El próximo presidente de Cuba no será un Castro. A las puertas de su aniversario número sesenta, la revolución cubana asume la mayor renovación de su historia, aunque el general del ejército conservará facultades casi omnímodas. El actual vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, es su más probable sucesor. Durante su carrera política se destacó por su promoción […]
El próximo presidente de Cuba no será un Castro. A las puertas de su aniversario número sesenta, la revolución cubana asume la mayor renovación de su historia, aunque el general del ejército conservará facultades casi omnímodas. El actual vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, es su más probable sucesor. Durante su carrera política se destacó por su promoción del respeto a la diversidad sexual y a la difusión de opiniones críticas hacia el oficialismo, pero sigue siendo una incógnita si estas experiencias marcarán su eventual presidencia.
En Santa Clara, la capital oficiosa de la región central de Cuba, no son pocos los que recuerdan los años en que un joven y carismático Miguel Díaz-Canel Bermúdez ocupaba el cargo de primer secretario del partido en la provincia. De aquella época quedaron historias como las de sus largos viajes en bicicleta o por «botella» (autostop), su humilde estilo de vida, y la facilidad con que cualquiera podía acercársele a plantear inquietudes o conversar.
También los encuentros singulares, como el que sostuviera con una de las principales figuras de la disidencia en la isla, Guillermo Fariñas. En esa ocasión «él me saludó y me preguntó por mi salud», relató Fariñas al diario estadounidense El Nuevo Herald. El opositor se hallaba hospitalizado para recuperarse de una de sus huelgas de hambre en contra del gobierno, y Díaz-Canel se disculpaba -paciente a paciente- por una avería que había dejado sin servicio eléctrico al principal hospital de la región. Antes había trabajado personalmente en la reparación de los daños.
Durante el mandato «villaclareño» de Díaz-Canel -entre 1994 y 2003- los restos del Che Guevara fueron depositados en la Plaza de la Revolución local, luego de años de búsqueda en diferentes puntos de Bolivia; y Santa Clara cimentó su fama de ciudad cosmopolita y tolerante, en la que incluso los homosexuales podían manifestar libremente sus preferencias (en un país que por esa época se caracterizaba por una marcada cultura machista y discriminatoria hacia las personas Lgbt), y en la prensa se toleraban críticas que en otros sitios de la isla hubieran resultado impensables.
«Aun en circunstancias tan difíciles -la isla atravesaba el Período Especial, la crisis económica provocada por la caída del socialismo europeo- nuestras autoridades tuvieron la sensibilidad para entender cuán necesario era el respeto a la diversidad. Y no sólo la que tenía que ver con la orientación sexual», recordaba acerca de esta época en Santa Clara (en una entrevista televisiva) Ramón Silverio, creador de El Mejunje, el peculiar centro cultural en la ciudad de Santa Clara donde por primera vez en Cuba se desarrollaron galas de artistas trans, y en el que todavía encuentran asiento numerosos creadores alternativos.
Mientras, ganaba notoriedad el programa Alta tensión, de la radioemisora local, Cmhw. Durante sus emisiones la población podía criticar a dirigentes y organismos, y expresar sus criterios. «No faltaron los que quisieron vernos fuera del aire, pero al final llegó la orden del partido provincial: Alta tensión debía seguir aunque a algunos no les gustara», contó a Brecha el periodista Abel Falcón, realizador del espacio. El respaldo a este programa llegó al punto de que el propio primer secretario condujo varias emisiones de él e hizo obligatorio que los cuadros lo sintonizaran.
Escalando el aparato
Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien actualmente funge como vicepresidente de Cuba, pudiera convertirse el próximo 19 de abril en presidente de los consejos de Estado y de Ministros, es decir, en presidente de Cuba. Es una gran incógnita cuánto de su pasado santaclareño marcará su paso por la presidencia de Cuba. Pero sería el primer mandatario en más de cuarenta años que no pertenece a la familia Castro, ni a la generación histórica.
Para llegar hasta allí ha debido transitar un largo camino dentro de la estructura partidario-estatal, coin-cidiendo con otros candidatos que quedaron en el camino. A finales de los años ochenta se desempeñó como segundo secretario nacional de la Juventud Comunista, a las órdenes de Roberto Robaina. En los comienzos de los años dos mil, durante su primera secretaría del partido en la provincia de Holguín (donde nacieron Fidel y Raúl Castro), estrechó relaciones con el entonces vicepresidente, Carlos Lage.
