Los clasificadores de ideologías y proyectos políticos dan alaridos, espantados por el centrismo cubano. Llaman centro a propuestas que van de la socialdemocracia al republicanismo socialista, sin distinguir entre ellas ni una coma. Somos un burujón los acusados de centristas, incluidos los que confesamos ser de izquierda, que de seguro mentimos para confundir a los […]
Los clasificadores de ideologías y proyectos políticos dan alaridos, espantados por el centrismo cubano.
Llaman centro a propuestas que van de la socialdemocracia al republicanismo socialista, sin distinguir entre ellas ni una coma.
Somos un burujón los acusados de centristas, incluidos los que confesamos ser de izquierda, que de seguro mentimos para confundir a los amos de las tipologías.
En los últimos diez años algunos hemos escrito por el socialismo democrático, por una constitución republicana robusta, por el fortalecimiento del Estado de Derecho, por la necesidad de la legalidad, por la soberanía del pueblo, por la democracia directa. Para esto hemos criticado los dobleces de la representación política, las fisuras de la división de poderes, las interpretaciones liberales de los derechos y su contrario dogmático que los considera solo enunciados burgueses.
Somos muchos los intelectuales cubanos que defendemos el socialismo proveniente de la democracia y nunca sin ella. Creemos que el poder popular debe ser verificado más allá de su nombre y para eso es necesaria una constitución democrática con formas de participación del pueblo que se han olvidado o que nunca hemos experimentado.
El futuro de Cuba tiene que abrir las puertas al pluralismo político, a la libertad de palabra y prensa, a la práctica desprejuiciada de la diversidad de ideas.
Debemos avanzar hacia un sistema electoral en el cual no existan mediaciones entre el pueblo y sus propuestas políticas.
Las formas de organización y de asociacionismo deben ser enriquecidas para que cada vez más se encuentren en ella las disímiles opciones políticas, vivas en la cultura cubana.
Donde haya una variante política debe haber un derecho a expresarla y defenderla en público y bajo el manto protector y luminoso de la ley.
Tanto la izquierda, como la derecha, como el centro, deben tener espacios en la política cubana, siempre que lo hagan dentro de los límites del Derecho, que se debe crear para el futuro, con el que debemos regular una sociedad en la cual no sea un horror disentir en política.
La práctica extraña de la unanimidad a toda costa, en reuniones, asambleas y elecciones, es falsa porque oculta una ardiente discrepancia acallada por la disciplina de la unidad. Pero no hay unidad en la apariencia de lo unido sino en la franqueza de la exposición de las ideas y propuestas contradictorias que obligarían a la decencia de la deliberación y el convencimiento.
El temor al centro político en Cuba esconde un miedo esencial a la falta de argumentos y a la ausencia de ideas que atraigan a los jóvenes a los planes de país futuro.
Cuando no hay nada que proponer ni presentar, cuando no hay fundamentos políticos, éticos, ni filosóficos solo queda prohibir y denostar.
Los que cierran el diálogo entre cubanos y solo cuelgan letras escarlatas en nuestras camisas deben saber que sale herida de muerte de esta cacería, tanto la democracia como la república libre.
Si los que se adueñan del debate político creen que somos el centro porque no somos dogmáticos y creemos en el pluralismo como base de la libertad, entonces no nos queda más remedio que sentirnos cómodos lejos de los manejadores de epítetos y en el centro de la patria expectante.