Si el lector cierra los ojos y piensa en la palabra «inmigración«, probablemente se le venga a la cabeza la imagen de una patera llegando a una soleada playa del sur de España, o de un barco cargado de desesperados a la búsqueda de un puerto amigo. Será quizás una estampa del Mediterráneo. O del Estrecho de Gibraltar. Bien, pues Antonio Izquierdo Escribano, catedrático de Sociología de la Universidad de A Coruña, uno de los más exhaustivos investigadores de España en el campo de la inmigración, representante de España en la OCDE de 1989 al 2008 en calidad de experto en migraciones internacionales, sostiene el empeño de que, cuando cerremos los ojos, se nos vengan también imágenes nuevas a la cabeza. Imágenes estimulantes, esperanzadoras.
El trabajo de Izquierdo desvela el fenómeno migratorio como un poliedro hecho de complejidades difíciles de entender a base de intuiciones e imposibles a base de prejuicios. Le interesa, por supuesto, la inmigración que entra por las costas desde el norte de África, la más dramática y la más fácil de aprovechar políticamente. Pero sobre todo le interesa recordarnos que esa inmigración, aunque supone un porcentaje escaso en comparación con la legal, se apodera de nuestra percepción porque es la que más torrencialmente nos llega a través de la televisión, capaz de convertir una tragedia en una rutina, una oportunidad en una amenaza, un ser humano en un extraño.
InfoLibre conversa con el autor de Crítica de la inmigración imaginada ahora que el tema migratorio está candente.
PREGUNTA: Hay problemas de saturación en la acogida en Andalucía. El debate político alrededor de la inmigración se calienta, con mensajes muy duros del nuevo líder del PP, Pablo Casado. ¿Está pasando algo nuevo o distinto?
RESPUESTA: A poco que se tenga memoria, se comprueba que ya se ha vivido antes. Ha habido otros repuntes de entradas por el Estrecho, y también se ha acusado de ofrecer papeles para todos, de crear efecto llamada… El efecto llamada es un marco comodín a gusto del consumidor. Igual se utiliza para bloquear una regularización masiva de trabajadores sin contrato que para oponerse a una acción humanitaria. Todo esto es un dejà vu, con la oposición haciendo de oposición y el Gobierno tratando de tranquilizar.
P: El debate sobre inmigración se instala fácilmente en coordenadas falsas.
R: Cada vez se discute menos sobre hechos y más sobre opiniones. Bueno, opiniones es un decir, porque las opiniones se fundan en una información, y no en distorsiones o en falsedades. Yo ya me niego a discutir sobre inventos. Si alguien me dice que es posible una inmigración cero o que no hay cambio climático, no discuto. Tampoco si me dicen que los inmigrantes consumen más sanidad que los envejecidos nativos. No es así. No hay turismo sanitario, y cuando se detecta un caso suele apuntar a un inmigrante que procede de un país rico. Hay etiquetas venenosas que se repiten una y otra vez.
P: ¿Qué distorsiones se producen?
R: La inmigración que entra por el Estrecho es sólo una pequeña fracción de la que nos llega. Si miramos la
encuesta de variaciones residenciales, el año pasado entraron [legalmente] algo más de 530.000 inmigrantes, de manera que, suponiendo que las entradas por el Estrecho llegaran a final de este año a 53.000, estaríamos hablando del 10%. La inmigración que entra por el Estrecho no constituye la mayoría de la que entra en el país. Es la que entra, ahora sí de modo masivo y diario, por la televisión. Es la que está conformando nuestra percepción. Yo no veo titulares, ni noticias que abran los telediarios que muestren los que diariamente se van de España. Y se van muchos.
P: ¿Cuántos?
R: Si sólo miras o cuentas los flujos de personas que llegan, es recomendable ir a la farmacia a comprar aspirinas porque vas a tener un buen dolor de cabeza. Antes he dicho que en un año habían entrado más de 530.000, ¿verdad? Pero no he dicho cuántos se habían ido. Pero mire, durante los últimos tres años se están marchando más de 400.000 personas de origen extranjero cada año. El saldo entre entradas y salidas en 2017 es muy inferior al que había por ejemplo en 2008, cuando se producían más entradas que ahora, pero las salidas eran muchas menos. Ahora el saldo positivo, según la encuesta de variaciones residenciales, es es de 120.000 frente a 450.000 en 2008. No se va a producir una burbuja migratoria como la de 2002 a 2007. La situación del mercado de trabajo ahora es muy distinta. El porcentaje de inmigrantes en España se mantiene más o menos estable cerca del 12% de la población. Y si crece lo hará poco a poco.
