«La industria nuclear intenta sobrevivir, pero sólo recibe ‘palos’ y la ayuda del Gobierno del PP». El periodista y veterano activista del ecologismo Jordi Bigues (Barcelona, 1954) considera que no ha de extrañar esta evolución en un capitalismo «parasitario» como el español. En septiembre de 2011 la compañía Siemens anunció que abandonaba el negocio nuclear, […]
«La industria nuclear intenta sobrevivir, pero sólo recibe ‘palos’ y la ayuda del Gobierno del PP». El periodista y veterano activista del ecologismo Jordi Bigues (Barcelona, 1954) considera que no ha de extrañar esta evolución en un capitalismo «parasitario» como el español. En septiembre de 2011 la compañía Siemens anunció que abandonaba el negocio nuclear, después de construir durante décadas centrales por todo el mundo. Las declaraciones a Der Spiegel del entonces presidente del gigante alemán, Peter Löscher, se difundieron por las principales agencias y periódicos. En marzo de 2011 sucedió la catástrofe nuclear de Fukushima y dos meses después la canciller Merkel declaró el «apagón» nuclear en Alemania. Uno de los últimos capítulos se escribió en diciembre de 2016, cuando una sentencia del Tribunal Constitucional alemán abrió la puerta a que empresas como EON, RWE y Vatenfall pudieran reclamar indemnizaciones por el «parón» nuclear. Las compañías energéticas estarían pidiendo compensaciones por valor de 20.000 millones de euros, según las cifras publicadas en los medios.
«Una parte de la derecha europea entendió el sinsentido de obtener la energía importando uranio, pues implicaba un enorme riesgo potencial por un negocio privado», sostiene Jordi Bigues, en conversación previa a un acto de la plataforma «Tanquem Cofrents» en el Centre Octubre de València. En España la historia reciente de la industria nuclear se remonta al último franquismo. «Todo eléctrico, todo nuclear» fue una de las consignas de la época, según Luis Castro Berrojo, autor de «La bomba española. La energía nuclear en la Transición». El historiador sostiene que los planes energéticos ministeriales de los años 70 «se limitaban a reflejar los cálculos y previsiones del oligopolio eléctrico». La planificación descabellada, que también se produjo en otros países como Estados Unidos, chocó con la realidad de la crisis (más de un millón de parados en el estado español en 1977, con puntas de inflación que superaban el 40%). Así, de las 24 centrales nucleares y 38 reactores proyectados en 1976 se pasó a las 11 centrales y 18 reactores del Plan Energético Nacional (PEN) de 1978. Y el descenso se hizo aún más pronunciado. En 2014 el estado español contaba con cinco plantas nucleares en activo y siete reactores: Ascó (2), Almaraz (2), Vandellòs II, Cofrentes y Trillo.
Jordi Bigues es autor de libros como «Avui actius…O demà radiactius» (2011), «El llibre de les 3R», con Susanna Martínez (2009), «La diversitat de la vida» (2004) y «Ecología y democracia», con Ezio Manzini (2000). Destaca la importancia de la movilización popular para frenar la expansión de las nucleares en España. Podrían citarse numerosos hitos, como el 30 abril y primero de mayo de 1977. Esos días se constituyó en el Colegio Universitario de Soria la Coordinadora Antinuclear Estatal, con la presencia de grupos antinucleares de 24 provincias. En agosto del mismo año las calles de la capital soriana reunieron a 5.000 manifestantes contra el Centro de Investigación Nuclear (CIN) II, cuyas obras empezaron en 1976 en el municipio de Cubo de la Solana (Soria). Castro Berrojo resalta otra manifestación en el verano de 1977, en Bilbao, en la que cerca de 200.000 personas reivindicaron «una costa vasca no nuclear». El tres de junio de 1979 los disparos de un guardia civil terminaron con la vida de la activista Gladys del Estal, después de una concentración en Tudela contra las plantas nucleares. En Francia una movilización contra el reactor «Superphénix», en julio de 1977, concluyó con un activista muerto y más de un centenar de heridos.
Unos años después, el 19 de octubre de 1989, el accidente ocurrido en la central de Vandellós I -un incendio en la zona de turbinas- constituyó un «aviso» para la industria nuclear, señala Jordi Bigues. La planta se encuentra actualmente en fase de desmantelamiento. A ello se agregan otros reveses, como el desarrollo de las energías renovables, «que no eran un proyecto ecologista aunque sí una iniciativa empresarial viable». Según Red Eléctrica de España, el 41,1% de la producción eléctrica en el España durante 2016 provino de fuentes renovables, principalmente eólica (19,2%) e hidráulica (14,1%). Además la cifra representa un incremento del 4,2% respecto a 2015. Sin embargo, la nuclear se situó -considerada de manera aislada y por sexto año consecutivo- como la primera fuente de generación eléctrica (22%). «Ahora las empresas tratan de rentabilizar aún más las inversiones realizadas en su momento», subraya Bigues. Así se explican en parte peajes como los incluidos en el Decreto de octubre de 2015 que regula la producción y autoconsumo de electricidad, que incluye el llamado «impuesto al sol». O la decisión del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) el pasado ocho de febrero de abrir la puerta a que se prolongue la actividad de la central de Garoña, propiedad de Endesa e Iberdrola. «Intentan dar 20 años más de vida a las nucleares», resume el activista.
