesaria para oponerse a la sublevación, y lógicamente eso suponía olvidarse por el momento de las experiencias socializantes y las colectivizaciones. Todo esto lo defendió, además, movilizando unos recursos que conocía muy bien y practicaba con mucha eficacia, la agitación y la propaganda, junto con el mito de la Revolución Bolchevique, que en aquel momento tenía mucho tirón popular.

– El 9 de septiembre, en un mitin ante el Comité Provincial de Madrid, Antonio Mije habló del «pueblo laborioso» como la base social -interclasista- que pretendía representar el PCE. ¿Cómo se concretó este discurso en la acción comunista?

– El concepto es interesante, porque cuando he analizado la composición social del PCE en aquel periodo he llegado a la conclusión de que era una reproducción a escala de las clases trabajadoras de la sociedad española de la República. Entonces, buscó el denominador común que pudiera unir a todos esos sectores; es decir, frente al concepto de revolución proletaria, que habría movilizado a unos sectores pero desmovilizado a otros, los conceptos empleados por el PCE de «revolución democrática», «guerra nacional-revolucionaria» y «clases populares» o «clases laboriosas» dotaron al esfuerzo de resistencia republicana de un denominador común.

Éste se articuló en torno al ideario popular de izquierdas generado por el republicanismo radical desde finales del siglo XIX, que básicamente se apoyaba en el deseo de reformas sociales profundas, reformas económicas, educación popular, laicismo o independencia nacional. Era una ideología transversal capaz de movilizar a sectores diversos que compartían el ideal antifascista. Se convirtió en su discurso dominante durante la guerra e incluso a partir de 1938 acentuó sus caracteres patrióticos, porque adquirió cada vez más peso la idea de que se estaba no sólo ante una guerra frente a una sublevación fascista, sino también ante una guerra de ocupación por parte de las potencias del Eje.

– El 4 de septiembre Largo Caballero se había convertido en presidente del Gobierno y por primera vez en la historia de España (y de Occidente) en su gabinete había ministros comunistas (Jesús Hernández al frente de Instrucción Pública y Vicente Uribe de Agricultura)…

– Lo primero que hay que decir es que los comunistas entraron en el Gobierno contra la voluntad de Stalin; la decisión la tomó la dirección del PCE junto con Largo Caballero y luego Stalin tuvo que aceptarla.

– Desde el gobierno de la República el PCE llamó a combatir al enemigo también en la retaguardia, un asunto ciertamente complicado…

– Es un tema complejo, pero no hay que tener miedo a abordarlo. La sublevación cívico-militar promovida por los sectores ultraconservadores desarboló el Estado republicano. De hecho, en los primeros meses el Estado republicano prácticamente se hundió, porque se quedó sin buena parte del ejército y de la fuerza de orden público, y lógicamente la necesidad de asegurar un orden en la retaguardia recayó sobre aquellas fuerzas que se mostraron favorables a combatir de una forma eficaz la presencia del enemigo.

Esa «limpieza de la retaguardia», como se llamó en aquella época, fue llevada a cabo por nuevas fuerzas que contribuyeron a la reconstrucción de la vigilancia, como las «milicias de retaguardia», las propias organizaciones del Frente Popular que habían adquirido el armamento necesario para llevarlo a cabo y, no hay que negarlo, en aquel momento se produjeron excesos, como todo el mundo conoce. Excesos que llevaron a que aquellos meses fueran los de mayor violencia y acumulación de represión al margen de un proceso legal, pero que terminaron en los primeros meses de 1937 con la reconstrucción del Estado republicano y de un aparato judicial y policial que pudo retrotraer las competencias sobre orden público y el monopolio de la violencia.

Sin embargo, en aquellos primeros meses cada fuerza política, en pugna con las demás, hizo lo posible por garantizar el orden en la retaguardia. Sobre todo hay que tener en cuenta un caso específico, el de Madrid, una de las primeras ciudades bombardeadas desde el aire, a la que además en aquellos días llegaban las masas de refugiados procedentes del valle del Tajo y de Extremadura que llevaban consigo el relato de lo que estaba ocurriendo tras el avance de la columna de Yagüe y Castejón hacia Toledo. Esto lógicamente suscitó una sensación de terror que se intentó exorcizar mediante la eliminación de los posibles enemigos incrustados en la retaguardia republicana.

– ¿Qué importancia tuvo la Defensa de Madrid (octubre-noviembre de 1936) para el prestigio del PCE?

– Fue uno de los momentos que se constituyeron en pilares fundamentales del imaginario comunista de la guerra. El Gobierno se trasladó a Valencia, porque, entre otras cosas, buena parte de sus dirigentes, empezando por el propio Largo Caballero, pensaban que Madrid no tenía resistencia posible, ya que es una ciudad que carece de elementos naturales de defensa. El «milagro de Madrid», como se llamó en aquel momento, la resistencia y el freno de la ofensiva de las tropas franquistas sobre la capital fue uno de los elementos que galvanizó el prestigio del PCE. Además, se produjo en un momento clave: aparecieron en escena las Brigadas Internacionales y llegaron los primeros aviones soviéticos, que empezaron a disputar el espacio aéreo de Madrid a los bombarderos que hasta ese momento habían machacado la ciudad.

