Una de las acciones represoras de las dictaduras del pasado siglo era silenciar a los intelectuales, académicos y líderes sociales que se posicionaban en la búsqueda de un modelo social justo e igualitario. Hoy, bajo el formato de democracia representativa, esa función la están cumpliendo los medios de comunicación. El nombre de esta mesa redonda […]
Una de las acciones represoras de las dictaduras del pasado siglo era silenciar a los intelectuales, académicos y líderes sociales que se posicionaban en la búsqueda de un modelo social justo e igualitario. Hoy, bajo el formato de democracia representativa, esa función la están cumpliendo los medios de comunicación. El nombre de esta mesa redonda es Terrorismo: La conjura de los medios, yo creo que estamos ante una omertá, ese pacto de silencio de la mafia italiana para ocultar lo no deseado.
Quiero recordar que en España, y en Europa en general, hasta dos meses después de que el autor de la voladura de un avión civil anunciase su presencia en EE.UU. pidiendo asilo, no fue noticia en los medios de comunicación. La omertá pudo mantener el silencio dos meses, pero un pueblo y un líder lo terminaron rompiendo.
En Europa, la omertá mediática sigue eficaz en el caso de cinco cubanos encarcelados por luchar contra el terrorismo.
En Europa a cinco personas se nos impidió contratar una esquela en la gran prensa por la muerte de mil iraquíes en Faluya. Hace unas semanas unos españoles de una delegación de solidaridad entrevistaron al director médico del hospital de esa ciudad. Varios meses después de los bombardeos, ningún periodista había entrado en Faluya para contar al mundo la situación.
Los grandes medios no son cómplices del terrorismo, del mismo modo que EE.UU. o los grandes grupos económicos tampoco son cómplices del terrorismo. Y digo que no son cómplices porque ellos son el terrorismo. Si la muerte de miles de personas en el mundo por hambre o enfermedades es terrorismo. Silenciarlo en los medios, también es terrorismo.
Y si terrorismo es volar un avión cubano con inocentes a bordo, silenciar a sus responsables y las ansias de justicia de un pueblo, también es terrorismo.
Y si también es terrorismo querer encarcelar de por vida a cinco cubanos que tienen como único delito luchar contra el terror. Silenciar esa injusticia forma parte de los estructuras del terrorismo.
Hoy, en 2005, ya no hay un golpe de Estado o un crimen de Estados o una masacre que no cuente con su correspondiente complicidad mediática.
Y si para enfrentar a ese terrorismo hacen falta ciudadanos valerosos y concienciados y organizaciones sociales eficaces y comprometidas, también necesitamos crear una red de medios y métodos de comunicación que permitan sumarse al clamor de la lucha contra ese terrorismo. Un clamor que diga que terrorismo no es levantarse contra una ocupación en Iraq sino derribar aviones con inocentes. Que terrorismo no es manifestarse contra las instituciones económicas al grito de otro mundo posible, sino contaminar los cultivos de una pequeña Isla para hacer pasar hambre a un pueblo.
Un clamor y unos medios que digan que terrorismo no es alfabetizar Nicaragua sino desviar fondos procedentes de la venta de armas a Irán para financiar a la contra que asesina campesinos en la frontera de Nicaragua con Honduras. Que terrorismo no es ser solidario y acoger a los líderes sociales del mundo como hace Cuba, sino asesinarlos como hace EEUU.
Para el poder, informar es tener periodistas empotrados entre sus tropas, informar es organizar un escándalo mediático contra un presidente norteamericano por una felación, pero no por invadir o masacrar un país. Y para ellos terrorismo es toda iniciativa popular que se enfrente al imperio. Por eso dicen que Cuba hace terrorismo biológico cuando investiga vacunas contra el cáncer o que el partido o que hoy va a ganar las elecciones en el Líbano, Hezbolá, es un grupo terroristas.
No olvidemos que a los 18 años Nelson Mandela era considerado por los medios y por EE.UU. «terrorista» mientras los guerrilleros mujaidines en Afganistán, entre cuyas filas estaba Osama Bin Laden, eran calificados de «héroes luchadores por la libertad» por su labro en la guerra contra la Unión Soviética.
Del mismo modo, en los años 30, las fuerzas clandestinas judías en Palestina eran consideradas como una organización «terrorista», y fueron ofrecidas recompensas en el Reino Unido de cien mil libras esterlinas por la captura de Menachem Bejín, hombre que más tarde fue el primer ministro electo de Israel. Años más tarde, cuando los poderosos crearon el estado de Israel, los terroristas pasaron a ser los palestinos para los grandes medios, en especial la OLP. Sin embargo, cuando se iniciaron los diálogos palestino-israelíes, el líder de la organización, Yaser Arafat, pasó de ser terrorista a ser el dirigente internacional más veces recibido por el presidente Bill Clinton.
No olvidemos también, que George Washington y sus tropas fueron considerados «terroristas» por el imperio británico. Consideración similar a la que tenían de Gandhi.
Más recientemente, el elegido presidente de Timor Oriental, Xanana Gusmao, fue un terroristas separatista a ojos de las potencias occidentales y sus medios, amigos del dictador indonesio Suharto.
Su hipocresía es tan grande que Eden Pastora pasó de ser terrorista sandinista a ser héroe de la contra nicaragüense. En su época «terrorista» luchaba contra la dictadura de Somoza, y en su «heroica» fase en la contra guerreaba contra el legítimo gobierno sandinista que había ganado unas elecciones generales.
También han sido frecuentes los casos de quienes, al igual que Bin Laden, pasaron de ser «luchadores por la libertad» a ser «terroristas». Desde Sadam Hussein, a Noriega en Panamá o Montesinos en Perú.
Y es que la verdad nunca la va a decir la CNN, ni El País, ni The New York Times. O lo decimos los pueblos con nuestros medios de comunicación alternativos y comunitarios o querrán aplicarnos el terrorismo, el terrorismo del silencio.