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Respuesta del autor a los comentarios de Pedro Monreal

El socialismo solo ganará estableciendo sus propias reglas

Fuentes: La Tizza

Los comentarios de Pedro Monreal[1] a mi artículo «El único que debe concentrar la propiedad es el pueblo», recientemente publicado en La Tizza[2], me dan la oportunidad de profundizar en algunas aristas. Sobre la «igualdad de condiciones» Mis críticas a la defensa de «igualdad de condiciones» entre las formas de propiedad, no van dirigidas a […]

Los comentarios de Pedro Monreal[1] a mi artículo «El único que debe concentrar la propiedad es el pueblo», recientemente publicado en La Tizza[2], me dan la oportunidad de profundizar en algunas aristas.

Sobre la «igualdad de condiciones»

Mis críticas a la defensa de «igualdad de condiciones» entre las formas de propiedad, no van dirigidas a los derechos para constituir personas jurídicas, hacer contratos, o solicitar créditos, como afirma Monreal. Se refieren al cuestionamiento de algunos artículos del proyecto de Constitución por parte de algunos autores, en nombre de la «no discriminación» y de la «igualdad de condiciones». Estos cuestionan, por ejemplo, que el artículo 21 afirme que el Estado estimula aquellas formas de propiedad de carácter más social. También cuestionan el artículo 22, que prohíbe la concentración de la propiedad en personas no estatales; el artículo 26, que consagra a la empresa estatal socialista como sujeto principal de la economía; y el artículo 29, que regula un régimen especial para la propiedad sobre la tierra[3].

Estos postulados constitucionales no niegan la posibilidad legal de constituir empresas privadas, ni la necesidad de que estas puedan abastecerse en un mercado mayorista, ni su derecho a defenderse de arbitrariedades estatales en la aplicación de las normas jurídicas. Más bien parecen destinados a contener la expansión de la propiedad privada en la sociedad cubana. Por tanto, quienes los cuestionan, prefieren que esta se despliegue a plenitud, o sea, bajo reglas propias de una sociedad típicamente capitalista, y que del libre crecimiento de las diferentes formas de propiedad resulte el «desarrollo de las fuerzas productivas».

Intenté demostrar las consecuencias lógicas de esta visión, y también que el predominio de la propiedad social, cosa que Monreal parece suscribir, demanda la presencia y ampliación de regulaciones como las que favorecen los citados artículos.

Si resumimos lo planteado en mis últimos dos textos[4] sobre la necesidad de viabilizar el predominio de la propiedad social, y añadimos algo más, nos quedarían las siguientes líneas propositivas:

1- En la afirmación: «el Estado estimula aquellas de carácter más social» (art. 21), adicionar: «que no se basen en la explotación de trabajo ajeno, potencien la democracia laboral y social y garanticen la reproducción integral de la vida (léase humana y natural)». Esto nos libraría de una excesiva laxitud en la interpretación del adjetivo «social», en la que pudieran quedar incluidas empresas capitalistas con «responsabilidad social y ambiental», empresas estatales que actúan de espaldas a la sociedad y a sus trabajadores, o cooperativas-fachada. Obliga al Estado a guiarse por un criterio socialista explícito en su política empresarial.

2- Afirmar el carácter inalienable, imprescriptible e inembargable, así como los requisitos en la concesión de derechos, para el conjunto de los bienes que conforman la propiedad del pueblo, no solo para los recursos naturales y las vías de comunicación. Esta problemática queda mejor resuelta en la constitución vigente.

3- Mantener un listado de medios de producción que conforman la propiedad socialista, similar al que aparece en la actual Carta Magna. Esto los protegería constitucionalmente y precisaría el alcance de la palabra «principal», referida en el proyecto de Constitución a la propiedad socialista y a la empresa estatal.

4- Consagrar mecanismos que permitan el ejercicio del poder del pueblo y de la clase trabajadora sobre la gestión de su propiedad.

5- Prohibir la concentración de la propiedad, la gestión[5] y el dinero en personas no estatales, y establecer mecanismos que impidan la concentración de poder en los dirigentes estatales sobre la propiedad del pueblo.