P: A pesar de lo cual, sí crece la inquietud social. Y se tensa el debate político.
R: Pero la opinión pública, ¿por qué se inquieta? Porque hay menos cohesión social, el sentimiento de amenaza es un indicador de desintegración social. Por eso los Casado, los Rivera y los que quieren el poder a costa de romper lazos pescan en ese río revuelto, porque saben que funciona entre el electorado inseguro. Porque el común de los ciudadanos, sobre todo los más vulnerables, la gente más insegura en el empleo, la que ha perdido el vínculo de comunidad, cuando le dicen que llegan un millón y medio de refugiados a Europa, pues piensan «ahora llegan las ONG y les atienden y les pagamos las ayudas». Etcétera. Se persigue llegar al poder, aunque sea apoyándose en el voto racista, es decir, vaciando de contenido la democracia, que se sostiene en la cohesión social, en la conversación plural y en los valores humanitarios.
P: ¿Qué se puede hacer?
R: Es muy importante que cuando entra una persona, a título de lo que sea, sea de reagrupación familiar, como solicitante de asilo y refugio, o como profesional cualificado, al día siguiente de su llegada esté inscrito en el mercado de trabajo. Que viva de su trabajo mientras se examina su documentación y se resuelve. Porque todos van a terminar trabajando más tarde o más temprano. Así que lo que hay que procurar es que todos tengan la posibilidad legal de hacerlo para achicar la ilegalidad y la explotación.
P: ¿También los inmigrantes en situación irregular?
R: Obviamente. Hasta que se resuelva su situación. Si no, malo. Porque ya sabemos que la mayoría son jóvenes, que casi no acuden a la sanidad pública, que no faltan al trabajo si lo tienen por miedo a perderlo. Y a pesar de todo, la opinión pública es sensible a esa idea de que dependen de las arcas públicas, o de que compiten rebajando los salarios.
P: Todos acaban trabajando, dice. Salvo los que son expulsados, ¿no?
R: Claro. Pero mientras se resuelve su situación, deben tener la oportunidad de trabajar. Luego ya podemos discutir otras cosas: que son trabajos precarios, que los desclasan, que no se compadecen con la titulación que traen… Vale, pero están contribuyendo. Aquí hay un problema de gestión grave. Y es que, para pedir el reconocimiento de la condición de asilado y refugiado, pueden pasar hasta tres meses sólo para que te den la cita. ¿De qué viven esos tres meses los solicitantes? Tienen que trabajar irregularmente. Y no sólo los que entran por el Estrecho carecen de permiso de residencia o de trabajo, también muchos de los que entran por aeropuertos, carreteras y otros medios. Lo que distingue a la inmigración que entra por el Estrecho es que su visibilidad en los medios empuja a establecer comparaciones y publicar gráficas todos los veranos, elaboradas con los datos del Ministerio del Interior. Pero no es el flujo más copioso, sino el más vistoso. Es la inmigración que entra por los ojos, la más dramática, y, por supuesto, la que más muerte comporta. No es el número, sino la fuerza de las imágenes.
P: ¿Cree que existe insensibilidad social?
R: No. La sociedad española, con pocas excepciones, está actuando de un modo solidario, empático y generoso.
P: ¿A qué lo atribuye?
R: Seguimos enviando gente fuera. No creo que sea toda la explicación, pero aún tenemos conciencia de país de emigración. Aunque ahora los nativos que se van tienen más estudios, también emigran nuevos españoles, es decir, inmigrantes naturalizados. Sé que no hay astilla más hiriente que la de la misma madera, pero hasta hoy, la pluralidad cultural de España ha convivido con la diversidad migratoria.
