El tema ambientalista resulta inmensamente complejo. En primer lugar encontramos un consenso internacional creciente, y cada vez más consolidado, con respecto a la necesidad de reducir los gases de efecto invernadero y por extensión el consumo de combustibles fósiles. En segundo lugar se da la presencia de un consenso científico mayoritario, con respecto al impacto […]
El tema ambientalista resulta inmensamente complejo.
En primer lugar encontramos un consenso internacional creciente, y cada vez más consolidado, con respecto a la necesidad de reducir los gases de efecto invernadero y por extensión el consumo de combustibles fósiles.
En segundo lugar se da la presencia de un consenso científico mayoritario, con respecto al impacto de las emisiones de dióxido de carbono sobre el calentamiento global.
En tercer lugar existe una postura de disentimiento dentro de la comunidad científica que, aunque minoritaria, presenta argumentos que no pueden ser desechados fácilmente.
En cuarto lugar nos encontramos con la decisión formalmente expresada tanto en la Unión Europea como en los Estados Unidos, de adentrarse de manera ambiciosa por los caminos de los combustibles renovables.
En quinto lugar observamos las dificultades importantes que se confrontan en el ámbito multilateral para materializar las metas planteadas. Las grandes definiciones de principios son una cosa y su concreción en los hechos otra muy distinta.
En sexto lugar aparece la postura reticente de China de afectar la marcha expansiva de su economía, en función de la sujeción a metas ambientalistas rígidas.
En séptimo lugar, encontramos que a la reticencia de China se le sumarían las dificultades de concreción de objetivos en Estados Unidos. Dado que ambos países son responsables de una cantidad cercana al 50 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono, lo anterior plantearía el riesgo de dejar sin sustento efectivo a las políticas de reducción de combustibles fósiles. Habría que agregar, sin embargo, que el Presiente Obama está utilizando el salvavidas de los aportes federales como una forma para promover los objetivos ambientalistas y doblegar los intereses creados que se oponen a éstos.
En octavo lugar estaría la resistencia natural del mundo en vías de desarrollo de frenar su crecimiento económico para contribuir a la solución de un problema del cual sus integrantes no fueron responsables. A ello se agregaría su reacción negativa frente a los costos crecientes de los alimentos en función del énfasis de los industrializados en los combustibles vegetales.
En noveno lugar aparecerían políticas de sustitución de combustibles fósiles por combustibles vegetales que, de lograr su efectiva implementación, crearían gigantescos desequilibrios alimenticios y propiciarían explosiones sociales y desestabilización política a gran escala.
En décimo lugar encontraríamos que la promoción de combustibles vegetales, de resultar exitosa, podría propiciar la desaparición de las selvas tropicales del planeta. Ello haría que los objetivos verdes que se obtienen con una mano se perdiesen con la otra.
En décimo primer lugar, el énfasis en fuentes energéticas renovables agrava el problema del agotamiento creciente de las reservas petrolíferas. Ello, en la medida en que limita las inversiones en exploración que resultan indispensables para aumentar dichas reservas. La disminución de éstas se traducirá en un aumento del precio del petróleo y propiciará problemas geopolíticos de envergadura. Por lo demás, la energía renovable será por mucho tiempo sólo un paliativo frente a los combustibles fósiles, de los cuales no puede prescindir todavía la economía mundial.
En síntesis, nos encontramos ante a un escenario inmensamente complejo, cargado de incertidumbres y contradicciones. No es posible aproximarse al tema ambientalista bajo una dicotomía blanco o negro. Se trata de una tela en la que claramente prevalece el gris.