Coincido en que, una vez reconocida la propiedad privada, deben habilitarse las normas que permitan su funcionamiento. Mis reflexiones se dirigen a las condiciones en que ese reconocimiento tiene lugar[6]. La propiedad privada debe quedar limitada en su desarrollo por el establecimiento de un sistema socialista; o sea, en ningún caso su regulación legal sería equiparable a la que podemos encontrar en una sociedad capitalista convencional. Su característica suigéneris y su presencia acotada en el tiempo serían buenos síntomas de nuestro avance comunista.

Sobre el «equilibrio» de las formas de propiedad

Las visiones con las que polemizo en el citado artículo, cuestionan la existencia de un tipo de propiedad predominante, y algunas de ellas enfocan el pluralismo económico como posibilidad de evitar la concentración de cualquier tipo de propiedad, y aprovechar las ventajas de todas.

A esto me referí cuando planteé: «una economía basada en un equilibrio regulado entre diversos tipos de propiedad es una utopía abstracta. La sociedad es una totalidad que implica la existencia de un modo de producción dominante. Las situaciones de equilibrio, cuando ocurren, son siempre transiciones y procesos de disputa».

Lo que ha existido en Cuba desde los años noventa no es esta presencia equilibrada y equitativa de diferentes tipos de propiedad, sino una coexistencia donde predomina la propiedad estatal, y se mantienen regulaciones que garantizan ese predominio. Por tanto, Monreal se refiere a un uso de la palabra «equilibrio» que no está presente en mi artículo, donde distingo explícitamente entre equilibrio (pueden existir mejores palabras) y mera coexistencia.

Sobre la «centralidad del sector estatal»

Mi posición no es exactamente defender la centralidad del sector estatal, según expresión del citado autor. Más precisamente es apostar por la propiedad del pueblo (partiendo de que esta no es idéntica a la propiedad estatal) y proponer visiones y caminos que contribuyan a su realización. Ello queda claro en todo el contenido, y desde el propio título de mi artículo.

También dejé claro (fundamentalmente en un texto previo)[7] que el predominio del sector estatal, a secas, no garantiza el movimiento socialista de nuestra sociedad. He afirmado que los avances históricos del socialismo en Cuba no se debieron al predominio del Estado como rasgo beneficioso en sí mismo, sino al control ejercido sobre el Estado por una fuerza social identificada con un proyecto revolucionario. He argumentado que ante el debilitamiento de esa fuerza social revolucionaria, el sector estatal cubano se ha convertido en terreno fértil para los procesos de privatización ilegal. He concluido que es necesario retomar y renovar la política socialista hacia la empresa estatal, y al interior de la empresa estatal, lo que significa trabajar por convertirla efectivamente en propiedad de la clase trabajadora y del pueblo.

Se nota que es una transición; por tanto, el control estatal de los bienes comunes debe funcionar como herramienta para asegurar la agenda socialista, mientras se desarrollan el poder y el control populares, o sea los procesos y mecanismos destinados a sustituirlo como rasgo dominante. Desde este punto de vista, la estatalidad no es un principio eterno sino una característica inevitable pero transitoria del proceso de construcción de nuevas estructuras económicas y políticas.

Por ello nuestro debate fundamental no es con el postulado constitucional que consagra la concesión de derechos sobre la propiedad social a las empresas estatales, cosa inevitable por el insuficiente desarrollo del poder obrero y popular. Es con la ausencia de mecanismos que favorezcan la actuación de la clase trabajadora y el pueblo como propietarios frente a la gestión estatal de sus bienes (lo cual permitiría avanzar hacia formas empresariales superiores). En otras palabras, cuestionamos el absoluto predominio en el proyecto de Constitución de la condición estatal de las empresas, en detrimento de su condición socialista.

Esta visión se diferencia de aquella otra que asume la propiedad estatal como un punto de llegada, como un régimen propio del socialismo, y a este como un modo de producción en sí mismo.