P: En cambio, en toda Europa lleva la iniciativa el discurso antiinmigratorio.
R: Fíjese en Alemania, donde muchos se levantaron contra la sensatez de decir que acoger un refugiado es una bendición a medio y largo plazo. El problema es que se piensa en el presente más presentista. Los venidos de fuera no aportan sólo cotizaciones, también innovación cultural y otros valores asociativos.
P: Y más con la natalidad bajando.
R: Y va a seguir estando baja. Sí, debería ser un poquito menos baja. Pero no somos los únicos. En ningún país europeo hay reposición. A mí no me importa que la población decrezca. Me preocupa que la estructura ande muy desequilibrada. Creo que éste es un asunto de largo recorrido, que se compadece mal con la política electoral, que es de vuelo corto. La inmigración no se debe abordar sólo coyunturalmente cuando crecen los flujos. Hay que debatir y decidir si queremos que la inmigración figure como elemento básico en la conformación y en la constitución de este país multicultural.
P: Casado alertó contra la política de «papeles para todos». Pero lo cierto es que ni siquiera está sobre la mesa esa posibilidad.
R: Ni en los ámbitos políticos ni de poder se ha hablado de eso. Los que de verdad mandan, que tienen a los políticos como intermediadores, no quieren papeles para todos.
P: ¿Por qué?
R: Porque los quieren más explotables.
P: ¿Pero sería una opción posible?
R: En
un reciente curso de verano en El Escorial me incomodé al escuchar a académicos que hablaban de que son los partidarios del orden los que ven a los inmigrantes como una amenaza. Orden, orden, ¿qué orden? Esto no lo digo por [Pedro] Sánchez, que lleva pocos meses y no ha tenido tiempo de articular una política. Pero aquí no hay ni ha habido un orden. En el plano migratorio, hace falta un orden, sí, pero un orden nuevo, más pegado al análisis de los hechos y menos a la propaganda electoral.
Lo que hay aquí y en el conjunto de la UE es un desorden migratorio. Nadie dice «papeles para todos» ni nadie va a decirlo, pero creo que es imprescindible una reflexión política sobre este fenómeno, que no es un tema más, es un elemento básico para fortalecer la UE. Hace falta un orden para gestionar un fenómeno real, que es la atracción que ejercen los países de destino y, sobre todo, la expulsión desde los países de origen. Otra política de regulación de las migraciones es posible, se podría decir. Pero no interesa.
P: ¿No interesa?
R: Ahora no gusta nada que dure tiempo. Todo tiene que ser provisional. Y en este tema hace falta un orden estructural que afecte a la educación, a la sanidad, a la acogida. Un consenso básico que se respete, que no cambie en función de un partido u otro. Además, a los inmigrantes no se les ve como ciudadanos, ni se les reconoce el voto. Nuestra democracia en este tema no es inclusiva, sino excluyente.
P: ¿Cómo sería un orden alternativo al desorden actual?
R: Esto hay que debatirlo entre todos. Lo primero es escuchar. No sólo hablar. Eso le falta a la democracia española: escucha y deliberación. Si a mí me pregunta, mi prioridad es la tasa de absorción. Es decir, la integración. El punto central lo pondría ahí. Tanto en las entradas como en las estancias. Es fundamental que el que llega perciba que hay un orden integrador. Uno va a una embajada de Estados Unidos fuera de Estados Unidos y percibe ese orden, que es propio del país. Eso tiene que ocurrir en España desde la entrada de un inmigrante. En la admisión, en la selección, en todos y cada uno de los pasos de su documentación. Y no me falta sentido de la realidad. Tengo perfecto sentido de la realidad. Otra cosa es que no me gusta la realidad. Pienso que cuando alguien llega de fuera el pensamiento que debemos tener es que se trata de una persona que quiere formar parte de este país. No sólo mano de obra o ave de paso.
P: ¿En qué se traduciría poner la integración en el centro?
R: Ciudadanía y voto, que van unidos.
P: Pero eso, ¿es viable?