Jordi Bigues publicó en 2013 el libro «Lletra petita», basado en un programa de la televisión catalana (TV3) que se emitió ese año a lo largo de once capítulos. La idea original consistía en vincular las decisiones del consumo cotidiano con los grandes retos de la sostenibilidad planetaria. ¿Existe esa relación? «Yo lucho en todos los frentes, creo que predicar con el ejemplo confiere un potencial extraordinario a los movimientos sociales; todo suma; el dilema consiste en ser parte del problema o de la solución». La disyuntiva puede concretarse en dos modelos, antagónicos, de producir la energía eléctrica. «Som Energía» es una cooperativa de producción y comercialización de energía renovable que vio la luz en 2010. Esta entidad sin ánimo de lucro suma actualmente más de 32.000 socios en el estado español y 47.139 contratos de energía eléctrica «verde». En el otro extremo se sitúan, afirma Jordi Bigues, centrales nucleares como la de Cofrentes, propiedad de Iberdrola, que en 2016 produjo 9.540 millones de kilovatios hora -el 3,6% de la producción eléctrica nacional- y a finales de año inició los trámites administrativos para la construcción de un almacén de residuos radiactivos. «Elegir entre las dos opciones es una manera de luchar», zanja el periodista.
Bigues participó durante cinco años en la lucha armada contra la dictadura. De muy joven comprendió el potencial de la «acción directa». Con un grupo de amigos participó en la pintada de un paso «cebra», en una calle de Barcelona donde una escolar había sufrido un atropello. La respuesta del alcalde franquista, José María Porcioles, consistió en mandar el arsenal de máquinas excavadoras. «Un despliegue extraordinario ante un acto tan inocente», rememora el periodista. En la primera mitad de los años 70 se enroló en las campañas «El Saler per al Poble», contra la urbanización del bosque aledaño a la ciudad de Valencia; y «El llit del Túria el volem verd», frente a un proyecto de autopista urbana en el cauce del río. El activismo le condujo a Greenpeace, donde fue responsable de campañas a escala internacional y vicepresidente en el estado español. En el frente periodístico, forma parte de la redacción del quincenal «La Directa», pero también ha sido miembro del consejo de redacción de «Integral» o «Ecología Política», entre otras publicaciones. Mucha gente le dice que se presente como «educador ambiental», para evitar el adjetivo «ecologista». Ante ese consejo, aventura una explicación: «Cuando los periodistas ‘ecológicos’ trabajan y aprenden, son apartados de los medios por las presiones de la industria».
Dos activistas, Anne Lund y Soren Lisberg, diseñaron en 1975 el celebérrimo sol sonriente con la leyenda «energía nuclear? No gracias», que ese año se difundió por primera vez en el festival de Arhus (Dinamarca). La efeméride no resulta banal. Jordi Bigues subraya que el ecologismo social ha representado un «cambio cultural», y que pese haber pasado cuatro décadas «conserva toda su autenticidad». Y es así porque se fundamenta en «el tesón y la insistencia personal, son los valores de un nuevo individualismo asociado a valores libertarios y anarquistas». De ahí que el periodista se implique en las iniciativas sociales de su barrio -Sarrià Vell, en Barcelona- como el modelo de recogida «puerta a puerta» y de «residuos mínimos» que impulsa la asociación de vecinos. Precisamente una plataforma vecinal, Salvem l’Oroneta, encabezó la resistencia a la construcción de viviendas de lujo en un área boscosa del Parque de la Oroneta, en el distrito de Sarrià-Sant Gervasi, frente a los propósitos urbanizadores de la constructora Núñez y Navarro. La presión ciudadana resultó decisiva para que el Ayuntamiento revocara el acuerdo con la empresa del expresidente del Fútbol Club Barcelona en noviembre de 2014. «Siempre me ha interesado el mundo de la acción y el del pensamiento; el ecologismo tiene que seducir», concluye Bigues.
El periodista aplica en los últimos tiempos un punto de vista que llama «metabólico» a la comprensión de los procesos territoriales y ambientales. Es decir, del mismo modo que los organismos vivos -por ejemplo el ser humano- requieren alimentos y energía, que se procesan y excretan en forma de residuos líquidos, sólidos y gaseosos, la idea puede extenderse a los organismos sociales: casas, barrios, centros de trabajo o países. «Tenemos un metabolismo enfermo con una dependencia del exterior enorme», resalta el activista, que antes de que termine 2017 publicará el «Libro Verde de Barcelona por un buen clima», un segundo texto sobre cómo realizar «mapas verdes» y la novela titulada «Riera blanca». Los datos recientemente publicados por la agencia Eurostat (con cifras de 2015) avalan su tesis: El 98% de los combustibles fósiles consumidos en el estado español se adquieren en el exterior (la media europea se sitúa en el 73%), cuando en 1990 el porcentaje rondaba el 80%. La veteranía permite a Jordi Bigues una visión panorámica. Hace una década, «nos llamaban locos cuando decíamos que en 2020-2030 toda la energía podría ser renovable». Hoy incluso Iberdrola, empresa titular o con participaciones en las centrales de Trillo, Cofrentes, Almaraz (I y II), Vandellós II, Ascó II y Garoña se publicita como abanderada de las renovables. «Bienvenido a un mundo limpio, queremos ser tu energía».
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