– Analiza también en profundidad el grado de enfrentamiento que se alcanzó durante los primeros meses de 1937 en la retaguardia republicana, que culminó con los «hechos de mayo» en Barcelona…

– Respecto a los «hechos de mayo», he intentado ponerlos en perspectiva, ya que fueron unos sucesos muy graves que dejaron una huella muy profunda en la imagen posterior de la República en guerra, porque fueron la culminación de un periodo, que casi proviene de los primeros momentos de la guerra, de competencia entre organizaciones que aspiraban a imponer su hegemonía. Esa disputa hegemónica, en la que el PCE se estaba abriendo paso entre las dos fuerzas históricas del movimiento obrero, se manifestó frecuentemente en fricciones violentas, sobre todo con los anarcosindicalistas y principalmente en algunas zonas, como Aragón, el interior de Cataluña o en ocasiones el propio frente de Madrid.

Ese enfrentamiento continuo estalló finalmente en mayo de 1937, porque fue el momento en que había que optar por la clásica disyuntiva de la guerra: o se profundizaba esa descentralización en algunos aspectos que suponía la persistencia del control por parte de algunas organizaciones de sectores claves de la economía, o bien el esfuerzo de guerra se coordinaba para dirigir todas las fuerzas en una sola dirección, el de la resistencia, lo cual suponía lógicamente que cada uno abdicara de parte de sus posiciones para reconstruir el Estado republicano íntegro. Como las fuerzas que se resistían a esa centralización tenían potencial suficiente para hacerlo, estalló la confrontación.

– ¿El desprestigio y la pugna con el POUM (incluido el asesinato de Andreu Nin por agentes soviéticos) es uno de los episodios más negativos de la actuación del PCE en la guerra civil?

– Efectivamente, es una mancha, era absolutamente absurdo sostener aquellas acusaciones… Y encima el POUM ni siquiera era verdaderamente trotskista, había sido desautorizado por Trotsky a comienzos de 1936 cuando firmó el pacto del Frente Popular. Pero, aunque se hubiesen calificado como trotskistas, acusarlos de «quinta columna del nazismo internacional» era absolutamente absurdo. Fue la típica pugna entre dos sectores que eran «astillas de la misma madera», que se conocían de largo, que habían combatido por la hegemonía dentro del propio PCE en los años 30 y que, al haber quedado en minoría Maurín, Nin y los que habían formado el POUM, se convirtieron en un fuerza muy incómoda en Cataluña para la hegemonía del partido comunista catalán, el PSUC.

El POUM, que mantenía el fuego sagrado del ciclo revolucionario del Octubre soviético, a mi juicio se equivocó en la lectura de la guerra en algunas ocasiones y se acabó colocando fuera de cuadro. Los hechos de Barcelona, en concreto, fueron decisivos: ni los impulsó, ni los dirigió, pero se sumó a una iniciativa que partió de sectores descontentos ante la colaboración de los anarcosindicalistas con el Gobierno. A pesar de que era un error, se sumaron a la insurrección, la defendieron, la apoyaron, la reivindicaron. En un contexto como el de la guerra civil, eso significó situarse en el punto de mira y proporcionar a sus enemigos los argumentos falsos, pero en aquellos momentos verosímiles para algunos sectores, de que obedecía a un impulso de debilitamiento de la República que sólo podía beneficiar al bando contrario.

– En mayo de 1937 también tuvo lugar el relevo de Largo Caballero por Negrín en la jefatura del Gobierno, un hecho del que tradicionalmente se ha acusado en exclusiva a los comunistas…

– En la primavera de aquel año la figura de Largo Caballero estaba empezando a decaer debido a los errores cometidos en la conducción de la guerra, que habían llevado entre otras cosas a la pérdida de Málaga, y los comunistas empezaron a liderar un movimiento para reemplazarle en la cabeza del Gobierno o, al menos, al frente del Ministerio de la Guerra. Largo Caballero era un dirigente difícilmente tratable y no lo decían sólo los comunistas, lo decían Azaña y los propios republicanos. Su caída siempre se ha atribuido en exclusiva a los comunistas pero, aunque jugaron el papel de punta de lanza, hubo más sectores implicados.

¿Por qué Negrín? Porque tenía absolutamente clara que la prioridad era la resistencia mientras no se lograra pasar a la ofensiva, teniendo presente la posibilidad de que se produjera un agravamiento de la situación europea que condujera a una guerra de mayores dimensiones en la que se pudiera insertar la guerra civil española. Mientras tanto, creía que había que dirigir la política de guerra con un esfuerzo centralizado y fuerte que se sobrepusiera a los intereses particulares de los partidos y sindicatos, cosa que Largo Caballero no tenía tan clara. Y lógicamente ahí hubo una aproximación al PCE, pero no una subordinación de Negrín a los comunistas; fueron éstos los que siguieron a Negrín en la mayor parte de las ocasiones.