Sobre la dicotomía entre los trabajadores y el pueblo

En nuestro artículo presentamos algunos elementos que consideramos apuntan a superar las dicotomías planteadas por Monreal, entre las agencias gubernamentales y los consejos obreros, entre la apropiación pública del excedente y la apropiación laboral del excedente, entre un modelo de gestión pública y un modelo de autogestión obrera, según expresiones del autor.

Siguiendo la tradición fidelista y guevarista, consideramos que el sujeto-pueblo constituye un solapamiento de diversos sujetos[8], unificados por su condición de lucha frente a todas las formas de dominación: mujeres, estudiantes, pobladores, desempleados, jóvenes, infantes, ancianos, personas sexo-diversas, inmigrantes, indígenas, afrodescendientes, ecologistas, y entre ellos, aportando una perspectiva de clase, los trabajadores y trabajadoras[9].

Cuando hablamos de poder popular, nos referimos al poder unificado de estos diversos sujetos, que articulan sus agendas en función del bienestar social. El pueblo no es un sujeto monolítico ni homogéneo. Cada actor debe tener facultades sobre los asuntos que le afectan directamente, y sobre los de toda la sociedad. Esto es así en lo sectorial (los diferentes sujetos mencionados) y en lo territorial: los habitantes de un barrio, de un municipio, de una provincia. A su vez el pueblo, visto como un todo, debe contar con vías para incidir en las decisiones relativas a campos y territorios específicos, que competen al común o afectan a otros sujetos.

Esta misma dialéctica se sostiene para las relaciones entre los trabajadores y trabajadoras y el pueblo como totalidad. El trabajo solo es posible en la interdependencia propia de las sociedades humanas, por lo tanto, la riqueza generada es siempre un resultado social. Al mismo tiempo, son trabajadores y entidades específicos los que actúan sobre los medios de producción para crear los bienes y servicios. De esta manera, cada colectivo laboral comparte los derechos sobre la riqueza con el conjunto de la clase trabajadora y con el conjunto del pueblo.

En otro plano, la realización del trabajo tiene efectos que van más allá de los actores que lo ejecutan, perjudicando o beneficiando a otros sujetos populares, mientras las acciones y necesidades de estos últimos impactan a los trabajadores.

En conclusión, lo que debe primar en sus relaciones es la conciliación y articulación de intereses, el ejercicio de un poder compartido y la inclusión de todos en la riqueza común. El plan y el presupuesto, a sus diferentes niveles, deben ser el resultado de un proceso de esta naturaleza. El concepto político de pueblo, síntesis de unidad y diversidad, da la clave.

Una dinámica como la descrita tiene ciertos antecedentes en Cuba. Los líderes históricos, sobre todo en los primeros años de la Revolución, jugaron un papel fundamental en difundir las necesidades de sectores específicos, educar en la visión colectiva y garantizar que avanzáramos todos juntos. Sus discursos constituían la fuente principal de información y orientación; a través de ellos se articulaban los intereses populares frente a cada circunstancia. La acción estatal de armonizar las demandas ciudadanas quedaba legitimada de esta manera.

Por otro lado, se desarrollaron experiencias de trabajo voluntario donde determinados grupos sociales acudían a colaborar con otros grupos sociales, cercanos o lejanos, en la satisfacción de necesidades productivas o comunitarias. Esto cumplía funciones de sobrevivencia pero también se intencionaba como herramienta para consolidar la identidad pueblo, debido a la solidaridad y el reconocimiento que surgían durante el trabajo en común[10].

La principal limitación de esta experiencia histórica es la dependencia a los líderes y la correspondiente debilidad de los órganos de poder obrero y popular para establecer directamente sus sinergias, en el plano nacional pero también local y sectorial.

Con el largo proceso de burocratización de los poderes públicos, se incrementó la concentración de la información y la definición de las necesidades sociales en los dirigentes estatales, lo que se traduce en un gran poder de decisión sobre el plan de la economía y el presupuesto de la nación. Esta verticalidad ha sido útil para mantener cierto umbral de bienestar en un contexto de escasez, pero sus limitaciones se hacen evidentes con el transcurso del tiempo.