R: ¿Cuál es el problema si entramos más a fondo? El problema es que tenemos preferencias que hacen que un inmigrante de América Latina tarde dos años y un marroquí necesite diez de residencia continuada. Hay una clara discriminación. Tiene que haber una política de ciudadanía, sin atajos ni trayectorias quebradas. Yo pondría un término medio. Quizás no serían dos años, ni diez. Cuatro o cinco. Y mientras tanto tienen que poder ejercer ciertos derechos políticos. Porque además los que más tardan en acceder a la ciudadanía, los marroquíes, son aquellos que la opinión pública mira con más recelo por causa de su lazo religioso.
P: Pero una política centrada en la integración atraería mayores flujos de entrada.
R: Llegamos a la segunda parte. No puede haber para la migración internacional una política nacional. Tiene que haber una política del conjunto de la UE.
P: Eso cae por su peso. Pero, en la práctica, ¿no se convierte en la coartada para no hacer nada y permanecer sine die en este desorden por falta de acuerdo?
R: Se convierte en algo paralizante, sí. Y no debería. Ésta es una crisis de la UE, no una crisis migratoria. ¿Cómo se puede defender que es un problema que viene de fuera? ¿Cómo es posible que unas personas que no tienen dinero, que no controlan medios de comunicación, que no tienen poder, van a ser capaces de alterar la identidad de un país? Una identidad tan débil no merece mantenerse.
P: ¿Qué podría hacer España mientras llega ese acuerdo europeo?
R: Avanzar. En ciertas épocas hemos avanzado, con acuerdos de regulación de flujos con los países de origen. Lo que pasa es que se hacía sin tino, por ideología, o por afinidad religiosa, o pensando sólo en las llegadas de cayucos y pateras. La realidad es más sencilla y clara. La inmigración está evolucionando como familia y estructura de población arraigada. Es posible tranquilizar a la opinión pública y dar argumentos al Gobierno en el tema de control de flujos. Si el grueso de la inmigración está en seis u ocho países, como Marruecos, Rumanía, Colombia, Ecuador, etcétera, hay que saber que es de esos países de los que procede el actual aumento de la inmigración. Salvo en el caso de Rumanía, que ahora baja, y en el de Venezuela, que sube. Los unos son comunitarios y circulan, y los otros huyen de una situación crítica. Todo esto es positivo para regular los flujos y para la integración, porque sabes con quién tienes que cooperar. No es lo mismo hablar de 150 países que de unos pocos en los que te puedes centrar para que el principio de integración regule la política. No sólo acuerdos para detener cayucos, sino convenios de doble nacionalidad. O vamos a esa regulación o vamos a la barbarie. Tenemos un lugar privilegiado para diseñar una política que dé pasos hacia la cooperación. Pero ahora emprender esa política inteligente y no sólo reactiva se está poniendo difícil.
P: ¿Por qué?
R: Porque la Europa del sur está muy debilitada. Si Italia no estuviera así, los países del Mediterráneo podrían tener una política razonable con el Magreb. España hace cosas que tienen sentido, como su relación con Marruecos. Pero es insuficiente. Los españoles y el resto de europeos debemos estar en África, invertir en África. Pero los gobiernos y los poderes económicos globalizados están en un proyecto de destrucción de vínculos.
P: Quienes trabajan de cerca con migraciones afirman que Marruecos juega con la llave de la inmigración para obtener rédito en su relación con España y Europa.
R: Pues sí, puede ser. Y quizás Turquía también. Es el único lenguaje que hemos utilizado con esos países, el del dinero, y ellos también dominan ese idioma. Necesitamos construir instituciones entre las dos riberas, generar ligazones, escuchar y conversar para resolver problemas de uno y otro lado. Con los vecinos hay que hablar para que la ayuda mutua y la paz vertebren las relaciones. Hay confianzas que el dinero no puede comprar.
P: Frente al discurso economicista de corto plazo, se alza otro tipo de discurso, que podríamos llamar de buena voluntad. El catedrático de Filosofía Javier de Lucas ha advertido en estas páginas del riesgo de la falsa disyuntiva «pragmatismo vs. buenismo», porque margina la cuestión esencial: que los inmigrantes son titulares de derechos que el tenemos la obligación legal de respetar.