Robaina fue destituido en 2003, acusado de una larga lista de «errores», entre los que se contaban hechos de corrupción y ambiciones presidencialistas; seis años después le llegó el turno a Lage y Pérez Roque, bajo similares cargos y en medio de la mayor reestructuración gubernamental en la historia reciente de la isla.
Cada crisis acercó a Díaz-Canel a su actual posición: en 2003 ocupó uno de los 17 puestos del Buró Político (el núcleo duro de la dirección del Partido Comunista), en 2009 se convirtió en integrante del Consejo de Ministros, a cargo de la discreta pero estratégica cartera de Educación Superior, y a comienzos de 2012 cumplió un breve mandato como vicepresidente de ese órgano de gobierno. «No es ni un advenedizo ni un improvisado», resaltó sobre él Raúl Castro al presentarlo ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, tras su elección como primer vicepresidente del país, en febrero de 2013.
El escenario del relevo
A las puertas de su sexagésimo aniversario, la revolución asume la mayor renovación de su historia. De no ser por la avanzada edad de Raúl Castro (85 años) y del resto de los «históricos», sería difícil imaginar un escenario en el que nuevas figuras asumieran las riendas del país. Sin embargo, el actual traspaso de responsabilidades estará condicionado por el hecho de que el general del ejército se mantendrá al frente del Comité Central del Partido, investido de facultades virtualmente omnímodas.
Con la experiencia de haber ocupado la primera vicepresidencia de «los consejos» desde 2013, Díaz-Canel se perfila como el candidato de mayores opciones en la carrera por la primera magistratura. Recién luego de la «elección» se revelará hasta qué punto podrá haber en Cuba una separación entre el partido y el gobierno, y cómo se resolverán las eventuales discrepancias entre el nuevo presidente y el primer secretario del Comité Central del partido, cargos que por primera vez no serán ocupados por la misma persona. Entonces también será necesario pensar en cómo superar los insuficientes índices de crecimiento del producto bruto interno, que desde el comienzo de la «actualización», en 2011, han oscilado en torno al 2 por ciento anual (de acuerdo con las autoridades cubanas el país precisaría crecer a un ritmo de alrededor del 7 por ciento para revertir los efectos de la crisis económica luego de la caída del campo socialista). También habrá que cumplir con el pago de la renegociada deuda externa (con Rusia, China y con un grupo de acreedores del Club de París), sin seguir adosando las facturas al consumo de la población, o mantener en niveles «aceptables» servicios como la salud y la educación públicas.
Todo ello en un contexto en el que la unanimidad no es ya el sello distintivo de la sociedad cubana. Una muestra evidente puede apreciarse si se leen entre líneas los resultados del último proceso eleccionario. Luego de 42 años de votaciones, ya los índices de participación no rebasan cómodamente el 95 por ciento como durante la época de Fidel Castro (esta vez se contabilizó un 82 por ciento al día siguiente de los comicios, y 87 por ciento del padrón poco más de una semana después, en un informe definitivo). Tampoco resulta tarea fácil completar las listas de candidaturas a diversos cargos públicos. Entre los jóvenes no abundan los dispuestos a asumir responsabilidades de dirección que no vayan acompañadas de algún beneficio material.
Para el ex jefe de análisis sobre América Latina de la Cia Brian Latell, autor además de una biografía de Raúl Castro, deberá esperarse más un «Díaz-Canel administrador que un Díaz-Canel visionario». «Es un hombre del aparato, leal a Raúl. Mas su elección es acertada: es joven, atractivo y ha tenido muchísimo tiempo para congraciarse con las fuerzas armadas, que es en las que reside el verdadero poder de Cuba», asegura el ex funcionario de las administraciones de Clinton. Pero es una incógnita si el posible futuro presidente optaría por desarrollar una línea política propia, diferente a la del líder de la revolución, y cuál sería, en ese caso, su orientación.
Un poder mediado por la influencia de Raúl Castro y quienes hicieron la revolución en la década de 1950, que previsiblemente se harán firmes en la estructura del partido; un esquema de relaciones no muy claro respecto al poderoso Grupo de Administración Empresarial (de los militares); e innumerables urgencias por afrontar conforman el legado que recibirá el nuevo presidente de los consejos de Estado y de Ministros de Cuba.
Cuando el 11 de marzo pasado ejerció su derecho al voto en la ciudad de Santa Clara, Díaz-Canel esperó por casi media hora en la fila, hasta que llegara su turno. Mientras, conversó sin protocolos con los asistentes y se tomó fotografías con muchos de ellos. Alguien entre el público apuntó sotto voce que ningún otro dirigente había hecho algo similar. Ni ese día ni antes.