«La sociedad es una planta carnívora»(En los muros de París) UN MODELO A IMITAR: EL 15M Uno de los argumentos que utilizará probablemente el PSOE de cara a las próximas elecciones, para atraer la franja más desmotivada de su electorado y, más allá, a una parte de la izquierda tentada por la abstención o el […]
(En los muros de París)
UN MODELO A IMITAR: EL 15M
Uno de los argumentos que utilizará probablemente el PSOE de cara a las próximas elecciones, para atraer la franja más desmotivada de su electorado y, más allá, a una parte de la izquierda tentada por la abstención o el voto en blanco, podría ser la advertencia de que si ganase la derecha retrocederíamos al limbo de la España negra o a los peores momentos de nuestro pasado reciente y lejano.
Los guiños lanzados recientemente a la opinión pública y al movimiento del 15M para hacernos olvidar las tropelías y la política antisocial del gobierno, así como esa patética llamada de un grupo de intelectuales y artistas desengañados, afines a sus siglas, empeñados en una enésima «reconstrucción de la izquierda», podrían revelarse también inútiles. Como sería inútil, pensamos, el lanzarnos una advertencia del estilo de «¡Cuidado, que viene la derecha!». Dejemos en consecuencia a los firmantes de ese manifiesto, con sus ilusiones y su oportunismo, proclamar que «es irrenunciable empezar a construir alternativas y que la reinvención de la democracia en España debe imitar el modelo del movimiento de los indignados, renovando personas, discursos y sobre todo, métodos, con el fin de salir de un callejón sin salida». Nada menos.
LA RECONSTRUCCION DE LA DERECHA
No nos dejaremos tentar por lo tanto por los cantos de sirena del PSOE y sus arrepentimienntos de últimísima hora, ni con la promesa de Zapatero de «no hacer más recortes sociales», ni por la de controlar más estrechamente a la Banca, ni por la designación del PP como el único culpable de la burbuja inmobiliaria. Pero tampoco debemos fiarnos de la aparente indolencia genética de Rajoy, ni de la imagen preconciliar de Dolores de Cospedal ataviada en las fiestas del Corpus con peineta, mantilla y collar de gargantilla. El PP cuenta sin duda con una parte importante de su electorado sensible a este tipo de guiños y de señales. Pero es poco probable que los sectores más avanzados de la oligarquía y del empresariado, convencidos de la necesidad de una «regeneración» del país y de su economía, y de la forma futura de gobierno , se identifiquen con esta visión paseísta. Ni que aprueben en el fondo los excesos oratorios o doctrinales , (dirigidos a la franja más reaccionaria del electorado de PP) de Aznar y de Esperanza Aguirre. Es probable que estén más atentos a los movimientos de opinión y al malestar social provocado por la irrupción del 15M en el escenario político y a su denuncia de los abusos de la Banca, de la clase política y, en general, del «establishment» de derechas e izquierdas.
Léase, a este respecto, unas cuantas frases sacadas del editorial del diario «El Mundo» del 5 de junio pasado, redactado por su director Pedro J. Ramírez: Dicen así: «Mientras gobiernen Zapatero y Rubalcaba, las protestas serán contra el sistema. Cuando lo hagan RAJOY, SORAYA Y GALLARDON, el enemigo será el gobierno de la derecha. (…) Rajoy necesitará (para gobernar), además de la legitimidad de origen -el sufragio- un programa de gobierno que desactive las simpatías que muchos sienten por nuestros «enragés» (enrabietados), asumiendo sus reivindicaciones transversales políticas que la mayoría comparte».
Una transfusión de sangre en los aparatos de estado y una manera «avanzada» de gobernar, asumiendo algunas reivindicaciones del 15M y «desactivándolas» (según la expresión de J. Ramírez), permitiría en efecto iniciar esa «segunda transición» que las mentes más lúcidas de la derecha están seguramente dispuestas a aceptar y a poner en marcha: infiltrando las filas del movimiento del 15M, respondiendo a ciertas demandas de la sociedad, utilizando a fondo el aparato de propaganda mediático y combinando todo ello con unas dosis razonables de represión y de contención de los movimientos sociales.
