El 27 de enero de 2019 marcó un antes y un después en varios asuntos importantes que atañen a los cubanos. Para un grupo de habaneros, una de las noches más tristes de sus vidas. El infortunio de un tornado, y su estela de destrucción, muerte y dolor, han sido el detonante de una marea […]
El 27 de enero de 2019 marcó un antes y un después en varios asuntos importantes que atañen a los cubanos. Para un grupo de habaneros, una de las noches más tristes de sus vidas. El infortunio de un tornado, y su estela de destrucción, muerte y dolor, han sido el detonante de una marea interminable de personas de todas las procedencias que se han sentido obligadas a prestar ayuda a sus coterráneos. A poco más de una semana del hecho, mucho ha cambiado para siempre.
Que muchos cubanos se preocuparan por sus semejantes y expresaran dolor y simpatía con los afectados no es una noticia. Lo que sí ha felizmente sorprendido a todos ha sido la escala, la espontaneidad, la organización, la agilidad y la integralidad con la que muchísimos habitantes de la capital, de otras provincias y de otros países se han movilizado eficazmente, en muchos casos «estrenando» las redes sociales desde los móviles, para canalizar una ayuda que, si bien no tenemos todos los detalles, ya ha pasado de acto simbólico a apoyo real que marca la diferencia para los que tienen que lidiar con semejante desastre.
Muy conmovedor es el hecho de que la respuesta ha llegado desde todos los grupos sociales y ha generado un efecto de contagio que ha sobrepasado cualquier memoria sobre eventos de este tipo. Cuando muchos nos habíamos dejado arrastrar por una interminable conversación sobre valores «perdidos» o «cambiados» en nuestra juventud, las demostraciones de estos días son la más agradable confirmación de que Cuba tiene un capital infinito de humanidad listo para ser activado cuando sea necesario.
Es loable la altura moral y cívica de los ciudadanos. La participación espontánea ha superado todas las expectativas. Esta vez, en su gran mayoría, sin ser «convocados». Las demandas de transparencia en el manejo de las donaciones y la proliferación de análisis sobre la situación y la respuesta brindada constituyen pruebas de la madurez de un nuevo tipo de sociedad civil.
También hemos confirmado que existen «islas» de excelencia dentro de nuestra atribulada economía. Los «linieros» cubanos han desarrollado una maestría tal, que puedo afirmar que tienen «una ventaja competitiva» que ya empieza a llamar la atención más allá de nuestras fronteras. Destacable también la prontitud en el restablecimiento de otros servicios como la telefonía fija, y en menor medida, el suministro de agua. La urgencia y la presión social han forzado a innovar, diseñando soluciones emergentes para atender una situación excepcional.
Las redes sociales se han convertido en instrumento clave para la movilización y la sensibilización. En estos días hemos visto a cientos de cubanos lanzando sus candidaturas como narradores. Las crónicas han provocado no pocas lágrimas, y muchos han recibido el empujón que necesitaban para actuar. Internet móvil acaba de hacer su debut, y ya ha demostrado su poder aglutinador. Ha sido un factor de empoderamiento ciudadano, tanto para coordinar la respuesta como para fiscalizar la gestión gubernamental y denunciar procedimientos inadecuados.
Sin embargo, hay lecciones que aprender. En algunos casos, muy lamentables, los mecanismos y protocolos no estuvieron a la altura de la situación para canalizar adecuadamente este desbordamiento de la acción ciudadana. Desde el gobierno, la inercia trajo demora a la hora de reconocer la legitimidad de las acciones que adelantaban los ciudadanos. Los procedimientos no estaban listos, y se han ido creando sobre la marcha, con la frustración que provoca en los que quieren hacer más y mejor. El patrón observado es que el Gobierno ha sido ágil con los mecanismos tradicionales, pero lento para atender circunstancias desconocidas.
Es un llamado de atención. Lo que estamos viendo es el choque entre dos paradigmas: el actual, bajo el cual el Gobierno era el único actor en la provisión de ayuda y protección en casos de catástrofe; el emergente, en el cual diversos actores no estatales tienen medios y vocación para proveer este tipo de asistencia. La velocidad del cambio para las instituciones oficiales es de vértigo. Y esto no debería verse como un desafío, o una amenaza. Cuba ha cambiado, y ciertos marcos ya quedan estrechos.
El evento también ha contribuido a visibilizar vulnerabilidades ocultas durante demasiado tiempo para muchos cubanos. El tornado atravesó algunas de las zonas más humildes de cinco municipios de la Capital. Y se cebó con las moradas más endebles. No se puede seguir pasando de largo sobre lo que es obvio. La cuestión de la vivienda es de primera importancia, y no hay solución duradera con una economía estancada. Se requieren muchos recursos y nuevas formas de hacer. Un evento de esta naturaleza no es previsible, el impacto es severo pero muy localizado. Pero es obvio que la calidad de la respuesta depende en gran medida de la disponibilidad de recursos y las condiciones de vida en las zonas afectadas. La voluntad política es importante, pero no suficiente para resolver los problemas sobre el terreno.
Generar los recursos para aliviar y eventualmente ofrecer una solución duradera a los afectados tomará tiempo y depende de procesos que van más allá de esta situación particular. Lo que sí puede ser revisado inmediatamente es el enfoque para lidiar con fenómenos de esta naturaleza. También hay lecciones que pueden ser extrapolados para otros cambios en marcha en nuestro país. El Estado cubano debe dejar atrás la noción de que es el único actor legítimo, y debe darle la bienvenida a la nueva sociedad que emerge. Ahora mismo quedémonos con la estela de solidaridad que ha dejado el tornado.
Fuente: http://progresosemanal.us/20190207/el-tornado-y-la-nueva-cuba-que-toma-forma/