Del lado instrumental, vemos que los funcionarios estatales no pueden contar con una información lo suficientemente veraz para planificar y presupuestar adecuadamente, porque esta solo es posible obtenerla con el protagonismo de los trabajadores[11]. Del lado de los valores, vemos que los trabajadores actúan a ciegas en la discusión del plan[12], pues cuentan con un fragmento minúsculo de la información que necesitan para participar en las decisiones, o sea solo discuten el plan correspondiente a su entidad. Puede suceder incluso que un colectivo laboral logre una demanda por su capacidad de presión, y se destinen recursos a ellos que pudieran haberse entregado a sectores más desfavorecidos.

La economía cubana no ha podido aprovechar el enorme potencial productivo que significa acercar las decisiones a aquellos que realizan el trabajo, y a aquellos que se ven favorecidos o perjudicados por sus resultados. Tampoco el potencial de eficacia en la asignación de recursos que ofrece la solidaridad entre los sujetos populares, cuando estos tienen poder para actuar en función de esa solidaridad.

Quiere decir que no es el predominio de la propiedad socialista lo que nos ha puesto en una situación donde no somos capaces de generar el monto de recursos que necesitamos, sino una combinación de la agresión externa con el predominio de una propiedad estatal burocratizada.

En tal escenario, crece la apuesta por generalizar los mecanismos que están a mano, los capitalistas, para el desarrollo económico.

Mi posición es que debemos:

a) Apostar a la transformación socialista del sector estatal, en los sentidos ya indicados, como fuentes de producción y productividad.

b) Privilegiar en el sector no estatal tipos de propiedad que posean, desde la perspectiva socialista, el mismo carácter transicional de las empresas estatales, fundamentalmente las cooperativas pero explorar también otras formas de la llamada Economía social[13].

c) Democratizar la planificación económica, importante requisito de la propiedad del pueblo, y de su desenvolvimiento eficaz.

d) El desarrollo del poder popular debe conducir a la transformación de los mercados estatales, en términos de: calidad y diversidad de la oferta, precio justo, aseguramiento de la oferta de productos básicos,[14] permeabilidad a las necesidades planteadas por los consumidores, etc[15]. Además, se debe impulsar en los mercados no estatales dinámicas como las que se proponen en la Economía social, ya con experiencias en otros países[16].

e) Trabajar por superar los déficits actuales en el balance global de la economía, con el objetivo de garantizar un bienestar duradero para el pueblo.

Los anteriores puntos contribuyen en esta dirección, pero sin dudas un mal de la coyuntura es la incapacidad del sector estatal[17] para balancear la economía en el corto plazo, generando una alta vulnerabilidad. Ello obliga a dar espacio a empresas capitalistas nacionales y extranjeras. Lo que venimos diciendo es que esto debe venir acompañado de un esfuerzo por modificar dicha coyuntura: o sea trabajar en el plano nacional e internacional, en el corto, mediano y el largo plazo, para que las formas socialistas puedan por sí solas balancear la economía.

Sobre la superioridad del socialismo

Me alegra que mi afirmación «las formas capitalistas van a ganar» haya generado reacción en contra[18]. Es reflejo de que el socialismo aún goza de cierta popularidad, aunque no necesariamente lo entendamos igual.

Ciertamente, la idea pudo quedar mejor explicada, pero aislarla del contexto en que fue dicha tampoco ayudó. Basta una lectura al vuelo de mi artículo para percatarse de que está destinado precisamente a proponer visiones y caminos para que el socialismo gane. Es evidente en él mi absoluta convicción de su superioridad.

Por otro lado, la afirmación está conectada con otras anteriores y posteriores que la esclarecen. Fijémonos en que vengo explicando la visión particular de la libertad económica que presentan aquellos que defienden la igualdad de condiciones entre las formas de propiedad.