EL EJEMPLO DEL MAYO FRANCÉS
Podemos definir el mayo francés como una explosión social repentina e inesperada, que siguió de cerca al famoso artículo del director del diario francés «Le Monde», Viansson Ponté, en el que analizaba «el estado de la nación» bajo el mandato del general De Gaulle y concluía que la Francia «gaullienne» «se aburría». Un «aburrimiento» que respondía en realidad al hartazgo de una sociedad encorsetada, autoritaria, anclada en los espejismos de su «glorioso» pasado (de Juana de Arco al traumático desmembramiento de su imperio colonial). Aquella sociedad próspera y llena de desigualdades, explotó de pronto porque un puñado de estudiantes de la universidad de Nanterre (entre ellos el mediático y hoy asentado Cohn-Bendit), que habían sido precedidos por los «provos» holandeses y los «situacionistas» de Estrasburgo con su folleto «Acerca de la miseria en el medio estudiantil», prendieron la mecha de la «contestación» y revelaron al país la cara oscura, represiva, y retrógrada de una sociedad que, pretendidamente, «se aburría». Una sociedad ajena a los valores y a las aspiraciones de una juventud -la obrera, pero sobre todo la estudiantil- que pretendía nada menos que «cambiar la vida», siguiendo los pasos y la inspiración de un l poeta adolescente genial llamado Arthur Rimbaud.
No añadiremos nada nuevo a cuanto se ha dicho, analizado, desmenuzado y finalmente digerido, sobre lo que representó esa conmoción para la sociedad francesa. Ni sobre su desenlace o su fracaso final, en el que jugaron un papel importante los aparatos e instituciones oficiales, tanto de la derecha como de la izquierda, que se sintieron amenazados por un movimiento que aspiraba a un cambio radical de los valores dominantes de la sociedad francesa. Valga esta breve evocación, no solo para hurgar en el recuerdo de aquella maravillosa verbena libertaria, sino sobre todo para extraer alguna enseñanza de aquel conflicto aplicable a nuestra situación actual.
Volveremos para ello a nuestra idea inicial: comprobar por un lado si el gobierno «socialista», en un estadio casi terminal de su recorrido político, marcado por una adhesión completa al neoliberalismo más descarnado, podría llegar a convencer al electorado de que quiere beber de nuevo en las fuentes de la socialdemocracia (comprometida a fondo, allí donde gobierna, con el sistema y las políticas neoliberales.). Y, por el otro, evitar de caer en la tentación de creer que la derecha, una vez llegada al poder, va a practicar una política de tierra quemada, en un terreno abonado previamente por el gobiernno socialista. Valga pues el ejemplo, a la hora de analizar el futuro comportamiento de nuestros dos competidores, de evocar como reaccionó la derecha francesa confrontada al desafío de mayo del 68.
LA DERECHA FRANCESA DESPUÉS DE MAYO DEL 68
O de como el poder, amenazado por las manifestaciones estudiantiles y las huelgas masivas de la clase obrera, supo reaccionar a tiempo y transformar -primero con Pompidou, trás el fallecimiento de de Gaulle, y después con Giscard d´Estaing- un país de pequeños rentistas, con un Partido Comunista poderoso, una administración centralista eficaz y una economía replegada sobre «su hexágono», en un país moderno, liberado del lastre de su imperio colonial y abierto a los vientos de la competencia internacional, no solo en el marco de la Europa de los mercados, sino fuera de ella.
Este episodio puede también servirnos como ejemplo de la capacidad de la burguesía, de sus élites, y de la clase política en general para utilizar la dinámica de un movimiento de protesta, hacer las concesiones mínimas necesarias, y finalmente, romper su impulso transformador para utilizarlo después en beneficio propio. Evocaremos a este respecto los famosos acuerdos de Grenelle negociados el 27 de mayo de 1968, con el país aún en plena efervescencia, entre el primer ministro Pompidou, los sindicatos y las organizaciones patronales. La negociación se saldó con un aumento del 35 % del salario mínimo, un 10 % de los salarios normales. y el reconocimiento del libre ejercicio del derecho sindical dentro de las empresas. (aquellos aumentos fueron rápidamente absorbidos gracias a la intensificación de los ritmos de trabajo y de producción en las empresas).Tres días después de haber firmado aquellos acuerdos, habiéndose iniciado el reflujo del movimiento en las calles, las facultades y los centros de trabajo, el general de Gaulle decretó la disolución de la Asamblea Nacional, de regreso de Alemania, y «la vuelta al orden». Una ilustración de lo que se calificó de política de «la carotte et le bâton» («del palo y la zanahoria»).
Durante los meses y años que siguieron a la explosión de mayo del 68, cada uno de los protagonistas del conflicto volvió al lugar que le correspondía, «por derecho», en un país que se modernizaba y se transformaba a ojos vistas y que, visiblemente, había dejado de «aburrirse».En una época de bonanza económica, los estudiantes, al finalizar sus estudios, no tuvieron grandes dificultades para obtener un puesto de trabajo y una situación profesional conforme a sus conocimientos y a su formación. Muchos de ellos, en particular los líderes del movimiento estudiantil, irrigaron con sus ideas, su creatividad y su inventiva, un país cada vez menos anquilosado y más entregado a los nuevos valores del individualismo, la competencia, la ascensión social y el consumismo. Muchos de ellos, salvo los que sufrieron en su carne y su mente la decepción causada por el derrumbamiento de sus ideales, cedieron a la llamada de las grandes empresas, de los órganos de Comunicación, de la Alta administración del Estado o de las Direcciones de los partidos políticos. (Sin que surgieran en Francia grupos de extrema izquierda, como el de la Banda de Baader en Alemania o las Brigadas Rojas en Italia, partidarios de una lucha armada frontal contra el gobierno, las multinacionales y el entramado institucional de la izquierda y la derecha).
