Alejandro Rojas Marcos es, sin duda, un personaje importante en la historia del andalucismo. Fue el fundador de un grupo político (CEPESA) que con el tiempo (no inicialmente) se definiría como regionalista y luego nacionalista: el PSA, devenido en PA. Fue también su enterrador, al plantear su disolución.
No es este el lugar para analizar su poliédrica, y más que cuestionable, trayectoria y su responsabilidad en lo positivo y lo negativo de ese partido respecto al Andalucismo. Pero su show de ayer sí obliga, al menos, a un comentario de urgencia.
Dijo que su mano a mano con el actual presidente de la Junta, con ocasión de la presentación de un libro (inspirado, si no algo más) por él, en el Museo de la Autonomía, era «alta política». Seguramente recordaría otro momento de «alta política» en el que fue triste protagonista: su «escena del sofá» con Martín Villa, en el Congreso de los Diputados, dando los votos andalucistas a Adolfo Suárez cuando este era el enemigo público número uno de Andalucía, tras el 28F. Lo que hundió a su partido.
A Alejandro siempre le ha gustado la «alta política». Siempre ha contemplado la política como una partida de ajedrez en el ámbito exclusivo de las instituciones. Un juego en el que él siempre se ha sentido la pieza clave (la reina) considerando a todos los demás de su color como peones. Nunca le importaron los movimientos sociales ni adoptó posiciones consecuentes con su proclamado andalucismo. Yo tengo serias dudas, por ejemplo, de que haya leído en profundidad a Blas Infante. Como tampoco prestó mucha atención a lo que escribían, dentro del propio PA, gente valiosa como José Aumente o José María de los Santos.
Ahora, aunque asegura estar retirado del ámbito partidista, ha resucitado para legitimar el «andalucismo transversal» que pregona Moreno Bonilla. Tras echarse flores recíprocamente, le ha espetado a este: «Se te nota un enamoramiento in crescendo por Andalucía… Andalucía te está enamorando». ¿Rojas Marcos como celestina?
No sé si, después del acto, ambos enamorados (de Andalucía, no pensemos mal) continuarían su idilio. Eso sí, Alejandro se muestra muy satisfecho de haber conseguido que el presidente se comprometa a que el 4D sea el Día de la bandera andaluza. ¡Pues, qué bien! En algún lugar ya lo es (por ejemplo en el Ayuntamiento de Sevilla, como él bien sabe). Para los andalucistas soberanistas -¿y puede haber realmente en el ámbito político otro andalucismo que no lo sea?- ese es nuestro Día Nacional. ¿Contribuir a la oficialización banalizadora del 4D es algo de lo que sentirse orgulloso? Me permito dudarlo.
La semana pasada publiqué este otro artículo que creo viene a pelo en esta circunstancia: «El espacio andalucista». Invito a su relectura y a repasar también los varios dedicados al andalucismo y su futuro contenidos en mi libro recopilatorio de artículos de prensa, desde hace más de cuarenta años hasta hoy, «Por Andalucía los Derechos».
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