Recomiendo:
0

Puro vitriolo

El salvamento de Posada Carriles

Fuentes: Rebelión

Tras varios ciclones de una intensidad bastante alarmante, la vida de Posada Carriles transcurría con cierto sosiego. Eso que algunos conocen como conciencia, no parecía haber alterado su decisión de seguir asesinando a diestro y siniestro, utilizando los métodos y formas más cruentos, con tal que lograr una medalla del gobierno norteamericano. Pero las tormentas […]

Tras varios ciclones de una intensidad bastante alarmante, la vida de Posada Carriles transcurría con cierto sosiego. Eso que algunos conocen como conciencia, no parecía haber alterado su decisión de seguir asesinando a diestro y siniestro, utilizando los métodos y formas más cruentos, con tal que lograr una medalla del gobierno norteamericano. Pero las tormentas y fenómenos que azotan esta región del orbe, no permitían actuar de inmediato una vez que la entonces Presidente de Panamá, Mireya Moscoso, concedió el indulto para el abnegado homicida y algunos compinches más (que bien pudieran figurar en el museo de los horrores para terror de Frankstein o Drácula).

Hacía muchos años que Posada tenía metido en la cabeza el magnicidio de Fidel Castro. Ese sueño acariciado largamente se alejaba de sus posibilidades, y comenzó a ponerse nervioso. ¿Por qué George W. Bush no se decide al ataque preventivo contra Cuba?, se lamentaba cada mañana en su refugio hondureño. No sabía que el mandatario norteamericano, elegido fraudulentamente entre sonrisas, tenía un plan genial para ello: contar con el Partido Popular, el único que, como el partido nazi a su abuelo, podía echar una mano en el asesinato selectivo del héroe de Sierra Maestra.

El amancebamiento de Bush con Chemari Aznar no parecía mala idea, pero Posada se hallaba a pocos minutos del desquicio. Su afán de protagonismo iba a ser difuminado por obra y gracia de un ex presidente español. El asesino de origen cubano, jinetero de la CIA durante lustros, pidió ayuda ante la Mafia de Miami para retomar posiciones en la lucha por aparecer en los medios. Y las gentes de Alpha 66, sus amigos del alma, Santiago Álvarez, Orlando Bosch, García Remón y otros de calaña similar, telefonearon de inmediato al nuevo líder del Partido Popular en España, un tal Mariano Rajoy, un gallego con cierto frenillo en la lengua que, a pesar de todo, hablaba siempre, qué cosa más rara, de «derrotar al terrorismo» con la mano derecha, mientras que con la izquierda iba dando de comer a perros con collares de todo tipo.

Aquello surtió efecto de inmediato. Mariano, soldado dilecto y cumplidor, llamó a su vez a Chemari (que estaba dando una conferencia en la Universidad Weapons and Bombs de Florida), para proponerle una huida hacia delante. Aznar consulta con Bush, éste con Bolton, quien le pasa la patata a la esposa del presidente, Condolezza Rice (perdón, que no es ella), y deciden que Posada venga al sur de EEUU en un barquito de vela. Pero ¿y luego, qué hacemos?, intervino un agente del Mosad. La mejor respuesta será el silencio, sentenció el presidente del Miami Herald. No contaban con el pueblo cubano. Olvidaron el coraje de Fidel. La sangre que se derramó en la voladura del avión de Cubana, más la que provocaron las bombas en los hoteles habaneros, enciende todavía las conciencias de millones de isleños, sean o no partidarios de Castro.

Un ciclón inesperado brotó en el Malecón. Una descomunal fuerza con la que no contaban ni Bush ni la madre que lo parió. Más de un millón de gritos clamando justicia hicieron que Posada pidiera ayuda inmediata al Ejército Norteamericano, que vino a salvarle en carrito de golf y helicóptero de última generación, mientras muy cerca, la policía de Florida esposaba a dos niñas de seis años sospechosas de pertenecer a algún grupo terrorista.

De momento, Luis Posada Carriles está en una confortable e ilocalizable mansión. Pero otro fenómeno atmosférico y bolivariano viene desde Caracas con una intensidad increíble. ¿Qué refugio darle ante la rotundidad del Tribunal Supremo de Venezuela?. Bush medita. Posada Carriles no puede morir de un ataque al corazón artificial, se dice a sí mismo mientras bebe su litro de whisky diario, porque eso lo dijo ya Fidel. Ni envenenado, porque podrían sospechar.

Una llamada a la puerta del despacho oval le sacó de su ensimismamiento. Era un señor bajito, con bigote, muy sonriente, que acababa de proponer durante su conferencia en una Universidad, que se utilizaran armas atómicas contra los palestinos. Su saludo fue: «Hola, George, ¿bombardeamos La Habana o no?. Y Bush reflexiona durante tres segundos (más tiempo sería peligroso): «Menos mal que hay todavía algún tipo más estúpido aún que yo».