El hecho de que los jueces del Supremo den por válida la Ley de Amnistía del 77 es la prueba palpable de que está fallando algo. Esa es la base de todo, es el pedestal sobre el que se asienta todo lo que vino después y es lo que hace que no vivamos en una […]
El hecho de que los jueces del Supremo den por válida la Ley de Amnistía del 77 es la prueba palpable de que está fallando algo. Esa es la base de todo, es el pedestal sobre el que se asienta todo lo que vino después y es lo que hace que no vivamos en una democracia real, sino ante un decorado de cartón piedra que esconde centenares de miles de cadáveres y, aupados sobre ellos, los de siempre: las oligarquías financieras, la judicatura, el ejercito, las fuerzas de orden público, la Iglesia y la casta de políticos profesionales (de todos – o casi todos- los partidos) cómplices de la impunidad para poder vivir muy bien, incluida la mayor parte de la izquierda institucional (esa izquierda que se declara «juancarlista» y republicana o cosas por el estilo).
Eso de ser juancarlista y republicano tiene significados muy claros. Lo que nos están diciendo es que son «juancarlistas», porque su pacto con los franquistas les ha servido para participar en el «reparto del pastel»; y al mismo tiempo republicanos, porque es la mejor forma de seguir engañándonos a todos dándose una apariencia de progresistas. Pero la verdad, es que se vive muy bien autoetiquetándose como «juancarlista» y republicano; es populismo puro, significa hablar para el pueblo mientras se trabaja para los de siempre, lo cual, en una monarquía bananera como la nuestra, es la mejor forma de garantizarse un buen porvenir como lacayo al servicio del poder.
Podemos votar, sí… Podemos hablar, también… Pero… ¡Cuidado! No amenacemos a los poderes de siempre con nuevos avances democráticos porque siempre están vigilantes y dispuestos a arrancar la «mala hierba» si ven peligrar sus privilegios. Porque España -no nos engañemos- huele a fascismo, por donde la mires, por donde la visites, por donde la toques. Y si huele a fascismo es porque los fascistas españoles se adueñaron de España, asesinando a centenares de miles de patriotas defensores de la Libertad y de la Justicia. Y años más tarde se pusieron de acuerdo para cambiar el decorado. Nos permitieron que votáramos para que nos creyéramos que estábamos en una democracia, pero se cuidaron muy mucho de controlar los partidos políticos para que el poder real no se les fuera de las manos. Tal como decía Napoleón (buen lector de «El Príncipe» de Maquiavelo), «…a los hombres se les corrompe o se les destruye…» y los fascistas, viendo que se moría el mayor de todos ellos, así lo hicieron. A los incorruptibles los asesinaron masivamente 40 años antes y, llegado el momento, corrompieron a muchos dirigentes de la oposición democrática para que se encargaran -entre otras coas- de condenar al ostracismo a los incorruptibles de los años 70 y 80; y así han seguido manteniendo el timón todos estos años. Nada se escapa a su control. Tienen todo el poder económico, político y social; lo ejercen día tras día y nadie es capaz de ponerles coto. Dieron un golpe de estado para mantener sus privilegios y todo lo que han hecho hasta ahora ha sido para seguir manteniéndolos. Primero mataron, luego cooptaron o engañaron a una buena parte de los dirigentes de la izquierda para tener una legitimidad democrática que no tenían, y se han mantenido presentes en todas las instituciones y centros de poder. Lo malo de todo esto es que muchos prohombres, autodenominados de izquierda, jalean alegremente esta situación.
La cosa tiene mucha gracia. Si leemos las listas de los que ahora se llevan las manos a la cabeza por que se haya encausado a Garzón por saltarse la Ley de Amnistía del 77, nos encontramos con que muchos de ellos la pactaron y la apoyaron y, hoy, la siguen apoyando. ¿A qué están jugando estos señores?
Y han llegado más lejos aún. Los mismos que apoyaron la Ley de Memoria -otra de las leyes que, según el juez del supremo está instruyendo el procedimiento contra Garzón, ha vulnerado éste último por intentar iniciar un proceso contra el franquismo- están ahora llevándose las manos a la cabeza y pidiendo que se apoye a Garzón. ¡Vaya cara dura!
