Habían pasado muchas cosas antes del 1 de enero de 1959. Cuba estaba en guerra pero, todos celebraban; todos los potentados, todos los señores de los centrales azucareros; todos los dueños de las famosísimas fábricas de tabaco y de ron; todos los jefes del ejército y también todos los jefes de la iglesia. En definitiva, […]
Habían pasado muchas cosas antes del 1 de enero de 1959. Cuba estaba en guerra pero, todos celebraban; todos los potentados, todos los señores de los centrales azucareros; todos los dueños de las famosísimas fábricas de tabaco y de ron; todos los jefes del ejército y también todos los jefes de la iglesia. En definitiva, todos los que podían celebrar porque otros, los que no eran potentados , ni señores de los centrales del azúcar, ni dueños de fábricas, ni eran jefes del ejército, ni de la iglesia, estaban demasiado ocupados en sobrevivir.
También los guerrilleros rebeldes intentaban hacerlo. Ellos no le huían a la pobreza, le sacaban el cuerpo a las balas pero, en el fondo, era la misma lucha, «(…) siempre es una lucha»·. (1)
Un día antes, el Ché Guevara había tomado la ciudad de Santa Clara y Fidel Castro preparaba el avance sobre Santiago.
Batista, en cambio, celebraba junto a los todos que podían pero, su fiesta duró poco; sólo hasta las tres de la madugada. Después huyó.
En la capital de Oriente no hubo tiros; el jefe militar se rindió y Castro entró pacíficamente y se fue a la radio para calmar a los habaneros que sacaban la rabia contenida por años y la volcaban en los edificios o las casas que hasta entonces apenas podían mirar.
Castro decía entonces, «el dictador se ha derrumbado pero eso no significa que la Revolución haya triunfado.
¡Sí a la Revolución. No al golpe de Estado!
La diferencia estaba marcada; los cubanos ya sabían de lo que hablaba el líder del ejército rebelde; llevaban muchos años aguantando sus consecuencias.(2)
Sin embargo, antes de Fidel entrar en Santiago y el Ché hacerse con los llanos de Santa Clara, los revolucionarios se habían pasado tres años en las montañas orientales de la Sierra Maestra , sobreviviendo, como los otros todos que no podían celebrar ese 31 de diciembre.
La lucha armada era ya vieja; comenzó un 26 de julio de 1953 y en aquella ocasión no hubo victoria. Muchos murieron, fueron asesinados o pagaron cárcel y exilio (3). Pero todos ellos, unos cien, firmaron un documento (conocido como Manifiesto del Moncada) que reproducimos aquí en parte, como balance anticipado que fue del tiempo al que precedía:
«(…)Al collar de sangre y de ignominia, de lujuria desmedida y de atraco al tesoro nacional (…) se unía la larga cadena de atentados contra Cuba: (…) imposición de castas y privilegios, atropellos y abusos en la persona física de los ciudadanos pacíficos y colocación de una bandera sin gloria al lado de la bandera más gloriosa (…).
(…)En el caso surgido de nuestro pueblo, herido pero jamás muerto, cayeron otras tardías ambiciones. Los que no pudieron hacer del país lo que mil veces prometieron teniendo en sus manos el Poder…los que, si bien no ahogaron la expresión serena de la libertad, tampoco contribuyeron a hacerla justa y eterna para nuestro país, para arrancar de la raíz de nuestra historia el trágico golpe insólito; de reconquistar glorias pasadas. Ni puede triunfar en el ánimo y
conciencia popular otra idea como no sea la desaparición total de este estado latente, de este caos infecto donde nos han sumido tanto los culpables del atentado madrugador a las instituciones nacionales, como
los que han podido ver en calma el crimen. Ni es justo ni es honrado atentar al corazón de la República, ni es justo ni es honrado encaramarse sobre ella para dejar que los demás atenten (…).
(…) Cuba abraza a los que saben amar y fundar y desprecia a los que odian y desahacen (…).
(…)La Revolución se declara definitiva, recogiendo el sacrificio inconmensurable de las pasadas generaciones y la vida en bienestar de las generaciones venideras».
Desde el Asalto al Cuartel Moncada han pasado 49 años y el Triunfo de la Revolución cumple 46.
En Cuba han cambiado muchas cosas empezando por esos todos que hoy, sin diferencias, pueden celebrar el Año Nuevo; los once millones que viven en la isla ; los más de sesenta mil que están en labores internacionalistas en distintos países del mundo; los doce mil médicos que trabajan en Venezuela para curar a los habitantes de los cerros o los cientos de educadores y entrenadores deportivos que sacan la dignidad de los barrios de Caracas. También, cómo no, los quinientos médicos que intentan salvar vidas en Haití o los que forman las brigadas que conviven con los hombres y mujeres del desierto, en los campamentos de refugiados saharauis en Argelia.
Igual que a ellos, la fiesta de cumpleaños de hoy llega también a las casas de los cientos de miles de estudiantes becados, que se desarrollan en Cuba para regresar luego a sus países y pagarle a su gente lo que han aprendido.
De la época de los «barbudos» (así se les llamaba a los guerrilleros) quedan infinitas anécdotas pero, sin duda, la que más se habrá repetido durante la noche de ayer es el brindis que se dice que hacían los revolucionarios cada 31 de diciembre que pasaron en la Sierra Maestra.
Era su forma de desear cosas buenas para todos:
¡El Próximo Año, en La Habana!
NOTAS.
(1) Palabras extraídas del discurso conmemorativo del 26 de julio (Asalto al Cuartel Moncada), pronunciado por Fidel Castro en la ciudad de Cienfuegos, el 5 de septiembre de 1992.
(2) El dictador Fulgencio Batista había sido el hombre fuerte del Gobierno cubano desde 1933 hasta 1940, año en que ocupó la presidencia. La corrupción fue la nota dominante no sólo de su legislatura sino de las posteriores; Ramón Grau San Martín (1944-1948) y Carlos Prío Socarrás (1948-1952), ambos del Partido Auténtico.
El 10 de marzo de 1952 Batista, sargento militar de profesión (candidato otra vez a la presidencia y conocedor del más que probable triunfo del Partido Ortodoxo) dio un golpe de Estado que no tuvo casi resistencia. El presidente Prío abandonó el país. A los tres días, Fidel Castro presentó una denuncia contra los golpistas ante la Corte de Justicia de La Habana, que no fue admitida; fue el inicio de la lucha revolucionaria.
(3) El 26 de julio de 1953 se llevó a cabo el Asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en la ciudad de Santiago de Cuba. Fue el primer hecho de armas de la Revolución.