EL PAPEL DE LA CLASE OBRERA
Se ha hablado poco, en general, del papel que jugaron los obreros en mayo del 68, y de como vivieron la sacudida que hizo temblar sobre sus bases lo que los estudiantes llamaron el «viejo mundo». La palabra obrera fué confiscada y silenciada por sus dirigentes y por los medios de comunicación, que prestaron mucha más atención al papel jugado por el movimiento estudiantil. Una vez concluído el movimiento huelguístico, que tuvo una gran amplitud, los obreros volvieron a sus fábricas y al orden anterior, apernas modificado, pese a los aumentos de salario, pronto absorbidos, y a las nuevas libertades sindicales.
Algunas voces consiguieron, no obstante, sacudir esa mordaza y contar lo sucedido en las fábricas. Se puede comprobar leyendo el extracto de una octavilla que hemos conservado. En todas sus frases vive y resuena aún el eco de aquellas voces anónimas:
«¿Qué hacíamos en el taller? No se lo va a creer. Estábamos ansiosos por hablar. Decirlo todo, oírlo todo, preguntarlo todo. De haber entrado en el taller, le habrían sorprendido los corrillos, las conversaciones, las asambleas. Parecía que nunca habíamos hablado entre nosotros y esa era la verdad. Nos comportábamos como si de pronto hubiésemos recuperado la palabra.
Estas máquinas, ¿para qué sirven? ¿Y ese botón? ¿De donde viene? ¿Me dejarás probar? Cada uno contaba lo que sabía o escuchaba atentamente las explicaciones del entendido y ese conocimiento, el suyo y el nuestro, nos enorgullecía. Acariciábamos esas máquinas como el campesino a la mula que le facilita el esfuerzo.
¿Comprende ahora nuestra desgana al incorporarnos al trabajo? Vuelve otra vez, como si todo hubiera sido un sueño, ante la manivela. Aprieta el botón, vigila la salida del papel, comprueba el ajuste, ordena con un gesto al ayudante que bata la tinta. Por eso echamos pestes del acuerdo firmado por los sindicatos. Han seguido siendo los representantes de nuestra miseria, precisamente cuando nos estábamos desembarazando de ella.
¿Qué significan tres días más de vacaciones al año teniendo en cuenta lo que se nos arrebata?».
LA SOCIEDAD COMO UNA PLANTA CARNÍVORA
Esta evocación de lo sucedido en Francia puede servirnos para recordar de nuevo una evidencia: que la derecha, el capital, o el sistema en el que nos ha tocado vivir, bajo sus diferentes disfraces, hoy con el ropaje de las izquierdas, mañana con el de las derechas, y pasado mañana de nuevo con el de las izquierdas (como ocurrirá presumiblemente en Francia con la derrota anunciada de un Sarkozy impopular e inoperante), tiene una capacidad de digestión extraordinaria («la sociedad es una planta carnívora») y posee un abanico cada vez más amplio y sofisticado capaz de hacer frente a las crisis sociales. y a las convulsiones provocadas por la dureza de los «reajustes» y los «recortes sociales» impuestos por las políticas neoliberales.
No creemos a la luz de estos ejemplos,que la derecha, nuestra derecha, salvo si los mandatarios europeos le imponen, como a Grecia, unas medidas particularmente drásticas, vaya de salida a irrumpir en la escena política repartiendo mandobles y reprimiendo cualquier conato de rebelion. (Eso depende, naturalmente, del desarrollo y la atención que reciba, por parte de la sociedad, un movimiento como el del15M que está agrietando y abriendo brechas en el edificio institucional heredado del franquismo y que apunta cada vez más, como lo hizo en su tiempo el del mayo francés, al corazón del sistema). De ahí la urgencia para la derecha de subirse, como lo reclama el director de El Mundo, .a la ola de las reivindicaciones ciudadanas, no solo para «cambiar la vida» (a su manera),, sino también su forma de gobernar y los pilares sobre los que se sustenta una sociedad clasista, corrompida y minada por las desigualdades. Cambiar todo para que nada cambie, según la expresión consagrada. Y vendernos, con posibilides de éxito, como reza el título del presente artículo, una segunda transición que nos permita olvidar la primera y nos dé la impresión de que estamos viviendo en un país nuevo y remozado.
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