Es en el esquema que proponen donde el capitalismo tiene amplias condiciones para ganar, porque se habilita la combinación de reglas que le es propia, entre ellas el predominio del libre mercado en la asignación de los recursos, la posibilidad de acumular propiedades, y el incremento de la cantidad de personas despojadas de propiedad alguna (dado que el Estado no estimularía las de carácter más social). Así, los capitalistas podrán reducir sus costos con una mano de obra siempre disponible, incrementar su capital e incorporar nuevas propiedades para conseguir más capital, y competir en un amplio mercado que no se rige por las necesidades sociales, donde ganan siempre los más fuertes.

Vemos que estas dinámicas ya tienen cierta presencia en Cuba, por la vía legal, ilegal o una combinación de ambas. Si además lo afianzamos constitucionalmente, en un proyecto de Constitución que tampoco favorece el despegue de la propiedad socialista, el resultado a mediano o largo plazo será la empresa capitalista como sujeto principal de la economía.

También argumenté que el capitalismo se basa en la obtención de ganancias en condiciones de competencia, que para ello necesita el incremento permanente de la producción, y que el socialismo no se puede poner a competir con él en esos términos porque sus objetivos centrales son de otra índole.

Afirmé que el capitalismo logra su gran dinamismo al reducir la complejidad social y natural presente en el acto de producción y consumo, y que por ahí se van también nuestros derechos y los de la naturaleza. Que el socialismo por el contrario asume esa complejidad, organizando las relaciones de producción sobre bases justas. Concluí que por todo ello la economía en el socialismo crece, pero crece de otra manera.

Esto último es una idea muy importante. Las necesidades sociales y ambientales rigen la economía, por tanto, deben modificar la organización productiva y sus resultados. Veamos un ejemplo.

Antes del triunfo de la Revolución el mercado capitalista asignaba grandes sumas de los recursos del país a la importación de costosos autos de lujo y sus correspondientes piezas de repuesto, destinados al consumo de un sector minoritario de la población. Una de las medidas tomadas por el Gobierno Revolucionario en los primeros años fue suprimir dicha actividad. Este rubro decreció, pero en cambio se incrementó exponencialmente la importación en función de la producción de zapatos, cemento, arroz, lápices y libretas escolares, medicamentos, maquinarias para la industrialización del país, o sea productos vitales para satisfacer las necesidades de las mayorías.

Algunos piensan que es posible ajustar la economía a las necesidades sociales sin cambiar el régimen de propiedad, mediante la intervención estatal. Sin embargo, hay en el capitalismo una desigualdad estructural, aquella que divide la sociedad entre las minorías que poseen los recursos naturales y medios de producción -condiciones de reproducción de la vida- y las mayorías desposeídas, obligadas a vender su fuerza de trabajo para satisfacer sus necesidades. Es evidente que los primeros tendrán más poder que los segundos, por eso han podido deteriorar los llamados Estados de bienestar en Europa, y pueden ahora desmontar los gobiernos progresistas en América Latina. Un avance de los derechos sin modificar las estructuras de fondo solo es posible si se mantiene el incremento de sus ganancias. Cuando esto deja de suceder aplican toda su fuerza para imponer sus intereses. Cuando el clásico «goteo» hacia las clases populares se sostiene en el tiempo, es por la gran liquidez que genera la extracción de riquezas de otros pueblos.

Un bienestar duradero en cada país y en el mundo solo será posible expropiando a los expropiadores y venciendo el reto de construir otra economía.

Otro ejemplo. El incremento permanente de la producción como requisito del capitalismo tiene dos herramientas muy útiles en lo que se conoce como obsolescencia programada y obsolescencia percibida. Ello significa, por un lado, que los artículos son programados para romperse al cabo de cierto tiempo, obligando al consumidor a comprar uno nuevo. Por el otro, que la publicidad induce la necesidad de comprar un nuevo artículo, desechando el que ya tenemos. En este esquema, sufre la naturaleza y sufren nuestros bolsillos. El socialismo, en cambio, al guiarse por las necesidades sociales y ambientales, y contar con la herramienta de la planificación, puede procurar la producción de artículos más duraderos, la educación de los ciudadanos en un consumo racional, y el máximo reciclaje de todo aquello que inevitablemente tengamos que desechar[19].