¿En qué quedamos? Si dan por válida la Ley de Amnistía del 77 y la Ley de Memoria de 2007, deberían apoyar que se procesase a Garzón por saltarse las leyes «a la torera» a sabiendas de lo que hacía. Y si de verdad quieren liberar a Garzón del proceso al que le han sometido, el camino es fácil: declaren la nulidad de ambas leyes y el juez del supremo se quedará sin argumentos. Declararlas nulas, que no derogarlas, porque derogar significaría que esas leyes han sido válidas hasta ese momento, con lo cual no haríamos nada. Se trata, por tanto, de declararlas NULAS. Que ya no somos aquellos adolescentes y jóvenes que hace treinta años nos creíamos todo lo que nos contaban los dirigentes de la época y hemos aprendido a conocer el significado de las palabras.
¡Basta ya de hipocresía y cobardía! La posibilidad está en sus manos. Declaren ilegales los bandos de guerra de los golpistas, declaren la nulidad de todos los actos jurídicos represivos del franquismo, declaren nula la Ley de Amnistía, declaren nula la Ley de Memoria y que el Gobierno de órdenes al Fiscal General del Estado para que dé instrucciones a todos los fiscales para perseguir de oficio los crímenes del franquismo, sentar en el banquillo a los culpables vivos (incluidos los criminales franquistas de las postrimerías del franquismo y la transición); que toda la población española conozca la verdad, que se transmita en todos los medios de comunicación, que sea de enseñanza obligatoria en colegios e institutos y que se persiga el revisionismo histórico; que se revisen las incautaciones, las multas administrativas, que se indemnice a las familias, que se investigue a los bancos, las empresas y a la Iglesia Católica, y que en la Constitución se diga que los defensores de la II República son los verdaderos padres de nuestras libertades democráticas. Eso es hablar de VERDAD, JUSTICIA Y REPARACION.
Sabemos que no lo harán, porque apoyar a Garzón de palabra, para todos ellos, es una cuestión de estética porque no quedaría bien, ante la opinión pública, el que dijesen lo contrario. Y porque es muy fácil hablar, y darse golpes de pecho por Garzón, pero muy difícil para ellos apoyarlo con hechos -no con premios y manifiestos-, sino combatiendo al franquismo desde el Parlamento y desde el Gobierno. Empiecen declarando nulas las dos leyes invocadas por el magistrado del Supremo para encausar a Garzón y empezaremos a creer que sus apoyos de palabra al mismo no son tan solo «lágrimas de cocodrilo». De esta forma, lo de Garzón y el franquismo quedaría sólo en un conflicto de competencias y, si no es Garzón, otras instancias judiciales, competentes para ello, podrían iniciar el proceso que Garzón no pudo continuar.
Garzón no es santo de mi devoción, no siento mucho aprecio por él, creo que el procedimiento que instruyó contra el franquismo tenía cierto «tufillo» a pacto con el Gobierno para cerrar las vías jurídicas al movimiento memorialista y poner en valor la descafeinada y franquista Ley de Memoria. Sin embargo, en estos momentos, quiero apoyar a Garzón; quiero que declaren nulas la Ley de Amnistía del 77 y la Ley de Memoria de 2007, para que el Tribunal Supremo archive el procedimiento iniciado contra él, y de paso poder iniciar la «Gran Causa General» de la democracia contra el franquismo sin que los jueces archiven los casos aplicando leyes que son contrarias al Derecho Penal Internacional. Eso es apoyar a Garzón y a las víctimas del franquismo, lo demás son los mismos cuentos que nos contaban en la transición y que pasados más de tres décadas ya no nos creemos.
Si Garzón no ha servido -por una cuestión de competencias y por estar en vigor leyes de punto final- para acabar con la impunidad del franquismo y conseguir Verdad, Justicia y Reparación para sus víctimas, su procesamiento en el Supremo va a servir para desenmascarar a todos los que defendieron y defienden la Ley de Amnistía y la Ley de Memoria y, al mismo tiempo, poner sobre el tapete que ser «juancarlista» es ser franquista -pero con mejores formas- y ser republicano es mucho más que darse golpes de pecho porque procesen a Garzón.