– Expresa también su coincidencia con Helen Graham (reconocida especialista en la evolución del PSOE en aquel periodo) al afirmar: «El PCE se convirtió durante la guerra en el mejor partido republicano conocido en la historia de España»…

– El PCE proporcionó por primera vez una militancia de masas a ese proyecto y lo hizo además dotándolo de técnicas de propaganda de vanguardia. Era un partido de masas con organizaciones modernas que actuaban, se proyectaban en la calle y movilizaban mediante el empleo del cine, los carteles, la prensa, la radio… Proporcionó por primera vez en la historia de España una base social amplia a ese ideario transversal, republicano, patriótico, radical, reformista…, porque los partidos republicanos habían sido partidos de notables, de intelectuales como Azaña, Giral o Martínez Barrio.

– Sin embargo, a lo largo de 1938 se gestó «el creciente aislamiento del PCE». ¿Por qué razones?

– En primer lugar, cuando la guerra no sólo no se ganaba, sino que se empezaba a perder más deprisa, lógicamente la base social se tambaleó. 1938 fue el año de la ruptura de la zona republicana: Cataluña por una parte y la zona centro-sur por otra. Fue también el año de la claudicación de las democracias ante Hitler y Mussolini en Munich y, por tanto, de la pérdida de la perspectiva de que la guerra podía terminar mediante una negociación favorable a los intereses republicanos o recibir apoyo de las democracias occidentales. El PCE, que mantenía ese discurso galvanizador en torno a la guerra, se convirtió en eso, en el partido de la guerra, y como la gente que creía en la victoria era cada vez menos, la confianza en quienes defendían la continuidad de la guerra empezó a deteriorarse progresivamente.

Además, también hubo errores del propio partido: la excesiva autoconfianza por el crecimiento explosivo de su militancia en el año anterior, el empleo en ocasiones de un trato despectivo hacia sus posibles aliados, la exhibición de una propaganda omnipotente y omnipresente que le hizo ser percibido como una fuerza aplastante y arrolladora…Cuando las tesis que en las otras fuerzas republicanas empezaban a postular la posibilidad de un armisticio comenzaron a cuajar, partieron de la necesidad de que, si los dos puntales más sólidos del esfuerzo de guerra y los que nunca iban a transigir con una claudicación eran el PCE y Negrín, había que quitarse de en medio a los dos y eso condujo a la articulación de las fuerzas y personalidades que estuvieron presentes en el golpe de Casado en marzo de 1939.

  Para las fuerzas republicanas la guerra civil terminó de la peor manera posible, no sólo por los dramáticos acontecimientos de marzo de 1939, sino también por el lastre de resentimiento que eso dejó para el exilio.

– El 22 de febrero el buró político del PCE había publicado un manifiesto en el que advertía: «El triunfo del fascismo en nuestra patria no significaría una etapa breve y transitoria de gobierno reaccionario… Sería el fin de todo lo que los obreros han conquistado en decenas de años de trabajo y en duros combates…».

– No había duda. Lo que impresiona cuando analizas las reacciones de algunos protagonistas de la época que apoyaron el golpe de Casado fue su error de cálculo tremendo acerca de la posibilidad de una paz honrosa. 

Los «tutores» de la Internacional

Guerra o Revolución. El Partido Comunista de España en la guerra civil desmonta gran parte de la propaganda que durante siete décadas, y con variados argumentos, difamó la actuación del PCE entre 1936 y 1939, desde la bibliografía franquista a clásicos de la literatura trotskista como La guerra civil española: Revolución y contrarrevolución de Burnett Bolloten. Una de las ideas-fuerza que atravesó todas estas obras, así como el discurso de destacados dirigentes socialistas en el exilio como Indalecio Prieto, fue que el PCE no era sino un títere manejado desde Moscú por Stalin a través de los agentes de la Internacional Comunista con la intención de instaurar un régimen similar a los que tras la Segunda Guerra Mundial se implantaron en el este de Europa.

Hernández Sánchez recuerda, en primer lugar, que la Comintern siempre había enviado a España algún «tutor» para el PCE, que en aquel tiempo se autodefinía como «la Sección Española de la Internacional Comunista». En 1937 llegaron dos, el búlgaro Stoyan Minev (Stepanov) y el italiano Palmiro Togliatti, cuya misión esencial, a su juicio, fue muy diferente: «La Unión Soviética no estaba interesada en la implantación del comunismo en España, tal como se dijo luego por parte de la propaganda; la URSS, fundamentalmente, quería que la guerra española no desequilibrase un sistema de seguridad colectivo europeo que le había costado mucho tiempo redefinir y que se basaba en mantener un pacto con Francia y de hecho con Inglaterra para frenar el expansionismo alemán o, en última instancia, obligar a Hitler a combatir en dos frentes».

«La guerra civil -concluye- desequilibraba ese sistema de seguridad y ponía en riesgo su aproximación a las democracias occidentales, por lo que la labor fundamental de los delegados de la Internacional fue mantener el conflicto español dentro de ese cauce, evitando el desbordamiento, cosa que en ocasiones tuvieron muchos problemas para evitar».