Cuando los historiadores revean el proceso de transformación industrial de principios del siglo XXI, la entrada en vigor del Protocolo de Kyoto se presentará como un momento definitorio. Los escépticos argumentan que el Protocolo impone caros e innecesarios compromisos y que impedirá el progreso económico. Nada podría estar más alejado de la realidad. Si se […]
Cuando los historiadores revean el proceso de transformación industrial de principios del siglo XXI, la entrada en vigor del Protocolo de Kyoto se presentará como un momento definitorio. Los escépticos argumentan que el Protocolo impone caros e innecesarios compromisos y que impedirá el progreso económico. Nada podría estar más alejado de la realidad.
Si se nos pidiera describir el mundo a mediados del siglo XXI, ¿quién imaginaría fábricas despidiendo agentes contaminantes? ¿Quién supondría la imagen de un auto que usara una excesiva cantidad de combustible? ¿Quién describiría economías basadas en la sobreexplotación de recursos naturales no renovables?
El escenario más probable es un mundo donde la competencia y el progreso tecnológico hayan mejorado de manera espectacular la eficiencia industrial y promovido la producción más limpia y la reducción al mínimo de los desperdicios. El Protocolo acelerará la llegada de esta economía mundial por medio del envío de una señal temprana a los productores y a los consumidores, haciéndoles saber que el freno a las emisiones de gas que provocan el efecto invernadero será recompensado financieramente.
El Protocolo no irá contra la corriente, sino que abrirá una puerta. Pero ante todo, los formuladores de políticas de hoy deben honestamente confrontar el conflicto entre el corto plazo, las preocupaciones defensivas de ciertos sectores económicos y los más amplios intereses económicos y medioambientales de la sociedad en su conjunto.
Es cierto, habrá perdedores en el mercado, en la misma medida en que habrá ganadores. Pero, para la humanidad en su conjunto, beneficios económicos y tecnológicos enormes estarán a nuestro alcance. Este panorama optimista se apoya en la vasta bibliografía sobre tecnología y economía evaluada por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), el que es patrocinado en forma conjunta por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Investigadores de primera línea confirman que las políticas gubernamentales bien diseñadas, orientadas hacia el mercado, pueden reducir las emisiones de gas que provocan el efecto invernadero y, al mismo tiempo, generar beneficios económicos. Estos beneficios incluyen sistemas energéticos más efectivos con respecto a sus costos, mayor innovación tecnológica, menores gastos en subsidios inapropiados y mercados más eficientes. El corte de las emisiones disminuirá también los daños generados por estos costosos problemas, como los efectos de la contaminación ambiental sobre la salud.
La participación constructiva de las empresas en el alcance de los objetivos fijados por el Protocolo de Kyoto para las emisiones será vital. Algunas de las primeras empresas en responder positivamente al desafío del cambio climático han sido las aseguradoras, que son vulnerables a los impactos provocados por el cambio climático, y los productores de energía limpia, quienes ven oportunidades claras en el mercado.
Pero virtualmente todos los sectores empresariales tienen su parte en la participación activa. Afortunadamente, muchas empresas han sido previsoras y están anticipando la necesidad de reducir emisiones, estableciendo sus propias metas de amplitud de las emisiones al invertir en productos, servicios y procesos productivos que no dañan el medio ambiente.
Mientras tanto, muchos gobiernos locales han adoptado sus propias políticas de cambio climático, a menudo con ambiciones aún mayores que las de sus gobiernos nacionales. Las autoridades locales de las ciudades tienen una importancia crítica, dado su papel en el manejo de las empresas de energía, transporte público y otras actividades productoras de emisiones en el sector público. Otros componentes de la sociedad civil, incluyendo las escuelas, grupos comunitarios, los medios de comunicación, las familias y los consumidores, también desempeñan un papel crucial.
Por medio de la persuasión moral, la educación, el cambio de hábitos y las compras e inversiones racionales, los individuos pueden crear una diferencia real. La actividad cotidiana de la gente, donde quiera que sea, emite gases que provocan el efecto invernadero en su vida cotidiana, y el efecto acumulativo de pequeños cambios en sus decisiones puede ser enorme.
El compromiso activo de vastos segmentos de la sociedad en la promoción de las metas del PK acelerará significativamente la transición hacia sociedades más eficientes energéticamente, tecnológicamente innovadoras y con un medio ambiente sostenible. Las economías industriales ya han enfrentado tales desafíos, desde el desorden financiero y la globalización de los mercados hasta las revoluciones tecnológicas y aun las secuelas de la guerra; cada vez, se adaptaron y prosperaron. No hay razón para que estas sociedades innovadoras y dinámicas no puedan enfrentar con valentía el desafío del cambio climático del mismo modo.
Klaus Töepfer, director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA)