Recomiendo:
0

El PP y los muertos

Fuentes: Rebelión

El PP era un partido con una implantación mínima en Euskadi hasta que comenzó a enviar a sus concejales a la primera línea de fuego. Allí, la estrategia de «socialización del sufrimiento» por parte de ETA convirtió a sus ediles en los mártires necesarios para conseguir el ascenso electoral en aquellas tierras, unas tierras donde […]

El PP era un partido con una implantación mínima en Euskadi hasta que comenzó a enviar a sus concejales a la primera línea de fuego. Allí, la estrategia de «socialización del sufrimiento» por parte de ETA convirtió a sus ediles en los mártires necesarios para conseguir el ascenso electoral en aquellas tierras, unas tierras donde su discurso españolista, marcadamente nacionalista y conquistador, mantenía al PP como una fuerza residual. Poniendo muertos encima de la mesa, el PP de Mayor Oreja llego a acariciar, junto con el PSOE de Nicolás Redondo, la lehendakaritza, algo absolutamente impensable de no haber mediado un buen puñado de concejales muertos, de mártires que le vinieron muy bien a la causa españolista. Pero entonces, como ahora, los nacionalistas españoles se pasaron de vueltas, y el señor Mayor tuvo que conformarse con Bruselas, en lugar de Vitoria. Aunque se quedó al borde del triunfo electoral, el PP comprobó que la estrategia de utilizar a los muertos le iba de perlas electoralmente, ya que había pasado de ser el quinto partido de Euskadi, muy por detrás de la izquierda abertzale, a ser el segundo en votos, en apenas unos muertos mediante. El muerto, pues, salía muy rentable.

Después de haber coqueteado con el Movimiento Vasco de Liberación Nacional, de haber acercado bastantes presos, quizás para agradecer el favor que ETA le hizo con su «socialización del sufrimiento», y de haber salido escaldado, el PP necesitaba volver a la carga. Para ello necesitaba munición y la encontró donde ésta se almacenaba a raudales: en la asociación donde se congregan las familias de los muertos, la AVT. Durante la última tregua de ETA, la AVT, con el apoyo del PP, ha convocado cinco manifestaciones multitudinarias, cinco, sin que se hubiera producido ninguna víctima en los últimos tres años. Parece que echaban de menos que hubiera muertos, esos muertos que electoralmente tan rentables se habían mostrado. Paralelamente a las manifestaciones, el PP introdujo la política antiterrorista en la agenda del Congreso español a machamartillo, donde llegó a acusar a Zapatero de «traicionar a los muertos», cuando éste se limitaba a hacer lo mismo que habían hecho antes González en Argel y Aznar en Suiza: buscar una alternativa al reiterado fracaso de la solución policial del conflicto. La frase estaba bien escogida: se trataba de resucitar el vivero de votos que los muertos ya le habían proporcionado al PP en Euskadi. Aunque no los hubiera, el PP los necesitaba desesperadamente y por eso los sacaba a pasear, impúdicamente, en el Congreso español.

Ya que el PP y el PSOE coinciden básicamente en la política económica -Rato y Solbes son dos contables graduados en la misma escuela, la del neoliberalismo- y lo único que separa a ambos partidos son asuntos cosméticos, tales como si los homosexuales pueden llamar o no matrimonio a sus uniones de hecho, o si colgamos o no crucifijos en las aulas, el único asunto que le queda al PP con el que poder hacer marketing político es la lucha antiterrorista. Porque el PP, desde que perdió las elecciones del 14-M, vive desquiciado por aquella anomalía que les apartó del lugar al que creen pertenecer, aquél donde reside el poder. Para subsanar esta insoportable anomalía, el PP decidió que la campaña electoral debía comenzar el día siguiente de la perdida del poder, ya que Zapatero es un presidente «por accidente», tal y como repiten sin sonrojarse destacados peperos en lo que no constituye ningún lapsus, sino todo lo contrario. Y aquí es donde vuelven a aparecer los muertos, esos que fueron tan rentables en Euskadi, esos muertos a los que el PP se aferra desesperadamente para intentar darle la vuelta a la tortilla en las próximas elecciones, ésas que ya reclama anticipar dada la situación de «excepción» que vive el país, como si el atentado de la T4 fuera el primero de ETA.

En Génova, el 30 de diciembre debieron de brindar con cava, eso sí, extremeño: no sacaron el champán francés porque los muertos ni siquiera eran españoles, sino unos pobres desgraciados ecuatorianos, de piel sospechosamente oscura, de esos que aumentan la inseguridad ciudadana. Como siempre ha habido clases, hasta con los muertos, el PP y la AVT decidieron que no asistirían a la manifestación en contra del atentado. ¡Como iban ellos a manifestarse junto a los demás partidos y sindicatos, y menos por dos negritos! Aquí los muertos sólo son rentables si soy yo, en exclusiva, quien se puede aprovechar de ellos. Y como éste no era el caso, el PP y la AVT decidieron seguir con su marketing político, ya se sabe: diferenciación y posicionamiento. Lo de menos son las victimas, lo importante es mantener una postura distinta, que proporcione réditos electorales para recuperar el lugar que creen que les pertenece: allí donde reside el poder.

El PP, ahora en el Estado español como antes en Euskadi, se esta equivocando, así lo dicen la encuestas: la política con la que los lideres se refocilan obscenamente en el olor de la carroña y con la que sacan a pasear impúdicamente viejos muertos, en ausencia de nuevos, le está pasando factura: el PP no solo no despega en las encuestas, sino que retrocede. A lo mejor, la cúpula del PP debería reflexionar acerca del escaso éxito que sus holocaustos caníbales le proporcionan en el Estado. O a lo mejor, es más conveniente que no reflexionen, que insistan en profanar las tumbas y que se queden, cuanto más tiempo mejor, en la oposición, hasta que de verdad aprendan a hacer política y abandonen la necrofagia.