R: En El Escorial escuché que había una «corriente», así la llamaban, «corriente», que era la del «discurso de los derechos humanos». Disiento. No se trata de una ideología. Esto no es un discurso. Es un dato de civilización. Aquí hay que elegir. Podemos regresar a una sociedad tribal o ir a una estatalmente organizada, en la que los derechos humanos se respetan. Son los derechos humanos o la barbarie. No cabe confundir la política de asilo y la reagrupación familiar con las políticas de inmigración laboral. Unas se enmarcan en la Declaración de los Derechos Humanos, las otras no. Desde luego no siempre están claros los límites, eso lo sé. Eso ocurre por ejemplo con las migraciones debidas al cambio climático. ¿Se ven forzados a huir de su región? Hay que pensar cada día más en clave de
conciencia de especie. Porque el cambio climático no tiene fronteras. Los fenómenos de la globalización tampoco. O salimos juntos o nos hundimos. Y muchos queremos salir acompañados. Otros, aparentemente, no: esa élite global sin raíz ni lugar, cuyos actos y decisiones socavan los vínculos sociales a gran escala.
P: Dominan Trump en Estados Unidos, Salvini en Italia y Orbán en Hungría. Y la ultraderecha es fuerte en media Europa, incluida Francia y Alemania. Con la inmigración siempre en el centro. ¿Ve a España también en riesgo?
R: No soy adivino. Hasta ahora, no. Es verdad que las cúpulas de algunos partidos, no sólo del PP y Ciudadanos, también nacionalistas, llevan años haciendo méritos para que nos comportemos así. Pero las gentes en general no los han seguido. También se vaticinaba que, llegado a un nivel de tasa de paro, se produciría violencia contra los trabajadores inmigrantes. Y no se ha producido. Veremos.
P: La inmigración es el problema que más crece en el último CIS, aunque sigue sin estar desbordada. ¿Cómo lo valora?
R: Me quedo con que hasta ahora en los hechos no se ha producido un rechazo a la inmigración. Y supongo que Casado y algún otro lo podrán intentar, porque ven que da resultado. Si en Alemania, sus correligionarios, han conseguido poner a Merkel contra las cuerdas, ¿por qué no aquí? Casado ha visto por dónde soplan los vientos. Pero hasta hoy la población llana y más vulnerable está dando una lección a las cúpulas de los partidos. Pero bueno, [las cúpulas] seguirán insistiendo.
P: Insistiendo con mensajes como que el Aquarius ha ocasionado un efecto llamada. O que hay «millones de inmigrantes» de camino en busca de «papeles para todos».
R: La derecha maneja mejor los marcos discursivos. Es así. Crean el marco y la etiqueta. En sus manos tienen los grandes aparatos de propaganda.
P: Seguro que ha tenido noticia de las últimas declaraciones de Salvini, que ha acusado al Gobierno español de favorecer «una inmigración fuera de control». ¿Qué respuesta le sugeriría al Gobierno que le diera? ¿Con qué argumentos?
R: El caso del Aquarius fue una acción humanitaria. Luego se evalúa quiénes son susceptibles de acogerse al asilo y quiénes no. A los rechazados yo les daría la opción de acceder al procedimiento ordinario de inmigración. Otra cosa es la llegada de pateras, sin conexión con el Aquarius, para la cual el ministro Borrell ha propuesto el acuerdo de readmisión y la contraprestación de formación reglada y profesional en un número equivalente al de inmigrantes devueltos. Es una propuesta de política migratoria, no humanitaria o de asilo. No veo que esta política proactiva impulse el descontrol, otra cosa que habrá que evaluar es su viabilidad. Salvini no plantea una política de inmigración, es decir, hacia fuera, sino una política electoral, pero hacia dentro, y oferta un imposible, la inmigración cero. El cero en política migratoria es un número irreal. ¿Cuántos inmigrantes indocumentados habrán entrado en Italia mientras Salvini hacía estas declaraciones? En marzo de 1991, otro ministro italiano hacía una declaración a favor de la política de inmigración cero durante una conferencia internacional sobre las migraciones organizada por la OCDE y, unos días después, llegaron 27.000 albaneses en diversos tipos de embarcaciones al puerto de Brindisi. ¡Qué flaca es la memoria!