Nos queda el asunto de si una sociedad socialista debe ganar a una sociedad capitalista en el incremento global de la producción. La respuesta es que depende de las circunstancias. El objetivo central es garantizar la reproducción integral de la vida. Puede haber escenarios donde esto pase por el crecimiento cuantitativo de la economía, como en la Cuba actual, y otros escenarios donde requiera el decrecimiento cuantitativo del consumo, como en muchas sociedades desarrolladas, cuya dinámica se erige sobre el despojo de los países periféricos y la ruptura del equilibrio natural.

En Cuba el capitalismo pudiera incrementar rápidamente la producción, pero esto no se traduce en la satisfacción de las necesidades colectivas, porque no es la esencia del sistema; en otras palabras, habrá ganadores y perdedores[20].

Nos debe preocupar de todas maneras el déficit de dinamismo que pudieran tener las formas productivas socialistas en contraste con lo perentorio de nuestras necesidades. Esto no es un defecto intrínseco sino una consecuencia de los múltiples aprendizajes que requieren para consolidarse. El capitalismo no tiene este problema porque se basa en la cultura de la dominación. Siendo que esta predomina en el mundo nos será más fácil explotar, competir, mandar, obedecer, excluir con eficacia[21], que colaborar, compartir, consensuar, incluir con eficacia. Por eso la igualdad de condiciones es falsa, y las regulaciones que favorecen a las empresas sociales no discriminan sino que generan condiciones para superar la discriminación sistémica del capitalismo.

Estoy absolutamente convencido de que somos capaces de transitar esos aprendizajes y producir los bienes y servicios que necesitamos con la rapidez necesaria.

Solo falta decir que aún en tal escenario se sostiene un principio: el crecimiento tiene límites, los límites que pone el planeta y la felicidad de los seres humanos. El crecimiento capitalista no tiene límites, por tanto para ganarle en su propio campo tendríamos que acabar con el planeta y con la felicidad de los seres humanos.

Comentarios finales

Pudiéramos sintetizar la idea central de mi artículo de la siguiente manera: La propiedad socialista requiere el poder popular, y este se ejerce contra el capitalismo y contra la dominación estatal. En el debate digital cubano, predominan más los análisis sobre cómo construir un sector privado, que sobre cómo construir un sector socialista. Dado que Hayes y Monreal plantean su afinidad con esto último, sería positivo recibir sus valoraciones sobre las visiones y propuestas presentadas en tal dirección.

Notas:

[1] Véase Pedro Monreal, «Propiedad y constitución en el modelo económico cubano «actualizado»: ¿ganarán las «formas capitalistas»?, disponible en https://elestadocomotal.com/2018/11/04/propiedad-y-constitucion-en-el-modelo-economico-cubano-actualizado-ganaran-las-formas-capitalistas/

[2] Disponible en https://medium.com/la-tiza/el-%C3%BAnico-que-debe-concentrar-la-propiedad-es-el-pueblo-cc73873ae536

[3] Se pueden encontrar dichos cuestionamientos en los dos autores citados en los primeros párrafos de mi artículo (aunque no todos en ambos), pero no son los únicos que lo plantean.

[4] Véase también Luis Emilio Aybar Toledo, «El proyecto de Constitución abre puertas a la privatización de la propiedad social», disponible en https://medium.com/la-tiza/el-proyecto-de-constituci%C3%B3n-abre-puertas-a-la-privatizaci%C3%B3n-de-la-propiedad-social-d6da49c0e2b3.

[5] Sobre la posibilidad futura de concentración de la gestión en personas no estatales, a partir de los resquicios que deja el proyecto de Constitución, me refiero en el artículo «Proyecto de Constitución abre puertas…», ya citado.

[6] Me parece que esto queda claro en mi texto, por los contenidos de los artículos que mencioné como ejemplos de visiones opuestas, donde los autores se refieren mayormente a las condiciones que impone el proyecto de Constitución al reconocimiento de la propiedad privada, cristalizadas en los artículos ya citados.

[7] «El proyecto de Constitución abre puertas…», ya citado.

