Debemos ponernos en la piel de quienes viven en lugares tocados por la maldición del descubrimiento de minerales apreciados para la llamada ‘transición ecológica’
Lean esta noticia: “Uno de los equipos de ingenieros de la sección de mantenimiento del metro de Madrid, en sus tareas regulares de control de la resistencia del subsuelo, se ha topado con unas vetas blanco azuladas un tanto peculiares. Analizadas por equipos de geólogos especializados, han concluido que se trata de un filón donde se combina cobre y cobalto y que, a unos 50 metros de la superficie, transcurre entre Puerta del Sol y la Plaza Mayor de la capital. ‘No descartamos’, dice uno de los técnicos, ‘que la veta pueda extenderse mucho más lejos en diferentes ramificaciones’”.
Si fuera cierta, que no lo es, y ustedes tuvieran cargos de poder en los despachos de la Alcaldía de la ciudad, en los de la Comunidad de Madrid o en el del Ministerio de Industria de España, ¿qué decisión tomarían? A nadie se le escapa que, tanto el cobre, pero mucho más el cobalto, son dos de los minerales más apreciados para la llamada ‘transición ecológica’, ya que el primero es básico para el cableado eléctrico y el segundo para la fabricación de baterías. El propio Banco Mundial ha explicado que “se calcula que la demanda de minerales críticos como el cobalto aumentará un 500% hasta el año 2050” y, hasta ahora, solo la República Democrática del Congo, con el 70% de las exportaciones de cobalto, ocupa un papel importante en este sector. Es decir, hablamos de un supuesto que podría ser el nuevo motor de la economía española y europea, a la vez que liderar la lucha contra el cambio climático.
Una mina a cielo abierto en medio de una ciudad requeriría trasladar calles, casas y monumentos a su extrarradio, algo que hoy en día no es para nada imposible. También se tendría que pensar en cómo resolver los demás efectos colaterales propios de la minería, entre ellos los altos requerimientos de agua que exige esta industria compitiendo con su uso como agua de boca para la población o como agua de riego para la agricultura periurbana. De igual manera, se deberían buscar medidas para evitar la contaminación que causa en los acuíferos remover toneladas de piedras y minerales, así como controlar el polvillo tóxico constituido por metales pesados que derivaría en enfermedades respiratorias para la ciudadanía.
Ante esta situación, ¿creen que nuestros representantes estarían hablando de una “minería urbana sostenible” pionera en todo el mundo y ya se estarían abriendo licitaciones para las multinacionales que pudieran asumir este proyecto? ¿Nos conformaríamos con un buen puñado de sellos de responsabilidad social y ambiental enganchados en las excavadoras? ¿Qué cifra de empleo directo e indirecto generado sería suficiente?
Existe un gran debate sobre cómo se quiere llevar a cabo la transición ecológica. Se discute si tendremos suficiente litio o cobalto para hacerla posible, si el coche eléctrico será o no una verdadera alternativa a los problemas del transporte o del dinero público que acaba en arcas de pocas empresas, pero nos falta este ejercicio que acabamos de hacer, ponernos en la piel de quienes habitan en lugares tocados por la maldición de uno de estos estos descubrimientos. Tal vez así valoraríamos, como dice el investigador Omar Felipe Giraldo, lo no descubierto, lo oculto, relativizaríamos la razón de la calculadora, abogaríamos por el no-hacer, por la cautela… pero en este mundo globalizado y colonial las decisiones, ya sabemos, se adoptan muy lejos, lejísimos de la realidad.
Gustavo Duch. Licenciado en veterinaria. Coordinador de ‘Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas’. Colabora con movimientos campesinos.