En agosto de este año 2021, el índice de precios de los alimentos ascendió un 32,9% respecto al agosto del 2020
Batir un récord, pulverizar un marca,… se consumen muchas metáforas deportivas para poder seguir explicando el loco e incesante incremento del recibo de la luz: de la energía eléctrica. No es fantasioso asegurar que si seguimos en esta escalada, muchos elementos de nuestra manera de vivir pueden verse limitados al no poder pagarlos. ¿Ocurre o puede ocurrir algo parecido con el recibo de la energía vital llamada alimentación? Como sucede con la electricidad, la mayoría de la población no tiene capacidad de producir sus alimentos, de manera que, en la medida que el precio de la canasta se incrementa, se hace más difícil acceder a ellos.
Las cifras mundiales que periódicamente presenta la FAO (Organización Mundial de la Alimentación de Naciones Unidas) ya indican tendencias más que preocupantes. En agosto de este año 2021, el índice de precios de los alimentos ascendió un 32,9% respecto a agosto del 2020. En estos 12 meses, los grandes grupos de alimentos básicos que usa la FAO para determinar dicho índice evolucionaron como sigue: los cereales básicos, como el trigo, la cebada o el maíz, aumentaron un 31,1%; los aceites vegetales, derivados de la palma, colza o girasol, aumentaron un 6,7%; los lácteos, un 13,6%; la carne, un 22% y el azúcar, un 9,6%.
Como ocurre con la factura eléctrica, también es complejo analizar la evolución del recibo de la alimentación. Depende de muchos factores. Primero, y cada vez más determinante, la disminución de disponibilidad de alimentos por “puros” factores productivos derivados de la crisis climática (sequías, granizadas, …), la desaparición de polinizadores o el incremento de plagas. Segundo, por factores “puramente” capitalistas como la especulación. El miedo que genera la emergencia climática sobre la agricultura es aprovechado por los fondos de inversión para apostar grandes cifras en estos mercados y que, como ellos esperan, provoque un encarecimiento de los mismos.
A esta situación de alza en el precio de los alimentos debemos añadir ahora otra comparación. Igual que está ocurriendo en otros sectores industriales, ¿puede verse truncada la cadena de suministros alimentarios actual? ¿Las empresas agroalimentarias están en riesgo de quiebra y, con ellas, la provisión de alimentos para la mayoría de la ciudadanía? Las fotografías que llegan del Reino Unido con las estanterías de los supermercados medio vacías deja claro que sí. La fractura generada por el brexit explica bien lo que significa la dependencia de la cadena alimentaria globalizada.
Sea en el Reino Unido o en cualquier otro país, cuando se tensa algún eslabón de este entramado, todas las empresas del sector crujen. El precio del petróleo, del cual se depende para mil y una cuestión, es seguramente el factor que más altera el equilibrio de la cadena y últimamente tampoco deja de subir. El alto precio que está alcanzando el gas natural, con el que se producen abonos nitrogenados, está afectando a las empresas de fertilizantes químicos que ya han anunciado recortes de hasta el 40% de la producción. En los últimos cinco años, el colapso del transporte marítimo se ha multiplicado por cinco, incrementando también los costes para muchas empresas alimentarias que lo requieren tanto para importar componentes como para exportar sus producciones. Para las empresas centradas en la producción de carne, huevos o leche, el encarecimiento de los cereales y leguminosas con la que alimentan sus animales repercute muy fuerte en sus cuentas de resultados…
Pero cuando la cadena se destensa las empresas también sufren y mucho. En el Estado español hemos visto cómo en los últimos cinco años hemos incrementado en más de un 22% la capacidad de producción de carne de cerdo y en un 50% el valor de su producción. La aparición de cientos de megagranjas pringando cualquier paisaje ha estado satisfaciendo la demanda de carne de China, afectada por una epidemia de peste porcina que le impedía autoabastecerse. Ahora que China ya ha superado dicha situación, el sector cárnico industrial español no sabe qué hacer con, al menos, la cuarta parte de toda la carne producida. Un ejemplo que explicaré en mis clases universitarias para referirme a lo que significa el pinchazo de una burbuja: le llamaré “la explosión de las explotaciones”.
Sea por una causa u otra, o por la combinación de varias o de todas, el resultado de este sistema alimentario es de una franca vulnerabilidad. Y, aunque descrito a partir de estas cuestiones coyunturales pareciera el escenario de una Nueva Crisis Alimentaria, en realidad, desde mi punto de vista el planteamiento correcto es tratarlo como un fallo de sistema. A lo que solo cabe responder con otra pregunta, ¿habrá tiempo y espacio para otro sistema?