[8] Decimos solapamiento porque una misma persona puede portar varias de las identidades políticas que se mencionan, debido al carácter múltiple de la identidad personal. Ello no obsta para considerarlos actores diferenciados, porque expresan campos de lucha específicos en la sociedad.

[9] Esta visión tiene sus raíces en La historia me absolverá, y se profundiza durante el proceso revolucionario. La Primera Declaración de La Habana, de 1960, es un buen ejemplo. En la actualidad se amplía con la emergencia de nuevos actores, como algunos de los mencionados.

[10] Dicha intencionalidad es ampliamente verificable en los escritos y discursos del Che. También ahí se verifica lo dicho sobre las funciones que cumplían los líderes, paradigmáticas en Fidel, pero también muy presentes en el Che, sobre todo en la vinculación de los trabajadores y los sindicatos como sector específico con el resto de la sociedad.

[11] Ante la ausencia de ese protagonismo, las cifras que dan cabida a la corrupción son elevadas de año en año por las diferentes entidades, y aprobadas finalmente por los planificadores, quienes lógicamente tienen menos información sobre las necesidades reales de una entidad específica, que aquellos que ahí laboran. Es la única manera en que podemos explicarnos que los carros estatales en La Habana caminen, y al mismo tiempo caminen los taxis privados, sin que la mayoría de estos últimos compren el combustible en las gasolineras.

[12] Vale precisar que en el caso de las entidades presupuestadas los trabajadores no discuten un plan sino un presupuesto. Por otro lado, los presupuestos gubernamentales no son discutidos con las bases electorales de delegados y diputados.

[13] Luis del Castillo ofrece una perspectiva muy atinada sobre cómo generar un sector no estatal que no comprometa el desarrollo socialista del país. Véase Luis del Castillo, La concepción de la economía popular para la renovación del modelo económico cubano, en Rafael Betancourt (comp.), Construyendo socialismo desde abajo: la contribución de la economía popular y solidaria, Editorial Caminos, La Habana, 2017.

[14] No se entiende cómo puede haber en las tiendas estatales mermelada de albaricoque a más de 4 cuc y escasear el detergente, la leche, el papel sanitario.

[15] Si hoy no presentan tales características, no es solo por el bloqueo económico, sino también porque dichos mercados operan en gran medida de espaldas a los consumidores, cuando debería ser todo lo que contrario. El ajuste cualitativo y cuantitativo de la oferta a las necesidades sociales requiere el control popular.

[16] Véase por ejemplo José Luis Coraggio, ¿Cómo construir otra economía?, en Carla López (comp.), Desafíos para cambiar la vida. Economía popular y solidaria, Editorial Caminos, La Habana, 2013. También Luis del Castillo, op. cit.

[17] Cuyas potencialidades socialistas han sido insuficientemente desarrolladas, como venimos argumentando.

[18] También Miguel Alejandro Hayes reaccionó a esta afirmación. Véase «Qué capitalismo y qué socialismo. Sobre un texto de Luis Emilio Aybar», disponible en https://jcguanche.wordpress.com/2018/11/06/que-capitalismo-y-que-socialismo-sobre-un-texto-de-luis-emilio-aybar-2/?fbclid=IwAR2HJoInImcSfYl9_X6FJvVSYwZ49EQ15Z5HzK6RGZzJb46_0onr6qdCAdE

[19] Son líneas de acción complejas, pero sin dudas Cuba tiene condiciones favorables para avanzar en ellas, porque hasta ahora no somos una sociedad organizada al modo de una «sociedad de consumo».

[20] Como venimos explicando, esto también sucede en los países centrales, solo que de forma menos evidente porque logran «externalizar» a una gran parte de sus perdedores.

[21] Estas conductas, con excepción de explotar (siempre hay plusvalía) pudieran no presentarse en una entidad capitalista específica, pero favorecen el desarrollo del capitalismo, y a su vez, son afianzadas por este.

Luis Emilio Aybar es sociólogo e investigador cubano

Fuente: https://medium.com/la-tiza/el-socialismo-solo-ganar%C3%A1-estableciendo-sus-propias-reglas-db82b8704a7c